La fractura del alma: El abandono del alma hoy y su necesidad de atenderla

Por Mónica Loyola. Académica del Centro Universitario Ignaciano del ITESO 

Me parece fascinante la condición humana. El cuerpo que tanto atendemos y el mundo interno que cada uno lleva como va pudiendo… tan rico, tan complejo, tan conflictivo, con tantos recovecos por explorar y tan abandonado. Hoy en día, en la época actual y en el llamado “mundo occidental”, vivimos sin la certeza de que realmente exista el alma, o, si la tenemos, estamos confundidos y no sabemos muy bien qué hacer con ella. Lo que sí sabemos es cuando nos sentimos fragmentados o “rotos” por dentro. Es aquí, cuando duele el alma, que podemos reconocerla, sentirla, y con suerte atenderla.

En definitiva, en la sociedad actual ha habido cambios fuertes y evidentes que han impactado necesariamente en la persona ocasionando desasosiego, malestares vagos, ansiedad al por mayor, trastornos mentales, cada vez más y a más temprana edad.  He observado en muchos adolescentes y jóvenes con los que me ha tocado convivir desde mi trabajo por más de 20 años, un manejo de la frustración cada vez menor, ataques de ansiedad cada vez más visibles y continuos, autolesiones y daños a su persona presentes de muchas maneras, el sin sentido expresado abiertamente, los pensamientos de desesperanza y muerte muy presentes y el agotamiento sin razón marcando su día a día, por lo que me he cuestionado tratando de encontrar respuestas: ¿qué es lo que realmente está ocasionando esto y cómo se puede atender desde la raíz?

Las grandes ciudades con acceso ilimitado al internet, están llenas de ruidos, necesidades creadas y falsas ideas de lo que puede llevarnos a una vida plena. El contexto en el que nos encontramos está marcado por un excesivo consumo, no solo de productos, sino también de información, imágenes, noticias, series, reels, que enajenan y asfixian sin que estemos del todo conscientes de ello. Además, está la presión interna del exceso de posibilidades y la frustración por no poderlo todo cuando se nos muestra por muchos medios que “todo se puede” pero, ¿a qué costo?  No podemos no elegir, pero tampoco elegimos lo que queremos porque muchas veces el querer no es propiamente nuestro. Los deseos que nos mueven no son auténticos. ¿En qué momento nos detenemos para dialogar con nosotros mismos respecto a lo que queremos?, ¿cómo asumimos las presiones de la posibilidad y de las expectativas?, ¿qué tanto deseamos en lo profundo lo que buscamos?

Vivimos en un tiempo repleto de imágenes, enajenados con los sobreestimados aparatos electrónicos. Somos esclavos del mercado, de la comparación con los demás, de las máscaras que presentamos y de una búsqueda inagotable del tener y alcanzar. El malestar se hace presente, las drogas y las pastillas para controlar las emociones y el dolor son cada vez más consumidas. El silencio abruma, se evita porque “no queremos pensar”, no sabemos qué nos está pasando y es preferible hacer algo, cualquier cosa, para seguir funcionando en este sistema. Pero la máquina interior se ha averiado, se evidencia un interior lastimado, la manifestación más clara de ello es el aumento exponencial de los trastornos de ansiedad, de depresión y del síndrome del agotamiento crónico, entre otros. 

Parte del pensamiento de Sören Kierkegaard me da algunas pistas para entender la fractura interna en nuestro ser. Él afirma: “el yo es la relación consigo mismo, es una síntesis entre finitud e infinitud, el yo es la elección radical y auténtica del individuo, implica conciencia, espíritu, interioridad y libertad para irse eligiendo a sí mismo de manera auténtica” y elegirse  puede generar angustia existencial, la cual, en vez de ser negativa, trae posibilidades. Me pregunto entonces, ¿somos realmente libres en este contexto?, ¿vivimos la interioridad?, ¿hay conciencia de quiénes somos, lo que buscamos y queremos?, ¿nos elegimos auténticamente?, ¿permitimos la angustia que esto genera? La relación con uno mismo, la síntesis, parece dañada.

Observo en los estudiantes con los que he trabajado y en mis propias vivencias y relaciones que, cada vez más, nos vivimos con una relación pobre y corta con los demás, con nosotros mismos y con Dios, evadimos el diálogo interno, la angustia por su incomodidad, cuando ésta nos lleva a ser auténticos y más libres por todo lo que podemos descubrir en el conflicto interno. Por el contrario, al evadirla, aumenta la ansiedad que aparece como en una olla de presión, donde se siente asfixia y se prueba la sensación de muerte que asusta; ante ello, se recurre a los medicamentos, las drogas y el exceso de trabajo u ocupaciones que ocultan lo más profundo, la angustia que debe comprenderse y que nos puede llevar a responsabilizarnos de nosotros mismos y de elegirnos auténticamente. 

