Por Raquel Maroño / Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD)-A dónde van los desaparecidos
Años y sexenios pasan y la evidencia estadística comprueba que la desaparición de personas no se detiene… Ante la impunidad y la falta de verdad y justicia es inevitable que en medio del silencio que amenaza con dejarnos sin palabras, nos preguntemos ¿cómo se resiste a la barbarie?, ¿cómo sostener la esperanza?, ¿cómo no paralizarnos por el miedo?
Las familias de las personas desaparecidas son quienes nos enseñan a navegar entre la incertidumbre, el dolor y la desesperanza y aunque sus luchas y procesos colectivos están siendo ampliamente documentados en los años recientes, hay un aspecto que no ha sido tan explorado: el derecho a la alegría de las personas buscadoras, a través de la fiesta.
En palabras de la escritora chilena Nona Fernández, en la novela “La dimensión desconocida” [1], “el tiempo no es claro, todo lo confunde, revuelve los muertos, los transforma en uno, los vuelve a separar, avanza hacia atrás, retrocede al revés, gira como un carrusel de feria, como en una jaula de laboratorio y nos entrampa en funerales y marchas y detenciones sin darnos ninguna certeza de continuidad o de escape.”
Los familiares de personas desaparecidas que encarnan la búsqueda –quienes en su mayoría son mujeres, madres, esposas, hermanas, hijas, tías y abuelas–, sortean su paso por las instituciones encargadas de la localización de sus familiares, como si de un laberinto se tratara y los años se suceden entre el aumento de tamaño de sus carpetas de investigación por la adhesión de oficios vacíos [2] , la criminalización de su lucha, las marchas, las búsquedas sin resultados positivos y el crecimiento de las niñas y niños de las familias como única evidencia del paso del tiempo, porque pocas cosas cambian en el vacío que deja la desaparición de un ser querido.
Es entonces, cuando en colectivo se construye la posibilidad de la fiesta, la celebración de la vida como una forma de partir el tiempo, de diferenciar el tiempo sagrado –por la cohesión colectiva, el placer y la trascendencia, no necesariamente por la presencia de símbolos religiosos– del tiempo mundano del trabajo que implica buscar todos los días en reuniones interminables en fiscalía, inundando las calles con fichas de búsqueda o recorriendo por horas predios para localizar indicios de inhumaciones clandestinas.
Pires [3], describe la fiesta como “la fuerza de la promesa, el reino de la utopía posible, y está conferida de un futuro deseado imposible pero sostenible, el espacio donde todo lo que existe en la vida social puede cambiar de sentido, o por lo mismo extenderse con nuevas razones”, pero para llegar al momento de imaginar un futuro habitable y celebrarlo con placer y disfrute, las familias de personas desaparecidas deben enfrentar un proceso de transformación individual y colectiva de desmitificación del rol de víctima, para liberarse de tabúes y silenciar algunas de sus culpas.
Familiares del colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla, debieron recorrer el camino descrito anteriormente, en el verano de 2021 cuando algunas familias del colectivo durmieron por 44 noches en un plantón ubicado en la calle posterior al Congreso del Estado de Puebla, la 3 poniente, para exigir la aprobación de la Ley Local en Materia de Desaparición Forzada de Personas, Desaparición cometida por Particulares y del Sistema Estatal de Búsqueda.
Durante esas semanas, viviendo bajo tres carpas y algunas lonas para protegerlos de la lluvia, se escuchó a algunas de las locatarias de las inmediaciones decir con enojo ante las risas y voces estridentes de las y los habitantes del plantón “¿cómo pueden estar tan felices?”; la pregunta quedó resonando por varios días en las cabezas de algunos familiares y también fue el foco de varias conversaciones desde el orgullo y no desde el reclamo o la culpa; las y los familiares parecían orgullosos de su alegría porque era una prueba más de su victoria, que a pesar del Estado fallido [4] y su abandono, no habían sido derrotados, no estaban rendidos, de brazos cruzados o llorando en soledad, ahora si lloraban, como si reían, lo hacían con otros y otras.
