Llegamos para encontrarnos con el obispo y algunos sacerdotes en una pequeña sala dispuesta para ello. Íbamos acompañando a doña María Herrera. Mamá Mari, como le dicen sus amigas, después de saludar y luego de una larga conversación en tono cercano y cariñoso, cuestionó: «¿Por qué si sabían que iban a tocar el piano se dejaron crecer las uñas?». Todos los presentes nos miramos atónitos. Doña Mari prosiguió: «Sí, ¿por qué si son pastores no han salido a buscar a las ovejas que están perdidas?». El silencio en la sala era incómodo. Nadie se atrevió a responder.
Mamá Mari ha acompañado a varios colectivos de familiares que buscan a personas que han sido desaparecidas en México. Es de las mujeres que cuando hablan algo se transforma en el ambiente. En su voz y en las voces de cientos mujeres que buscan a sus hijos, es posible que Dios le esté hablando a su pueblo, tal como lo hizo por medio de los profetas en el pasado.
Para profundizar sobre esta experiencia, parto del siguiente principio: toda vida humana es sagrada, y es a través de ella que Dios se sigue revelando todos los días. De ahí que es en los dichos y hechos humanos transparentados a la luz de las Sagradas Escrituras que el Espíritu de Cristo resucitado se comunica con nosotros y nos invita a sumarnos a su misión.
De la tragedia a la acción
Cuando una persona es desaparecida, la primera acción es salir a buscarla. Desde una perspectiva legal, quien tiene la obligación de localizar a esta persona desaparecida es el Estado. Sin embargo, los familiares han denunciado que las policías y los ministerios públicos no van a investigar inmediatamente; en el peor de los escenarios, es posible que las mismas autoridades, en alianza con el crimen organizado, estén involucradas en el proceso de desaparición. Si el Estado no busca, ¿entonces qué podemos hacer?
Ante esta realidad, en el país existen más de cien grupos de familiares que buscan a personas que han sido desaparecidas. Estos grupos se llaman a sí mismos colectivos. Dentro de ellos varios familiares se identifican con las acciones de Dios Buen Pastor que sale a buscar a las ovejas que están desaparecidas. Esta interpretación de la parábola no es común y representa una forma alternativa de hacer vida el texto bíblico y un camino concreto para experimentar a Dios en carne propia.
«Dios es el primero que sale a buscar», dice doña Mari. «Dios sale a buscar sin saber a dónde ir, ni cómo empezar, pero va. Nosotras también así empezamos». Pero, ¿qué significa buscar desde la experiencia de los colectivos? Significa organizar espacios para construir saberes grupales que permitan localizar a sus hijos e hijas, a sus familiares desaparecidos. Algunas de las preguntas que los colectivos han aprendido a responder son: ¿qué hacer? ¿a dónde acudir? ¿quiénes pueden ayudar?
El aprendizaje de estos grupos ha costado sudor y lágrimas que se han compartido con otros, pero muchas veces también han sido derramadas en soledad. La durísima tarea de cada uno de ellos y de ellas se ha vivido en medio de noches enteras en vela; de analizar la información una y otra vez; de repasar la trayectoria de los que han perdido; de hacer llamadas y visitar hospitales, cárceles y psiquiátricos. Es también el resultado de capacitaciones con abogadas y expertas forenses y de marchas y plantones para exigir que las autoridades cumplan con su obligación de buscar.
Aunque la experiencia de movilizarse les ha ayudado a pasar de la desconfianza en la sociedad a la reconstrucción de la confianza social, esta confianza es restaurada por un grupo de personas concretas, con nombres y apellidos que, ante la desesperación de una madre que llora, grita junto con ella y en colectivo. En donde resuena una consigna que rehabilita: «¡no estás sola, no estás sola!». La transformación del dolor personal en dolor colectivo se expresa en la vivencia que en general las mamás comparten: «yo ya no busco solamente a mi hijo, los buscamos a todos». De esta forma las personas comienzan a construir nuevos puentes de solidaridad y amistad.
La experiencia de la misericordia
Las personas que padecen la misma tragedia y ya organizadas en conjunto, son las más capacitadas para comprender a una persona que está sufriendo el mismo dolor y la misma angustia. Su capacidad humana se ve reflejada en el modo de responder ante la desesperación: el colectivo sí escucha, sí acoge y, en ocasiones, reconoce que no sabe qué hacer.
Esta experiencia humana compartida puede ser comprendida como la misericordia de Dios que se hace carne (sarx) en los familiares. Ante la incertidumbre, Dios se vuelve energía que moviliza desde la debilidad y alumbra a los familiares en las acciones de búsqueda en zonas inhóspitas y marginales. Al estar juntos y juntas, se abre un acceso al rostro de Dios que camina en las montañas escarpadas, llamando por su nombre a cada una de las ovejas. Esta experiencia rompe con la idea de que el Buen Pastor sale a buscar solo. No. El Buen Pastor convoca a una nueva comunidad que desde el sin sentido de la vida dota de significado la acción colectiva y sale a buscar a sus seres amados en contextos donde el asesinato de periodistas e inocentes es de preocupar.
