Una voz por la compasión

«Nuestro Dios es un Dios de compasión, y la compasión -podemos decir- es la debilidad de Dios, pero también su fuerza … el lenguaje de Dios es la compasión». Así hablaba Francisco, a quien el Padre ha llamado a compartir la vida resucitada de su Hijo precisamente cuando celebramos la Pascua. Así hablaba, sabiéndose como una voz en medio del desierto de las voces públicas que abogan por la mano dura, por la criminalización de la pobreza y de los errores, por la discriminación y la ideología de nosotros primero, por la condena sin término de quienes son sospechosos o culpables de haber hecho algún mal. Voces de crueldad se multiplican en la escena de nuestra política, mientras el Papa Francisco hablaba de compasión. 

La compasión es la capacidad de involucrarnos ahí donde la vida duele y donde se encuentra en peligro. Es la «lente del corazón» que permite tener la visión clara para llevar a la Iglesia y a la humanidad donde verdaderamente se necesita; donde puede ejercer su vocación e identidad de «hospital de campaña», que Francisco siempre nos recordaba. «No es un sentimiento de lástima», nos decía el Papa, sino «jugarse la vida allí». La compasión es la capacidad de dolernos por las heridas de la guerra, de las muchas guerras en que se juegan la vida de los seres humanos, de las criaturas de esta Tierra, y de acercarnos a los heridos para juntos acompañarnos, curarnos y ofrecernos la posibilidad de un verdadero futuro.  

Y como no todo nos duele, porque no somos conscientes siempre de las heridas que no tocan directamente nuestro cuerpo, la compasión es también nuestra posibilidad de conversión y reconciliación. Francisco también nos enseñó esto. No lo sabía como una cuestión teórica, sino como algo que él mismo había experimentado y experimentaba todos los días de su vida. Su lema «lo miró con misericordia y lo eligió», daba testimonio de ello. Su vida había sido transformada por la compasión, y por eso sabía que muchas otras vidas también podían transformarse por ella. ¡Cuántas veces, siendo ya Papa, pidiendo perdón, no solo a nombre de la Iglesia, sino en el suyo personal, por no haberse dado cuenta del dolor que podía traer con sus acciones y palabras! ¡Cuántas veces reiniciando el camino para corregirse, para escuchar, para entender, para dolerse y para involucrarse con aquellas personas a quienes no había sabido acoger de verdad! La compasión es la capacidad que Dios nos da de que nuestro corazón se vaya pareciendo cada día un poco más al suyo. Es transformación de las entrañas, para que vayan siendo un hogar para todas las personas y todas las criaturas. Y esa una conversión que no termina nunca, sino hasta el momento de nuestro encuentro definitivo con el Compasivo, Dios Padre Madre, nuestro Señor. 

Francisco, hoy nos hace falta tu voz para recordarnos la compasión. Pero nos dejas tu Espíritu y, como con la muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu siempre multiplica las voces que saben transmitir la palabra de Dios. Por eso, la tristeza de la muerte y de la pérdida, del hueco y de la falta, se convierten en la alegría de la misión, del camino y de la comunión que mantiene a los caminantes unidos. Queremos que quien continúe tu ministerio, mantenga esa llamada a la compasión. Que pueda ser también un testigo de la compasión de Dios que nos acoge, nos escucha, nos levanta, nos convierte y nos invita a dejarnos hacer compasivos como y con Él. 

Pero no solamente lo pedimos para el nuevo Papa. Ahora es nuestro tiempo de conversión, para integrarnos al coro que te integraste de voces que, compasivas, piden compasión. Para pedir perdón, cuando se exige condena. Para pedir diálogo y proceso justo, cuando se pide castigo. Para pedir artesanía de la paz, cuando se pide acción terminante. Para pedir cuidado sereno y fundado de nuestra casa común, cuando se pide solución unilateral a las urgencias. Para pedir recibir como hermano y hermana a los extranjeros, cuando se piden muros y cerrar las fronteras. Para pedir reconocimiento de la dignidad de todo ser humano y de toda criatura, cuando se pide privilegio sólo para los nuestros y para nuestros cercanos. Hoy, tu voz de compasión sigue sonando en esas voces, y seguirá sonando en las nuestras, si permitimos que el Compasivo también nos convierta. 

21 de abril de 2025

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