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Tejer la vida, tejer la aldea

Por Romina Macías y Mariela Rueda*

Vivir en la aldea es vivir reconciliándonos con nuestra historia, con la vida y con la realidad que nos rodea. Es entregarnos libre y amorosamente a ser con nosotras y con las demás personas, para, así, ir entretejiéndo(nos) con el ritmo y los hilos que la propia vida nos ofrece.

Tejer la vida es un constante «atreverse a amar y mantener presente que la vida es acompañar, entrelazar, convertir y parar», y sólo así poder sentipensar cuándo seguir andando y cuándo es necesario detenernos para abrir las manos o simplemente respirar.

La aldea nos enseña a resignificar la vida desde las realidades; defendiéndola y celebrándola, incluso en los lugares donde parece que no hay movimiento, es justo ahí donde brota la vida misma, entre montañas, cielos azules y sonrisas.

En la aldea nuestros pies se plantan en la tierra de manera firme pero suave, conscientes de que la vida es movimiento y danza, mientras vamos echando raíces con nuestros pies de barro y el andar descalzo que se guía al sonido del tambor.

Querida aldea:

Llegar a ti ha sido el signo del amor más grande que hemos experimentado.

Desde que les conocimos no hemos vuelto a ser las mismas que antes y no saben lo plenas y felices que eso nos hace.

Conocerles y habitar junto a ustedes ha sido una invitación clara para abrirnos y darnos completamente a la vida, con todo lo que somos y tenemos.

Nos hicieron parar en el camino para atrevernos a tomar nuestro lugar en este mundo.

Su determinación, tenacidad, valentía, ternura y amor hacia la vida nos ha hecho saber que ustedes eran —y siguen siendo— nuestros más grandes maestros.

Sus vidas y corazones movieron por completo nuestra existencia y ya no hay vuelta atrás.

Gracias, porque dentro del caos de la ciudad, que muchas veces abruma y nos hace perdernos, sus rostros y miradas son las que nos han hecho detenernos para volver a lo esencial.

 

Foto: Mariela Rueda

Recordarles nos hace sentir el corazón ensanchado y movido por un amor tan profundo, auténtico y transformador, como si fuera la primera vez que les vimos.

Nos siguen enseñando a caminar descalzas, a sentir mientras bailamos y a ver con el corazón.

Recordamos cómo entre las montañas, donde parece que no hay mucho, la vida brota y Dios se muestra a través de ustedes; que hay personas siendo y haciendo comunidad y eso es a lo que le seguimos apostando cada día; porque, aun en la distancia, nos siguen haciendo creer y saber que lo más importante es siempre regresar al amor y a seguir luchando por la vida.

Seguimos aprendiendo que, al sonido del tambor, nos detenemos y escuchamos al corazón, seguimos aprendiendo a amar desde su amor.

Foto: Mariela Rueda
Foto: Romina Macías.

Amar desde el silencio

Estamos alrededor de personas humanizándose y humanizándonos a través del amor.

Caemos en cuenta de que, justo así, en comunidad, es como queremos seguir celebrando.

El corazón nos late de felicidad, día con día. Late por el amor.

Hacer por las y los otros, lo que ellas y ellos han hecho por nosotras.

Teníamos sed infinita de amor y de vivir.

Sabíamos cuándo seguir caminando y cuándo era necesario parar a escuchar o dar la mano.

Poco a poco fuimos aprendiendo a guardar silencio, sobre todo cuando sentíamos que el misterio de la vida nos sobrepasaba.

Nos hemos permitido verles y reconocerles su ser.

Nos hemos visto mirando con ternura y agradecimiento; nos hemos dejado tocar, sentir y ser transformadas por el amor.

Sentirnos amadas por quienes somos y desde ahí hemos aprendido a amar de la forma más auténtica y humana que podemos.

Hemos llorado de amor, nuestros ojos han mirado a nuestras comunidades y las lágrimas de esperanza y fraternidad han rodado por nuestra cara en forma de caricia.

Gotas amorosas que riegan lo que cada una de esas personas han sembrado en nosotras.

La vida se nos mostró fresca y no pudimos hacer menos que darnos a ella.

Sus miradas y rostros siguen vivos, sus manos siguen siendo nuestras aliadas y sus vidas nos siguen guiando.

Las lágrimas son un tributo al amor compartido; desde ahí nos hacemos más humanas para las y los demás y para nosotras.

Foto: Romina Macías
Foto: Romina Macías.

Romina Macías: Es estudiante de psicología del octavo semestre por parte de la Univerisdad Iberoamericana Puebla, realizó su voluntariado jesuita en la Sierra Tarahumara del 2018 al 2019, fue parte del PLIUL generación 2021-2022 y es parte del Programa Universitario Ignaciano de la Ibero Puebla. 

Mariela Rueda: Es estudiante de psicología de sexto semestre en la Universidad Iberoamericana Puebla, realizó su voluntariado en la Aldea Infantil Warupa ubicada en la Sierra Tarahumara del 2019 al 2020. A Mariela la mueve el deseo de seguir caminando, danzando, habitando y enraizando en el cuerpo los ritmos de la vida desde su amor y libertad.