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¿Cómo entender la década del papa en la historia de la Iglesia?

La tradición no puede estar más que muerta si permanece intacta;
si una invención no la compromete para darle vida.
Michel de Certeau, La debilidad de creer

Una manera provocativa de percibir los cambios del catolicismo a lo largo de la historia consiste en analizar las parodias que sus opositores han confeccionado para criticarlo y hasta para ridiculizarlo.

En tiempos de la Revolución francesa, por ejemplo, circularon varios grabados anticlericales. Una escena muy recurrente mostraba a un campesino en harapos, encorvado, mientras carga en sus espaldas a dos hombres regordetes y amanerados: un noble y un sacerdote. El tópico se repite en otros grabados, en los que aparecen el noble y el sacerdote danzando alegremente frente a un plebeyo hambriento y humillado. Las imágenes delatan una crisis histórica de la Iglesia. Me refiero al momento en que dejó de ser aceptable que los miembros del clero fueran funcionarios del rey francés. Anteriormente, pastorear las almas era una acción asumida por los monarcas. Por eso, el clero era parte del gobierno. Sin embargo, la revolución y la teología católica de la Ilustración rechazaron eso. Propusieron, en cambio, la separación de lo espiritual frente a lo terrenal. La división entre el clero y el plebeyo, por ende, debía ser suprimida.

Unas décadas más adelante las caricaturas contra la Iglesia cambian. En el siglo XIX hay un brote de recelos contra las órdenes religiosas y, en especial, contra los jesuitas. Circulan ilustraciones de personajes en sotanas negras y bonetes exagerados, congregados alrededor de una mesa circular para tramar conjuras secretas. Otro grabado es muy elocuente: aparecen un refinado burgués hincado en el confesionario y, del otro lado, un jesuita que, a escondidas, teclea en un telegrama todo lo que está escuchando. Estas sátiras nos indican un contexto en el que los políticos liberales tenían sospechas contra los religiosos. A éstos se les consideraba amenazas a la nación, como una especie de espías que trabajaban para un gobierno extranjero. Y esto era así porque, en el siglo XIX, los religiosos predicaban en los púlpitos la obediencia absoluta al Soberano Pontífice. Los liberales temían que el papa se inmiscuyera en los asuntos de la nación. Está claro que se alude al preciso momento histórico en que resurge la autoridad moral del papa.

La primera mitad del siglo XX cambia de tono. Una caricatura ponía a un cura anciano con sonrisa malévola vertiendo rosarios y crucifijos en embudos incrustados en las cabezas de unos niños sentados sumisamente en sus pupitres. Por otro lado, un panfleto reproduce la imagen de mujeres que, en actitud dócil y hasta santurrona, se aproximan a los sacerdotes extendiéndoles gruesas bolsas de dinero. Las sátiras de este periodo, mucho menos decorosas que las anteriores, nos reflejan ya una circunstancia distinta. El énfasis está puesto sobre la manipulación de las conciencias, supuestamente orquestada por el clero.

Foto: © marzolino, Depositphotos

Durante esos años la autoridad de la Iglesia sobre la moral de los fieles podía llegar a ser desbordante, incluso hasta el extremo del autoritarismo. Así se ve reflejado, por ejemplo, en la formación espiritual de los laicos de la Acción Católica, como María Luisa Aspe lo ha estudiado en sus libros. Por supuesto, esta tendencia no era privativa de la Iglesia, pues lo mismo sucedía con los fascismos, por eso se llegaba a relacionar a la Iglesia con esas ideologías. Son tiempos, sin embargo, de fuertes críticas contra el ejercicio de toda autoridad.

La segunda mitad del siglo XX y las décadas transcurridas del XXI satirizan desde otro ángulo. ¿Cuántas películas no hay en las que la Iglesia, junto con otras instituciones, representa la represión sexual de la sociedad? Casi como si se siguiera un manual, se repite una y otra vez la misma objeción: la libertad sexual de las personas ha sido encadenada por la institución eclesiástica y es preciso salir de la Iglesia para romper esas cadenas. No es ninguna casualidad que la adaptación cinematográfica de la novela de Nikos Kazantzakis La última tentación de Cristo (1988) acentuara el erotismo y la sensualidad. Lo mismo se puede decir de la adaptación, estrenada en 2002, de la famosa novela de Eça de Queiroz escrita en 1875, El crimen del padre Amaro. En esta película los aspectos más escandalosos se relacionan estrechamente con la moral sexual, como el rompimiento del voto de castidad y el aborto.

