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Búsqueda espiritual, misticismo y psicoterapia

En estos días, las técnicas o los modelos de la psicoterapia que nos permiten tener un diálogo sobre los cambios o procesos observables son relevantes y trascendentes en el crecimiento de la especialidad y en el conocimiento del funcionamiento de la mente humana y de la persona tratante. Pensemos que, a mayor conocimiento, es mayor la eficacia y la eficiencia, y en términos de salud mental es menor el sufrimiento.

Existen algunos principios de la psicoterapia, como la alianza o el enganche, que aumentan la probabilidad de generar un cambio en la persona. De manera resumida, estos principios se refieren a la posibilidad de tener una relación de confianza con el paciente y no sólo ser experto en algún enfoque (humanismo, psicoanálisis, conductismo, sistémico u otros). También se conoce que una parte del cambio no depende solamente de la sesión en la psicoterapia, sino de la vida misma.

Carl Whitaker, psicoterapeuta estadounidense, decía que “la vida es terapéutica”. En ese sentido estos principios pueden ir de la mano con la búsqueda espiritual de los seres humanos, quienes al encontrar respuestas auténticas tienen una visión diferente de su existencia y logran hacer cambios significativos.

Esta columna pretende reflexionar sobre las convergencias entre la psicoterapia y la búsqueda espiritual a través del misticismo, como un principio que abona al cambio en las dinámicas psicológicas de las personas.

La psicoterapia y la experiencia mística–religiosa

En principio, podemos describir al proceso de búsqueda espiritual como una necesidad de la persona para responder al sentido de su vida y su relación con lo trascendente basado en experiencias místicas, pero ¿cómo podemos definir las experiencias místicas?

Juan Martín Velasco, en su libro El fenómeno místico, lo explica como un término que se introduce en el vocabulario cristiano a partir del siglo III d.C. En términos generales, lo vincula a experiencias “interiores” que señalan la unión de la persona con el todo, con el universo y con Dios. Desde esta perspectiva ¿qué pasará a los procesos psicológicos al tener una experiencia mística desde las diferentes tradiciones religiosas?

Una respuesta pudiera ser referirlos como rituales, los cuales, en palabras del psicoterapeuta Esteban Laso, son momentos significativos, con un contenido pregnante de sentido inefable, que relativizan las dinámicas cotidianas e identitarias desde un conocimiento no científico positivista.

En la religión católica se han dedicado vidas enteras para explicar el misticismo mencionado anteriormente. Algunas referencias son san Juan de la Cruz o santa Teresa de Lisieux. A esas experiencias se añade un método, como el discernimiento ignaciano, que, al basarse en el silencio y la reflexión del Evangelio, permite que las dinámicas automatizadas o los apegos “inconscientes” salgan a la luz para elegir “la bandera” del bien y no sólo seguir las tentaciones.

Por otro lado, el orígen del budismo zen es cercano a la contemplación y a las experiencias místicas a través de una práctica enfocada en la subjetividad, con base en la cultura asiática (así lo dice el D.T. Suzuki en el libro Budismo zen y psicoanálisis). Los católicos se han inspirado en esta propuesta y la han vinculado con algunas líneas del cristianismo para una oración más armónica con la actualidad, lo que permite una experiencia profunda que lleva a entender la vida de manera diferente.

A propósito de la visión ecuménica, Javier Melloni, S.J. en No lugar del encuentro religioso, reúne ensayos sobre diferentes tradiciones, entre ellas la visión de los judíos y su reflexión sobre sus escrituras, o la de los islamistas desde las acciones de los derviches; también sobre la religión hindú en el entendimiento profundo de sus principios. El autor propone buscan el “no–lugar” del encuentro religioso, que grosso modo se refiere al reto del crecimiento personal desde el sentido profundo de las prácticas religiosas y no dejarse dividir por las construcciones superficiales; es vivir la vida y padecerla con todas sus vicisitudes.

La psicoterapia y la relación con experiencias místicas de la cultura indígena

Las tradiciones indígenas, como las ceremonias del hongo teonoanácatl, también conocidos como ‘niños santos’, mostradas al mundo occidental por María Sabina (mujer de la tradición mazateca, investigada y difundida por Robert Gordon Wasson), abren una posibilidad para que las personas elijan sanar temas personales, encontrar nuevas respuestas ante la realidad o vivir experiencias místicas y de desarrollo humano desde otra perspectiva cultural.

No es algo tan sencillo o simple este camino. Los rituales indígenas se alimentan de una serie de dinámicas, cantos o estructuras que permiten contener las visiones en un espacio seguro, más allá del consumo de la sustancia o como una aventura psicodélica. Comprender el contexto de la tradición y el respeto por el Mundo, evitar la “autoexplotación” de sí mismo o la simplificación de la experiencia, como lo hizo la cultura hippie de los años sesenta, en la búsqueda de la satisfacción (sin un trabajo previo de disciplina que permita una conexión con lo trascendental).

En resumen, al relacionar el misticismo y la psicoterapia podemos pensar que las experiencias espirituales auténticas (referidas en las religiones desde diferentes culturas bajo diferentes lenguajes y métodos) permiten a la persona ver de una nueva manera su condición y, desde esta noción de unión con la vida, se pueden relativizar las experiencias relacionadas con el sufrimiento psicológico y permitir la vinculación compasiva consigo mismos/as.

Estaban Laso lo explica como la capa más profunda de la identidad personal. Por ejemplo: en lugar de vivirte como una persona en constante conflicto y percibirte como alguien merecedor del rechazo, al tener la experiencia mística puedes vivir la compañía y el cariño, así como el efecto negativo que genera la tristeza ignorada; esto te puede motivar a buscar nuevas experiencias y alejarte o transformar la dinámica de las relaciones que alimentan el desamor y el rechazo. Con esta nueva pauta personal disminuyen los juicios descalificadores o amenazantes y le permite a la persona una conexión más armónica.

De tal manera que podemos hablar de un orden complejo, como los estados místicos basados en las diferentes tradiciones (indígenas, judías, hinduistas, islámicas, entre otras), logrados a través diferentes acciones como ceremonias, el silencio, la contemplación o la reflexión profunda del ejemplo de Jesús y de cómo pueden influir en las condicionantes de la conducta o las relaciones que determinan ciertos comportamientos sintomáticos.

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