Encontrar un refugio para (y con) el periodismo

Carlos Gutiérrez Bracho*
Cristina Paloma Robles Muro**

Trabajo raro, el que hacemos:
nos pagan poco, nos tratan
como a las ratas baratas
o al más memo de los memos.
Y sin embargo sabemos
y no tememos decir
que si hubiera que elegir
muy pocos entre nosotros
elegirían cualquier otro:
que así queremos vivir.
Martín Caparrós,
Premio Ortega y Gasset, marzo de 2023

Este cuaderno lo dedicamos a las y los periodistas nicaragüenses. Las historias de Lucía Pineda y de Néstor Arce dan cuenta de cómo el refugio, más allá de una figura legal a la que se han adherido para recuperar su condición de ciudadanos, es un acto de resistencia y una oportunidad para recogerse en Dios. Aun en la distancia, han encontrado la posibilidad de seguir ejerciendo su labor de informar, pese al riesgo, la precariedad y la violencia perpetrada por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Periodismo a pesar de la tortura

La historia de Lucía Pineda corrió como pólvora en las redacciones de muchos medios de comunicación internacionales durante 2019, cuando se supo que había sido encarcelada por el régimen del presidente nicaragüense Daniel Ortega. ¿Su crimen? Informar sobre las denuncias por violación a derechos humanos de decenas de personas en este país centroamericano. En 2023 la periodista volvió a ser noticia, al ser una de las 94 personas a las que el estado despojó de su nacionalidad y de sus propiedades.

Nicaragua vivió la «rebelión de abril» en 2018, que dejó al menos 355 personas asesinadas por el gobierno en un lapso de tres meses. Fue un hecho que marcó un antes y un después en la historia contemporánea de este país, porque hasta ese momento no se sabía a ciencia cierta qué ocurría desde 2007, cuando Ortega regresó a la presidencia luego de haber gobernado de 1985 a 1990. La socióloga Elvira Cuadra escribió en The Washington Post que ese acontecimiento desnudó «la instalación de un proyecto dinástico y dictatorial».

La investigadora apunta que, junto a su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, Ortega ya lleva cinco mandatos. En un régimen que define como «estado policial», «la principal política pública es la represión sistemática», donde cualquier persona opositora es obligada al exilio o es encarcelada bajo «juicios espurios, mientras la pareja presidencial se perpetúa en el poder».

Una de las voces críticas del gobierno de Ortega es la de Lucía Pineda Ubau, periodista y jefa de prensa del canal de televisión 100% Noticias. Para ella, lo que ha pasado en Nicaragua «es abominable y monstruoso». Fue una «masacre de estado» que comenzó en la dictadura de Ortega y Murillo en abril de 2018. Hubo una represión «brutal» a medios de comunicación, manifestantes, víctimas demandantes de justicia, defensores de derechos humanos, líderes estudiantiles, y al pueblo en general. «Nosotros lo documentamos y, como éramos un canal de noticias con información ininterrumpida, toda la violación a los derechos humanos de los nicaragüenses era expuesta las 24 horas del día».

El 21 de diciembre de 2018 100% Noticias sufrió un fuerte ataque. Pineda recuerda que los amenazaron y que rodearon el canal con paramilitares y policías. Interrumpieron la señal, los capturaron y llevaron a celdas de tortura en El Chipote, la cárcel de máxima seguridad más temida en Nicaragua, a donde llevan a presos políticos. «En ese lugar nos mantuvieron al director de ese momento, Miguel Mora, y a mí; nos criminalizaron. Fuimos los dos primeros periodistas detenidos y juzgados por hacer nuestro trabajo de documentar, firmar y publicar las denuncias de miles y miles de nicaragüenses».

La mayoría del equipo periodístico de 100% Noticias se exilió, como han hecho decenas de periodistas. De acuerdo con información de la agencia EFE, al menos 185 informadores nicaragüenses han huido del país desde abril de 2018. Muchos han decidido hablar de lo que ocurre en Nicaragua desde el extranjero.

Pineda cuenta que la llevaron a celdas de tortura, oscuras y apestosas. «Yo dormía en losetas, camarotes de concreto malolientes con el sudor impregnado de miles de presos que han pasado ahí desde las dictaduras pasadas, de la somocista hasta la actual. Con el solo hecho de estar ahí, siendo yo periodista, ya era una tortura. Acusada inocentemente».