Es verdad que el plantón estuvo siempre motivado por la digna rabia [5] y por la necesidad de hacer algo para encontrar a sus familiares desaparecidos, visibilizar su lucha y dotar a las instituciones estatales de los lineamientos necesarios para realizar mejores y más eficaces labores de búsqueda e investigación. Pero, en ningún momento, la resistencia fue contraria a la alegría, el colectivo la ha entendido como una parte fundamental para mantenerse en pie y el plantón fue el espacio ideal para profundizar sus lazos y cuidarse como una familia. En palabras de Yásnaya Aguilar (2019) [6]“incluso en contexto muy individualistas, la fiesta sigue siendo la reafirmación de lo colectivo (…) sobre estos temas, concluimos lo evidente: fiesta es resistencia.”
“Ahí en el plantón, aprendí que, desde nuestro dolor, desde nuestra desesperación, desde nuestra angustia se pueden construir lazos entrañables de amistad, de solidaridad, de amor y eso es lo más maravilloso e increíble que me dejó el plantón” [7]. Así lo describía María Luisa Núñez Barojas, fundadora y representante del colectivo en los días posteriores a la fiesta que se realizó en la última tarde en el plantón. Ese espacio que estuvo lleno de risas, donde se crearon nuevas anécdotas y recuerdos, donde nació de forma colectiva el himno que ahora acompaña las marchas y movilizaciones de las familias, fue despedido con una fiesta que como los 45 días viviendo bajo esas carpas, fue una forma de transgresión al estereotipo víctima. Y esa, fue la primera de muchas.
En diciembre de 2021, el colectivo celebró por primera vez una posada, con la fuerte carga simbólica de bailar, reír, jugar y compartir los alimentos, los pesares, las bendiciones y las esperanzas del año nuevo, en una de las épocas más difíciles para los hogares donde falta alguien. Y al regreso de las vacaciones, algunos familiares comentaron haber celebrado por primera vez la Navidad y el Año Nuevo desde la desaparición de sus familiares. El disfrute y la fiesta colectiva había abierto la posibilidad de retomar celebraciones olvidadas, diferentes, transformadas por la tragedia, pero no por ello, menos alegres.
En febrero de 2022, la vida y memoria de Juan de Dios fue celebrada cuando su madre, María Luisa Núñez Barojas, encontró sus restos tras casi cinco años de búsqueda y pudo llevarlos a descansar dignamente al panteón de su pueblo en Tehuitzo, Palmar de Bravo, donde por tres días sonó la música de banda, circularon las bebidas, se compartió el atole y el pan, y el ambiente se llenó de las anécdotas de la vida de Juan de Dios y de la revolución que generó su desaparición.
Y en agosto de 2022, en el aniversario del último día de plantón, se hizo una elotiza –fiesta en la que sólo se comen esquites y elotes en diferentes presentaciones– como se había hecho en 2021 cuando las familias aún vivían en la calle de la 3 poniente, en el plantón afuera del Congreso. Ahí se celebraron los lazos creados durante el plantón y la bendición de tener una familia donde sentirse entendidos, abrazados y sostenidos.
En diciembre de 2022, nuevamente se realizó una posada, y en febrero de este año regresamos al panteón en Tehuitzo para honrar la vida y la memoria de Juan de Dios; entre esos meses se retomaron celebraciones de cumpleaños que desde la desaparición de los familiares habían perdido sentido. “La liberación es transitoria, pero no así su repercusión en los participantes, que depende del contagio del espíritu carnavalesco que se produzca en ellos. Y en eso incide naturalmente la abolición de jerarquías, reglas y tabúes propios de la fiesta” [8]. Aparentemente, la cohesión de una comunidad que milita desde la alegría y el placer, resignificó las fiestas que antes generaban dolor y culpa, derribando los tabúes sobre el disfrute cuando se tiene a un familiar del cual se desconoce su paradero y su suerte.
Y ese demoler tabúes que tiene repercusiones intra e interpersonales, es una de las razones por la que en esta reflexión se emplea el término alegría desde una visión Spinoziana, y no felicidad, porque desde esta corriente filosófica la alegría “rara vez se vive de forma cómoda o fácil, porque transforma y reorienta a las personas y a sus relaciones (…) la alegría resuena con las capacidades emergentes y colectivas de hacer cosas, crear cosas, deshacer hábitos dolorosos y alimentar formas de estar juntos. Además, el concepto de alegría de Spinoza no es una emoción, sino que implica un aumento del poder de afectar y ser afectado. Es la capacidad de hacer y sentir más. Como tal, está relacionado con la creatividad y la aceptación de la incertidumbre”[9].
