
Con motivo de los 450 años de la llegada de la Compañía de Jesús a la Nueva España, haremos un recuento de sus principales misiones en el Noroeste durante el periodo virreinal, y mencionaremos por qué en el último cuarto del siglo XVIII fueron atendidas por otras órdenes religiosas.

Los jesuitas fueron protagonistas centrales del segundo de nuestros procesos de mestizaje (de 1572 a 1767 y sus prolongaciones, que comenzaron con el exilio). Supieron entonces tejer, con creatividad y empeño, lazos vigorosos entre poblaciones separadas por la catástrofe civilizatoria que engulló a las sociedades prehispánicas.

Si el papel de quienes integramos la Iglesia es la de evangelizar, habrá que definir primero a esta tarea como la transmisión de la Buena Nueva, entregada por el Hijo de Dios, comprendida en el Evangelio y en la que se encuentran valores y contenidos a partir de los cuales estamos invitados a construir el mundo y su historia.

Para entender la evangelización hoy, no podemos hacerlo sin voltear a ver la pedagogía del acontecimiento guadalupano, que nos revela un camino de evangelización perfectamente inculturado e integral, porque nos muestra los elementos que reflejan la amorosa pedagogía de Dios.

Las alternativas para profundizar y replantear la actividad misionera de la Iglesia que se abren a partir del Concilio Vaticano II son múltiples y llenas de posibilidades y, ha puesto de relieve que las semillas del Verbo están presentes en cada cultura del planeta.

«Vivo en tiempos sombríos». Aunque posiblemente no empleen las mismas palabras, no es difícil constatar que se trata de una expresión que la mayoría de los jóvenes hoy en día suscriben sin dificultad.

¿Y podrá usted perdonarme? Fue la pregunta que el sicario, que acababa de asesinar a Pedro, Javier y Joaquín, le hizo a Jesús Reyes, el tercer sacerdote jesuita que servía en la Iglesia de San Francisco Javier, en Cerocahui, municipio de Urique en la Sierra Tarahumara.

Al conmemorarse los 50 años de la institución del Sínodo de los obispos, el papa expresó en su discurso que «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».

Diversas voces y experiencias en el mundo nos han marcado un punto de partida: queremos ser una Iglesia sinodal. El papa Francisco, en su ministerio de procurar la unidad, ha recogido esta aspiración común y la ha propuesto como un camino que hemos de empezar a recorrer.

En febrero de 2020, sin saber las dimensiones de la tormenta que se venía sobre nosotros, y sin aún medir las consecuencias que tendría la pandemia, estábamos preparando el camino para la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.