No cabe duda de que toda parodia tiende a la exageración. Sin embargo, no están desprovistas de alguna dosis de realidad. Ciertamente proceden de las apariencias más obvias y superficiales de la Iglesia, pero, al fin de cuentas, visibles y presentes. Las parodias en torno al rigor moral sobre la sexualidad, en el fondo, corresponden también a una circunstancia histórica real. Se trata de los años que están en medio del Concilio Vaticano II y el papa Francisco.

Desde 1968 hasta 2013 el discurso oficial de la Iglesia estaba recargado hacia la moral sexual y a diatribas sobre la conducta privada de los fieles. Sin duda, había otros asuntos que también tenían mucha relevancia, como el combate al comunismo y la ortodoxia teológica. Sin embargo, desde la encíclica Humanae vitae de Paulo VI hasta el pontificado de Benedicto XVI se pusieron de relieve los pronunciamientos sobre el uso de los anticonceptivos, la castidad, la pureza de los matrimonios, los fines meramente reproductivos del acto sexual y lo inaceptable de las uniones libres o la homosexualidad. ¿Por qué se reaccionó de esta manera en esos años?

Ese medio siglo fue el escenario de una transformación que va más allá de la «revolución sexual». El movimiento hippie, el final de la censura en imágenes con desnudos, la descriminalización del aborto y la conciencia sanitaria de la epidemia del VIH/sida son algunos momentos elocuentes de esa transformación. Se trata de una circunstancia en la cual las generaciones jóvenes reclaman su independencia sobre sus propios cuerpos. En otras palabras: los individuos dejarían de depender de las reglas que otros ponen sobre sus cuerpos y empezarían a poner sus propias reglas.

«Desde 1968 hasta 2013 el discurso oficial de la Iglesia estaba recargado hacia la moral sexual y a diatribas sobre la conducta privada de los fieles».

Como lo explicó Luis Vergara Anderson en Cristianismo, historia, textualidad, esta transformación tuvo sus consecuencias para la Iglesia. Al igual que otros occidentales, los católicos de la década de los sesenta ya estaban reclamando esta independencia corporal. El Concilio Vaticano II convenció a muchos de que la Iglesia apoyaría también esa libertad. Muchos se entusiasmaron cuando se anunció que el papa Paulo VI, el gran consumador del concilio, se pronunciaría sobre el aborto y los anticonceptivos.

La decepción de las expectativas cayó desagradablemente cuando, en vez de apoyar la autonomía de los cuerpos, declaró su condenación en la Humanae vitae. Los restantes diez años del pontificado de Paulo VI fueron significativamente silenciosos. A partir de esta condenación los laicos que anhelaban esa autonomía corporal empezaron a guiarse por su propio criterio, en vez de los dictados papales, cuando se enfrentaban a un dilema moral sobre su sexualidad. Así fue como la autoridad de las enseñanzas morales de los papas sobre la conciencia empezó a perder fuerza.

Eso sucedió entre muchos laicos. Pero no en todos. La condenación sobre las diversas facetas de la liberación sexual sirvió para algo más. Aquellos católicos que no deseaban una Iglesia modernizada confirmaron sus propias convicciones tras esa condenación. Los siguientes pontificados (excepto por los sorpresivos 33 días de Juan Pablo I) no sólo conservaron la última postura de Paulo VI, sino que la promovieron activamente. Así fue como los fieles más conservadores pudieron sentir que sus suspicacias sobre el mundo moderno eran perfectamente compatibles con el Magisterio de la Iglesia.

«Se trata de una circunstancia en la cual las generaciones jóvenes reclaman su independencia sobre sus propios cuerpos. En otras palabras: los individuos dejarían de depender de las reglas que otros ponen sobre sus cuerpos y empezarían a poner sus propias reglas».

Sin embargo, llegó el año 2013. Sin ser muy temerario, bien puede considerarse un terremoto en la historia de la Iglesia. Pero no aconteció sin previo aviso. En vísperas de ese año aumentaba vertiginosamente la indignación por los casos documentados de abusos sexuales del clero. El desgaste físico de Benedicto XVI era un reflejo del desgaste de una Iglesia que parecía cada vez más envejecida. Esta sensación alcanzó a concretarse con los escándalos de información confidencial filtrada sobre la corrupción política, económica, jurídica, clerical y también sexual en el Vaticano. La presión no pudo contenerse más y tuvo que estallar con la renuncia del papa al ministerio de san Pedro.

Una situación desesperada no es sino un síntoma de una necesidad más grande. La figura del papa estaba necesitada de una renovación. El destacado vaticanista John Thavis considera que, en efecto, la renuncia de Benedicto XVI fue mucho más que una decisión extrema. Al dimitir del cargo, el papa le estaba permitiendo tener un rostro diferente a la figura pontificia. Hizo «posible que la Iglesia [viera] al papado de una forma nueva: no sólo como un cargo para los eclesiásticos de mayor edad que reinan hasta su muerte, sino como un oficio para líderes jóvenes que pueden elegir renunciar incluso antes de haber alcanzado los ochenta».

