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Una feminista bastarda refugiada en el Vaticano

Como equipo editorial de la revista Christus, nos complace presentar una serie de entrevistas realizadas a mujeres diversas, con contextos y creencias distintas.

Consideramos que es necesario amplificar su voz, especialmente de aquellas que han sido relegadas, para poner atención a su experiencia tal como la cuentan. Estas historias pueden ser disruptivas en algunos casos, pero es primordial enfatizar sus proyectos y militancias de vida, y recuperar relatos llenos de esperanza. Necesitamos escucharlas para conocer más profundamente el mundo en el que estamos y la misión que se nos llama a vivir como Iglesia de Jesús, quien se ha encarnado en cada uno de nosotros.

Las siguientes historias no necesariamente representan la opinión de la revista. A través de esta serie de textos, esperamos contribuir al diálogo sinodal propuesto por el papa Francisco y destacar la necesidad de incluir voces diversas en la reflexión y acción pastoral de la Iglesia.

Cuando Pedro Reyes, director de la revista Christus, me pidió que buscara a la feminista María Galindo (La Paz, Bolivia, 1964) para hacerle una entrevista, mi respuesta fue: “¿Estamos en lados opuestos, no es así?» No es que no quisiera entrevistar a una de las mentes más lúcidas y elocuentes del feminismo latinoamericano, al contrario, qué lujo poder hacerlo. Pero me parecía un reto casi imposible conciliar mundos tan diferentes.

Fiel a su espíritu persistente, Pedro encontró un ángulo y resultó que esa eminencia de la calle, artista de lo profano, esa deliberada diabla de ojos claros y sombras cargadas de negro, tiene no solo una, sino mil historias que contarle a una comunidad lectora como la de Christus. Y resulta una oportunidad única encontrar que, en la tensión de las ideas, existe el espacio suficiente para la reflexión profunda y verdadera.

Esta historia es la de una activista boliviana, marxista, lesbiana, atea, refugiada en un convento de monjas en el Vaticano en plenos años ochenta y convertida, a base de mucha calle y una mente afilada, en una verdadera agitadora de conciencias. También es la historia de una feminista anarquista decidida a romper con las estructuras patriarcales desde la empatía social, la desobediencia, la autogestión y la performance; convencida de que no se puede continuar con un sistema “en el cual nuestras vidas, nuestras alegrías, nuestros sueños no valen nada”, dice.

La entrevista la hacemos la tarde de un sábado de febrero, vía zoom. Noto que María está relajada, no lleva maquillaje y sonríe cuando echa andar la memoria. Lo primero que hace es mostrarme su colección de personajes con los que descaradamente se presenta ante el mundo.

“Tengo muchas maneras de hablar de mí. Me gusta decirme anti–señorita, porque aquí en Bolivia se usa mucho el apelativo de señorita. Me gusta decir que soy abajista, porque hay un generalizado arribismo, como que tienes que ir pa’ arriba, estés donde estés, y pues yo voy pa’ abajo”. Sigue: “Me gusta llamarme agitadora callejera, porque es, digamos, una de mis mayores destrezas. Me gusta llamarme cocinera, porque la cocina para mí no solo es el lugar donde he crecido, sino que es un centro de saberes muy importante; un centro político de las sociedades, de las casas y de las comunidades, y porque además tengo mucho cuestionamiento de ese credencialismo académico”.

Galindo habla con franqueza, conoce la estructura eclesial, conoce también la calle, sus carencias y posibilidades. Cada palabra suya es como una flecha aguda que van dando forma a un tejido desarmonioso que rompe el statu quo de cualquier cosa y en el camino va creando capas y capas de matices e ideas que no buscan producir hegemonía sino sutilezas transformadoras.

María también se autodenomina bastarda porque considera que es una categoría “anti–identitaria” que le permite distanciarse de las autoafirmaciones étnico–sociales predominantes en Bolivia. De hecho, también tituló su último libro Feminismo bastardo (Canal Press–Mantis, 2022), que fue presentado en la Feria de Libro de Gudalajara en noviembre pasado, en el cual recopila algunos de sus escritos más recientes y nos brinda la oportunidad de tener esta sincera conversación.

