Vivir sin utopía: de la lucha por el poder a la defensa de la vida

¿Qué implica el cambio de autoridades en nuestras sociedades? ¿Qué significa la participación política de las mujeres en tiempos de colapso? Con el texto que se presenta a continuación comparto la posibilidad de vivir en sociedades donde la organización política y social construye alternativas de cambio y esperanza. Estas sociedades no son una utopía por imaginar, sino realidades que emergen desde contextos concretos. Nombramos la comunalidad como un ejemplo específico, que nos permite identificar algunas pautas de convivencia, en las que la participación de mujeres ha sido prioritaria, pero al mismo tiempo, como en la mayoría de las sociedades, ha implicado múltiples retos. A pesar de ello, cada vez más mujeres asumen la responsabilidad de ser autoridades en su comunidad, sin embargo, más allá de una lucha por el poder o de generar expectativas en el cambio de gobierno, la organización comunal prioriza la vida, y en ese sentido desafía la violencia, el extractivismo y el orden patriarcal impuesto en la actualidad.

Comenzaré mencionando las diferencias entre el orden patriarcal y las sociedades matriarcales para definir con precisión el término matrialidad. Luego, nos enfocaremos en la comunalidad y en las experiencias de mujeres en la vida comunitaria, explorando sus posibilidades, esperanzas y desafíos.

Primeras sociedades y el inicio de la guerra

Las primeras sociedades colaboraban para hacer posible la vida y la subsistencia, no existían nociones de explotación, competencia o acumulación. No había dominio de la vida, sino preservación y cuidado. La vida, en todas sus dimensiones, y las mujeres —como dadoras de vida— estaban al centro. Se dice que las primeras sociedades fueron matriarcales. El sufijo arché, que compone esta palabra, literalmente significa «principio» u «origen», pero también significa «útero», así lo describe Claudia von Werlhof en su libro Madre Tierra o Muerte. Cuando hablamos de sociedades matriarcales nombramos el origen de la vida; en el principio la madre, el útero dador de vida, sin embargo, con el paso de los siglos, el significado de este sufijo se transformó debido a que el orden patriarcal se impuso sobre el orden de la vida. De acuerdo con el antropólogo Brian Ferguson, los primeros indicios de guerra se registran hacia el año 5000 a.C.; al imponer el principio del padre el sentido de arché se transforma y termina por adquirir el sentido de dominación, poder o control. El cuidado de la vida deja de estar al centro y, en consecuencia, las mujeres también.

Este giro en el orden de la vida comienza a dar origen al patriarcado. En lugar de preservar y cuidar la vida lo que se busca es dominarla, y con ello se instaura la jerarquía como forma predominante de relación. Este orden ha reproducido violencias hacia todas las expresiones de vida, principalmente materializadas en los cuerpos de las mujeres y en la explotación de la tierra. El orden patriarcal trajo consigo sistemas de opresión que derivaron en el colonialismo y el capitalismo. En estos sistemas se jerarquiza la vida; no sólo el hombre se instaura en el nivel superior de la pirámide, también hay culturas y estilos de vida que se imponen sobre otros. En los tiempos modernos el capitalismo aparece como sistema de explotación predilecto, pero además de explotar su mano de obra extrae sin límite alguno cualquier señal de vida que pueda existir en la tierra, sobre la tierra y debajo de ella.

Desafiar el orden patriarcal implica desarticular los sistemas de opresión y detener el extractivismo. Sin cuestionar y desmantelar estos sistemas de opresión —que se manifiestan en los estilos de vida actuales— cualquier cambio en el régimen político o en las formas de gobierno seguirá reproduciendo un orden dominante, violento con las mujeres y de explotación con la tierra. ¿Qué significa entonces la sociedad matriarcal en estos tiempos?

