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El ayer y el hoy de las misiones jesuitas

Dedicado a Joaquín Mora, S.J. y Javier Campos, S.J. y a todas esas personas que en el trabajo silencioso y constante han entregado su vida a caminar junto a los pueblos indígenas.
… los indígenas recibieron ecuménicamente a Jesucristo, al pobre Jesús que hace milpas milagrosas, hijo de María la experta, como mujer completa, en cuidar a su hijo y en hacer las mejores tortillas.
Porque sólo inculturado podía entenderse al Jesús que desmañadamente presentaron los misioneros.
Alfredo Zepeda, S.J., Radio Huayacocotla

En búsqueda de las semillas del Verbo

Las alternativas para profundizar y replantear la actividad misionera de la Iglesia que se abren a partir del Concilio Vaticano II son múltiples y llenas de posibilidades. En este evento eclesiológico, que tuvo lugar hace más de 50 años, se ha puesto de relieve que las semillas del Verbo están presentes en cada cultura del planeta, es decir, cada pueblo encarna sitios de verdad y presencia evangélica en su propia historia.

Entre los primeros seguidores de Jesús la evangelización, entendida como el anuncio y la transmisión, no sólo oral, sino vivencial de la Buena Noticia, fue un impulso fuerte e inspirador que ha dotado de vitalidad a los seguidores de Jesús. Hay una energía vivificante que emana del acto de «salir» hacia nuevos territorios en la vocación de las mujeres y los hombres misioneros.

El impulso misionero (en continuidad con la tradición paulina) devino en personas peregrinas que, en solitario o en comunidad, han explorado aldeas desconocidas, y territorios donde han buscado dar a conocer el mensaje de Cristo. Más aún, este movimiento de salida pronto generó lugares donde los misioneros, una vez que arribaban a estos sitios desconocidos se establecían en el acampado, en las afueras, en los márgenes de la civilización. Así, emergen centros de misión, que mantienen vínculo y tensión entre lo que sucede en el «centro y la periferia», al interior del cristianismo. Por lo tanto, la ecclesía (asamblea, por su significado en griego) disgregada o en dispersión comienza a encontrar su propia voz de anuncio dentro de la Historia.

Ahora bien, en la historia de la Iglesia, dicho grosso modo, el misionero y los centros de misión también han estado ligados a la expansión de la cristiandad. Sitúo esta afirmación en el siglo XV, sin detenerme en los detalles históricos, es visible la conformación cada vez más estructurada y organizada de las misiones ligadas a la empresa de colonización. Las misiones se convierten en centros de salida colocados en las periferias (respecto de Roma y el papado) del cristianismo hasta entonces conocido. En ese sentido, se entiende la cristiandad asociada a la estructura civilizatoria político-religiosa que se había creado en los reinos europeos, donde el cristianismo se había arraigado o sintetizado en una matriz cultural particular.

De esta manera el descubrimiento de nuevos territorios por parte de los reinos europeos llevó consigo la salida de grupos numerosos de misioneros, que, ligados o asociados con la encomienda de la colonización, zarparon hacia nuevos territorios para transmitir una noticia buena. De algún modo, ayudar a estos «nuevos» sitios ligados política y culturalmente a los centros de civilización europeos demandaba un esfuerzo de conocimiento sobre estos desconocidos espacios y entornos culturales.

Las misiones se convirtieron pronto en sitios de intercambio y también, en cierto modo, de influjo cultural sobre los pobladores de estos territorios descubiertos*. Por lo tanto, las misiones se pueden entender como nodos de organización de actividades y espacios de vinculación entre territorios lejanos y personas desconocidas: espacios de encuentro entre los diferentes. Aunque también, desde la crítica colonialista**, las misiones se conciben como sitios de dominación que operan bajo los intereses del imperio europeo, donde la Iglesia estaba entreverada con los mecanismos de ordenamiento de los nuevos territorios.