El exilio

Antes de empezar, Maria se asegura de decir que su historia es fidedigna, que ocurrió cuando ella apenas rondaba los 20 años y que roza en lo esquizofrénico, porque vivía dos realidades simultáneamente. La suya: ser mujer, atea, lesbiana y marxista, y la de la congregación de religiosas que la arropó en ese tiempo.

En el año 1985 María era militante de izquierda, en la Bolivia de Hernán Siles Zuazo, el primer presidente elegido democráticamente tras años de golpes de estado y gobiernos militares. Bolivia vivía una intrincada crisis de deuda que trajo consigo inflación, pobreza y desempleo y que allanó el camino para la puesta en marcha de un proyecto neoliberal marcado por la violencia.

“Para que ingresara el neoliberalismo en nuestros países la represión fue muy grande, muy masiva. Querían descabezar hasta las gallinas” —dice la activista—. “Yo sentí que mi vida podía correr peligro (…) y fui a acogerme a un convento de monjas en La Paz. Ellas me recibieron sabiendo que yo era atea, no era lesbiana pública, pero sabiendo que yo estaba comprometida con las luchas que había en ese momento”.

Las monjas le pusieron unas cuantas condiciones para recibirla, entre ellas limpiar cada rincón del convento, asistir a dos misas diarias y acompañar algunos grupos sociales con los que ellas trabajaban. María se sintió agradecida por el techo y la comida, “No era un relación de explotación”—dice—, al contrario, le pareció una forma justa de pago y que le permitió por muchos años vivir de los oficios de forma digna.

Sin embargo, incluso al estar en el convento su vida no estaba completamente segura. María recuerda cómo un día, angustiada por su seguridad, habló con la superiora del convento, con quien llevaba una buena relación y ella le ofreció una solución: “Mira, yo puedo salvarte. El jueves te pongo en Roma, pero tú tendrías que salir como novicia, si no, no hay un modo”. “Yo lo pensé, probablemente media hora, y le dije que sí”.

La medida de salir del país no fue bien recibida en su entorno político. María recuerda que en su círculo la idea del sacrificio y el martirio era valorada, y que salvar la vida a cualquier precio era considerado una traición.

Una vez en el Vaticano las monjas (prefiere no revelar de qué congregación se trataba) le ofrecieron la oportunidad de estudiar. Ella había querido tomar clases de filosofía, pero el curso era exclusiva para hombres, por lo que estudió psicología y pedagogía en su lugar. Más tarde logró inscribirse en algunos de los cursos que había deseado originalmente.

María nunca llevó hábito y solía vestir una falda oscura por debajo de la rodilla, blusa blanca, sin maquillaje y con el cabello corto, tipo melena. “Todo parecía sin sabor, sin erotismo”, rememora Galindo.

En un principio María pensó que su estancia en el convento sería temporal y que pronto regresaría a Bolivia. Sin embargo, la situación en su país empeoró y se desató una fuerte represión que llevó al asesinato de algunos de sus compañeros. “Fue entonces cuando me di cuenta de que esto sería un problema a largo plazo y decidí continuar con la mentira.” María se dedicó a estudiar intensamente. Nunca negó su identidad falsa y vivió así durante cinco años, hasta que finalizó sus estudios. Pero, eventualmente, decidió huir del convento.

María recuerda cómo disuadió a varias de las hermanas para sacar sus cosas de ese convento lleno de rejas. “Me fui a un cuartito en Roma y las monjas nunca me denunciaron con la Universidad”, quizá por evitar polémicas —dice María—, pues para entonces era una de las mejores estudiantes de la universidad. Para sostenerse económicamente Galindo trabajaba en una oficina del Vaticano dedicada a las canonizaciones, en donde ordenaba documentos y hacía traducciones.

Le pregunto: ¿Cómo integra después su experiencia de vida religiosa con el feminismo? La respuesta es clara: salvo algunas herramientas de formación de comunidad, no puede integrar completamente su experiencia, porque, en su opinión, las estructuras que dan vida a la Iglesia son, entre otras cosas, “asquerosamente coloniales”. Por ejemplo, recuerda que en la universidad había un turno de la tarde, al que insistían que asistiera, pero era una formación muy básica: “Era pura formación para ser catequistas y eran puras monjas del llamado ‘tercer mundo’. Con cursos muy cortos, pero además era un sistema de premio–castigo con mucha vigilancia”.

