La teología es la reflexión sobre Dios, pero en la teología cristiana ésta no es una abstracción, sino un ejercicio que se da desde y en lo propiamente humano, en diálogo con nuestra Revelación, la que encontramos en La Palabra y en toda nuestra tradición.
Dios comunica, es un comunicador. En la Biblia Dios lo hace de viva voz con Adán y Eva, con Moisés, con Abraham y los profetas. También se le escucha dirigirse a la audiencia: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt 3, 17).
Dios no siempre se comunica de forma directa. En la Biblia lo vemos valerse de eficaces mensajeros, como el arcángel Gabriel, que transmitió el mensaje a María, o como los profetas que, una vez recibido el mensaje, se vuelven amplificadores activos del contenido. Dios mantiene una comunicación constante con algunos personajes a través de distintos mensajeros, como con el rey David a través de los profetas Samuel y Natán.
Nuestro Dios usa medios de comunicación como sueños y visiones, presentes en José el soñador, Daniel y san José. También se comunica a través de La Creación, pues todo lo creado se vuelve medio o signo de su mensaje. «Éste es el signo del pacto que establezco entre mí y ustedes y todo ser viviente que está con ustedes, por generaciones perpetuas: mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra» (Gn 9:12–13). Pensemos también en la zarza desde la que Dios habla a Moisés: «Y Dios lo llamó desde la zarza: Moisés, Moisés» (Ex 3, 1–6). ¿Habría llegado igual el mensaje a Moisés y a todos nosotros si Dios hubiese prescindido de la zarza en llamas que no se consumía? Toda la creación nos habla de Dios, ahí lo encontramos: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras» (Salmo 19, 1–4).
La acción comunicativa no sólo consiste en emitir un mensaje, sino en entablar un diálogo para que el destinatario o receptor, que también es emisor, sea un comunicador activo. Dios transmite un mensaje, pero el éxito de su recepción consiste en generar una reacción, en transformar al receptor en emisor. Un ejemplo de ello es María, que responde al mensajero: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1:38). Lo mismo ocurre con el rey David, que entabla una comunicación con Él a través de la oración y sus salmos, que expresarán su arrepentimiento, súplica y gratitud: «Señor, tú me has examinado y conocido…» (Salmo 139). En ese sentido, la comunicación completa y efectiva, plena, es aquélla que logra detonar un intercambio en el que se recibe y se da. Es entonces cuando el receptor se convierte en emisor, y el emisor, a su vez, en receptor. En palabras de san Ignacio: «Dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante» (EE.EE. 231).
«Dios transmite un mensaje, pero el éxito de su recepción consiste en generar una reacción, así el receptor se transforma en emisor».
Hay una particularidad en la comunicación de Dios, pues siempre tiene el mismo destinatario: el ser humano. No se comunica directamente con ninguna otra especie de la creación, sólo con sus criaturas, el hombre y la mujer, hechos a su imagen y semejanza (Gn 1, 27). Por esta razón son poseedoras de la capacidad no sólo de recibir el mensaje, sino de responderlo, de compartir y crear su propia respuesta, su propia comunicación.
¿Podríamos afirmar que el resto de las especies de la creación no se comunican? Creo que sería injusto pensarlo en tanto que, como criaturas, también poseen el reflejo de su Creador comunicador. Sin embargo, podríamos referirnos a un nivel de comunicación primario entre toda la creación y el Creador, mientras que entre Dios y el ser humano existe una comunicación plena y trascendente.
Dios comunica y es comunicador, pero también es comunicación porque Dios es amor (1 Jn, 4, 8). Y el amor, como ha dicho san Ignacio, es comunicación: «El amor consiste en comunicación de las partes, es, a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así por el contrario el amado al amante» (EE.EE. 231).
La comunicación de Dios tiene una intención y ésta es siempre buena: quiere dar y reparar, cuidar y prevenir, salvar, rescatar y convertir. Dios se comunica con la intención de restaurar los vínculos que el mal rompió con engaños y tentación, como leemos en la afirmación engañosa de la serpiente, propuesta a Adán y Eva: «Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios» (Gn 3, 5). Ésta es la primera ruptura del ser humano respecto a su creador; sin embargo, ante esa lejanía, Dios toma la iniciativa de reparar, buscando y hablándoles: «¿Dónde estás?» (Gn 3, 9).
Dios se comunica, y lo ha hecho de manera definitiva a través de su Hijo Jesucristo, quien es la revelación completa de su voluntad (Heb 1:1–2). La Palabra se ha hecho carne: «El Verbo (La Palabra) se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). En Jesús encontramos la comunicación perfecta de la voluntad de Dios; se nos comunica todo y cada ser humano recibe este mensaje y da una respuesta, siempre personal y única. Y como hemos afirmado, dado que es auténtica comunicación, no somos sujetos pasivos receptores del mensaje, sino que tal revelación de Dios nos transforma. No hay manera de permanecer quieto ante El Verbo que hemos conocido porque somos sujetos activos inmersos en esta comunicación.

«¿Quién es éste que habla con autoridad y que no enseña como los fariseos?» (Mt 7, 28–29). Jesús usa parábolas, cuida que exista una pedagogía en su comunicación, está atento a que su mensaje sea eficaz, accesible, efectivo. Quiere que su mensaje no se olvide, por lo que hace uso recurrente de algunas imágenes: la semilla, el sembrador, el novio, las parábolas de la misericordia, entre otras. Jesús usa también el recurso comunicativo de hacer preguntas, que han de provocar un intercambio con el receptor, y llama a la reflexión de quien se encuentra con él: «¿Quién dicen ustedes que soy yo?» (Mt 16, 15).
