El Sínodo de la Sinodalidad marca un hito trascendental para la Iglesia, no sólo por su magnitud y relevancia, sino también por los profundos movimientos espirituales que se han generado en su interior. Este artículo tiene como objetivo ofrecer una reflexión desde una vivencia personal, destacando los desafíos y logros del camino de discernimiento experimentado, sobre todo en la segunda sesión de su Asamblea Ordinaria, así como algunos horizontes que se abren para una Iglesia llamada a una permanente conversión y renovación en consecuencia con los signos de los tiempos. Este proceso no sólo implica reformar estructuras, sino abrirse a un dinamismo espiritual que interpela nuestras seguridades y nos impulsa hacia una mayor fidelidad al sueño de Jesús.
En los últimos meses las reacciones a esta dinámica han oscilado entre un optimismo que a veces podría rozar la ingenuidad, por tanto, con un grado de irresponsabilidad por la necesidad ineludible de hacer un análisis realista del proceso para encontrar las dificultades y fragilidades de éste; por otro lado, se han dado constantes críticas severas que lo perciben como una amenaza a la tradición o a las estructuras de poder vigentes. Mi intención no es posicionarme en ninguno de estos extremos, sino más bien compartir un testimonio basado en la vivencia, dialogando con la espiritualidad ignaciana y algunos elementos provenientes de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola.
Este enfoque pretende enriquecer y encaminar hacia una reflexión más profunda sobre el itinerario hacia una Iglesia más sinodal y fiel al sueño de Jesús, al tiempo que resalta los desafíos y oportunidades que el discernimiento como herramienta permanente, tanto personal como comunitaria, y el horizonte hacia la constante conversión suponen para la Iglesia de hoy.
El método de la conversación en el Espíritu: logros y tensiones
Como se ha expresado en diversos espacios, uno de los avances más significativos que se ha logrado en el Sínodo de la Sinodalidad —«Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión»— ha sido incorporar la conversación en el Espíritu como eje fundamental para conducir a un posible discernimiento comunitario. Este método que vivimos en las dos sesiones de la Asamblea Ordinaria, sostenido en la oración personal y comunitaria, la escucha profunda de la Palabra, la celebración eucarística y el compartir constante en comunidades que ponen en común los frutos de su oración y discernimiento, ha creado un espacio propicio para captar mejor las invitaciones del Espíritu Santo. Como facilitador en las mesas de trabajo (grupos de discernimiento), tuve la oportunidad de observar cómo esta metodología ayudó a los participantes a articular propuestas que reflejaban un genuino deseo de comunión y de unidad eclesial, además de permitir que las búsquedas y las inquietudes particulares estuvieran presentes y, sobre todo, de poner en común las diferencias y procesarlas de modo constructivo y en clave de respeto, acogida y diálogo.
No obstante, la transición entre la primera y la segunda sesión del Sínodo reveló algunas limitaciones en la continuidad de este método. Durante el periodo intermedio de cerca de un año muchas jurisdicciones eclesiásticas disminuyeron la constancia para generar espacios para la escucha y la participación, lo que debilitó seriamente la preparación para la segunda sesión.
Este debilitamiento podría explicarse por factores estructurales, como la falta de tiempo, mayor acompañamiento o recursos desde las instancias superiores responsables del proceso, o incluso por una resistencia interna a las implicaciones transformadoras que un discernimiento espiritual profundo supone en las Iglesias particulares. A pesar de estos desafíos, los frutos positivos de la experiencia demuestran que la conversación en el Espíritu puede ser un instrumento que fortalece el camino para la renovación eclesial, especialmente en tiempos de crisis globales (ad–intra y ad–extra) y cambios constantes en la comunidad y la institucionalidad de la Iglesia. ¿Estamos dispuestos a sostener los desafíos que el discernimiento comunitario conlleva, incluso cuando éste nos lleva a tensiones necesarias para la conversión?
En este proceso es importante reconocer los alcances de este método para la identidad de la Iglesia como comunidad que discierne. La conversación en el Espíritu, profundamente enraizada en la tradición ignaciana, invita a un ejercicio de escucha activa, oración profunda y de un compartir honesto que permita encontrar invitaciones del Espíritu para la comunidad reunida, elementos que no sólo enriquecen la experiencia colectiva, sino que abren nuevas posibilidades para la acción pastoral y la transformación eclesial en su conjunto y en sus distintos niveles. Además, los frutos de este método no deben limitarse a las instancias formales del Sínodo, sino que deben inspirar procesos similares en las comunidades locales y parroquiales, promoviendo una renovación integral en todos los niveles, de modo que podamos aspirar a ser cada vez más una Iglesia Pueblo de Dios que discierne.
