ver más

Regresaremos a casa con la Copa 

Por Luis Enrique Palma 

En las palabras de Messi, se escucha el suspiro de quienes estamos lejos de casa. «Siempre soñé con este momento, poder festejar con ustedes, venir a mí país y levantar la Copa del Mundo». Con estas palabras Messi agradeció a 83 mil aficionados argentinos que celebraban en el Estadio Monumental ser campeones del mundo. Sus palabras encarnan la nostalgia del viajero. ¿Quién no añora regresar a casa no con las manos vacías, sino con el pecho cargado de alegría y agradecimiento? 

A los 13 años Messi tuvo que dejar la tierra de sus padres y emprender una aventura lejos de su natal Rosario. Si quería seguir adelante con sus sueños —atender su salud de forma correcta, conseguir minutos en un equipo grande, ayudar económicamente a su familia…— debía probar suerte más allá del océano. Sus motivos de viaje no son tan distintos a los nuestros. Migramos porque pareciera que no tenemos lugar en la tierra propia. Migramos porque nos mueve la promesa de un mejor mañana. 

Pero estar lejos de casa no es razón para olvidar el abrazo de la abuela ni al equipo del que soy hincha. Habremos aprendido nuevas palabras, recetas y costumbres, pero no olvidamos a qué sabe la comida preparada por mamá, cómo se baila en las noches de quinceaños y cuáles son las preocupaciones de nuestra gente. A nuestro espíritu le sigue inquietando la felicidad de los nuestros. Aún soñamos con volver a las calles de nuestro barrio para festejar con quienes nos vieron crecer. 

Hace unos días mis divagaciones trataron de dibujar cómo sería ese anhelado regreso a casa. Mi anhelado regreso. Yo acababa de participar en un torneo deportivo de preparatorias jesuitas de México. Durante tres días acompañé como profesor a chavalos y chavalas de 17 años a disfrutar del fútbol, el baloncesto, el atletismo… Festejamos y lloramos; hubo risas agónicas y suspiros amigables; gritamos ante la duda y descansamos en silencio. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. 

Después del evento, mientras regresaba de Ciudad de México a Guadalajara, pensé en todo lo que había vivido: la gente, los goles, los cánticos, el aprendizaje… Me sentí agradecido por mi presente, pero también me acordé de Nicaragua. Siempre me acuerdo de Nicaragua. Entonces, las palabras de Messi estuvieron en mí: poder festejar con la gente de mi tierra, ir a mi país y levantar la Copa del Mundo. «¿Cómo sería vivir estos goles y cánticos con la gente de mi tierra… con los chavalos de las calles y los campos?», pensé. 

Supongo que Messi también llegó a plantearse divagaciones semejantes. Después de ganar una Champions League y de celebrar con los aficionados del Barcelona, pensaba de repente en su Argentina. A pesar de los triunfos deportivos en su club, fallaba una y otra vez en levantar un campeonato con la camiseta albiceleste. No podía cumplir ese sueño al que se refirió en su cuenta de Instagram: «Muchas veces imaginé lo que podía ser regresar a mi país como campeón del mundo». 

El sueño de Messi es el anhelo de todo aquel que está lejos de su tierra. Es el sueño de mi amigo Iván, quien hace cinco años tuvo que partir a Costa Rica en búsqueda de seguridad, bienestar y esperanza. Se trata del sueño de Germán, quien ha rehecho su vida en Estados Unidos sin olvidar de nutrirse de sus auténticas pasiones. En ambos casos —cada uno a su manera— han salido victoriosos en las batallas que han librado, por muy ásperas que éstas hayan sido. Solamente ellos saben cuánto han tenido que luchar. 

Iván y German también han ganado al equivalente de su propia Champions League. Han alzado un campeonato fuera de casa y lo han celebrado junto a su entorno. Desde luego, no hablo de un trofeo de metal, sino de la verdadera plenitud. No obstante, mientras dimensionan en sus noches qué es lo que van consiguiendo, aparece la infaltable pregunta: «¿Cómo sería vivir estas alegrías y consuelos con la gente de mi tierra?» Entonces, Iván y Germán piensan en antiguas amistades, familiares lejanos y caras conocidas del vecindario. 

Hoy somos cientos de miles de nicaragüenses los que estamos lejos de casa. Habrá quien piense que es fácil llevar una vida en el extranjero: fotografías, dólares, hamburguesas, películas… Pero quien piensa así no tiene idea de lo que significa estar fuera. No dimensiona esas noches nostálgicas, solitarias y contemplativas. Es en esas noches cuando soñamos lo mismo que Messi: «Siempre soñé con este momento, poder festejar con ustedes, venir a mí país y levantar la Copa». 

Yo me pregunto: «¿Qué significa llevar la Copa a mi tierra?» Son tantas las respuestas. Por ejemplo, para Germán significa ayudar al deporte de las calles de Managua y Bluefields. Por su parte, Iván anhela hablarle a la juventud sobre lenguaje, historias y principios. Pero llevar la Copa no solamente significa hacer algo por el otro, basta con la mera existencia en tierra de nuestros padres. Con apenas un único suspiro de existencia y de fe en el mañana ya nos estamos sumando a la fiesta de la vida. 

Entiendo que es difícil pensar que algún día podré festejar libremente entre los míos, pues a Nicaragua la matan la injusticia, la violencia y el engaño. Hay sangre derramada sobre el suelo. Sin embargo, este mismo dolor me impulsa a siempre soñar. Pelearé por esta Copa hasta el último minuto. Si me anotan un gol, les devolveré otro. Si pierdo una final, lucharé por llegar a otra. Si son muchos contra mí, juntaremos nuestras voces desde el exilio: Costa Rica, México, Estados Unidos, España, Alemania, Ecuador… 

Somos una comunidad que sueña. Una comunidad que seguirá intentando. Pronto festejaremos, mis amigos. Regresaremos a casa con la Copa. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Síguenos en nuestras redes sociales
Suscríbete al boletín semanal

    Enlázate con
    Previous slide
    Next slide