El día 20 de enero de 2025 se retrocedió más de 70 años de avances y luchas por el reconocimiento a la dignidad y a los derechos humanos.
Las amenazas previas y ratificadas en contra principalmente de dos grupos en situación de vulnerabilidad, así como sus acciones renuentes a contribuir para minimizar los daños al medio ambiente y su eminente salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), no sólo dejan ver su peor rostro sino el peor comportamiento de una sociedad.
Quizá lo más escandaloso sea ver cómo alguien puede decir que «defiende la vida» y es capaz de arremeter en contra de las personas migrantes y de las personas de la diferencia sexual. ¿Será posible decir que se defiende la vida y se juramenta servir a un pueblo con una mano puesta sobre una Biblia, cuyo mensaje de amor es universal, y luego afrentar personal y legalmente a quienes no han contado con la misma fortuna que quien juró mirar por el bien común sólo por no ser blancos, varones, heterosexuales, nacidos en Estados Unidos y que porten un arma en sus bolsillos o la tenga debajo de su almohada? Parece que, para el nuevo presidente, sí.
Los dos grupos en situación de vulnerabilidad contra los que se lanzan feroces amenazas son, por ahora, los migrantes y las personas de la diversidad sexual.
Más de siete décadas de retroceso y de lucha por el reconocimiento de un valor universal en todas las personas con independencia de su situación y de su circunstancia se esfumaron de un plumazo. Nada más desatinado que establecer acciones desprovistas de sentido de realidad. Sólo puede un migrante hablar de migración y entender las causas más profundas que llevan a alguien a decidir y preferir el desarraigo por encima del miedo, los peligros de la travesía y la incertidumbre del camino por encima de la violencia y la persecución, del hambre y la carestía. Ayer se firmaron órdenes y se ordenaron acciones desde una oficina oval con un presidente que ha hecho de la mofa su escudo y de las amenazas su estrategia.
Otro blanco de los ataques son las personas de la diversidad sexual, como si el drama que viven fuera sólo un relato fantasioso y alejado de la realidad. Estas personas sufren, y sufren mucho. Más allá de la discusión sobre la concordancia sexo–genérica, resulta imprescindible acompañar el rechazo que sufren quienes se encuentran afectados psicológica y emocionalmente por este padecimiento. La homosexualidad no merece castigo ni reproche, por el contrario, una buena dosis de comprensión y amor nos vendría mejor a todos para reconocer y acoger el verdadero sufrimiento de quienes buscan una solución a su sentir. Primero es la verdad del amor y luego la verdad de la ciencia. La primera sin la segunda es ciega, la segunda sin la primera inmisericorde.
Una tercera acción que merece una reprobación total es la salida de Estados Unidos del Pacto de París, en el que todos los países, excepto Yemen, Irán y Libia, se comprometieron a reducir sus emisiones de carbono para poder contribuir a la transición a energías limpias y dejar las fósiles en el ánimo de restaurar el daño ambiental que le hemos ocasionado a nuestra Casa Común. Creer que lo que pasa en el entorno no nos afectará es por demás ilusorio. Múltiples manifestaciones hemos tenido de que existe una interconexión entre el medio ambiente y las personas y de lo que ocurre en uno repercute en la otra y viceversa. Rechazar abiertamente un pacto que intenta restituir y reconstruir una sana relación con el medio ambiente para, después, reconstruir y armonizar las relaciones humanas, es declararle la guerra a la humanidad entera. Seremos afectados, aún más, por la mentalidad expansionista, ambiciosa y omnipotente de una persona incapaz de comprender los signos de los tiempos.
Por último, la salida de Estados Unidos de la OMS implica, nuevamente, el aislamiento de una comunidad global que intenta enfrentar las crisis de una manera compartida y solidaria. El covid nos enseñó que solos no podemos, que necesitamos hacer un frente común y construir fraternidad para salir avante de las noches oscuras que aquejan a la humanidad. La mirada autorreferencial conduce a grandes calamidades.
Todo esto, además, en el día en que se conmemoraba a una líder cuyo ejemplo, vida, testimonio y lucha fue un parteaguas para los derechos de todas las personas, pero, en especial, de unas que hoy son consideradas menos valiosas y, por ende, sobre quienes recae y recaerá el peso ciego de las leyes y de la discriminación.
Curioso ver a una sociedad en la que una vez se soñó con la libertad quedar sujeta a los caprichos de un hombre obsesionado con el poder. A un pueblo que una vez luchó por reconocer sus derechos, alienado a una serie de prerrogativas y enmiendas que sólo contribuyen a la marginación e invitan al rechazo y a la violencia. A un país que fue estandarte de equidad y de progreso sometido a acciones injustas y caducas.
¿Qué nos toca hacer? Como mexicanos, acoger a los connacionales y restituirles sus derechos, resistir los discursos de odio y denigrantes, pero sin engancharnos en ellos, pasarán… como con los imperios: sus subidas son vertiginosas y sus caídas estruendosas… esto también pasará… Como católicos nos toca insistir en derribar muros y tender puentes. Aun ante las amenazas y las acciones injustas es posible mirar con compasión y hacer renacer la esperanza. Es en las dificultades y en los tiempos aciagos cuando se conoce el corazón de las personas y de los pueblos.
Plantarle mucho rostro a las amenazas y descubrir a plena luz del día lo que se empeñan en ocultar parece, como lo escribió san Ignacio, una buena estrategia para expulsar el mal espíritu y empeñarse en dejarse desbordar por el buen espíritu. No nos hagamos pequeños ni nos sintamos frágiles e indefensos, por el contrario, hagamos acopio de nuestra fuerza y valor para que ese vano enamorado sea descubierto.