En este contexto del Sínodo de la Sinodalidad se debe subrayar que la metodología de la conversación en el Espíritu también respondió a una dimensión profética. No sólo permitió que las comunidades, con las evidentes limitaciones y ausencias, se expresaran en las fases correspondientes, sino que fomentó una participación que generó propuestas con horizonte transformador para la Iglesia en su conjunto, abriendo preguntas sobre los posibles caminos de esperanza y renovación en tiempos de incertidumbre. Muchas de esas invitaciones siguen abiertas y muchas preguntas quedaron sin respuesta.
Sujeto del discernimiento: ¿una Iglesia Pueblo de Dios sostenida en la escucha?
La experiencia vivida en las dos sesiones de la Asamblea Ordinaria del Sínodo ha puesto de manifiesto la importancia de reconocer al Pueblo de Dios como sujeto colectivo de discernimiento, a pesar de la complejidad y las grandes limitaciones que todavía se tienen para encontrar el modo adecuado que garantice esto. Sin embargo, este sujeto se expresó en distintos niveles, cada uno con sus propios desafíos y potencialidades:
1. El Pueblo de Dios en su conjunto: la fase inicial de consulta y escucha amplia permitió recoger las voces de decenas, incluso centenas, de miles de fieles, aunque su participación posterior fue muy limitada y esto abre muchas preguntas e invitaciones a futuro. Esta limitación, la cual generó tensiones, refleja la necesidad de activar mecanismos para una escucha más profunda y representativa de modo permanente y con participación activa y formal en los espacios diversos de la Iglesia, sobre todo los de toma de decisiones. Aquí surge la cuestión sobre cómo garantizar que estas voces, las del Pueblo de Dios en el sentido más amplio, no sólo sean escuchadas, sino también integradas adecuadamente en las decisiones y orientaciones pastorales que la Iglesia adopta para caminar fielmente en el tiempo presente.
2. Las asambleas continentales–regionales: estas asambleas han ofrecido una contribución invaluable al integrar perspectivas socioculturales y geográficas específicas, lo que ha fortalecido la catolicidad de la Iglesia en relación con la diversidad identitaria en este nivel continental. Este nivel intermedio, entre lo local y lo universal, refleja una tensión creativa y dinámica que fue y será esencial para el discernimiento sinodal, ya que abre nuevas posibilidades de colaboración y comprensión mutua y provoca la pregunta sobre la necesidad de actualizar estas estructuras, dotarlas de mayores competencias y, sobre todo, acompañarlas para que puedan ser ese espacio que promueva un discernimiento en el nivel de interfase entre lo territorial y la necesaria mirada más global del Vaticano. ¿Cómo garantizar que estas estructuras intermedias no sólo sean consultadas, sino también acompañadas y fortalecidas para que puedan ejercer un discernimiento auténtico en sus contextos específicos y que sus resoluciones sean más fuertemente consideradas?
3. Las dos sesiones de la Asamblea ordinaria del Sínodo en Roma: aunque representativa, esta pequeña porción del Pueblo de Dios enfrentó limitaciones significativas para tener una mayor integración e intercambio en cuanto a conjunto, como la barrera del idioma y la falta de tiempo para profundizar en las mociones del Espíritu más allá del pequeño grupo, que además cambiaba de modo recurrente. A pesar de estas dificultades, el proceso evidenció el potencial de una Iglesia que camina junta, que escucha y discierne como un solo cuerpo, capaz de abordar los desafíos del presente con una visión común y comprometida. Aquí la cuestión es cómo evitar que esas limitaciones, parte de un proceso en construcción paulatina, restrinjan la capacidad de la asamblea para discernir como un verdadero cuerpo eclesial, libre de presiones externas e internas.
Desde la perspectiva ignaciana, el concepto de sujeto que discierne cobra una relevancia especial en este contexto. En los Ejercicios Espirituales san Ignacio describe al sujeto que discierne como aquel individuo o comunidad que está interiormente libre para discernir, es decir, que no está atrapado por apegos desordenados ni por temores paralizantes. Esta libertad interior es fundamental para que la comunidad pueda abrirse genuinamente al Espíritu Santo, facilitando un discernimiento más profundo y fructífero, que abone el camino hacia una conversión auténtica.

En el marco de la segunda sesión de la Asamblea Ordinaria del Sínodo esta libertad interior se vio desafiada por diversos factores, entre ellos la presión, implícita, de alcanzar un consenso en todo y todo el tiempo, quitando espacio para una mayor escucha de las diferencias o para un disenso que también puede portar la voz del Espíritu. Aunque el consenso puede ser una expresión legítima de unidad y un anhelo positivo, también puede convertirse en un obstáculo si se busca por encima de todo y a expensas de la profundidad espiritual que exige el discernimiento genuino. ¿Es posible que en el afán de alcanzar acuerdos inmediatos o viables en un contexto de diversidad se haya reducido la capacidad de escuchar las mociones más sutiles del Espíritu?