Le quitaron los lentes «y eso también fue una tortura, como si me estuvieran dando puñetazos». Le pusieron alguna sustancia alucinógena en sus alimentos, que le provocó vómito y un mareo «bastante inusual». Sentía que se iba a un abismo. «En una de las celdas en las que me metieron, el servicio sanitario no tenía buen estado, estaba colapsado de excremento. Para limpiar ese espacio tuve que usar bolsas para sacarlo y meterlo en otras bolsas, aunque no lo pudiera usar. Tenía que defecar en mi propia mano, hacer un envoltorio y depositar el excremento en la basura». Además, la presionaron para que hiciera un video para pedirle perdón a Daniel Ortega. Ella les respondió que no, que más bien Ortega tenía que pedirle perdón al pueblo de Nicaragua.

Foto: © Oswaldo Rivas, Reuters

El refugio también es espiritual

Recuerda una semana en particular que le resultó muy dura, con mucha incertidumbre, porque no sabía si la iban a llevar a juicio o no. Decía: «¿No me van a llevar a mi juicio? ¿No dicen ustedes que me van a hacer un juicio?, pues llévenme». Pero las autoridades lo iban retrasando. Cuenta que eso le causó un sinnúmero de trastornos, hasta que un día se tuvo que levantar en la madrugada porque ya no aguantaba los malos pensamientos. Los reprendió en nombre de Jesús: «Se me van de este lugar. El ángel de Jehová acampa en esta cárcel, acampa y me protege», les gritó. Desde ese día durmió tranquila, y cuando no podía dormir, le decía a Dios «regálame sueño». Y entonces se relajaba y dormía, rememora. «Es bien duro estar aislada sin tener a una persona física con quien compartir, pero también es lindo tener ese momento íntimo con Dios, en el que sólo Él y yo hablábamos y sentía que me respondía».

¿Cómo resistió los meses que pasó en prisión? «Con mucha fe, creyendo en Dios», dice. «Desde el primer momento en que llegué a esa cárcel le dije a los interrogadores: “Ya sé que ustedes me van a acusar de mentiras. Me van a injuriar. Me van a calumniar. Me van a difamar. Ya sé porque eso se lo han hecho a personas que nosotros mismos cubrimos. Pero ¿saben qué?, como soy cristiana, los tengo que perdonar yo a ustedes”. Y desde ahí comenzó mi cruzada de estarles respondiendo a los custodios con la Palabra de Dios, teniendo toda la paciencia del mundo, resistiendo a las mentiras que me decían o cuando trataban de meterme miedo».

Inspirada en el Libro de Ester, Lucía Pineda hizo un ayuno de tres días. Le decía al Señor que esa abstinencia era por su libertad y «por la libertad de los presos políticos». «Llega un momento cuando estás encerrado en el que no hallas ni qué más hacer, porque yo oraba, cantaba alabanzas en todo momento: en la mañana, al mediodía y antes de dormir, y lo hacía solita».

Confiesa que le hizo muchas promesas a Dios «en esa situación bastante dura, difícil. Una de las noches, estaba tan desesperada que decía: “Señor, toma mi vida, pero que salgan los otros presos; garantiza la libertad de Nicaragua”». Sin embargo, luego reflexionó y le dijo: «Señor, perdóname. Dame vida para darte la honra y gloria en vida, ¿de qué sirve que esté muerta? Yo te prometo que, en los espacios en los que esté, voy a hablar de tu grandeza, de tu poder, de tu amor y de cómo haces milagros. Y es lo que he hecho durante estos ya cuatro años tras mi liberación, desde 2019 a la fecha».

«Confiesa que le hizo muchas promesas a Dios en esa situación bastante dura, difícil. Una de las noches, estaba tan desesperada que le decía: ‘Señor, toma mi vida, pero que salgan los otros presos y garantiza la libertad de Nicaragua’».

Lucía Pineda obtuvo su libertad después de seis meses de prisión en celdas de aislamiento. Le aplicaron una ley que le garantizó la amnistía. A ella y a otros presos más. «Amnistiaron a inocentes e, incluso, a culpables, porque la misma dictadura se amnistió con esa ley. De todas maneras, ni sirvió para nada, porque luego volvieron a recapturar a varios amnistiados. Si yo me hubiera quedado en Nicaragua, hubiera sido encarcelada otra vez».