La situación que enfrentan los pontífices en el siglo XXI es plural, líquida, hiperacelerada, multimedial (por tantos medios de información que hay, como explica Edson Real SVD), por mencionar sólo unos de sus rasgos. Benedicto XVI acertó en terminar su pontificado de esa manera para anunciar a un pontífice distinto. El presente requiere un papado con nuevas capacidades de adaptación para cambios cada vez más tempestuosos.

Sólo podía subir a la silla apostólica un personaje tan repentino como la situación. La entrada inesperada del cardenal argentino estuvo llena de gestos que conmovieron a la gente. El nombre comprometedor que escogió, la austeridad de su apariencia, el discurso servicial que pronunció, la exclusión de la lujosa residencia, la preferencia del transporte público fueron pequeñeces con fuerza suficiente para atraer la mirada de los medios de comunicación masiva. Así empezó el «efecto Francisco», que perdió su rating conforme avanzaron los primeros años del papado. Pero, fuera de esa lógica consumista, estos gestos eran también las semillas de acciones más grandes que vendrían más adelante.

La frescura de la Iglesia, que siempre ha estado presente en ella, aunque a veces oculta y silenciosa, irrumpió en la fatigada Santa Sede. El teólogo suizo Hans Küng se preguntó si Francisco iniciaría una «Primavera de la Iglesia». Y quizás sí lo fue. Tan pronto como llegó, sobrevinieron hechos contundentes: las monjas dejaron de hacer trabajos serviles para los miembros de la Curia, los bonos cuantiosos que éstos recibían se suprimieron, se juntó un equipo de cardenales para atender colegiadamente los problemas más urgentes. En esto último, la prioridad fueron los casos de abusos sexuales del clero contra menores.

Foto: © Ana Carolina Escobar Arce, Cathopic

De inmediato se percibió un tono drásticamente contrastante en el mensaje del papa Francisco. La simplicidad de las palabras y las pocas referencias a aspectos moralistas lo diferenciaban de sus inmediatos predecesores. Ahora el mensaje se concentraba en la denuncia de injusticias, el respeto de la dignidad de los oprimidos, la alerta de los peligros de nuestra «cultura del descarte» y la urgencia de despertar la caridad en la Iglesia.

«Asimismo, la actuación de Francisco ante la guerra entre Rusia y Ucrania, todavía sin cese, ha contribuido a los intentos por construir la paz. Como el heroico papa Pío XI, que se esforzó por combatir los peligros de los fascismos, Francisco no ha vacilado en combatir las justificaciones de esta guerra».

Así fueron realizándose importantes acciones que trazarían una nueva ruta para la Iglesia. Las primeras que deben considerarse decisivas fueron sus visitas a migrantes refugiados en la isla de Lampedusa y en prisiones, así como sus discursos en que los defiende.

«Con este pontificado ocurrió un desplazamiento de enfoques: del enfoque en la moral sexual al enfoque en la ‘justicia social’».

En 2015 se publicó Laudato si’, su primera encíclica como tal (pues Lumen fidei realmente es de Benedicto XVI). Ahí se exhortó a los católicos a cuidar la Creación, que es la Casa Común, donde los primeros en padecer su destrucción son los pobres.

Más tarde llegaría la consolidación del proceso sinodal, en el que la Iglesia de Roma empieza a descentralizarse y a desclericalizarse. Esto repercutirá con la integración activa de las mujeres, los laicos y todos aquellos que se han sentido excluidos por las jerarquías. Como parte de este proceso, apareció la decisiva reforma de la Curia. Según la opinión común, la Curia Romana dejará de funcionar como una corte privilegiada y pasará a desempeñar su trabajo administrativamente.

Hay que destacar también la Exhortación Apostólica Amoris laetitia. El documento causó revuelo porque abría la puerta a que los católicos divorciados y vueltos a casar pudieran recibir la Eucaristía. En este caso concreto, la separación de Francisco de los enfoques de moral sexual de pontificados anteriores fue evidente.

Por otro lado, no se puede desestimar la importancia de la actuación del papa ante un acontecimiento que ha dejado honda huella entre quienes lo vivimos: la pandemia de covid–19. Para muchos católicos la pandemia fue interpretada como una maliciosa conspiración orquestada por alguna mente maestra tenebrosa. El papa contribuyó notablemente a combatir esa interpretación al tomarse en serio al virus mortífero. Respetó las medidas como el confinamiento y el uso de cubrebocas. Fomentó la necesidad de la vacuna y exhortó a los fieles del mundo a considerarla una «obligación moral».