Frecuentemente se ha interpretado al matriarcado como lo opuesto al patriarcado, con todo lo que este último conlleva, sin embargo, en las sociedades matriarcales no existe el dominio, sino su ausencia, por ello es indispensable reafirmar que las sociedades matriarcales no hacen referencia al dominio de la madre o al dominio de las mujeres. La sociedad matriarcal, lejos de ser una sociedad que impone una nueva relación jerárquica —ahora bajo el dominio de la mujer— es una sociedad que pone al centro la vida, sin pretender dominarla. Para salir de tal confusión y del binomio en el que se ha encasillado ese término, retomamos la noción de matrialidad «como fuente para reinventarnos en el presente y generar una propuesta civilizatoria y de saber postpatriarcal», propuesta por Arturo Guerrero en Matriarcado, matrialidad e ilusión patriarcal: elementos para una ciencia desde la tierra.

La vida comunal en la nueva era

Desde hace un par de años vivimos atestiguando no sólo el fin, sino también el inicio de una nueva era, que ahora más que nunca es evidente. En medio de guerras, genocidios, calentamiento global y cambios de régimen político, los tiempos de colapso socioambiental también han develado el surgimiento del nuevo mundo, un mundo en el que las mujeres hemos desafiado el dominio patriarcal; las culturas que durante siglos fueron oprimidas e intentaron ser exterminadas continúan resistiendo. Los pueblos originarios, indígenas, negros, afro y campesinos hacemos frente al ecocidio que amenaza nuestros territorios. Esta es la sociedad que emerge, la que durante siglos fue desplazada hacia los márgenes y que hoy reafirma su existencia. Una sociedad que cuestiona la dominación hacia la vida y hacia la naturaleza. Una sociedad que desafía la explotación y la violencia hacia las mujeres y hacia la tierra. Estas sociedades no son una utopía que promete un futuro mejor, sino una realidad que existe de manera concreta en el presente, en el mundo actual. Una de sus expresiones es la vida comunal.

Foto: © Wendy Monserrat López Juárez

A continuación, relato algunas de las características de este tipo de sociedad. La centralidad en la vida y en la naturaleza se manifiesta de distintas maneras, a través de la espiritualidad y también, en muchas ocasiones, por medio de lo que hoy en día nombramos defensa del territorio. La participación de las mujeres ha sido indispensable en este camino, sin embargo, en los últimos años se ha nombrado su participación política, es decir, en los cargos comunitarios y la toma de decisiones en la vida pública. Hay distintos retos de por medio, no es una sociedad perfecta, ideal o utópica, sino un tipo de sociedad que, como todas, está en movimiento y en constante transformación.

En la vida comunal no hay dominación sino organización. No esperamos a que un régimen u otro transforme la vida social, la transformamos nosotras y nosotros. La vida comunal se sostiene con la participación de cada persona que integra la comunidad. En distintas comunidades de Oaxaca los usos y costumbres son una forma de organización social, basada en un sistema de cargos o servicios comunitarios. Durante años estos cargos fueron ocupados por hombres, pero en la actualidad hay cada vez más mujeres que desempeñan sus servicios, no obstante, realizar el cargo comunitario no es sencillo. En ese sentido, es importante diferenciar el sistema normativo indígena del sistema de gobierno del Estado. Mientras los funcionarios públicos desempeñan un cargo representativo y pagado después de hacer carrera política o postularse como candidatos, en el sistema de cargos comunitarios los servicios son rotativos entre los miembros de la comunidad y en la mayoría de las comunidades no son pagados. Por lo tanto, dar un servicio comunitario no sólo implica aceptar un nombramiento y desempeñar una función, sino brindar un servicio a toda la comunidad y estar disponible para lo que ésta requiera. Nadie compite por realizar un cargo, no hay candidatos que hagan campaña, pues los retos de servir a la comunidad requieren compromiso y entrega.