La espiritualidad ignaciana nos invita a discernir entre el bien aparente y el bien mayor, una tarea que requiere valentía, parresía y una metodología sistemática de discernimiento que no estuvo presente de modo más central en la segunda sesión del Sínodo, sobre todo por el cambio de formato y de énfasis metodológico que propendía a llegar al objetivo de formular propuestas más concretas y sustentarlas, y esto generaba una cierta presión o direccionamiento. Este enfoque también resalta la enorme necesidad de formar sujetos que puedan discernir en diferentes niveles, desde el personal hasta el comunitario y eclesial, en el que la diversidad de perspectivas enriquezca las decisiones y contribuyan a una acción pastoral más creativa y adaptada a las realidades contemporáneas, pues era muy claro que un gran número de quienes asistieron a la Asamblea Ordinaria del Sínodo no tenían experiencia previa, disposición interna o condiciones idóneas para ello. Esto fue un tema difícil sobre todo en la segunda sesión, y en ocasiones condujo a un modelo con algunos rasgos de proceder que podrían considerarse más «mecánicos» para lograr producir lo solicitado.
Condiciones para un discernimiento genuino
El discernimiento comunitario exige condiciones específicas que permitan identificar las mociones del Espíritu Santo con claridad, así como distinguir aquéllas que vienen del mal espíritu. Estas condiciones, inspiradas en los Ejercicios Espirituales, incluyen, entre otras:
1. Un clima de oración y escucha: la presencia de Dios debe ser el centro de todo el proceso de discernimiento. La oración personal y comunitaria crea un espacio de apertura al Espíritu Santo, facilitando la recepción de sus mociones. En el proceso sinodal se cuidó con esmero este elemento, pero en la segunda sesión se perdió cierta centralidad de ello en aras de garantizar la formulación de propuestas, valiosas, pero quizás con menos claridad, fruto de un más firme proceso orante a lo largo del camino. Esto es más que un recurso metodológico; es el espacio donde el Espíritu habla a la comunidad.
2. Libertad interior: los participantes deben estar dispuestos a soltar apegos y prejuicios que obstaculicen la apertura al Espíritu, creando así un espacio de libertad que favorezca un discernimiento auténtico. Éste puede haber sido uno de los elementos más complejos del proceso de discernimiento del Sínodo de la Sinodalidad, pues a pesar de crear condiciones propicias para la escucha y el diálogo, en muchas ocasiones las posiciones no variaban, sobre todo en los temas más complejos, y la tendencia era a que las voces minoritarias o de disenso quedaran reducidas o eliminadas al momento de la formulación de propuestas. Éste es un desafío constante, especialmente cuando las estructuras organizativas, incluso las eclesiales, tienden a priorizar las dinámicas institucionales sobre procesos espirituales.
3. Comunicación con parresía: hablar con valentía, sin temor a tensiones, es fundamental para que el discernimiento sea genuino. Esta libertad es necesaria para permitir que las voces auténticas de todos los miembros de la Iglesia sean escuchadas y tomadas en cuenta. Percibí, en la segunda sesión del Sínodo, una sorpresiva autolimitación o autorregulación de algunas de las voces más proféticas con respecto a la primera sesión. Esto me hace pensar sobre la estructura de estos espacios, sobre todo en la fase de formulación de propuestas, en la que el aparente consenso más superficial provocaba un sometimiento no explícito de las voces periféricas o proféticas. Por momentos había una sensación de «domesticación» del Espíritu, por la fuerza de las voces mayoritarias o la presión para no romper con el aparente «consenso». ¿Qué estructuras pueden garantizar que estas voces no se silencien?
4. Acompañamiento adecuado: la presencia de facilitadores formados en la metodología del discernimiento es clave para guiar el proceso y ayudar a identificar las mociones del Espíritu. Estos acompañantes son instrumentos fundamentales en la formación de sujetos de discernimiento. En algunos casos acompañantes con menos experiencia eran llevados por la presión de algunas voces fuertes en los grupos, sea por el peso de los roles jerárquicos de los miembros o por la indicación metodológica de poner más énfasis en la definición de propuestas y su sustento (más racional) que en el proceso mismo de buscar las llamadas más profundas del Espíritu. En pocos casos las y los facilitadores también perdieron su rol para insertarse en las discusiones del grupo, dejando de ejercer su papel de moderación y acompañamiento. Frente a esto, es necesario formar muchos más facilitadores con las herramientas y experiencia adecuadas para impulsar la continuidad de este proceso en la Iglesia, y esto será un verdadero desafío.