Al salir de la cárcel se fue exiliada a Costa Rica y desde ahí sigue al frente de 100% Noticias. No obstante, continúa padeciendo la persecución del régimen orteguista: «Me quitaron mi propiedad, mi casa habitación que con mucho esfuerzo hice. Nadie me la regaló, es producto de mi trabajo. También me quitaron la nacionalidad nicaragüense, al igual que a otras 94 personas y a 222 excarcelados políticos que desterraron a Estados Unidos».

Por el valor que ha tenido para denunciar la dictadura de Ortega y Murillo, y gracias a su defensa por la libertad de prensa, Lucía Pineda recibió el Premio Coraje en Periodismo Internacional Women’s Media Foundation y el Premio Internacional a la Libertad de Prensa 2019, del Comité para la Protección de Periodistas. «El premio se lo dedico a Dios, a nadie más», dice.

«Ha sido importante quedarme ejerciendo como periodista pese a lo que hemos pasado», afirma. «Durante la cobertura en 2018, mi familia —mi madre, sobre todo— me llamaba y decía: “Venite para Costa Rica, deja todo”. Y yo le decía que no, no podía, porque había gente que estaba denunciando. En el canal de televisión llegaban entre 50 y 100 personas diarias a poner una denuncia sobre la desaparición de sus hijos, sobre allanamientos, sobre violación a derechos humanos. No podía abandonar a esa gente. Y hoy, pese a que fuimos encarcelados, confiscados, desterrados, desnacionalizados, ha valido la pena nuestro trabajo. Ahí está el archivo de 100% Noticias. Muchas informaciones sirven como material histórico y también para encontrar la verdad».

Pineda también hace un balance de las afectaciones que han sufrido miles de personas en su país: «En los últimos cinco años han emigrado casi 600 mil nicaragüenses a diferentes destinos, como Costa Rica, Estados Unidos, España y parte de Centroamérica. Hay sufrimiento porque es una dictadura que no acepta sus errores. Es una dictadura que no quiere reparar el daño que ha hecho a los nicaragüenses».

Asimismo, denuncia que en Nicaragua se vive una «persecución feroz» contra miembros de la Iglesia católica, porque hay una «lucha espiritual». Para ella, Ortega y su esposa «son falsos cristianos. Si fueran cristianos no habría obispos presos, sacerdotes presos. No hubiera habido la matanza de estado en contra de los nicaragüenses. El mundo sabe la verdadera cara de Daniel Ortega y Rosario Murillo, a tal punto que el mismo papa Francisco los ha llamado una dictadura comunista y hitleriana. Ni a la dictadura de Somoza la llamaron hitleriana».

Ahora mismo, el futuro para Lucía Pineda y para su país es incierto. Ella tiene claro que no le toca hacerse cargo de la dictadura de Ortega y Murillo. Eso lo deja en manos de Dios. «Señor, te la entrego a ti. Tú me dices en tu palabra que hay que perdonar, yo perdono, Señor. Pero el hecho que uno perdone no significa que voy a quedarme callada. O sea, yo seguiré siempre haciendo mi trabajo como periodista».

«Seguimos desde el exilio informando en plataformas digitales que le llegan a la gente. Y bueno, es un compromiso que tenemos con el pueblo de Nicaragua, pero principalmente es algo que el Señor nos puso aquí en el corazón. No me veo haciendo otra cosa que no sea periodismo o trabajando en otro medio de comunicación. El trabajo no ha terminado. La misión es seguir informando. Reiniciamos de cero, y hoy, 100% Noticias es la plataforma más visitada de Nicaragua», concluye.

Divergir en tiempos de dictadura contemporánea

Quizá hace 14 años, cuando Néstor Arce Aburto decidió ser periodista, no habría caído en cuenta de que el regreso al poder de los políticos Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo —en 2007—, marcaría, por mucho, el periodo más importante de su vida, por no decir el más reciente.

Ejercer el periodismo en esta casi década y media, que representa la mitad de su vida, se ha convertido para Néstor y su equipo en un reto peligroso, lleno de obstáculos, amenazas y decisiones difíciles. Y, en contraparte, también ha sido el periodo de su vida más creativo, productivo y hasta premiado. Y es que Néstor, junto con otros 185 periodistas nicaragüenses, viven y ejercen el oficio de informar desde el exilio.