El conocimiento también estaba restringido y había mucha censura: “Teníamos una biblioteca increíble, pero para poder solicitar un libro de préstamo un profesor tenía que respaldar esa solicitud con su firma. Estoy hablando de los años ochenta; afortudamente yo tenía profesores que me firmaban hasta 50 fichas en blanco”.

María regresó a Bolivia a principios de los años noventa, con la intención de retomar sus contactos. Pero descubrió que su grupo político estaba desintegrado, también estaba agotada de las formas tan machistas de esa izquierda. Además, se daba cuenta de las grandes necesidades de la clase popular. A decir de Galindo, es, sobre todo en las mujeres, en donde pesan las cargas sociales más grandes: “Desde el punto de vista de la pobreza, desde el punto de vista de la imposibilidad de acceso a la justicia, desde el punto de vista de acceso a la educación. O sea, cargamos el mayor peso de cualquiera en la sociedad”, dice la feminista.

Fue entonces cuando decidió unirse a otras mujeres para fundar la organización anarcofeminista Mujeres Creando, en un barrio periférico de La Paz.

La performance

María Galindo va vestida de diabla, lleva unos cuernos largos en la cabeza y una estola sacerdotal roja en el cuello, maquillaje habitual: sombras y boca negra. El atuendo de gala es para celebrar el día de la mujer boliviana. Es 11 de octubre del año 2022 y María irrumpe en la Iglesia de San Francisco en la capital boliviana. Camina hacia el altar, donde comienza a recitar su poema–proclama “Nacer mujer” en voz alta.

Nacer mujer no es una mala suerte, ni una mala pata, ni una maldición. Nacer mujer no es, como decía mi padre, una gran desventaja, ni, como decía mi madre, un desperdicio, ni, como decía mi tía, una pena. No es “Mejor hubiera sido varoncito”. No eres un bulto que tiene que pagar su destino sirviendo, atendiendo y complaciendo. Ser mujer no significa ser inútil, ni tonta, ni no servir para nada, ni ser utilizada y luego desechada.

Con micrófono en mano las palabras de María se transmiten por Radio Deseo, un proyecto de comunicación popular que desde 2007 comparte con otras tantas mujeres que integran el también llamado movimiento popular Mujeres Creando.

Ser mujer es no tener ni buscar esencia. Puede ser una fiesta. Y no tiene por qué ser una tragedia. Ser mujer es siempre un poema inconcluso. Sin terminar. Que no se cierra porque no puede cerrarse. Porque no quiere cerrarse.

Los sacerdotes franciscanos se sintieron ofendidos por la performance de María, a la que catalogaron como un acto de “soberbia y arrogancia”. Y exigieron disculpas públicas. Pero lo que María recuerda con más cariño de ese día es la reacción de una joven que estaba limpiando el altar mientras ella recitaba su poema. Sorprendida por la situación, la chica decidió sentarse en la silla que normalmente usan los curas y escuchar hasta el final.

Cuando María terminó la chica aplaudió y le pidió tomarse una foto juntas. “Si ella me hubiera pedido que me saliera, yo lo habría hecho. No quería faltarle al respeto a ella por ningún motivo. Pero ella entendió perfectamente, porque el poema habla de dignidad, no es un poema de abajo los curas demoníacos, pedófilos, que también se podría hablar de eso. Ella entendió la ternura de la comunicación y además que era importante lanzar este poema desde un lugar de importancia, desde un lugar donde no se habla de las mujeres, ni a las mujeres ni para las mujeres, y ella no lo vivió como una usurpación”, nos dice María.

Le pregunto acerca de Mujeres Creando y me cuenta que nació de la manera más humilde, “Casi como una comunidad religiosa”. En aquel entonces realizaban actividades como alfabetización, salud comunitaria, talleres de invernaderos, biblioteca para las niñas del barrio y medicina natural con la que elaboraban tónicos contra la desnutrición.