La comunicación de Jesús tiene empatía y compasión; brota de su corazón y sus entrañas (Jn 11, 35), pero en algunas ocasiones también tiene notas de rebeldía y confrontación: «¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el templo que santificó el oro?» (Mt 23, 17); «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquéllas» (Mt 23, 23–24).
La comunicación de Jesús está llena de amor, ya que lo expresa y convoca a vivir en él: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos a otros como yo les he amado. En esto conocerán todos que son mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros» (Jn 13, 34–35). También contiene un llamamiento de perdón: «No juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados» (Lc 6, 37). La comunicación de Jesús siempre interpela, llama, mueve al destinatario a responder con acciones.
Finalmente, en Jesús encontramos la comunicación que mantiene con Dios, a la que llamamos «oración». No se trata la oración de un monólogo, sino de una comunicación directa con Él —al que siempre llama «Padre»— como su interlocutor: «Padre, la hora ha llegado, glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17). «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46).
En esta comunicación de Jesús con su Padre no siempre hay palabras; la respuesta en la cruz es «el silencio de Dios». Parecería que Dios no responde, pero no es así: el silencio y la pausa también son una respuesta y no siempre una que expresa indiferencia. El silencio en una comunicación ha de leerse en la totalidad del proceso, del itinerario comunicativo. Puede ayudarnos la idea de una partitura musical, en la que se expresan los sonidos y los silencios, la variedad, el énfasis y la suavidad que dan origen a la composición, a la melodía.
La comunicación es un lugar teológico porque el ser humano —siempre en relación con Dios, con los otros y con la creación— es comunicación. De forma consciente o no, estamos recibiendo y dando. Ahora bien, existe el ejercicio específico y consciente de comunicar: de manera intencional emitimos mensajes y comunicamos libremente. En tanto un acto libre y consciente, nuestra acción comunicativa tiene una condición moral, pues conlleva una intención. De ella brota algo que me define: si transmito un mensaje malicioso que busca confundir y difamar me convierto en mentiroso o en un manipulador; si, por el contrario, comparto un mensaje beneficioso que desvela, anuncia la esperanza y está lleno de verdad, estoy siendo una buena persona. Somos, pues, responsables no sólo de lo que comunicamos, sino también del discernimiento con el que recibimos los mensajes, los cuales siempre van a provocarnos una reacción.
En el siglo XXI, como nunca en la historia de la humanidad, nos sumergimos en un mar de información, de mensajes y de datos. Una ética teológica de la comunicación es una llamada al ejercicio personal de discernir, de darnos cuenta de qué es lo que recibimos, quién los ha emitido y con qué intención. Por otra parte, es fundamental la conciencia de nuestra reacción, y para ello hay que sortear la tentación primaria de responder desde la emoción. Hay que discernir, darnos cuenta de lo que el mensaje y el mensajero nos provocó, para luego elegir, con libertad, nuestra reacción.
No toda comunicación es palabra. Como humanos, criaturas de Dios, somos comunicación. Nos comunicamos y somos comunicación en todo encuentro, en toda mirada, en toda nuestra propia creación: la pintura del Greco, la música de Rachmaninoff, la escultura de Botero o la película de tal o cual director siguen comunicando, trascienden a la vida de su creador.
Finalmente, en tanto creaturas siempre en comunicación, toda forma de comunicar tendrá una dimensión moral: construirá o destruirá la relación. Somos responsables de lo que comunicamos desde lo que somos, y como cristianos se nos llama, en el aquí y ahora, en nuestras propias circunstancias, a reflejar el amor de Dios y a responder al mandamiento fundamental: vivir amando, vivir en el amor.
6 respuestas
Hernan Quezada SJ Gracias por el artículo en Christus. Es inevitable recordar que la licenciatura en Comunicación fue creada en México en la Universidad Iberoamericana, obra de la Compañía de Jesús, hace 60 años. Y en seis décadas nos ha dado una forma de interpretar la realidad, desde Vaticano II, pasando por las CEBs, _Amores Perros_ y TikTok. Hoy con León XIV enfrentamos nuevos retos, pero son los mismos de San Pablo, hace 2,000 años: usar los caminos del imperio para llevar la Buena Nueva, el crucificado bajo los poderes del mundo ha sido resucitado, el pecado ha sido vencido. La comunicación ahora tiene un propósito trascendente.
El médico Hernán Quezada, de la Compañía de Jesús, ilustra y acompaña con una pedagogía del corazón en este texto. Este texto sería muy útil en los bachilleratos y universidades encomendados a la SJ. Nos mueve a pensar en el acto comunicativo. Recordemos que la carrera en Comunicación en América Latina fue creada por jesuitas, y desde ahí el texto de Hernán nos lleva con pertinentes y conmovedoras citas bíblicas, a llegar a Rachmaninoff y Botero: la belleza nos conduce a la verdad y el bien, la Via Pulchritudinis.
Gracias por la lectura y comentarios a nuestro texto, sobre todo por las propuestas de aplicación. Un abrazo!
Excelente artículo….
Recuperar la (dimensión-campo) ético/moral de la comunicación… añadiría también la denuncia como mensaje que sacude, confronta y llama a la corrección, reparación y conversión…
Muchas gracias!!
Excelente artículo.
Una clara invitación a recuperar el campo ético/moral de la comunicación en clave teológico-espiritual.
Agregaría la denuncia como fuente de advertencia, corrección e invitación a la conversión.
Muchas gracias por tu comentario y sugerencia, da para una segunda parte: la dimensión profética, el llamado a la conversión que brota de una comunicación cristiana. El mensaje cristiano dinamiza, mueve, descentra.