El cuerpo de Cristo que busca el cuerpo de Cristo
El contexto actual mexicano está crucificado por la violencia del crimen organizado a esto se suma la violencia del Estado y las corporaciones en algunas zonas. Dicha violencia considera el dinero, el poder opresor y las armas como ídolos que exigen sacrificios de vidas humanas, ídolos que ofrecen prestigio y respeto social como resultado del miedo y el terror que infunden en la sociedad.
Sin embargo, frente a la idolatría, en los colectivos el influjo del Espíritu Santo (Gál 5, 22) los habilita para organizar jornadas de búsqueda en zonas de alto riesgo. No es que los colectivos sean ingenuos y no sepan a lo que se exponen. Todo lo contrario. Hacen análisis del contexto, recogen información relevante y diseñan las búsquedas con anticipación. En este proceso de preparar y salir a buscar, la experiencia de los frutos del Espíritu en ellos, los habilita incluso, para escarbar la tierra y sacar de sus entrañas los cuerpos de los hijos de Dios. Los frutos del Espíritu se constatan en la templanza de los familiares, en su paciencia, su mansedumbre y su fe (Gal 5, 22-23). De ahí que en los colectivos reina la libertad de Cristo frente a los ídolos de las armas y el dinero que paralizan a la sociedad en general.
En los colectivos no hay parálisis, hay movimiento, dinamismo creativo, fuerza que transforma y renueva la sociedad enferma de individualismo y anestesiada ante el dolor de las madres. Para los familiares hay una consigna: «si la sociedad se uniera, se uniera como debiera, temblarían los poderosos desde el cielo hasta la tierra». Esta consigna que gritan en las calles cuando marchan, anuncia una nueva sociedad, libre de lepras paralizantes. Para ellos es claro lo que hace falta para acabar con la situación de los desaparecidos es necesaria la unión de toda la sociedad pues, ¿cuántas personas más tienen que desaparecer para que la sociedad mexicana se una en un solo movimiento para detener esta barbarie?
Sin embargo, no se puede decir que al interior de los colectivos no existan malentendidos o discusiones que en ocasiones pueden generar tensiones y división, pero la gracia del Espíritu en ellos es más fuerte que el pecado. Esto es posible porque los grupos están estructurados con fundamento en los lazos de amistad que permiten que la gracia fluya y actúe en el mundo.
Hemos reflexionado sobre los colectivos, pero ¿cómo podemos comprender desde la perspectiva de Dios a los desaparecidos? Las personas que han sido desaparecidas son el cuerpo de Cristo (Mt 25, 40), herido y torturado por la injusticia humana. De ahí que encontrar a una persona y devolverla a su familia, es una de las obras de misericordia que permite asemejarse cada vez más al cuerpo de Cristo resucitado. Por ello, la acción de los colectivos puede ser narrada de la siguiente manera, éstos son el cuerpo de Cristo Resucitado que busca el cuerpo de Cristo crucificado por los ídolos de este mundo.
De ahí que la exigencia de que el Estado ponga los medios para identificar a los más de 52 mil cuerpos que están en las fosas comunes y en los servicios forenses del país, es una exigencia de Cristo en las voces de los familiares. Es el mismo Cristo quien levanta la voz en las consignas de los familiares y exige que la vida humana sea respetada y tratada como tal. Es lamentable que, en ocasiones, el trato que se da a los cuerpos no identificados sea contrario a la naturaleza divina presente en la vida humana. Si las autoridades no la respetan, si no entregan de manera respetuosa los cuerpos sin vida a sus respectivos familiares, se corre el riesgo de estar ante una forma de deshumanización y cosificación de lo humano.
El peligro de no respetar el cuerpo de un ser humano ha pervertido el sentido de la vida al grado que la esclavitud en sus formas modernas ha resurgido en la sociedad actual. El tráfico de órganos y de hombres, mujeres y niños es una problemática fruto del no respeto por lo humano. Por lo que pensar que la vida humana puede ser tratada como una cosa ha generado más dolor y más sufrimiento a la sociedad global.
Frente a lo anterior, sí existen autoridades que han trabajado para revertir estas situaciones indignantes. Hay personas en las instituciones del Estado que cuando entregan un cuerpo a sus familiares lo hacen de manera adecuada y con respeto. Estos procesos son acompañados por psicólogos que, desde la empatía, garantizan que se entregue el cuerpo de un ser querido a sus familiares. Asimismo, a los familiares se les explica cada una de las pruebas científicas que se realizaron para llegar a la conclusión de que ese cuerpo en específico es el hijo o la hija que ellos buscan. Estas personas son, desde la perspectiva que ahora analizamos, los nuevos samaritanos que están también sanando a la sociedad. Entregar un cuerpo de manera digna es restaurar también a la sociedad en general. En cada entrega la sociedad vuelve a recuperar la amistad con los demás. Es un proceso que sana y vivifica el cuerpo social.
