Desde hace más de 55 años la mirada de Socorro se ha quedado fija en un objetivo: vengar el secuestro, tortura y asesinato de su hermano Jorge el 2 de octubre de 1968. Una fotografía con el rostro del soldado responsable directo de estos hechos es el indicio que ha sostenido su proyecto y, ahora, una carta con el nombre de ese soldado le hace posible imaginar que finalmente podrá cumplir su deseo. Emprende, entonces, con la complicidad de Siddartha, un plan para localizar al asesino de su hermano, consagrando a ello su vida y luchando cada día por subordinar a su cruzada la fragilidad de su cuerpo, de su corazón, de sus relaciones familiares y de amistad.
Bajo esta premisa se desarrolla la ópera prima del director Pierre Saint Martin, ganadora del premio Mezcal en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2024, después de haber conquistado varios premios en su estreno mundial en el Festival de Cine Latino de Toulouse. La película nos devuelve a Tlatelolco, a esa noche en que el Estado mexicano asesinó a cientos de personas para detener el movimiento estudiantil, pero mirado desde una perspectiva íntima, la memoria, el coraje y la audacia que poco a poco nos va desvelando los más profundos secretos del dolor, la culpa, la esperanza y la impotencia que habita el corazón de sus personajes. Es una película sobre las formas de atravesar la pérdida impuesta por una violencia que parece invadir todos los espacios, como dijo Saint Martin en el estreno de la película, pero en la que el amor abre siempre resquicios donde los vínculos pueden respirar y ofrecer, en pequeños signos, un tejido frágil en el que puedan sostenerse.
Este tejido se construye no sólo con palabras y acciones, también con recuerdos, esperanzas truncas, anhelos que luchan por no morir, miedos por nuestra fragilidad y el terror ante la imponente injusticia estatal, que van dando cuerpo a la historia con miradas, gestos, el ritmo de los pasos y las cosas cotidianas que se convierten en signos en la mirada contemplativa que los personajes nos invitan a compartir.
La actriz Luisa Huertas, en una magnífica interpretación, conduce a un maravilloso elenco de actores para tejer esta urdimbre de pequeños signos que develan las diferentes capas de una historia en la que podemos reconocer delicados juegos de rencor, deseos de venganza, remordimiento, amistad, complicidad, justicia y perdón que habitan en muchas de nuestras adoloridas familias, después de tantos años de desapariciones, violencia y asesinatos. En contrapunto con la fuerza de Socorro, Esperanza, su hermana, interpretada por Rebeca Manríquez, se duele en otra memoria de esa noche y busca toda ocasión para cuidar silenciosamente de su hermana, que no sabe leer sus gestos porque contrastan con los suyos. Por el contrario, Siddartha (José Alberto Patiño) se convierte para Socorro en una luz de esperanza en su cruzada, con toques de humor y complicidad, hasta que la preocupación por su familia le impide acompañarla hasta el final. Vemos también la sororidad de Socorro con Lucía, su nuera argentina, nieta de abuelos desaparecidos por la dictadura militar en aquel país y recién embarazada, que nos permite reconocer en esta historia un horizonte universal.
«No nos moverán», la canción de lucha en aquellos años de resistencia en la que se inspira el título de esta película (que en este año se presenta en el circuito de festivales para presentarse al público en 2025), da expresión al esfuerzo por sostener nuestra dignidad ante la violencia imponente del Estado sin perder lo que somos, nuestra humanidad. Ahí está la verdadera historia, como espacio habitable para esta comunidad de personas heridas, lastimadas hasta lo indecible, que revela la auténtica fuerza del perdón, que no consiste en la disculpa y el olvido, sino en la inexplicable, por excesiva, capacidad de crear los vínculos que nos permitan ser humanidad.
«No nos moverán» mueve profundamente, como dijo una de las primeras espectadoras de la película, y nos mueve a ser más verdaderamente lo que somos, personas humanas, personas hermanas. La película es así una celebración de la humanidad que puede recrearse en medio de sus dolores, compartiendo sus intentos y fracasos convertidos en ocasión de comunión.