Resulta muy difícil, casi imposible, trasladar al cine un clásico de la literatura. Las formas creativas y de escritura son muy diferentes; el guion de una película es algo totalmente distinto a una novela o a un poema. Aun así, algunos lo han intentado; unos casi lo logran al pasar el texto a un filme, la mayoría fracasa. Creo que es mejor no intentarlo; dejemos que una novela sea una novela, y un guión cinematográfico sea un guión. No nos imaginamos pasar al cine La Eneida, La Divina Comedia, En busca del tiempo perdido, o Pedro Páramo. Y el caso es que ahora tenemos una nueva versión en cine de la obra insigne del jalisciense Juan Rulfo (1917-1986). El reconocido guionista cinematográfico español Mateo Gil (autor de los guiones de Tesis, Mar Adentro, Ágora) acariciaba este proyecto desde hace unos quince años. Hasta que ahora lo ha conseguido, en mancuerna con el debut como director del cinefotógrafo mexicano e internacional Rodrigo Prieto, y la producción de Netflix.
El resultado es una casi-telenovela decorosa, para que una mayoría acceda al argumento de la obra de Rulfo, sin que tenga que entrar al mundo de poesía, metáforas, imaginación, saltos de tiempo, murmullos, desgarres interiores de los personajes, mundo de los sueños y de los muertos, y toda la creación de belleza que Rulfo vierte en su novela Pedro Páramo. Nadie debe perderse la genialidad literaria de la novela de apenas 130 páginas, que asombró a tantos en 1955 cuando fuera publicada, que ha sido traducida a más de 40 idiomas, y que la coloca como la creación literaria mexicana mejor valorada internacionalmente.
La película en Netflix sigue una línea fácil de seguir, del mundo gris plomizo de muertos y fantasmas al que llega Juan Preciado, a los paisajes en colores de la bella Comala, antes de que todo quedara destruido. Se trata de que quien ve la película pueda seguirla y no tenga que pensar mucho, ni poner a trabajar su imaginación, ni ahondar en su interior. Y eso que algunos diálogos del filme están tomados textualmente de la novela. Para atraer la vista y el disfrute de los espectadores, la recreación del mundo de Pedro Páramo en cada escena está excesivamente cuidado, pulcro, ordenado; muebles, vajillas, vestidos, decorados, todo está limpio y luce nuevo. Todo parece artificial, de escenario creado, aunque la película haya sido filmada en haciendas reales de San Luis Potosí.
Del personaje Pedro Páramo, el texto literario y el guion fílmico dicen que era «la pura maldad»; un hombre déspota, poderoso, implacable, violento. El personaje que vemos en pantalla está lejos de esta descripción; más bien lo notamos sin presencia significativa, sin carácter, apocado; como que sólo queda en palabras lo que se dice de él. El actor Manuel García Rulfo (pariente lejano de Juan Rulfo y actor en series norteamericanas) parece una elección no afortunada, y quizás sí una elección comprometida con los productores, como en 1968 lo fue el norteamericano John Gavin, mediano actor para interpretar a un magnate ranchero de Jalisco. Y qué diferencia con la altura que logran en sus actuaciones Héctor Kostifakis para el papel de Fulgor Sedano, el capataz de la hacienda, y Roberto Sosa, extraordinario en su representación del cura Rentería.
Si no obstante, la película consigue atraernos e interesarnos, además de la trama original de Rulfo tan complejamente humana, es por la calidad de los personajes femeninos. En el inicio de la novela y de la película sabemos que Juan Preciado –uno de los tantos hijos bastardos de Pedro Páramo- va a Comala porque así se lo pidió su madre, Doloritas, antes de morir: «Exígele lo nuestro… El olvido en que nos tuvo, cóbraselo caro». La novela comienza con una mujer, y serán las mujeres lo más relevante de esta película, el hilo que nos vaya llevando en la historia y lo que nos haga emocionarnos (y no lo es Pedro Páramo). Y esto gracias a las grandes interpretaciones que hacen las actrices que fueran elegidas: Dolores Heredia es Eduviges, la mujer de tantos y la hospedera que introduce como Caronte al lugar de los muertos; Mayra Batalla es Damiana, la fiel ama de llaves de Pedro Páramo; Giovanna Zacarías es Dorotea ‘La Cuarraca’, la mujer loca que vaga por las calles con un trapo que simula a su bebé muerto y que simboliza todos los muertos que ha dejado Páramo; Ishbel Bautista es Doloritas joven, sirvienta que fue abusada por Páramo como tantas otras; Yoshira Escárrega es la sensual mujer de lodo que arrastrará a Juan Preciado; y, al final, la talentosa y bella Ilse Salas es Susana San Juan, la mujer que se retuerce en sus recuerdos y en la locura por su esposo asesinado, y a la que Pedro Páramo idolatra hasta el final de su vida, aunque ella sólo le manifieste su desdén. Curiosamente, las escenas más líricas y hermosas de la película están en la figura de Susana como niña y como joven, y que no corresponden así a la novela.
Aunque no se reproduce el siguiente texto en la película, vale mucho transcribir lo que Juan Rulfo pone en boca de Pedro Páramo al final: «No me cansaba de ver esa aparición que eras tú. Suave, restregada de luna; tu boca abullonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan».
Valga de ejemplo esta belleza de escritura para animarnos a leer de nuevo la novela Pedro Páramo. Que eso, al menos, nos dé el ver la película; película decorosa, pero tan digerible y a la mano como buen producto de Netflix.
Imagen de portada: Forograma Pedro Páramo (2024) Dir. Rodrigo Prieto.