Las tareas de Francisco como un líder mundial también han sellado una herencia congruente con su pontificado. Por ejemplo, han sido relevantes las visitas a países donde los católicos son minoría para hacerse presente entre ellos, así como para impulsar el diálogo con las otras culturas, como Turquía, Sri Lanka, Grecia, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Myanmar, Marruecos, Tailandia, Irak, entre otros tantos. Un momento decisivo fue el perdón expresado, en nombre de toda la Iglesia, a las comunidades nativas de Canadá por las fechorías cometidas en su contra en el pasado.

Asimismo, la actuación de Francisco ante la guerra entre Rusia y Ucrania, todavía sin cese, ha contribuido a los intentos por construir la paz. Como el heroico papa Pío XI, que se esforzó por combatir los peligros de los fascismos, Francisco no ha vacilado en combatir las justificaciones de esta guerra. Esto incluye contrariar el discurso de Cruzada que el patriarca Cirilo de Moscú ha esgrimido para apoyar la invasión rusa.

Podríamos ahondar más en otras acciones de considerable impacto, pero se volvería un inventario cronológico más que aparece por doquier en libros, columnas electrónicas, Wikipedia y un sinfín de videos. Aquí lo que es necesario subrayar es el sentido histórico de este pontificado.

Paul Vallely, en su excelente libro sobre el papa Francisco, explica que con este pontificado ocurrió un desplazamiento de enfoques: del enfoque en la moral sexual al enfoque en la «justicia social». Cuando me referí a las caricaturizaciones de la Iglesia fui listando las peculiaridades del catolicismo en cada circunstancia. Las sátiras manifestaron su inconformismo con lo que parecía más representativo de la Iglesia.

Hoy, poco a poco van apareciendo algunas caricaturizaciones de quienes se oponen al pontificado del papa Francisco. En redes sociales abundan los ataques, casi siempre brutales y desinformados. Pero, a diferencia de tiempos anteriores, las facciones que hoy atacan al pontificado parecen pertenecer a un sector insatisfecho del interior de la Iglesia. Se habla del papa como un relativista, un «posmoderno», un promotor de unas supuestamente conspirativas «ideologías de género»; en suma, un «amigo del mundo». 

No obstante, no sólo es un desplazamiento de enfoque o una transformación adicional como tantas otras en la historia moderna de la Iglesia. Las caricaturizaciones anteriores a Francisco provenían, sobre todo, de no católicos. Eran personas seculares, antagonistas de la religión que le reprochaban a la Iglesia su intransigencia. Desde la Revolución francesa hasta el papa Francisco (con excepción del Concilio Vaticano II), la Iglesia se consideraba a sí misma adversaria de la Modernidad.

Según esta visión, los tiempos modernos se habían separado del cristianismo. Antes de la Revolución y de la Ilustración el mundo habría sido deseablemente cristiano. Se generó una imagen paradisiaca donde la Iglesia y el Estado estaban felizmente unidos, Europa era la Cristiandad y la última palabra siempre la tenía el papa. En vano la Iglesia quiso recuperar melancólicamente ese pasado perdido.

Prácticamente todos los pontífices, desde Pío VII (el prisionero de Napoleón) hasta Benedicto XVI, salvo contadas excepciones, conservaron la nostalgia de la Cristiandad que pereció. Por eso, por definición, ser papa significaba evocar románticamente el pasado bueno y el presente malo. Y se volvió misión de la Iglesia luchar contra el presente moderno. Las caricaturas contra la Iglesia, simplemente, se burlaban de ese romanticismo.

El papa Francisco, sin embargo, está haciendo algo que se buscó intensamente con el Concilio Vaticano II: superar a esa Iglesia melancólica y refrescarla (aggiornarla) con un regreso a los Evangelios, que hablan más del amor y la caridad que de un predominio cultural contra ideologías opuestas. ¿Estamos ante el cambio más importante de la Iglesia en los últimos 250 años? 

Para saber más: 

Bradatan, Costica. A Radical Move by a Conservative Pope. Los Angeles Review of Books, 18 de febrero de 2013. Documento: https://lareviewofbooks.org/article/a-radical-move-by-a-conservative-pope/

Real, Edson SVD. Wiki–teología. Blog del IFTIM, 10 de octubre de 2022. Documento: https://blogdeliftim.com/2022/10/10/wiki-teologia-2/

Vallely, Paul. Pope Francis: Untying the Knots. Londres: Bloomsbury, 2015.

Vergara Anderson, Luis. Cristianismo, historia y textualidad. México: UIA/Aliosventos Ediciones, 2019.

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