“Era en los primeros años del neoliberalismo, había mucho desempleo y mucho dolor… En aquel entonces se unió a nuestro trabajo una monja Maryknoll, no había ningún problema para trabajar con ella y ella tampoco tenía ningún problema con que nosotras habláramos de aborto, lesbianismo y violencia. Fue así como nació Mujeres Creando.”

Treinta años después de su creación, Mujeres Creando cuenta con una radio, varios comedores populares y dos casas de acogida, una zona andina y otra en una zona tropical. Su principal motivación política es la despatriarcalización, la autogestión y la lucha desde la creatividad.

Feminismo intuitivo

Cuando María me cuenta sus reflexiones sobre los feminismos me llama hermana y, aunque la conversación se torna cada vez más política y su tono de voz se arrecia, no deja ser amable.

Para María el concepto despatriarcalizar no es una categoría academicista, sino que surge de la necesidad de crear un horizonte común entre los distintos feminismos que existen y que permita responder a la pregunta: ¿para qué eres feminista?

María es crítica del feminismo liberal, que se sustenta en la idea de igualdad entre hombres y mujeres. Asegura que esas son tesis impuestas desde el neoliberalismo y el colonialismo. “Eso no es feminismo”, afirma con contundencia.

De manera desafiante, pregunta: “¿Qué significa igualdad entre hombres y mujeres? ¿Unas diputadas que no tienen la capacidad de representar las agendas de las mujeres? ¿La presidenta asesina de Perú, Boluarte? ¿O Yanine Añez, la expresidenta asesina en Bolivia? ¿Eso es igualdad entre hombres y mujeres?”

Lo que urge, a decir de Galindo, es la “despatriarcalización”, que explica como una forma de proceder que coloca a las mujeres y sus comunidades en modo antisistémico, “capaz de desestructurar las estructuras patriarcales. No se trata de que las mujeres se sumen a esas estructuras, porque eso no es garantía de nada”.

María está convencida de que se necesita “un feminismo que hilvane todos estos feminismos que existen” y que con frecuencia se vuelven muy faccionales.

“Hay miles de feminismos, pero necesitamos un pequeño hilo que nos hilvane. No digo que sea una unidad homogenizante, no. Yo creo que esta tremenda heterogeneidad es el gran potencial; sin necesidad de que nadie lo organice los feminismos brotan, brotan, brotan, y esto es muy importante y es imparable. Hay que decirlo, la Iglesia está viviendo sus últimos días”.

—Con respecto al feminismo hay un concepto que lanzas en tu libro y que me parece muy conciliador entre todos estos mundos de feminismos y lo que denominas ‘feminismo intuitivo’, y que se acompaña de esta idea de representación y de que hay que hablar en primera persona. ¿Cómo desde ahí también se construye una idea de lo colectivo, María?

—Yo trabajo en la calle y en ese caminar he entendido que hay un feminismo intuitivo, es un feminismo primero masivo, no es un feminismo minoritario. Segundo, es un feminismo popular, ¿qué quiere decir popular?, que está viniendo de abajo hacia arriba, está viniendo del pueblo. Algunos dirán: ‘¡Estás loca! ¡Pero si estamos en un momento de tanto machismo!’ Pero ese feminismo intuitivo ha logrado muchas cosas. Primero: ha logrado colapsar los sistemas de justicia, porque hay tantas denuncias que la policía ya no logra atender, es una cosa de que las mujeres hemos rebasado.

Luego, en el caso boliviano, ese feminismo intuitivo está agarrando en sus manos la economía popular de los cuidados, la economía popular de la comida, de los servicios, de forma sumamente decidida, y ha tomado las calles. Las calles bolivianas son comedores, son dormitorios, son mercados, son salones de fiesta, como les llamo yo. Todo eso se debe a grandes masas de mujeres en el control del espacio público de forma no hostil sino tejiendo una serie de elementos que para mí son feminismo intuitivo.

El feminismo intuitivo es el feminismo del que yo me alimento, del que yo trabajo. Es un feminismo que a mí me importa. No me importa si esas compañeras se llaman a sí mismas feministas, eso no pasa por ahí, eso pasa por otras formas de desobediencia.