*El filósofo latinoamericanista Enrique Dussel (citado por Losada, Jhon Jairo) habla de este proceso de descubrimiento como el “encubrimiento” de la cristiandad sobre la cultura originaria de los pueblos. Una vez que estos se han independizado de los reinos europeos, les es posible retornar a algún sitio originario para redescubrirse como una vivencia de liberación.
** Crítica que ha sido desarrollada principalmente a lo largo del siglo XX.

Ahora bien, doy un salto temporal considerable hacia la independencia política en el siglo XIX y XX de las colonias en Latinoamérica. Una vez que los pueblos colonizados han logrado la liberación política, se vuelve pertinente replantear el horizonte y el punto de partida del anuncio de la buena noticia; como un dinamismo liberador y así, acercarlo al énfasis que tenía en los orígenes de los seguidores de Jesús. Es decir, cuál es el nuevo flujo del Espíritu de la época, bajo el cual es necesario dejarse llevar para reorientar y actualizar la actividad misionera que retome la frescura del anuncio de Cristo. Sobre este planteamiento se fraguan las reflexiones que brotan de la misionología del Concilio Vaticano II.

En estas décadas de postconcilio hay un intento por resituar el trabajo misionero desde una comprensión más amplia de la fe en diálogo con el mundo contemporáneo. Por ello, se entiende y se actualiza el trabajo de las misiones bajo la perspectiva de que en cada cultura y pueblo están depositadas las semillas del Verbo (semina verbi en latín), como elementos de verdad propia/originaria. Dicho de otro modo, cada cultura contiene ciertas dosis de verdad evangélica que el anuncio de la Buena Noticia desconoce, saberes de los pueblos en los que cada misión necesita detenerse para dejarse admirar por una belleza propia-autóctona, y a la vez otra. En síntesis, la sabiduría del Evangelio emerge en la presencia de la vida del Otro.

«La Compañía de Jesús, desde sus inicios en el siglo XVI, ha tenido una vena claramente misionera en la que destaca la creación y la organización de estructuras y plataformas misionales”.

Entre la autonomía y la autoctonía: fe y justicia

La Compañía de Jesús, desde sus inicios en el siglo XVI ha tenido una vena claramente misionera, basta conocer las historias emblemáticas de Francisco Xavier en la India, Mateo Ricci en China o Eusebio Kino en la California. Además de estos reconocidos personajes, destacan la creación y la organización de estructuras y plataformas misionales, donde la Compañía de Jesús antigua tiene un papel relevante, un ejemplo de ello son las Reducciones del Paraguay.

En estas coordenadas se puede ubicar el trabajo misionero de la Compañía de Jesús en México, a la que desde su llegada a la Nueva España en 1572 se le solicita colaborar en el servicio a los pueblos de estos territorios. La Sierra Tarahumara es un claro ejemplo de este deseo por salir a territorios que yacen en la distancia (respecto del centro de la Ciudad de México), donde por más de cuatro siglos, los jesuitas han caminado junto al pueblo rarámuri.

No obstante, esta larga tradición de presencia, acompañamiento y anuncio del Evangelio de la Compañía de Jesús entre pueblos indígenas en México, a partir del Vaticano II se recibe como un mensaje claro y contundente de aggiornamento del trabajo misionero. Esto quiere decir, que el trabajo clásico de las misiones que se entendía como un proceso de integración/asimilación de los pueblos bárbaros/inhóspitos hacia los cánones o códigos de la civilización y cristianismo europeo necesita ahora replantearse. Se intenta configurar una nueva presencia misionera para captar el sentido profundo de la evangelización en las tierras de frontera.

Actualmente, el acompañamiento de jesuitas misioneros con pueblos indígenas tiene lugar en los estados de Veracruz, Chihuahua y Chiapas. En Chiapas se localiza la Misión de Bachajón entre los pueblos tzeltales, y la Parroquia de la Santísima Trinidad que camina junto a los pueblos tzeltales, cho’les y zoques. En Veracruz hay dos nodos de organización, Radio Huayacocotla que comparte su voz entre pueblos náhuatl, otomí y tepehua, y la Parroquia de San Miguel Arcángel en Tatahuicapan con pueblo el náhuatl y popoluca, y, finalmente, en la misión de Tarahumara junto a las comunidades rarámuris.

