Hay aproximadamente diez santos o santas cuyo estado civil fue el de “casados”, después del siglo I, de un total de mil 726 en el santoral católico. Sin embargo, no hay ninguna madre soltera, a reserva de no conocer al dedillo el santoral católico. Ustedes ya han leído en mis columnas anteriores que el tema de la maternidad intensiva, la sacralización de la maternidad y el cansancio son asuntos que me mueven, porque me atraviesan directamente.
En estos días llegó a mis manos «por azar» —lo encontré en un botadero de libros que iban a la basura— el libro Las siete moradas, de Caroline Myss, que hace referencia a Las moradas, de santa Teresa de Jesús, y ahí explica cómo, en estos tiempos, la mística debe tomar otra perspectiva, pues sostener lo que podríamos llamar «santidad» con los lentes de la mismísima santa Teresa no tendría sentido.
Como estos temas me siguen moviendo profundamente, tanto la espiritualidad, el género y la maternidad, me hice varias preguntas: ¿era posible que una mujer con hijos y soltera pudiera haber sido santa? Esa pregunta ya la respondí al inicio. Luego, me pregunté: a la luz del feminismo ¿tiene algún sentido llamarle a algo «santidad»? Y, sin ningún ánimo ególatra, sino simplemente por curiosidad, de ninguna manera podría ser santa, ni antes ni ahora, básicamente porque no resulta de mi interés, pero porque las condiciones contextuales tampoco dan para ello, habría que invertir mucho tiempo, el cual una madre soltera definitivamente no tiene.
También Marcela Lagarde ha abordado este tema ampliamente en Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas y putas, presas y locas. Ninguna sale bien librada de esas preguntas.
Las madresposas, porque tienen dobles o triples jornadas laborales, porque posiblemente no reciben un salario remunerado, lo que en México equivale a 8.4 billones de pesos. Las monjas, pues… de eso también he hablado mucho, que nunca han estado en la jerarquía eclesial —si es que la jerarquía fuera deseable— y porque también experimentan trabajos no remunerados de muchas maneras, sin contar con los tabúes sobre el ejercicio pleno de su sexualidad o la posibilidad de ser madres por decisión, aunado a las controversias sobre los abortos clandestinos en las comunidades religiosas.
Las putas, eso ya está resuelto, no pueden ni podrán ser santas, pues el trabajo sexual no está legalizado en lo civil, no se diga en la Iglesia.
De las presas y locas, mejor ya ni hablemos, porque básicamente sus derechos estarían reducidos al mínimo y las posibilidades de experimentar una experiencia mística definitivamente está muy lejos; aunque las vivan, no creo que se les tomaran con seriedad como para una beatificación.
Desde ahí, la respuesta es no, las mujeres, a reserva de ser una monja muy poderosa dentro de la Iglesia, no tendrían la posibilidad de la santidad. Eso sí, tengo muchas personas cercanas con hijos que de alguna manera viven distintas formas de espiritualidad y que me han compartido algunas experiencias místicas, pero hay que arreglárselas entre llevar a los hijos a la escuela, pagar las deudas escolares, lidiar con algunas leyes que no se ejecutan para la manutención de los hijos y acompañar a hijos en etapa de crianza, en mi caso, adolescentes.
¡Claro que me gustaría tener disciplina, enfoque, para sentir algo como lo que santa Teresa o Myss narran como experiencias místicas, pero lamentablemente no es así!
En resumidas cuentas, lo que en esta columna quiero expresar es que no hay mística sin política, aunque suene fuerte y duro de aceptar.
Para saber más
Lagarde y De los Ríos, M. (2005). Los cautiverios de las mujeres madresposas, monjas, putas, presas y locas. México: UNAM.
Myss, C. (2019). Las siete moradas. De Bolsillo.
Teresa de Jesús, T. (1968). Las moradas. Espasa–Calpe.






