
La llegada de Donald Trump a su segundo mandato como presidente de Estados Unidos para el periodo de enero 2025 a enero 2029 ha generado una serie de dinámicas globales que han dado paso a crisis en varias agendas internacionales.

Este mes de julio nos detenemos en una de las heridas abiertas de nuestro tiempo: la migración. No como un dato que se contabiliza en informes, sino como la experiencia vital de millones de personas que cada día cruzan fronteras en busca de vida, dignidad y esperanza. Han pasado varios meses desde el inicio de la segunda administración de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos y el escenario migratorio cada día es más sombrío.

El itinerario de la esclavitud a la libertad que el Pueblo de Israel recorrió, tal y como lo narra el libro del Éxodo, nos invita a mirar la realidad de nuestro tiempo, tan claramente marcada por el fenómeno de la migración, como un momento decisivo de la Historia para reafirmar no sólo nuestra fe en un Dios siempre cercano.

Ante la llegada de la nueva administración republicana y un panorama nada halagüeño para las personas indocumentadas en tránsito rumbo a Estados Unidos, especialistas y activistas analizan posibles escenarios y acciones desde las organizaciones sociales,

En un contexto global marcado por desplazamientos masivos de personas, ocasionados por guerras, violencia y cambios drásticos en el clima y medio ambiente, el acompañamiento a migrantes realizado desde las obras jesuitas resulta una tarea esencial en la construcción de un mundo que mira esos retos con esperanza.

En vísperas de comenzar este nuevo periodo electoral, las dos profes que conformamos el Programa de Asuntos Migratorios (PRAMI) del ITESO nos preguntamos: ¿qué haríamos este año con respecto a la incidencia?

La ola de calor que azota a la ciudad trae por víctimas a seres que buscan desesperadamente un lugar donde sobrevivir: una esquina, una mirada, al menos una minúscula hendidura entre los sueños que cambien la vida amarga, por el alado verdor de los días felices.

En algunos países de llegada, los migrantes son vistos con alarma, con miedo”, y esto lleva al “fantasma de los muros: muros en la tierra, que separan a las familias y muros en el corazón”. Pero “los cristianos”, advierte el Papa, “no podemos compartir esta mentalidad.

Actualmente, en la mayoría de los países del mundo, hablar de fronteras equivale a hablar de violencia. Ante el resquebrajamiento del sistema de Estados nación, el incremento de los flujos migratorios, el aumento de las “economías criminales” y una férrea política de seguridad nacional como respuesta a dichos fenómenos, la violencia pareciera ser el lenguaje común de las fronteras del mundo.

Hace 12 años, cuando en el norte de México, en la frontera, los migrantes clamaban por su vida, la mirada no estaba puesta en el sur del país, en donde apenas y se reconocía que, en el paso fronterizo con Guatemala, existía un problema de seguridad.