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Francisco Kino y Sigüenza y Góngora, dos guadalupanos en busca de cometas 

Nacido cerca de Trento, Italia, en 1645, Eusebio Kino ingresó a la Compañía de Jesús a los 20 años. Estudió en Friburgo, Ingolstadt y Münich. Dotado para las ciencias y las matemáticas, el duque de Baviera lo invitó a enseñar en ese campo del conocimiento en la Universidad de Ingolstadt. Sin embargo, Kino (o Kühl, según algunos, o Quini, según el historiador Ignacio del Río) ya había solicitado que la Orden de San Ignacio de Loyola lo enviara a Misiones. Admirador de san Francisco Javier, adoptó el nombre del santo y se empeñó en ir a China. Pero le estaba destinado otro camino. Como sólo quedaban dos lugares para los misioneros, las Filipinas y la Nueva España, se efectuó un sorteo y al italiano le tocó el lugar que menos apetecía: la Nueva España (Diccionario biográfico digital de la Academia de la Historia, España). 

Empezó su viaje en 1678, pero los contratiempos de las navegaciones, primero de Génova a Cádiz y luego cuando su nave encalló a la salida del puerto español en julio de 1680, retrasaron su viaje a la Nueva España hasta fines de enero de 1681, el año del 150 aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, cuando Kino tenía sólo 35 años. Y todos estos hechos no debieron pasar inadvertidos para un hombre de fe como el ignaciano. 

Baste decir que en abril de 1683, a su llegada a La Paz (hoy Baja California) Kino fundó, bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe, la que constituye, según el historiador y cronista Eligio Moisés Coronado, la primera misión de las Californias, 14 años antes que la misión de Nuestra Señora de Loreto. 

En La Paz, el jesuita Kino apenas empezaba su caminar como misionero en 1683. Fue en la media península donde el padre ignaciano se hizo misionero, como afirma Coronado. Apenas comenzaba a construir su leyenda. En Sonora y Arizona el ignaciano cumplió a plenitud con la misión que le trajo al noroeste novohispano, al punto que se le considera Siervo de Dios al misionero a caballo. 

 
El académico de la Universidad de Guadalajara y experto en el tema, Gabriel Gómez Padilla, al comentar la obra sobre el ignaciano redactada por Herbert Eugene Bolton recuerda que su magistral biografía se abre con estas palabras: «Eusebio Kino fue el misionero explorador más pintoresco de todo el Norte de América: descubridor, astrónomo, cartógrafo, fundador de misiones, magnate ganadero, ranchero y defensor de la frontera…». 

Coincidimos en que la enorme figura del padre Kino, vista por su biógrafo: todo lo que recorrió, lo que descubrió, su actividad misional, su trato con los indígenas, hacen pensar, como señala Rogelio E. Ruiz Ríos en su reseña crítica, que «Bolton despliega al personaje entre circunstancias clave que parecieran obedecer a una estrategia providencial». 

El jesuita Kino, buen matemático y astrólogo, había empezado a estudiar la aparición de un gran cometa en noviembre de 1680 cuando se encontraba en Cádiz esperando su partida hacia América, y según su propio decir, sus amistades le pidieron que publicara un folleto sobre el fenómeno extraordinario que se prolongó hasta los primeros meses de 1681, pues su fama en Europa estaba acreditada como un científico serio. 

El problema de su estudio es que en el siglo XVII todavía prevalecía la idea medieval de que los cometas eran señales del cielo que anunciaban desgracias, y el trabajo del misionero ignaciano no escapó de esa creencia de influencia aristotélica y adoptada por algunos católicos. 

Ignoro de dónde provenían las ideas católicas de que los cometas traían malos augurios, porque la Sagrada Escritura habla de las bondadosas señales que portaban. Ahí está  la lectura del evangelista y apóstol san Mateo, que nos dice que «unos magos venidos de las regiones orientales llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que nació? Pues vimos su estrella en el oriente, y vinimos a adorarle». Y de que se trataba de una señal en el cielo que anunciaba una buena nueva lo refuerza el mismo evangelista cuando escribe que «de pronto la estrella que vieron en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando donde estaba el niño se paró encima. En viendo la estrella, ellos se alegraron con gozo sobremanera grande» (Mt. 2, 9–10). 

Frente a esas ideas anticuadas en el siglo XVII empezaban a surgir estudiosos que explicaban la aparición de los cometas desde otro punto de vista sustentado en explicaciones científicas. Es el caso del criollo don Carlos de Sigüenza y Góngora, matemático que se proponía dejar el campo de la astrología, basada en creencias sin bases serias, y entrar en la astronomía, buscando con ello tumbar las ideas de que los cometas anunciaban desgracias personales y terrenales. 

Sigüenza y Góngora fue una de las mentes más completas del siglo XVII novohispano. Poseedor de una gran biblioteca, el criollo recopiló mucha información sobre el pasado indígena de la nación y se convirtió en un impulsor del nacionalismo frente a las corrientes europeizantes. Tuvo acceso a gran cantidad de mapas, información que compartió con gente como el propio padre Kino en lo que respecta a la California. 

El periodista Héctor de Mauleón, en su gran trabajo sobre la Ciudad de México, lo recuerda como aquel que rescató muchos documentos importantes del incendio que la turba llevó a cabo en 1692 en el Palacio Virreinal, en un motín de protesta por el hambre. Entre éstos, las Actas del Cabildo de la capital, aquellas que daban cuenta del nacimiento de la gran Ciudad de México. 