¿Qué quiere decir la presencia de los misioneros entre los pueblos indígenas hoy? En esta reconfiguración la Compañía de Jesús entiende su quehacer evangélico en términos de un trabajo por la fe y la justicia*. La justicia que busca ampliar la conversación cultural, acepta, valora y promueve otros modos de vida y, al mismo tiempo, busca vías de traducción de la vida antigua de los pueblos indígenas que sintonicen con el Espíritu de la época, es decir, que les permita encontrar y mantener su propio sitio en medio de la trama homogeneizadora de la globalización.

* Así se plantea el quehacer vital de la Compañía de Jesús en la Congregación General XXXII realizada en 1975.

Las misiones jesuitas en Chiapas, Chihuahua y en Veracruz (y estados circunvecinos) reajustan su trabajo en términos de valoración por la vida encarnada de los pueblos, en cuya circunstancia está depositada una forma de mirar que se hermana y se entreteje con la Creación, que articula su ritmo de vida y convivencia con la Madre Tierra. Otro elemento de las misiones jesuitas es el rescate/resistencia de la posesión de la tierra, es decir, la defensa de los territorios en las zonas refugio donde aún no llega el influjo del Estado. Los territorios donde han quedado los pueblos indígenas están marcados por su belleza y exuberancia natural (selvas, bosques, montañas), pero también por una forma de pobreza estructural que coloca a las comunidades en un lugar de vulnerabilidad respecto de los intereses de quienes arriban desde la exterioridad (los colonizadores en el pasado, en la actualidad los grandes proyectos extractivistas de minería/turismo/proyectos energéticos, etcétera).

Foto: Padre Enrique Mireles S.J en Tarahumara, © Mónica Cisneros

Apoyar a las comunidades a mantener su propio vigor cultural es vital, sobre todo en medio de un ambiente nacional y global hostil. Históricamente, los pueblos indígenas habían ido quedando en zonas «refugio»**, donde han podido mantener formas propias de organización y vida colectiva, ahí encontraron recetas que los resguardan del amenazante colonizador/integrador a un solo flujo civilizatorio. En ese sentido, muchas de las tierras donde habitan quedaron en manos de latifundistas que se las apropiaron y dejaron a las poblaciones indígenas como trabajadores agrícolas de parcelas que antes pertenecían a las comunidades, es decir, como desposeídos***. A esto se debe el llamado de las misiones jesuitas hacia la búsqueda de la restitución de los bienes que les fueron desapropiados de diversas maneras en el pasado colonial y poscolonial. La restitución de sus tierras como un camino de anunciar y hacer vida la justicia que emana de la fe en Cristo.

** Como comenta el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán en su obra sobre las Regiones Refugio.
*** Desde este contexto y otros pormenores que no se mencionan en este artículo se entiende el levantamiento zapatista en Chiapas en 1994.

Bachajón y Radio Huayacocotla son dos nodos misionales que apoyaron la recuperación de las tierras de muchas comunidades tzeltales y otomíes. Se posicionaron contra la acumulación de cacicazgos y latifundios que laceraban la dignidad de la vida humana. Estas misiones han fomentado la organización comunitaria y se han posibilitado los andamiajes jurídicos que promuevan la defensa de los derechos humanos, como el caso del Centro de Derechos Indígenas A.C. (cediac) en Chiapas. La misión de la Sierra Tarahumara también ha desarrollado esta estrategia de defensa del territorio frente al Estado y otros actores a través de la creación de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos ac (cosyddhac) hace varias décadas.

