Engañadores, engañados y habladores mudos (San Agustín)

La vida interior es algo muy complejo en medio de tantos ruidos y demandas que nos agobian; de hecho, podemos no tener vida interior y vivir solamente para lo externo, como esos frutos que se van secando de adentro hacia afuera: parecen estar bien, pero al abrirlos resulta que están muertos.

San Agustín de Hipona, el santo que festejamos este 28 de agosto, afirma en sus bellísimas Confesiones: «Dios es más íntimo a mí que yo mismo», pero, entonces, ¿si perdemos la vida interior perdemos a Dios? ¿Cómo se puede perder lo más íntimo? ¿Cómo puede ser Dios más íntimo a nosotros que nosotros mismos? Me gustaría hacer una analogía arquitectónica: los cimientos no son la casa, pero la sostienen y, dependiendo de su estructura, la casa puede ser más o menos grande y sostener más o menos peso, ser más o menos sólida.

¿Puede haber casas sin cimientos? Sí, y esas casas pueden ser muy frágiles, cualquier viento o movimiento las puede derrumbar. Así que, regresando a lo nuestro, podríamos decir que Dios es el cimiento y nosotros la casa, aunque, como en toda analogía, además de las semejanzas hay diferencias, y en este caso ¡no puede haber casa sin cimientos!, porque Dios nos es más íntimo que nosotros mismos. Sin embargo, «Dios que te hizo sin ti, no te salvará sin ti». Nuestra libertad desempeña un papel muy importante en relación con nuestra intimidad, cuando nos preguntamos si Dios quiere esto o aquello, Dios nos regresa la pregunta: y tú ¿qué quieres?

¿Qué queremos? ¿Cómo lo queremos? ¿Para qué lo queremos? ¿Por qué lo queremos? ¿Cuál o cuáles son los deseos más íntimos de nuestro corazón? ¿Son consistentes entre sí?

Porque todos esos cuentos de que Dios nos exige algo que no queremos, sacrificios que nos hacen infelices y demandas que son externas y que no están en las entrañas de nuestro corazón, son eso: cuentos, patrañas que nos contaron o telarañas que dejamos anidar por ahí. Dios no quiere para nosotros(as) lo que nosotros(as) no queremos, pero ¿sabemos lo que queremos? Porque para saberlo se requiere de intimidad, de silencio, de vida interior, de escuchar esa voz profunda de nuestro centro y, la verdad, es que muchas veces nos educan solamente para responder a demandas externas: a lo que dice la autoridad, cualquiera que sea ésta; a lo que «se» dice, hace; quiere, a lo que nos muestra la publicidad; a cánones externos de éxito en los que ni siquiera nos hemos detenido a sentipensar para saber si, literalmente, nos laten, si latimos con ellos.

Ahora, supongamos que escuchamos su llamada suave, que sentimos la inclinación de «arder en deseos de su paz», todos y todas escuchamos esa llamada de una u otra manera en algún momento de la vida, es la inquietud vital que nos moviliza, que nos incita a buscar, que nos deja con sed cuando no buscamos en la fuente de agua viva; «erré y me acordé de ti. Oí tu voz detrás de mí, que volviese; pero apenas la oí por el tumulto de los sin–paz».

Escuchamos tantas voces que pareciera que tenemos el corazón dividido, esquizofrénico, queremos responder a esa voz que habla suave, pero los gritos y el tumulto nos incitan a querer también muchas otras cosas. Y la creación es bella y es buena, quererla no es malo, pero no podemos poseerla toda, por eso hay que preguntarnos —y aquí lo hago en primera persona porque sólo uno o una misma puede responder a esto—: ¿hay consistencia en mis quereres? ¿No se contradicen? ¿No me engaño a mí misma(o) cuando intento negociarlos? ¿No me miento para hacer componendas? Porque, de ser así, nos alejamos de lo más íntimo; es como si sobre los cimientos pusiéramos burbujas, éstas se reventarán no porque los cimientos nos sean sólidos, sino porque las burbujas no lo son, y luego nos sorprendemos de sentirnos vacíos(as). Sobre un edificio de burbujas me engaño creyendo que negocié con Dios, y todo mi parloteo para convencerme a mí misma(o) no me dice en realidad nada. Sobre un edificio de burbujas, los cimientos ya no sólo no me sostendrán, sino que me estrellaré contra ellos. Dios no me aplasta, soy yo quien se cae porque «yo, en mi avaricia he querido no perderte, pero he querido poseer contigo la mentira (…). Ésta es la razón por la que te he perdido: porque no te avienes a ser poseído por la mentira».


(El título y todas las citas del artículo son de las Confesiones de San Agustín de Hipona).

Imagen de portada: Depositphotos

Un comentario

  1. San Agustín, una reflexión para vivirla en silencio, para examinarme en esta vida con mil escusas de actividades que se abrazan, dejando a un lado el verdadero cimiento sin 🫧 burbujas. Gracias.

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