La vida del colectivo como Eucaristía
Otra forma de comprender las acciones de los colectivos es desde la perspectiva eucarística. Hemos dicho que el cuerpo de estas organizaciones es semejante al cuerpo de Cristo y, como tal, es un cuerpo que se entrega para generar vida (Lc 22,19). Sus miembros, al poner sus personas al servicio de quienes han sido privados de la libertad, son un signo de generosidad y valentía. Los colectivos no sólo han encontrado cientos de cuerpos sin vida, sino que también han puesto sus manos, sus oídos, sus ojos y su corazón para localizar con vida a personas que han sido desaparecidas. Algunas de ellas han sido localizadas en las calles con signos de tortura o demencia, otros en hospitales y en cárceles. Así, contemplar estas acciones de búsqueda es acercarse al misterio de Cristo hecho cuerpo y sangre concretas en la vida de los familiares que salen a localizar a los desaparecidos.
Lamentablemente, han sido asesinados doce familiares por buscar a sus hijos e hijas. En esa sangre que ha sido derramada hay un signo eucarístico de entrega y donación que nos humaniza al recordarnos que dar la vida por los demás es la forma más alta del amor cristiano. En las madres, padres, hermanos y hermanas asesinadas por buscar la vida hay un mensaje contundente: la existencia humana tiene sentido sólo si se entrega por los demás. Es en ese dinamismo eucarístico que el mundo se salva, al recuperar el sentido profundo de la existencia: darse, entregarse, con una infinita confianza en que la vida en Dios tiene la última palabra.
Los colectivos, además, al promover acciones que demandan verdad y dan a conocer lo que pasa en el país, abonan a generar la conciencia ética de que eso no le debe ocurrir a ninguna persona. Toda vida humana, sin importar la profesión, la actividad económica, la clase social, el color de la piel u orientación sexual es sagrada. Toda vida humana es valiosa ante los ojos de Dios. Toda vida humana puede y tiene la capacidad de restaurarse, de volver a empezar una y otra vez. Por ello, ningún ser humano debe ser desaparecido por ningún motivo.
En la experiencia y la vida de los colectivos, Dios profetiza un modo de construir sociedades que buscan transformar la realidad de injusticia que se vive en México. De la parálisis a la acción, de la desgracia a la construcción de espacios de amistad y lucha. Sus integrantes nos muestran modos nuevos de subvertir los flujos de impunidad y mentira en corrientes de honestidad. En el cuerpo de los colectivos, Dios busca a sus hijos e hijas desaparecidas. En los anawin (los pobres de Yahvé) que no se paralizan ante los ídolos de las armas y del poder opresor, Dios altera la realidad de forma creativa, anunciando que las ovejas desaparecidas volverán a los verdes prados, a los prados de dignidad y de justicia.
Acciones que podemos emprender
La reflexión hasta ahora ha sido centrada en los modos como podemos comprender la vida de Dios en los colectivos. Ahora es necesario preguntarnos a qué nos está invitando Dios en el contexto actual. Este artículo comenzó con una pregunta de doña Mari que podemos actualizar y dirigirla no sólo a obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos. Si Dios es el primero que sale a buscar, ¿no será que nosotros como laicos y laicas deberíamos ir atrás de Él y ayudarle?
Sería injusto no reconocer que ya hay varias personas, además de las religiosas y los presbíteros que ayudan a los colectivos. También es cierto que hay obispos que generosamente han apoyado las jornadas de búsqueda, prestando espacios para hospedarlos. Incluso ha habido algunos que han hecho declaraciones en los medios de comunicación invitando a la sociedad a apoyar las búsquedas. Sin embargo, los grupos de apoyo y solidaridad aún son una minoría dentro de la Iglesia católica. Las víctimas de la violencia podrían estar al centro de la actividad eclesial, pero no es claro que lo estén. Son cerca de cien mil desaparecidos, cuyas familias claman al Cielo para localizarlos. Si Dios Buen Pastor sale a buscar, como dice doña Mari, ¿por qué nosotros como cuerpo eclesial no estamos buscando?
Es verdad que hay cientos de familiares que ya buscan y que se reconocen como parte de la Iglesia católica, ellos y ellas ya están ejerciendo su ser pastores y pastoras, tal como lo ha hecho nuestro Buen Pastor, sin embargo, hace falta que la Iglesia en su conjunto, entendida como asamblea del Pueblo de Dios, responda más decididamente ante el dolor de sus hijos e hijas que buscan a sus desaparecidos. Unirnos a las acciones de los colectivos puede renovar nuestra Iglesia y hacer más fuerte nuestra esperanza. ¿O no es acaso nuestra misión bajar de las cruces a los cristos crucificados de nuestra historia? Las acciones proféticas de los colectivos nos están mostrando una ruta a transitar, es tiempo de cargar en nuestros brazos a las ovejas perdidas e incluso curar al lobo que las atacó. Dios está hablando, es tiempo de escucharle y actuar.