No se trata de una lucha por el poder. La tarea de la autoridad es servir al pueblo; es una autoridad sin poder, porque el poder reside en la asamblea comunitaria. Generalmente entendemos el poder como sustantivo, como un objeto que algunos poseen y otros no; esta noción nos coloca a veces en el lugar de los poseedores y otras veces del lado de los desposeídos, asumiendo que son otros los que tienen facultades de actuar y a quienes debemos exigirles que lo hagan. Por ello, esta lógica muchas veces nos deja inmóviles, simplemente desde una demanda de acción hacia otros, que termina por frustrarnos al ser testigos de la impunidad, represión e injusticia.

Propongo entonces que nos atrevamos a nombrar el poder como verbo para devolverle su sentido de acción, de capacidad para hacer. De esta manera, parte del poderhacer que reside en la asamblea es delegado a la autoridad para que cumpla con lo acordado, pero también este poder se distribuye en forma de responsabilidad con los miembros de la comunidad. No es un poder que se coopta, sino una responsabilidad que se reparte; un conjunto de obligaciones que no son necesariamente impuestas sino un acto de reciprocidad con el pueblo que se habita y con la comunidad.

Además de las responsabilidades, hay fiesta, gozo y alegría. La fiesta es también una expresión de organización en donde se convive, pero al mismo tiempo es el resultado de la dedicación y el esfuerzo colectivo. Ahí se expresa la matrialidad, en la organización propia para reproducir la vida digna, el gozo y la alegría. Una organización que nace del nosotros, en la que todas y todos somos partícipes. Otra de sus expresiones la encontramos en la espiritualidad, que nos invita a sanarnos con la tierra y recuperar el vínculo sagrado con nuestro ser naturaleza; hacernos conscientes de que el daño hacia la tierra nos lo hacemos a nosotros mismos y que para convivir en armonía es indispensable el respeto entre los seres que la habitamos. La vida comunal desafía el sistema patriarcal, entendido como forma de organización social, pues instaura un orden diferente, proponiendo organización ante dominación, equilibrio ante jerarquía y responsabilidad frente al poder.

Las mujeres en la defensa de la vida: del orden matrial a la relación social

La forma de organización comunal es encarnada en personas concretas. Por ello, además de nombrar las características que sostienen este orden matrial —como lo hicimos en el apartado anterior—, es también indispensable poner sobre la mesa las construcciones de relación social, en donde surgen diversos desafíos. Mujeres, hombres, niñas, niños, jóvenes y ancianos contribuimos en la vida comunal y en su disfrute, sin embargo, esta forma de organización que procura la vida también enfrenta retos, pues no es una sociedad perfecta, sino real, en la que convivimos personas de diversos géneros y edades, que también cometemos errores, experimentamos emociones y ante las historias de violencia que hemos enfrentado estamos reaprendiendo a convivir en armonía y equilibrio.

Uno de los grandes retos sin duda es el machismo tradicional. Al igual que en la mayoría de las sociedades, en la comunidad persisten expresiones de machismo, que es necesario nombrar para poder erradicar y transformar.


«Es necesario desafiar el mito del desarrollo y cuestionar el poder económico que se ha impuesto por encima de la vida».

Esta no es una tarea que corresponda sólo a las mujeres, sino un reto que exige a los hombres cuestionar su actuar, al mismo tiempo que interpela a la comunidad para generar las condiciones adecuadas de convivencia y participación. Transformar estas condiciones es también una tarea en la que todas y todos debemos contribuir. Por ejemplo, cuando un hombre desempeña su cargo, normalmente es la mujer quien se mantiene como proveedora del hogar, quien garantiza que existan las condiciones adecuadas para que el hombre pueda realizar su labor comunitaria, desde asegurarse que haya ropa limpia hasta garantizar la comida y cuidar a los hijos. Sin embargo, cuando una mujer realiza su cargo comunitario ¿quién se encarga de asegurar estas condiciones? Es ahí cuando es necesario fortalecer y construir un piso común.