«Soy Néstor Arce, periodista nicaragüense, y estoy refugiado en Costa Rica», dice en entrevista con voz clara y decidida, «porque en mi país, Nicaragua, los periodistas no podemos ejercer nuestro oficio con libertad». «Cuando se hace periodismo dentro de Nicaragua hay muchas consecuencias: la muerte, la cárcel, ser censurado, ser amedrentado. Te persiguen, te asedian. Exiliarme fue una decisión que tomé ya hace casi un año, cuando salí por un punto irregular, entre la frontera de Nicaragua y Costa Rica, y ahora estoy acá en condición de refugiado».

Foto: © creatista, Depositphotos

Era mayo de 2022, Néstor estaba por cumplir 31 años, cuando una fuente a la que le tenía mucha confianza le dijo por teléfono: «Andate».

«Tuve que alistar una mochila con un par de ropas y artículos personales y cruzar la frontera en la madrugada siguiente, a las cuatro de la mañana. Fue algo bien rápido, no te da tiempo de pensar muchas cosas. Tienes que dejar tu casa, tus cosas. Yo dejé a mi perro. Tienes que actuar rápido y decir “Bueno, si no actúo vienen por mí en cualquier momento, o me pueden llevar preso”. Muchos colegas han cruzado la frontera entre Nicaragua y Costa Rica de forma irregular; algunos lo han hecho en bote, otros lo han hecho a caballo, otros a pie, como lo hice yo, bajo la lluvia y el fango».

En esas fechas Néstor llevaba más de 30 días esperando a que le entregaran su pasaporte. Regularmente ese trámite se realiza en una semana, pero a Néstor le retuvieron sus documentos, y cada que preguntaba por el avance del papeleo, le contestaban con más y más pretextos.

Con el pasaporte Néstor pretendía viajar, ese mismo mes, a España, a recibir el Premio Ortega y Gasset de Periodismo, por la cobertura El reto tras la masacre, una serie de reportajes multimedia que narran la represión que se vivió en las calles de Nicaragua en 2018 y hasta 2021. Este suceso dejó un saldo de más de 355 asesinados por fuerzas oficiales y paramilitares, que en los últimos cinco años han sostenido la consigna de acabar con cualquier disidencia política.

Esa cobertura periodística fue realizada por ocho periodistas integrantes del equipo de Divergentes, un medio de comunicación colectivo que, junto con otros tres colegas, Néstor fundó en junio de 2020, cuando la pandemia ya era todo un suceso mundial.

Néstor ya había salido de Nicaragua en 2019; la represión política arreciaba. Vivió en Estados Unidos por un año, en aquel entonces todavía era empleado de El Confidencial, una redacción de noticias que ha sido confiscada tres veces por el régimen Ortega–Murillo. Pero en 2020 volvió, y con las pilas bien puestas creó Divergentes, medio del que ahora es director.

«Ahora mismo, después de casi tres años, somos 20 personas y estamos tratando de ir consolidando varias áreas. […] este proyecto fue muy atrevido porque se nos ocurrió la idea después de vivir persecución y violencia política; en un momento en donde el régimen perseguía a los periodistas y a los medios de comunicación, y peor aún, sin dinero. Encima en medio de la pandemia, todos encerrados en nuestras casas».

Néstor ha tenido que aprender habilidades para gerenciar el proyecto, darle un sostén económico y gestionar sus emociones y las de su equipo: «Yo no estudié para administración y menos para gestionar las emociones. Gestionar emociones de gente exiliada, y mis mismas emociones en el exilio, son un montón de cosas», reconoce.

«Muchos colegas han cruzado la frontera entre Nicaragua y Costa Rica de forma irregular; algunos lo han hecho en bote, otros lo han hecho a caballo, a pie, como lo hice yo, bajo la lluvia y el fango».

Divergentes es un medio que sobrevive por cooperación, su apuesta es a la producción de proyectos que apoyen al periodismo independiente en Nicaragua, principalmente. Pero, con un equipo en el exilio, el medio ha ampliado su margen de cobertura y, como lo dice su eslogan, «cuentan» también lo que acontece en toda Centroamérica.