«Ha habido un llamado de las misiones jesuitas hacia la búsqueda de la restitución de los bienes que les fueron desapropiados de diversas maneras en el pasado colonial
y poscolonial”.

La cercanía con las comunidades indígenas implica un conocimiento detallado y pausado del tejido cultural que está presente en la vida de los pueblos. Por ello, jesuitas en las misiones dedican tiempo y esfuerzo en adentrarse en el uso cotidiano de las lenguas locales (un ejemplo de ello es la traducción de la biblia al tzeltal, o aprendizaje del otomí o rarámuri), en reconocer las costumbres que animan los cargos comunitarios, cuyo reparto está bajo la tutela de las asambleas y las autoridades comunales, y en dar soporte a las personas que organizan las múltiples y vívidas fiestas patronales. Desde las misiones se reconoce que la fiesta es el soporte comunitario que nutre y entreteje la vida de los pueblos, es central dar cauce a los diferentes senderos que toman las festividades.

La exterioridad integradora del flujo de la globalización galopa para que estos pueblos puedan «occidentalizarse» y, de algún modo, unificarse al compás de rasgos monoculturales que se imponen desde los centros metropolitanos. Actualmente las misiones jesuitas en México, situadas en un nuevo escenario global, no trabajan para que las comunidades se adhieran con fidelidad a la formalidad de los sacramentos estipulados bajo los cánones romanos, sino por la resistencia que recrea, junto a los pueblos, los propios espacios de sacralidad. Es decir, la misión posibilita la emergencia y estructuración de Iglesias locales, fraguas rituales y cánones propios-autóctonos que permiten expresar su particular vivencia de Dios. Así, se entiende la iglesia autóctona en Bachajón y en la Arena, en sintonía con la ruta emprendida por la diócesis de San Cristóbal de las Casas.

De este modo, la evangelización y la presencia misionera es una vía para mantener viva la relación entre pueblos que danzan al compás de su música, en su idioma, en su ritual local que se teje con la religiosidad católica que ha quedado impregnada en el imaginario de la gente. Los misioneros hacen un esfuerzo por que el cristianismo católico no sea tan generalizable e idéntico a los otros cristianismos, más bien para que el seguimiento de Jesús sea más localizado en la tierra concreta, contextualizado en una historia particular, y que la Palabra (el Verbo) deje anunciarse desde la riqueza que brota del pueblo indígena.

Entonces, la presencia durante las últimas décadas de jesuitas entre pueblos indígenas en México ha tenido muchos matices donde se concreta la actividad misionera, a saber: estudios de las culturas y lenguas, desarrollo de proyectos económicos y productivos (como el caso de Capeltic, cooperativa de café orgánico, empresa de economía social y solidaria), liberación del sometimiento de múltiples cacicazgos, acompañamiento en la reapropiación de las tierras, fortalecimiento de sus costumbres a través de centros culturales y formación de maestros locales rarámuris, construcción de medios de comunicación como la radio, conformación de pastorales indígenas contextualizadas, etc.

Foto: Cafetales en Chiapas del proyecto Capeltic, © Oficina de Comunicación Institucional del ITESO

La encrucijada de la reconciliación: migración, jóvenes y narcotráfico

Ahora bien, como colofón es pertinente mencionar que se abren desafíos en el acompañamiento a estos pueblos en la coyuntura del México actual. Sobre todo, en tres elementos concretos: Migración temporal o permanente de personas de comunidades indígenas a contextos urbanos, el traspaso intergeneracional de las tradiciones y la amenaza constante de grupos asociados al narcotráfico.

Hoy día la migración de personas indígenas a diferentes ciudades es un fenómeno creciente. De forma personal, familiar o vecinal las comunidades han ido tejiendo múltiples redes entre sus comunidades y actividades económicas fuera de su territorio. Puede ser como jornaleros agrícolas itinerantes (en los estados de Sonora, Sinaloa o Guanajuato), trabajadores de la construcción o amas de llaves. Muchas personas han encontrado en las comunidades posibilidades de dinamizar sus economías por este medio.