En la vida cotidiana, aun sin tener un nombramiento en el sistema de cargos, las mujeres desempeñamos distintas actividades que sostienen la vida misma y el orden social. Participar en los cargos y servicios implica distintas exigencias y compromisos, es por ello que deben existir condiciones adecuadas para la participación de las mujeres, pues si ésta surge como una obligación impuesta de manera externa, sin considerar y procurar las condiciones reales en el contexto local, esta participación será probablemente una simulación o incluso puede provocar situaciones de violencia en el ejercicio de su cargo. Hay mujeres que han ejercido cargos como autoridad en su comunidad y los desafíos han sido innumerables.

Las mujeres hemos defendido la vida principalmente con nuestro cuerpo. Bertha Cáceres fue una líder indígena lenca y activista ambiental hondureña que fue asesinada el 3 de marzo de 2016 tras liderar la oposición a la instalación inconsulta e ilegal de la represa de Agua Zarca. Irma Galindo denunció la tala ilegal en su comunidad, San Esteban Atlatlahuca, en la mixteca de Oaxaca. Debido a su denuncia y a la defensa del bosque recibió distintas amenazas y atentados. Irma fue desaparecida el 27 de octubre de 2021 y hasta el momento se desconoce su paradero.

En el mundo entero continúan siendo alarmantes los casos de feminicidio y violencia contra las mujeres. Aunado a ello, las personas defensoras del territorio son las que se encuentran en mayor riesgo en América Latina. En 2022, de acuerdo con el reporte de Global Witness, el 88% de los asesinatos del sector ocurrieron en esta región del mundo; Colombia y México encabezan la lista.

«Nuestra lucha es por la vida» fue una de las sentencias plasmadas en la cuarta declaración de la selva lacandona, apelando a la muerte que se impuso a los pueblos desde hace más de 500 años y que el Estado Nación ha seguido alimentando hasta nuestros días. Por ello sostengo que mientras las condiciones de muerte e impunidad no cambien, el orden social tampoco cambiará, independientemente de las buenas intenciones o de las personas que estén al frente del gobierno nacional en turno. Es necesario desafiar el mito del desarrollo y cuestionar el poder económico que se ha impuesto por encima de la vida. Mientras se siga priorizando la inversión económica y el desarrollo se continuará sosteniendo un orden social de muerte, despojo e impunidad.

Matrialidad es el orden social en el que todas y todos nos hacemos partícipes del cuidado de la vida. No se trata del dominio de las mujeres; más allá de la lucha por el poder, se trata de distribuir la capacidad de acción que a todos nos corresponde para tomar responsabilidades en la defensa de la vida.

Para enfrentar el colapso no es necesario inventar nuevas soluciones a viejos problemas, sino mirar alrededor y reconocer las soluciones vivas, que han existido desde hace miles de años. La nueva era deberá asumir el reto de colocar al centro el principio de la vida y generar las condiciones de respeto y armonía hacia las mujeres y hacia la tierra, sólo entonces las esperanzas —que se han gestado en alternativas concretas— podrán brotar y expandirse para consolidar la sociedad que emerge con fuerza desde lo profundo de la tierra. 

Para saber más: 

Von Werlhof, C. (2015). Madre Tierra o Muerte. El Rebozo. https://bit.ly/4eVwztq

Ferguson, R. B. (2013). Prehistory of War and Peace in Europe and the Near East, en D. P. Fry, War, Peace and Human Nature. The Convergence of Evolutionary and Cultural Views. Universidad de Oxford. https://bit.ly/3Nw7zfV


Guerrero, O. A. (2022). Matriarcado, matrialidad e ilusión patriarcal: elementos para una ciencia desde la tierra. Utopía y Praxis Latinoamericana, 27(98). https://bit.ly/3NxoiQ7

Global Witness. (2023). Siempre en pie: Personas defensoras de la tierra y el medioambiente al frente de la crisis climática. https://bit.ly/3BP5xFg

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