Ortega–Murillo: familia, partido y gobierno

Si algo ha quedado claro en estos 16 años del gobierno neosandinista de Daniel Ortega y Rosario Murillo, es que ellos «manejan el país como si fuese su hacienda», dice Néstor. Y en ese contexto nadie se salva.

«Ahora mismo, ni sus empleados públicos ni su gente de confianza se mueven sin su permiso. No solamente a los opositores y a los periodistas nos han quitado pasaportes y nos han negado entradas o salidas del país, sino también a sus mismos operadores de confianza, que viven en una constante paranoia, con miedo. Y para permanecer deben controlarlo todo y no perder nada».

La preocupación de Néstor, de eso que él llama «descomposición», ya lo han vivido en carne propia dos o tres generaciones de jóvenes «que no han tenido opciones para elegir dentro de un ejercicio cívico, como son las elecciones a presidente, a alcalde, a diputados; lo que vive un país realmente en democracia. [No han podido] expresar sus ideas y sus opiniones políticas sin tener miedo a ir a la cárcel. […] antes [Ortega y Murillo] tenían muchos más recursos económicos, recursos humanos también, porque había muchos simpatizantes y jóvenes, principalmente en condición de vulnerabilidad, que recibían un pago a cambio de ir a una plaza, a cambio de ir a hacer fuerza de choque también en contra de otros opositores».

En esa oposición se encuentra también un ala de la Iglesia católica, que ha marcado total rompimiento con Ortega y Murillo. En febrero pasado 200 opositores al régimen fueron deportados de su propio país, puestos en un avión hacia Estados Unidos y despojados de su nacionalidad.

El obispo Rolando Álvarez se negó a subir a ese avión al ser detenido en agosto de 2022. Hoy Álvarez es símbolo de la resistencia; le esperan 26 años de prisión, sentenciado por «conspiración». Medios como El País señalan que hay cinco religiosos desterrados y otros 10 que habrían salido de Nicaragua, aunque, a falta de información oficial, la cifra podría ser superior.

La embestida contra los periodistas, religiosos y defensores de derechos humanos se ha dado porque han hecho evidentes las denuncias contra el gobierno.

«Cada quien es dueño de su propio miedo», recuerda Néstor, trayendo a la memoria las palabras del periodista y pensador nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro, que solía decirlas en los tiempos de mayor tensión y peligro de vida, bajo el régimen de la familia militar de los Somoza (1937–1979), que finalmente lo asesinó en 1978.

¿Por qué seguir haciendo periodismo?, se le pregunta. En su respuesta se desprende con naturalidad la vocación, amor y respeto que Néstor tiene por el oficio periodístico.

«Llevo 14 años haciendo periodismo y no hemos visto otro tipo de cosas que no sean el poder y la violencia política en Nicaragua. Y, sin embargo, mis esperanzas están colocadas en que el país tenga un mejor futuro, en donde nosotros y mucha gente podamos regresar del exilio y recuperar todo eso que hemos dejado abandonado. Hemos sido desplazados a la fuerza por el simple hecho de hacer lo que hacemos, por lo que estudiamos, o por hacer eso con lo que nos ganamos la vida».

«Creo que todos anhelamos eso: regresar a donde hemos hecho nuestra vida, en donde hemos construido nuestras carreras, en donde hemos dejado nuestros hogares, nuestras amistades, aquellas cosas que nos gustaba hacer, porque, aunque estés en un país en libertad, en donde puedas movilizarte con mucha libertad, no siempre va a ser lo mismo que dejaste atrás».

A Néstor lo sostiene la esperanza de que en un tiempo a futuro se pueda informar sobre otra cosa; que las nuevas generaciones sepan de qué trata la democracia; que conozcan la importancia de por qué seguir fiscalizando a los gobiernos que lleguen, sean del espectro político que sean. 

* Carlos Gutiérrez Bracho es periodista y doctor en Lenguajes y Manifestaciones Artísticas y Literarias por la Universidad Autónoma de Madrid (España). Como periodista, se ha enfocado en los derechos humanos y laborales, principalmente, así como en la divulgación de la ciencia. Es Premio Nacional de Periodismo 2020.

** Cristina Paloma Robles Muro es periodista y maestra en Ciencia Política y Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede Argentina. Su trabajo periodístico se ha enfocado en agendas de política, violencia y movimientos sociales. Actualmente es editora de la Revista CHRISTUS.

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