Hemos soportado a una izquierda, a una Iglesia, a una intelectualidad que habla siempre en nombre de terceros, es decir, la palabra en primera persona ha sido desterrada de los espacios sociales más importantes, incluso en los medios de comunicación. Nosotras reivindicamos la palabra en primera persona.

(…) Entonces, cuando a mí me dicen: ‘¿Tú hablas a nombre de las mujeres?’ No, por favor. No lo hago, no deseo hacerlo y eso sería un ejercicio de poder y de violencia, que yo desprecio. Yo hablo a nombre del alcance de mi voz: María Galindo, que es un alcance limitado. Pero el alcance de la voz del Papa está peor. Porque está imbuido de tantas mediaciones, que en realidad no lo escuchas a él, ves simplemente un tipo con poder, desde un lugar de poder, entonces nadie lo escucha. Porque esas mediaciones impiden que su voz tenga una llegada. Pero la mujer en el mercado, cuando habla con sus compañeras, cuando le habla a la sociedad, le habla desde un lugar absolutamente elocuente, y esto me parece interesante y esto se está revirtiendo fuertemente en nuestros países.

—Para nosotras en Christus es muy importante ir recolectando nociones sobre la esperanza, y leí en tu libro que hablas de la “radicalidad de la esperanza” y de “esperanza social”, ¿qué significa esto?

Mira, yo lo explicaría así, hermana: hay gente que cree que es una opción organizarse, o no. Organizar un consultorio popular o no. Organizar una cooperativa o no… Hay mucha gente para la cual esa es una opción, pero hay otra gran masa para la cual esa no es una opción porque es la única esperanza. Te lo voy a poner así: por ejemplo, en pandemia nosotras teníamos su olla común de, por, para y con trabajadoras sexuales; esa olla común era la fuente de vida, la fuente de alimentación, no era algo que me gusta o no me gusta.

Hay gente que estudia por darle continuidad a su condición de clase, por buscar una credencial académica, pero hay gente que no. Yo estoy organizando, por ejemplo, un diplomado con 85 personas que se llama “De quienes luchan para quienes luchan”. Y a mí me emociona mucho ver las caras de muchas de ellas que dicen: “¿Pero cómo es posible que yo nunca he escuchado esto? ¿Cómo nunca he escuchado mi historia contada de esta manera? Nunca me he sentido yo capaz de producir un texto escrito, ¿cómo es que he perdido tanto tiempo en mi vida?” Por ejemplo, está cursando el diplomado una mujer cusqueña, peruana, quechua, defensora comunal, de 66 años, que incluso dice: “¿Cómo es que me han recibido si no soy jovencita?”

Yo le tengo a la Iglesia un graffiti muy bonito: “Iglesia crucifica mujeres cada día, el feminismo las resucita”. Porque la resurrección no es una facultad que digamos solo de lo cristiano, porque podemos renacer, podemos resucitar muchas veces. Nos matan, pero podemos también renacer. Entonces yo tengo mucha esperanza, hermana.

Por ejemplo, yo ahorita conduzco un programa de radio. Estoy fuera del aire, por este diplomado, cuando termine retomo. Y [para el programa] tengo un celular de 100 dólares, un productor que es un joven sub–25 que trabaja conmigo, a mí me encanta que sea un chico. Y estamos nosotros haciendo cosas muy interesantes juntos, mucho trabajo por la justicia. Yo tengo más audiencia que grandes empresas de comunicación. ¡Cómo no me va a dar eso esperanza a mí! Eso no está hablando de la grandeza mía, eso está hablando de la sensibilidad de la gente. Eso está hablando de una sociedad boliviana a la que todavía le puedes hablar.

—Pensando en este orden de ideas, ¿en qué en qué depositas tu fe? ¿En qué personas? ¿En cuáles proyectos? ¿En cuáles ideas?