5. Tiempo y espacio adecuados: un discernimiento profundo no puede ser apresurado. Es necesario dedicar tiempo suficiente para que las mociones internas puedan ser reconocidas, procesadas y discernidas adecuadamente, lo que requiere un espacio de reflexión tranquila y profunda. En la experiencia de las dos sesiones del Sínodo se dieron condiciones muy propicias para impulsar este dinamismo de discernimiento, sin embargo, el tiempo siempre apremiaba; el cambio de grupos también generaba desafíos y, sobre todo, el foco distinto hacia la necesidad de formular propuestas objetivas hacía que el tiempo fuera muy limitado para cuidar de un proceso más sostenido en la escucha de las mociones–invitaciones más profundas del Espíritu Santo.
La dimensión profética del discernimiento sinodal
El discernimiento sinodal no debe limitarse a generar consensos, sino que debe abrir espacios para la acción profética de la Iglesia. Las tensiones y las crisis, cuando son bien acompañadas y procesadas, también nos pueden ofrecer novedades del Espíritu si son bien discernidas. En este sentido, la segunda sesión del Sínodo ha mostrado cómo algunas voces proféticas, provenientes de grupos marginados o de contextos culturales específicos, pueden iluminar el camino hacia una mayor fidelidad al Evangelio. Sin embargo, estas voces a menudo enfrentaron la tentación de la autocensura. ¿Estamos dispuestos a abrazar las tensiones como parte del camino hacia la conversión, en lugar de evitarlas por temor a la división? El papa Francisco ha expresado repetidamente que todas las voces deben ser escuchadas. Debe haber espacio para «todos, todos, todos».
Desde la espiritualidad ignaciana, la tensión no es algo que deba evitarse, sino que debe abrazarse como parte del proceso de discernimiento. Las mociones del buen espíritu a menudo se manifiestan en forma de una inquietud interior o sana confrontación que impulsa a la acción y al cambio. Ignorar estas mociones, en nombre de una falsa paz, puede llevar a lo que san Ignacio llama una «desolación espiritual», que oscurece el camino hacia la conversión.
Conclusión
El Sínodo de la Sinodalidad es un kairós, una oportunidad única para que la Iglesia avance hacia una mayor fidelidad al proyecto de Jesús. Este proceso, aún en construcción, nos llama a abrazar las tensiones y los desafíos como parte del dinamismo del Espíritu. No sólo es un método, sino una forma de ser Iglesia.
Éste es el momento de ser audaces, de abrirnos al desborde del Espíritu Santo y de caminar juntos, con corazones libres, hacia una Iglesia más fiel al Reino y al sueño de Jesús. ¿Estamos dispuestos a ser una Iglesia que discierne, que escucha y que actúa, aunque esto implique cuestionar nuestras seguridades y abrazar lo desconocido?
8 respuestas
Excelente artículo que inspira a escribir sobre experiencias personales vividas en el Sínodo.
Excelente artículo que inspira a escribir sobre experiencias personales vividas en el Sínodo de la Sinodalidad como laica teóloga e historiadora, que además lleva adelante un Centro de Formación laical.
Excelente análisis y muy enriquecedor.
Es lamentable que no toda la iglesia esté preparada para la esucha del Espíritu Santo.
Buena reflexion. Estoy trabajando un maestria en teologia y me da Pereza leer muchos de los Liberia o escritos que nos dan. Cuando tengo en frente de mi una lectura que tiene sentido por su esencia y dinamismo la verdad queda chica la lectura. Considero es una debilidad de los teologos no vivir una espiritualidad como la Ignaciana. Despues de esto regreso an mis lecturas theological de mi Clase de mis cursos por mis grados y notas . Gracias por tu articulo, lo disfrute !
¡Gracias Mauricio! Unidos por el discernimiento en comun caminamos hacia la construcción de tejido social y eclesial nuevo. ¡Adelante hermano!
Gracias por una reflexión sensata, motivante y esperanzadora.
Gracias Mauricio por este amplio análisis y la experiencia compartida. Continúa el gran desafío que la Iglesia enfrenta para su necesaria renovación.
Me parece muy ilustrativa espiritual, teológica e intelectual la información que nos aporta el presente artículo. Como novato en éstos campos, me gustaría conocer los «nuevos campos» espirituales o «temas centrales» que guían la participación de los que están o han estado en éstos discernimientos, y cómo se tratan de enlazar hacia el mundo actual.
Muchas gracias.