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Antes de unirnos a otras y otros dos mil jóvenes en el MAGIS y aproximadamente con dos millones, en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa 2023, varios jóvenes de México conformamos un grupo de peregrinas y peregrinos con los que planeábamos visitar algunos de los espacios significativos en la vida de san Ignacio: Monserrat, Manresa y el Cardener. De esa experiencia recupero este itineario espiritual de viaje.

La Abadía de Montserrat

Desde que habíamos llegado a Barcelona el movimiento era una constante: cambio de lugares, personas que se unían en distintos momentos al camino y una mañana ajetreada, tratando de descifrar las rutas del metro, algún espacio donde dejar las maletas, los andenes y trenes que nos llevaría a nuestro primer espacio. El resonar de la experiencia externa en el interior se hacía presente.

Ese día fue el primer momento del camino en el que fui capaz de ser consciente de lo que estaba experimentando: iba a bordo de un tren lleno de personas, el ruido del vagón parecía murmullos de fondo que acompañaban la experiencia. La inmensidad de lo creado se estaba asomando por la ventana: vegetación, profundidad y diversidad de tonos verdes, un cielo despejado, azul, con pocas formaciones nubosas, y en la cima, mientras más nos acercábamos, varios bloques rocosos enormes. Después, silencio: ¡tanto silencio, tanta calma y tanta vida! No lo sabía, pero el camino me estaba disponiendo para lo que se avecinaba, íbamos camino a la Abadía de Monserrat.

Recuerdo entrar al Museo de Monserrat expectante, llena de curiosidad, con deseo de ver algo, de encontrar algo nuevo; pasamos pasillos, imágenes, palabras, diálogos compartidos, hasta que el grupo se detuvo en una pequeña capilla. Me senté y senti el espacio que estaba habitando, caí en cuenta de que ahí fue donde Ignacio se había despojado físicamente de aquella vida que ya no deseaba más, de lo que en apariencia disfrutaba, pero no perduraba.

Por primera vez en el viaje comencé a ser consciente de la sensación de sedación que me había acompañado ya varias semanas. La tristeza, la calma y el misticismo comenzaban a ser perceptibles, y el espacio evidenciaba la presencia de Dios. Después de un par de meses de preparación estaba escribiendo, teniendo un diálogo con Dios y conmigo misma.

Al ahondar en el sentir había una situación concreta que en las últimas semanas se hacía presente y daba vueltas en mí: ¿Cómo pueden dialogar las formas en las que se desarrolla la vida escolar, y que, como docentes, disponemos como medio de encuentro, con las vivencias y formas en que se encuentran las y los chicos en la prepa en la que trabajo? ¿Cómo el habitar la escuela puede ser el espacio donde sean mirados y expresados los sentires, pensares y anhelos que tienen las y los estudiantes?

Las preguntas y la inquietud me acompañaron ese día, así como el deseo de quedarme en ese espacio, ése en el que Dios era tan evidente. Bajamos a pie la montaña, rumbo a un tren que nos llevaría a Manresa.

La Cova de Manresa

Después de tanto caminar el desgaste físico era evidente, en especial aquel que se generaba por lo calurosos que eran esos días, pero por fin llegamos por un costado de la montaña al Santuario de Manresa, conocido como «La Cova», que de entrada me pareció una estructura muy extraña; un edificio muy grande e imponente encima de una estructura rocosa, desde el camino se podía ver la parte inferior–exterior del edificio, que se une con algunas columnas rocosas y a la vez con las estructuras naturales de piedra que habían debajo de éste.

Hasta el siguiente día de la estancia en Manresa entendí que el espacio donde me encontraba había sido habitado por san Ignacio. Me sentí descolocada y confirmada, estábamos teniendo una misa, compartiendo vida en comunidad, aquello que nos movía y en especial aquello que había sido difícil últimamente, todo dentro de la cueva en la que Ignacio había vivido por varios meses. El momento me evocaba varias ideas.

Ignacio habia sido valiente para vivir y permitirse sentir, explorar su mundo interno y externo, dejarse llevar por la inquietud y por aquello que le daba sentido. Él y muchas otras personas habían compartido sus convicciones de vida y dispuesto para aquello que deseaban fuera el mundo. Las vidas de otros y otras me llevaban a mí a vivir y estar en ese momento con una sutileza particular, pensándoles sin conocerles. Y es que ellas y ellos a través de su vivir habían dado lugar en mi vida:

  • Saberme y sentirme profundamente amada.
  • La posibilidad de encontrarme conmigo misma desde la compasión.
  • La creación de un espacio seguro donde yo misma me quiero, me acompaño, me escucho; donde estoy para mí, en comunión con Dios y con la constante invitación a regresar a vivirme desde la mirada amorosa y tierna que Dios tiene hacia mí.
  • El deseo de compartir aquello que me ha sostenido, que me ha dado alegrías, que me ha dado vida.
  • El vivir de otras y otros me ha llevado a mí misma a vivir desde mis propios deseos y anhelos profundos, que parecieran son cercanos a lo que ellas y ellos tenían.

El Cardener

Por la noche habíamos subido a estar y compartir en «El pozo de luz», espacio físico donde san Ignacio, profundamente conmovido por el río el Cardener, se reconoció parte de la creación la vida y vio al río como fuente de vida y se sintió invitado a cuidarla.

En ese momento me sentí aún más confirmada con la búsqueda que tenía y de las interrogantes que me acompañaban en el inicio de este viaje físico y espiritual.

Ese verano de 2023, durante algunas semanas había decidido peregrinar, en otras palabras, «disponer el camino» físico que da lugar al espiritual, como medio para el encuentro con espacios, personas, formas de vida y con mi mundo interno. Parte de lo que construí en esos lugares los represento con los siguientes dos frutos:

  • «La espera activa. Esperanza en la posibilidad del futuro, construida con el habitar del presente.»
  • «Y sí, el ser, estar y encontrarse (con otras, otros, lo otro y la alteridad) lo cambian todo.»

Lo vivido en el peregrinar del verano de 2023 no ha hecho más que reafirmar quién soy a través de aquello en lo que estoy convencida para desgastar mi vida. Y me ha llevado a reconocer que en los espacios donde he acompañado me he sentido viva, presente, humana, permitiendo habitar mis sentires, pensares, sensaciones. Ser docente para mí es un medio que me permite acompañar los procesos de otras y otros, acompañarles en el cuestionarse los cómo sí y los cómo no, encontrar qué es negociable y qué no lo es, en cuáles espacios y de qué formas me deseo y me da sentido vivirme.

La espiritualidad ignaciana en acción comunitaria me ha revelado una promesa de amor, hemos sido creadas y creados desde el amor, para amar y siempre siendo amadas y amados. El experimentar esta promesa me invita a acompañar a otras y otros a saberse y sentirse amadas y amados. Deseo construir y vivirme desde espacios donde el encuentro surge desde la compasión, el aprender a ser presente con otras y otros, el reconocer la ternura que hay detrás de las torpezas; continuar revelando la vida y a Dios.


Imagen de portada: Vytautas Markūnas SDB-Cathopic

2 respuestas

  1. Estimada Beca, me es grato leer la vivencia de tu travesía y percibir la pasión en tus palabras. Rescato, porque comulgo con ello y de ti lo he aprendido, que vivifica y enriquece nuestro espíritu el estar presente con todos y todas. Gracias por contarnos tu experiencia.

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