En un mundo con violencia la esperanza es Jesús

Pretendo ofrecer la luz de Jesús a un mundo, y un país, lacerado por la violencia: Jesús impulsa las dinámicas fraternales y nos ayuda a enfrentar las antihumanas. Y también a fortalecer la esperanza, dando impulso y motivación, para comprometernos en el trabajo por la paz.

Una realidad lacerante

Al comenzar a preparar mi homilía sobre el evangelio de la parábola de los que maltratan a quienes llevaban el encargo de invitarlos a la fiesta de la boda del hijo del rey, e incluso después llegan a asesinarlos, tuve una primera reacción de pensar que Jesús estaba exagerando, de que no existe gente tan malvada; que, si no desean ir a la boda, no van y ya. En esas estaba, cuando me llegó la noticia del ataque terrorista del grupo Hamas y de la represalia no menos terrorista del gobierno israelita. Y entonces tuve que reconocer que Jesús se refiere a esa parte tan terrible, cruel y despiadada de la realidad humana. Y que si Jesús pronunció esa horrible parábola era porque ya sabía de lo que serían capaces sus enemigos, dueños del templo de Jerusalén y tiranos del pueblo pobre, con la hipócrita actitud de estar cumpliendo la ley.

Y enfatizo lo de esa terrible parte de la realidad humana, que se extiende a lo largo de la historia y de nuestra geografía universal. No es la totalidad de la realidad; pero es un ingrediente permanente. Desgraciadamente encontramos múltiples ejemplos a lo largo de los siglos y por todos los continentes. Y me concentro ahora en lo que estamos viviendo en México y ha sido recogido con detalle en los conversatorios locales, los foros regionales y el Diálogo Nacional por la Paz  a partir del martirio de nuestros hermanos jesuitas Joaquín y Javier en la Sierra Tarahumara. Con ocasión de su sacrificio, tomamos más viva conciencia de que no fue un hecho aislado sino de que había llegado hasta nosotros la ola de violencia que afecta constantemente a amplios sectores de nuestra población.

El mensaje de Jesús ante esta realidad

Jesús nos responde con su vida toda, con el misterio que solemos llamar de la «encarnación», él se hace plenamente hermano nuestro, asume completamente nuestra realidad humana en toda su complejidad. Lo cual incluye también todos los aspectos positivos de la persona, la familia, la comunidad y el pueblo: nacer, crecimiento, convivencia ordinaria, comidas y fiestas, trabajo campesino y urbano, religión y cultura… y también los deshumanizadores como las envidias, odios, pleitos familiares y la violencia de los poderosos. Con su amor misericordioso y la energía de su Espíritu, fortalece e incrementa todas las dinámicas fraternales y nos ayuda a enfrentar todas las antihumanas. Lo realiza con su vida toda. Ahora me detengo a considerar aspectos fundamentales de su enseñanza, oración y acciones frente la violencia de los poderosos.

Comienzo señalando palabras del Padre nuestro. El nombre con que nos enseña a llamar a Dios no es Señor, ni omnipotente, ni juez o policía castigador, sino Padre; lo que por una parte significa una relación vivificante y tierna (en algunos otros momentos menciona expresamente la ternura materna) y con el adjetivo nuestro lo designa como generador de hermandad. «Santificado sea tu nombre», en referencia a Ez 36, 22-28, implora el rocío y la efusión de su Espíritu, que va a cambiar los corazones de piedra dura y cruel en corazones cordiales de misericordia y justicia.

Esta misma justicia ha de quedar ampliada y profundizada por el reinado de Dios, que utiliza el título de rey con un significado muy preciso: como aquél que hace justicia defendiendo a los débiles (simbolizados en el migrante, el huérfano y la viuda) de los abusos de los poderosos. La voluntad del Padre queda expresada en el primer mandamiento de la ley que une inseparablemente el amor de Dios con el amor del prójimo hermosamente ilustrado en la parábola del buen samaritano (Lc 10) y en el juicio de las naciones (Mt 25).

Al invitarnos a pedir el pan nuestro de cada día, Jesús nos enseña la adecuada importancia de todos los bienes materiales (casa, vestido, sustento, salud, educación, vacaciones, etc.) incluidos en el símbolo del pan. Y para entenderlo correctamente son necesarias tres advertencias. 1) Al decir «nuestro» y no «mío» (al igual que el Padre es nuestro y no sólo mío) nos señala la necesaria dimensión comunitaria de todos esos bienes materiales. 2) Eso del «cada día» no hay que entenderlo al pie de la letra; pero sí nos advierte del peligro de la avaricia, y nos indica que hay que satisfacer esas necesidades de una manera moderada y compartida. 3) Es evidente, que para recibir de nuestro Padre ese pan de cada día no basta estirar la mano para que nos caiga del cielo; sino que le estamos pidiendo que nos dé los medios para obtenerlo: trabajo, constancia, organización, sistema económico justo.

Esta tercera advertencia nos lleva a caer en la cuenta de que algo análogo aplica en todas las otras peticiones: pedimos la ayuda/bendición divina y es necesario que hagamos de nuestra parte todo lo que esté a nuestro alcance para conseguirlo, que pongamos a funcionar todos los «talentos» que Dios nos ha otorgado a fin de conseguir/recibir los bienes de toda índole que anhelamos.

Ahora, precisamente porque toca más de lleno la cuestión de la reconciliación -tan necesaria en un ambiente con índices tan altos de violencia- me voy a detener un poco más en la siguiente petición: la del doble perdón divino y humano.