Estamos viviéndonos con una pobre vivencia de la espiritualidad, aquella que nos vincula con lo infinito, con Dios, por lo que nos convertimos en lo que Kierkegaard llama “máquina parlante”. Él habla en su libro La enfermedad mortal de la desesperación irreflexiva como una enfermedad del espíritu, como una alienación y desajuste interno, como una desconexión  del yo en su relación con los demás y con Dios. Leo lo que Kierkegaard expone sobre la desesperación y lo vinculo necesariamente con los trastornos de ansiedad actuales que se entienden y se tratan como un asunto físico y emocional, pero que desde lo que yo miro, viene de más profundo. Lo emocional, lo espiritual, lo físico, no está separado, somos una totalidad en relación. La falta de autenticidad que el individuo actual vive entre filtros, pantallas, muestras fragmentadas de la realidad en las redes sociales, y la incapacidad para aceptar la verdadera identidad puede enfermar el espíritu y generar ese malestar que rompe con la paz interna y el vínculo con los demás y con Dios. 

Actualmente se “somatiza” de muchas maneras, manifestando en el cuerpo dolores emocionales, psíquicos, que están mal manejados, ignorados o evadidos, ¿será que los dolores no solo son emocionales sino relacionados con el vacío existencial?, ¿será que el cuerpo enferma para poder sentir el alma? 

Byung-Chul Han da otra perspectiva que ayuda a entender esta fragmentación interna. Él hace una crítica profunda de la sociedad contemporánea afirmando que el exceso de posibilidades a las que el sistema nos hace creer que podemos acceder actualmente y el discurso imperante del “sí se puede” ha llevado a la sociedad a un agotamiento excesivo mental y físico, hay demasiadas presiones para poder conseguir lo que el sistema capitalista “ordena”, y esto enferma al cuerpo y a la mente ya que lo que se genera dentro de sí mismo es violencia. Nos auto-explotamos y, aun así, nunca ajusta, siempre habrá algo más que alcanzar. Byung-Chul Han analiza otra dimensión de la sociedad actual impactada por los medios digitales, se vive la cultura del “me gusta” buscando homogenizarnos cada vez más, pensar parecido, ver las mismas cosas, repetir patrones, videos… ser lo más iguales posibles, porque la diferencia incomoda, afecta, duele, y en estos tiempos se ha generado una evasión al dolor en todos los sentidos. Cuando la otredad se extingue nos ahogamos y fusionamos en sí mismos. La repulsión a la negatividad, a la otredad se hace visible en las redes sociales, en los filtros de las fotografías la imperfección se elimina, pero con ello también el ser auténtico. 

Sumado a lo anterior, Hartmut Rosa quien analiza también el contexto actual, afirma que no solo estamos agotados, sino que vivimos en un sin sentido. El hipercapitalismo actual nos somete, nos acelera y nos aliena, todo se vuelve efímero, todo pasa y nada permanece. Nuevamente, el vacío se hace más grande, la perdida de relación con los demás y consigo mismo se diluye. Si queremos poner el mundo a disposición nuestra, la relación será agresiva y alienada. 

Rosa acuña un término muy revelador, la resonancia o responsibidad como la esencia del ser humano, lo que hace “resonar el corazón” o “sentir el espíritu”. Dejarnos afectar por los demás, por las cosas que nos rodean, responder de manera eficiente, empática, permitirnos que una experiencia, persona o relación nos transforme y, por último, soltar, esperar que suceda la sorpresa de la vida sin quererlo controlar todo llevará a la resonancia. En las redes sociales las relaciones se vuelven falsas, producidas, planificadas. Rosa afirma que la actual psicocrisis se debe a una aceleración y alienación con el mundo que nos rodea, la ruptura de vínculos que ha hecho que el mundo se vuelva mudo. Sentir en lo profundo, dejarnos conmover y afectar, hacer vínculo, todo ello podrá ayudar a reestablecer la factura interna. 

De acuerdo con los autores mencionados y con mi propia lectura de la realidad, habrá que permitir detenernos y atender nuestro mundo interno, construir el yo auténtico que trascienda lo efímero, lo finito. Vivir la resonancia, dejar de consumir tantas imágenes de dos dimensiones y abrirnos al encuentro auténtico con la Vida, permitiendo y reconociendo la riqueza que hay en la diferencia, contemplar más para encontrar lo sagrado en lo cotidiano y frenar la aceleración con la que vivimos. 

Es necesario trabajar la interioridad y recuperar nuestra relación con Dios abriéndonos a lo eterno. Es necesario un despertar espiritual y un enfrentamiento radical con uno mismo que se puede llevar por medio de la angustia y escuchar lo que tiene que decir de nosotros mismos, sin anestesias. La solución a los problemas de ansiedad y otros relacionados no está en tapar los síntomas con medicamentos o aprendiendo a respirar para controlarlo. Busquemos elegirnos auténticamente, integrarnos, y hacer síntesis, reconocernos con un alma que habita en cada uno de nosotros y atenderla de manera urgente para poder salir al encuentro.

Referencias

Han, Byung Chul, La sociedad de la transparencia, Herder, Barcelona, 2013.

Han, Byung Chul, La sociedad del cansancio, Herder, Barcelona, 2017.

Kierkegaard, Sören, La enfermedad mortal, Trotta, Madrid, 2008.

Rosa, Hartmut, Remedio a la aceleración, Ned Ediciones, Barcelona, 2019.

Rosa, Hartmut, Resonancia. Una sociología de relación con el mundo, Katz, Buenos Aires, 2009.

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