—Mira, yo por un lado deposito mucho cariño, mucho respeto, mucho de lo mejor que siento en las compañeras de Mujeres Creando. No somos una taza de leche, no somos un techado de virtudes, pero ahí hay mucha ética. Nosotras gestionamos dos comedores, gestionamos dos casas, gestionamos la lucha por justicia. Yo respeto mucho al equipo que recibe a las mujeres. Nosotras trabajamos de abajo para arriba, es decir, la primera para nosotras es la última, así de simple.

Por ejemplo, una mujer campesina aymara–parlante que el sistema de justicia no la entiende, esa mujer es la que tiene que contar con nosotras. Esas mujeres trabajan muchas horas, muchas veces salen cansadas, escuchan barbaridades porque es muy doloroso y ahí están, existen. Entonces yo deposito mi fe en ellas. Depositó también en la gente de la calle.

Mi palabra principal ahorita es empatía social y estamos construyendo una empatía social en Bolivia muy grande, muy muy grande, alrededor de la justicia, alrededor de la desobediencia al poder, alrededor de la desobediencia a la burocracia, de la desobediencia a la arbitrariedad.

No puede ser que podamos continuar con este sistema en el cual nuestras vidas, nuestras alegrías, nuestros sueños no valen nada. Yo deposito mucha esperanza en eso, porque veo que está floreciendo algo. ¿A dónde vamos a ir? ¿Qué está floreciendo? No lo sé.

La gota que colma el vaso

Aprovecho mi última pregunta para hablar de la crisis política en Bolivia en el año 2019. Recuerdo que fue en esas fechas cuando conocí el trabajo de María Galindo y Mujeres Creando, quienes convocaron a un parlamento de las mujeres; un ejercicio de diálogo abierto en el que participaron cientos de mujeres dispuestas a dar la batalla desde las ideas.

Durante ese tiempo Bolivia estaba sumida en una especie de guerrilla. Los resultados de la elección presidencial enfrentaron de manera violenta y durante varias semanas a los seguidores de Evo Morales, quien había estado en el poder durante 14 años, con los simpatizantes del candidato de derecha Carlos Mesa. Hubo más de 30 muertos. El Palacio Nacional fue tomado por la fuerza por Jeanine Áñez, la presidenta interina, bajo la consigna: “¡La Biblia volvió al Palacio!”

Galindo precisa que, aunque el Parlamento de las mujeres fue un ejercicio deliberativo acotado, “fue la manera de protestar sin hacerse matar, porque, como te digo, hay que cuidar la vida. Nosotras abrimos un foro, las mujeres. Todo el mundo venía”.

Según la feminista, lo ocurrido en el 2019 fue terrible, aunque ella mantiene distancia de ambas facciones enfrentadas.

“Nosotras no hablamos de un golpe de Estado porque Evo Morales estaba borracho de poder, completamente perdido, y no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Quiero aprovechar esta entrevista para decir que las reuniones donde un grupo elitista y oligárquico decidió el destino del país fueron en la Universidad Católica y auspiciadas por la Conferencia Episcopal Boliviana. No se puede, en ninguna sociedad, querer resolver el destino de una sociedad a espaldas de la gente”.

A poco más de tres años de las revueltas Galindo reflexiona sobre lo sucedido y afirma que Bolivia está experimentando una “ausencia de ideas y de propuestas” en términos de gestión gubernamental, lo que eventualmente tendrá un límite y solo entonces el poder de las mujeres habrá de notarse.

Termina la entrevista diciendo: “Habrá un día en que nos cansemos. Pero en nuestros pueblos nunca se sabe cuál es la gota que colma el vaso. Y estoy viendo que el vaso se está llenando. Y la última gota se derramará. Y tengo muchas ganas de que, en la próxima gota, las mujeres tengamos la capacidad de decirle al país: ‘Este es el país que queremos, esto es lo que vamos a hacer y así somos’. Y que el país nos escuche. Por ahora, estoy trabajando en eso”.


Foto de portada: Natalia Fregoso-FIL Guadalajara

3 comentarios

  1. ES muy sensata al hablar de sus «propios límites» que no le cortan su actuación apasionada.
    Bolivia, no es el único país con «ausencia de ideas y de propuestas»…eso se va extendiendo como una plaga… que hay que enfrentar como María Galindo, desde abajo.

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