En ese sentido, la transmisión de la vida comunitaria a las nuevas generaciones se vuelve un desafío importante, puesto que en este tejido migratorio se gestan hibridaciones culturales que entremezclan diversos modos de solventar la vida práctica. En ocasiones, para los jóvenes indígenas la vida de la comunidad, asociada a lo antiguo parece distante o poco atractiva frente a lo «exterior». Cada cultura, va fraguando sus propias síntesis, entre la autonomía de lo minoritario y la seducción de lo que se va imponiendo desde las pantallas de la exterioridad. Las fiestas, los cargos comunitarios, el uso de la lengua, las asambleas o la repartición de tierras va acoplándose en el uso cotidiano de los vertiginosos medios de comunicación (ya han arribado a las comunidades caminos, antenas y pantallas).

«La evangelización y la presencia misionera es una vía para mantener viva la relación entre pueblos que danzan al compás de su música, en su idioma, en su ritual local que se teje con la religiosidad católica que ha quedado impregnada en el imaginario de la gente”.

Algunas misiones como Radio Huayacocotla, han puesto los medios para seguir los caminos migratorios de los pueblos en su exploración hacia las ciudades. El proyecto se vincula con asociaciones donde se pueden gestionar visas de trabajos temporales en organizaciones no lucrativas que favorecen contratos y laborales justos en Estados Unidos. Se exploran alternativas económicas en la migración, a la vez, se procura mantener un vínculo comunitario estrecho a través de las asambleas y los cargos comunitarios rotativos. Queda abierta la pregunta sobre cómo conciliar estas formas ancestrales que mantienen vivo lo comunitario y a la vez, articularse a las nuevas reglas del juego que permiten dinamizar económicamente los pueblos sin perder su ser propio.

Finalmente, la llegada de organizaciones ligadas al narcotráfico desde hace décadas está permeando prácticamente todos los territorios donde residen las comunidades indígenas. Estas organizaciones influyen perniciosamente en la vida de las comunidades, en todos sus sentidos. Cooptan a las asambleas, amenazan a las autoridades locales, vigilan cualquier movimiento u anomalía y, sobre todo, ejercen su ley sobre cualquier persona. La paz y la armonía de la vida de las comunidades se trastoca violentamente por incidencias arbitrarias, injustas y atroces. La violencia estructural nos deja, junto a las comunidades, en silencios prolongados y mares de incógnitas que atisban a dejarnos en la inmovilidad de la desolación. No obstante, la reconciliación entre esta fractura llama a seguir buscando vías de reconexión ante la amenaza de estos grupos armados.

Finalmente, es posible verse tentado a que el anuncio de Cristo quede entrecortado o desdibujado. Se anuncia y se resiste al mismo tiempo, sin embargo, el anuncio no ha quedado enmudecido. Las misiones jesuitas en México buscan los vehículos culturales que conecten con la sacralidad viva y dinámica de los pueblos, se continúa el prolongado diálogo con las comunidades, se construyen puentes interculturales para sincronizar la vida práctica y la vida celebrativa. Los pueblos indígenas son los maestros del evangelio, es ahí, en su vida, donde yace un manantial repleto de semillas del Verbo que pueden ayudar(nos) a fecundar la invitación eclesial de ver nuevas todas las cosas en Cristo. 

Para saber más: 

Aguirre Beltrán, Gonzalo, Regiones de refugio: El desarrollo de la comunidad y proceso dominical en Mestizo América. México: Instituto Indigenista Interamericano, 1967.

Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús. Madrid: 1975.

Losada, Jhon Jairo, “Los estudios poscoloniales y su agenciamiento en el pensamiento crítico latinoamericano”, Criterios, Cuadernos de Ciencias Jurídicas y Política Internacional 4 (2011): 251-287.

Zepeda, Alfredo, La palabra alcanza lejos. Ciudad de México: Buena Prensa, 2021.

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