Desde su primer trabajo, Primavera Indiana, Sigüenza y Góngora se distinguió por su fervor por la Virgen de Guadalupe, siendo su guadalupanismo uno de los componentes de su ideología criolla, base del nacionalismo. 

Don Carlos aceptó el nombramiento de cosmógrafo real entregado por Carlos II y también concursó para la cátedra de Matemáticas y Astronomía de la Real y Pontificia Universidad de México con una serie de lunarios, en los que se señalaban los eclipses de sol y de luna, el calendario anual y las condiciones climáticas que iban a prevalecer. 

El Cometa de 1680–1681, apreciable a simple vista y por ello muy comentado, fue la ocasión para enfrentar sus ideas con las de destacados científicos de la época, entre los que se encontraba el padre Kino. Su famoso texto, la Libra Astronómica, tuvo como propósito demostrar, en contra de lo manifestado por el destacado miembro de la Compañía de Jesús, que los cometas no eran entes malignos, interpretación que prevalecía en la opinión pública y de algunos estudiosos. 

En realidad Sigüenza y Góngora no pretendió llevar la controversia con el jesuita Kino más allá de una disputa de persona a persona, de matemático a matemático, como lo declaró en el mismo texto de La Libra. De ninguna manera quiso confrontar a los discípulos de san Ignacio de Loyola. 

Cristina Beatriz Fernández, en su trabajo sobre el científico criollo, considera que «Sigüenza introdujo el tema, que enmascarado tras la polémica suscitada por el cometa, sería desarrollado en este mismo tratado: la defensa de la racionalidad criolla». Ella sostiene que «la oposición americanos/europeos es el eje ideológico en el que se sustenta buena parte de la argumentación en La Libra», porque a medida que se avanza en su lectura el asunto del cometa se diluye. 

Por parte del jesuita europeo, en su prólogo a la obra sobre la vida del desaparecido padre Francisco Javier Saeta, lamentó la respuesta de Sigüenza y Góngora a su escrito sobre el cometa en cuestión, afirmando que nunca le pasó por la mente escribir contra el trabajo del científico novohispano, «ni dejará de tener escrúpulos en gastar el tiempo tan precioso y tan necesario para mejores y más precisas ocupaciones, como las que me han traído a Las Indias», como lo subraya Elías Trabulse en Ciencia y religión en el siglo XVII. 

Hay que aclarar que el breve trabajo de Kino en su tiempo no tuvo mucha difusión y que la respuesta de Sigüenza no se publicó hasta 1690, cuando el misionero ya estaba muy lejos, recibiendo Favores Celestiales al frente de sus múltiples labores en la Alta Pimería, al norte de Sonora. 

Subrayo, además, que sus cálculos trigonométricos sobre la trayectoria del famoso cometa son complicados  y que su breve trabajo trae un mapa de las constelaciones «detallado» y «acucioso», a juicio de algunos estudiosos. En ese mapa se observa que sobre la constelación de Virgo está la imagen de la Guadalupana. Algo parecido se repite en el estudio que hizo monseñor García Franco, finado obispo de Mazatlán, del ayate que Juan Diego entregó al obispo fray Juan de Zumárraga como prueba de las apariciones en el Tepeyac. 

Puede sorprender a algunos el hecho de que en la portada de la publicación de Kino —que puede consultarse en la internet— aparece la imagen de la Guadalupana, cuando su trabajo apareció el mismo año que arribó a la Nueva España, 1681. Y ese dato ha planteado a investigadores como Elías Trabulse el interrogante acerca de la procedencia de la devoción del padre Kino a Nuestra Señora de Guadalupe. Pues, además de que dos imágenes de la Virgen del Tepeyac acompañan el estudio del misionero jesuita, trae una salutación de despedida para ella. No sorprende si recordamos que ese año se cumplían 150 años de las apariciones de la Virgen mexicana. 

Imagen: Francisco Rodriguez Lupercio. Archivo.

3 comentarios

  1. Recuerdo haber escuchado de alguna alusión de Sor Juana Inés de la Cruz a esta teoría de los cometas de Eusebio Kino, pero no recuerdo de qué se trataba. Es muy interesante recuperar esta discusión entre dos figuras tan importantes en la Compañía de Jesús

  2. Efectivamente. Sor Juana escribió un Soneto sobre el trabajo del padre Kino, aunque don Carlos de Sigüenza y Góngora no deja de subrayar que la obra del jesuita europeo sostenga la visión tradicional sobre el significado negativo del cometa.
    Sin embargo, el trabajo científico del discípulo de San Ignacio de Loyola tiene otros méritos. Fue el primero que comprobó que la península californiana no era una isla, como se pensaba. Y lo hizo recorriendo el trayecto a caballo hasta mirar el cierre del Alto Golfo de California desde lo alto de un cerro. También fue el primero que dibujó en un mapa la región donde se asienta La Paz en 1683, frente al asombro de los indígenas guaycuras. Cuando todavía no existía la capital sudcaliforniana, ni se conocía la división entre Alta y Baja California.
    No quiero dejar pasar la oportunidad de felicitar a los editores de la revista Christus porque incluyeron en la publicación la portada del folleto del trabajo de Kino sobre el Cometa de 1680-81. No deja de asombrarme que más de trescientos años después la tengamos frente a nuestros ojos. Y más, porque el jesuita europeo sólo imprimió 100 ejemplares y casi todos los envió a sus amistades del viejo continente.

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