Por otro lado, las fiestas al interior del colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla no tienen como finalidad olvidar el dolor o a las personas desaparecidas, pues ellas siempre están al centro de las celebraciones, a veces incluso de forma explícita. La fiesta es también una forma colectiva de mantener viva la memoria de quienes desde hace años no están presentes.
Las celebraciones también son por y para ellas y ellos, para que cuando regresen sepan que sus familiares mantuvieron su dignidad humana, trataron de ser fuertes y de no olvidar la alegría. Con esa fuerte motivación de fondo, las mujeres conspiran y se organizan para colectivizar esa alegría, recordándose mutuamente que a sus familiares desaparecidos les causaría dolor verlas llorando, derrotadas, sin arreglarse, sin sonreír, y por ellas y ellos deciden continuar un día más, y calcular las cantidades de ingredientes para el banquete, y dividir las responsabilidades, decorar, poner música y reírse con ganas.
Las mujeres buscadoras, a través de su digna rabia, su resistencia alegre y transgresora alimentan una utopía, “la de un peregrinaje constante, a contracorriente, pero a partir de un acompañamiento recíproco que nos libera por el solo hecho de darse (…) que busca construir ámbitos en los que la supervivencia digna y la celebración nos hermanen” [10].
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Raquel Maroño es integrante del área de investigación y capacitación del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD) y acompaña al colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla.
Referencias:
[1] Fernández, Nona. 2016. La dimensión desconocida. Santiago de Chile, Chile: Penguin Random House, 191.
[2] Luna de la Mora, Tadeo; Martínez Montalban, Alexia y Ayala Martínez, Aranzazú. Informe sobre la situación de la desaparición de personas en Puebla. Puebla, México: Universidad Iberoamericana Puebla: Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría.
[3] Pires Ferreira, Jerusa. 2018. “Evocaciones de la fiesta popular. Rito y memoria. En Fiesta y ritual en la tradición popular latinoamericana, editado por Yvette Jiménez de Báez, 187-198. Ciudad de México, México: El Colegio de México.
[4] Hernández Avendaño, Juan Luis. 2016. El leviatán roto: El avance del Estado fallido en México. Ciudad de México, México: Arteletra Literatura Interdisciplinar.
[5] Las familias decidieron hacer el plantón porque algunos diputados dijeron que regresarían a hablar con ellas después de la última sesión del periodo ordinario de la LX legislatura, pero los diputados nunca salieron por la puerta posterior del Congreso como habían acordado, por lo que el colectivo decidió quedarse ahí mismo y esperar hasta que cumplieran su promesa y aprobaran el proyecto de ley que el colectivo, en coordinación con otras instituciones e incluso organismo internacionales, había realizado.
[6] Aguilar, Yásnaya Elena. Noviembre 2019. “Mujeres indígenas, fiesta y participación política”. Revista de la Universidad de México: Feminismos, (854): 33-34.
[7] Maroño, Raquel. Septiembre 2021. El hogar de las voces que se hicieron escuchar para aprobar una ley. Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia. https://imdhd.org/especiales/planton-puebla/
[8] Jiménez de Báez, Yvette ed. 2018. Fiesta y ritual en la tradición popular latinoamericana. Ciudad de México, México: El Colegio de México, 15-30.
[9] Bergman, Carla y Montgomery, Nick. 2023. Militancia Alegre. Tejer resistencias, florecer en tiempos tóxicos. Madrid, España: Traficantes de Sueños, 48.
[10] Almeida Acosta, Eduardo y Sánchez Díaz de Rivera, Ma. Eugenia. 2014. Comunidad: interacción, conflicto y utopía. Puebla, México: Universidad Iberoamericana Puebla, 249-250.
Este contenido fue publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos quien otrogó permiso de reproducción de texto y foto.
Un comentario
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