En nuestra vida diaria nos lastimamos y ofendemos, en mayor o menor medida, y eso fractura de algún modo nuestras relaciones fraternales y por eso también con nuestro Padre. Entonces se hace necesaria, con mayor o menor profundidad y urgencia, la gracia del perdón. Y por eso Jesús la incluye en su oración. Ahora, me parece evidente que hay un error de traducción en la versión que nos ha llegado al castellano. Decimos «perdónanos… así como nosotros perdonamos»; pero repito, es evidente que nuestro mezquino perdón humano no puede ser el modelo de lo que le pedimos a nuestro Padre. Perdonamos con cierta facilidad ofensas más o menos sencillas; pero hay muchas que generan rencor, odio en nuestro corazón y rompimiento en nuestras relaciones. Y entonces más bien deberíamos decir: «perdónanos para que perdonemos, o perdónanos y ayúdanos/enséñanos a perdonar».

Con cierta frecuencia entendemos el perdón como algo más bien extrínseco, jurídico, prevalentemente formal; como un delito que ya no se va a perseguir o como la absolución de la confesión que ya nos permite acercarnos a comulgar. Ese aspecto tiene un lugar en nuestra vida, en la organización social; pero no es lo más profundo. Lo ilustro con el sacramento de la confesión que no puede quedarse simplemente en un permiso para poder comulgar, sino que ha de ayudarnos a una conversión profunda, como a la que nos referimos más arriba al recordar Ez 36, 22 ss, que en la fuerza del Espíritu cambia un corazón egoísta e injusto para que viva en la dinámica del amor, el compartir, el servicio, etc.

Y entiendo que ésta última gracia es precisamente lo que Jesús nos invita a suplicar en su hermosa y profunda oración: que nuestro Padre nos dé un corazón lo más parecido al de Hijo, nuestro Hermano mayor. Y aquí hemos de conectar con Lc 4, 16-19 donde Jesús, al comienzo de su ministerio en la sinagoga de Nazaret, con referencia a Is 61 proclama el sentido y la grandeza de su misión: la reconciliación de todo el pueblo (y de todas las naciones) a partir de la atención de las necesidades de los más vulnerables y con la realización del anhelo de ese año jubilar, en el que según la voluntad original del Liberador (año de jubileo Dt 15 y Lv 25) se restablece la igualdad de todos los hermanos en lo económico (con la supresión de las deudas y cada quien recupera su parcela,) y en lo político (con la abolición de la esclavitud); y podemos incluir también la dimensión ecológica con la obligación de dejar descansar las tierras.

Los caminos de la reconciliación y el seguir a Jesús

En los evangelios no encontramos desarrollados caminos para la reconciliación social; pero creo que nos pueden iluminar dos orientaciones básicas: 1) no usar la violencia, sino intentar vencer el mal con el bien y 2) el diálogo para la corrección fraterna. En cuanto a lo primero es muy conocida la indicación de «poner la otra mejilla». La interpretación adecuada supone que el enemigo se sentirá desarmado ante la bondad del ofendido y ya no golpeará la otra mejilla, sino que cambiará de actitud; no es una invitación a soportar indefinidamente los abusos de poder. De hecho, cuando el servidor de Caifás golpeó a Jesús, éste no puso la otra mejilla, sino que reclamó con dignidad. En cuanto a lo segundo Jesús nos propone intentar un diálogo personal para corregir las agresiones del hermano, y si eso no da buen resultado acudir a un diálogo comunitario. Pero si tampoco así se logra la corrección, indica excluir a quien rompe la armonía comunitaria y evitar así la prolongación de los daños.

En este momento considero muy oportuno recordar lo que Jon Sobrino nos aportó sobre el seguimiento de Jesús con dos aspectos. En efecto hace unos 50 años (cuando comenzaba yo a escribir mis artículos para Christus), Sobrino nos advirtió que era más conforme al espíritu del evangelio hablar de seguir a Jesús y no sólo de tener fe en Cristo. La fe entendida de esta manera corre el peligro de entretenerse y perderse en discusiones de ortodoxia (teología especulativa más que pastoral), el seguimiento, en cambio, nos invita a proceder y entregar la vida por los mismos valores por los que lo hizo Jesús (fundamentalmente el amor al prójimo y la justicia para los pobres), más en la línea de la ortopraxis.

Posteriormente, cuando se hizo aguda la discusión de si era evangélico o no acudir a la violencia, las guerrillas, para derrocar las dictaduras que oprimían a los pueblos de América Latina, introdujo la distinción entre seguimiento e imitación de Jesús. En efecto, muchos pensaron que la guerrilla era un camino necesario ante la cerrazón de los gobiernos a los reclamos del pueblo y la organización popular.  Camilo Torres en Colombia y el Cristo de Palacagüina (en la que el chavalillo prefería ser guerrillero) en Nicaragua son símbolos conocidos de esa postura.

Sobrino –sin entrar en esa polémica- nos hizo notar que un auténtico seguimiento de Jesús tenía que tomar en cuenta la diversidad de circunstancias históricas en las que Jesús realizó su misión y en las que nosotros vivimos en la actualidad, que no es auténtica fidelidad a Jesús repetir mecánicamente lo que él hizo. A ese modo de proceder, Sobrino lo llamó imitación e invitaba a hacer un mejor discernimiento de los verdaderos impulsos del Espíritu para realizar más bien un seguimiento de Jesús.


Foto de portada: Amor Santo-Cathopic

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