El Espirítu de Jesús: acompañar a las juventudes

Despertar movimientos interiores y dinamismos comunitarios mientras se presenta la persona de Jesús no es una tarea fácil. Es un arte que se hila fino; una labor de siembra, gratuidad y de una constante renuncia a nuestros esquemas adultocentristas que creen saber lo que las y los jóvenes necesitan.

Podríamos dar algunos pasos atrás, porque me doy cuenta de la carencia en nuestras prácticas y propuestas pastorales, que alejan cada vez más a las juventudes. Para eso me atrevo a plantear cuatro elementos que nos ayuden al encuadre de nuestra reflexión.

El primero, no perder de vista que, para que la experiencia de Dios cale hondo, no es suficiente llenar de información, rezos o contenidos dogmáticos. La persona de Jesús es experiencia, un encuentro personal que se va fraguando con en el tiempo.

El segundo es que elaboramos propuestas desde un esquema adultocentrista que ahoga lo que el Espíritu quiere que emerja, anulando su protagonismo y participación.

El tercero es que ya no es posible que nuestras propuestas formativas sean estandarizadas, pues pierden de vista el camino personal y comunitario que se transita a otro ritmo.

Y cuarto, que todo lo anterior me hace sospechar que quienes acompañamos no tenemos ni claro ni apropiado el itinerario que hemos recorrido junto con el Espíritu. Lo hemos vivido, pero sin conocerlo como un don al que hemos sido conducidos y que somos invitados a compartir.

¿Cuáles son los retos que hemos de transitar?

No es novedad decir que antes de la pandemia los tiempos y los lenguajes juveniles ya habían cambiado y requerían de nuestra apertura y comprensión. Sin embargo, no podemos negar que este tiempo post–covid–19 ha modificado y marcado a una generación de jóvenes. Por un lado, los ha dejado en la intemperie, con preguntas, inquietudes y heridas; por otro, los ha fortalecido, dotándolos de más valentía y nuevos horizontes por recorrer. En ambos casos van a necesitar herramientas internas para enfrentar, abordar y resolver.

Foto: © GRUPO NN, Cathopic

Como dice Valeria Manzano en la revista del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño: «Las juventudes como subjetividades entrecruzan una serie de disputas de diversas procedencias, como los consumos culturales y las formas de la sociabilidad, las creencias y la religión, el género y la sexualidad, entre otros».

Esto nos plantea un doble y osado cambio en nuestro actuar, enfrentando los retos del contexto y asumiendo el cambio de paradigma de cómo acompañamos y hacemos nuestras propuestas. Aquí el desafío es, por una parte, salir de nosotros mismos para escuchar y acompañar sus búsquedas, darle F5 y actualizarnos para diferenciar y conocer sus estilos de vinculación y pertenencia (presencial y virtual), la configuración de su identidad, afectividad y sexualidad, sus búsquedas espirituales y de sentido, su sensibilidad ante la desigualdad, el cambio climático y la defensa de los animales, y sus conceptos de solidaridad.

Por otra parte, es importante sostener sus cuestionamientos a lo institucional, la indiferencia ante aquello que les suena a «Iglesia y religión», y la amplia gama de referentes que siguen en sus redes sociales y les marcan tendencias que seguir, entre muchos otros elementos que hay que aprender a codificar.

Si nos detenemos un poco y con lucidez nos preguntamos, ¿qué nos supone todo esto? ¿Hay algo que nos inmoviliza? ¿Qué nos pasa que no todos estamos logrando alcanzar nuestros objetivos? ¿Será que no estamos tan dispuestos o tan abiertos? Entonces, ¿qué es lo que hay que repensar?

Podríamos revisar nuestra resistencia a cambiar el «siempre se ha hecho así», el adultocentrismo que nos hace suponer lo que necesitan, la carencia de cuidado en nuestra formación y el discernimiento al ir hacia nuestro interior, como ya se ha mencionado.

Ante esta crisis que nos preocupa y al mismo tiempo nos ocupa, podemos reconocer que no somos los protagonistas en esto. Hay que poner la mirada en Aquél que ha experimentado en carne propia la irrupción del Espíritu como aliento capaz de dar sentido a nuevos modos de pensar su relación con Dios, el Amor, la fe, la solidaridad, incluso la religión. Es decir, en Jesús.

Consideremos entonces un Jesús poliédrico, que se deja conducir por el Espíritu; un referente que acompaña distintos momentos, personales y comunitarios, en nuestra vida:

Mostrar a Jesús que quiere entrar en relación incondicionalmente, que busca acompañar nuestras experiencias y establecer una relación de amistad.

Alguien que transitó procesos de autoafirmación, búsqueda de identidad y un propósito de vida para crear un mundo mejor. Alguien que optó por una vida en salida, para que todos tuvieran vida y vida en abundancia, devolviendo la dignidad y colaborando por el cambio en las estructuras excluyentes y opresoras, y sobre todo una vida a favor de los más empobrecidos de su tiempo.

Alguien que resignificó su imagen de Dios y su relación con la religión, siendo capaz de ser conducido por el Espíritu y de vivir una espiritualidad honda y transformadora.

Es Jesús el que nos da testimonio de una persona que llama y vive un itinerario espiritual que va actualizando y configurando su identidad, que le invita a entrar en diálogo con la realidad porque pone sus dudas sobre la mesa y ordena sus opciones fundamentales para la construcción de un Reinado que acontece en lo cotidiano de la vida. Claro, una opción nada romántica, que fue llevada hasta las últimas consecuencias.

Con Jesús somos capaces de devolver el protagonismo al Espíritu, pues el aliento de Dios es el que nos llama, acompaña y nos lleva a transitar nuestras propias búsquedas, enfrentar nuestras vulnerabilidades y, sobre todo, rnovar esos dinamismos que pueden dirigirnos hacia movimientos que modifiquen rutinas y resignifiquen el sentido de nuestra misión como acompañantes y animadores de procesos juveniles.

Pasar de la doctrina a la experiencia

El acompañamiento a las y los jóvenes, desde el Espíritu, pone delante el desafío de «atención y escucha activa» para ensayar, a prueba y error, y sin desfallecer, estrategias que les permitan vivir la experiencia que no todos han tenido— de la persona de Jesús y su proyecto. No podemos hablar de Jesús amigo y solidario si no hay una experiencia previa, o que generemos, de amistad y solidaridad.

Al avanzar en el diseño de experiencias se construye un primer piso que acerca a su realidad el proyecto de Jesús, ya no desde los cielos ni los conceptos, sino enmarcado por la experiencia. Así, se conecta su vida y sus deseos con la propuesta de alguien a quien no ven, pero sienten presente. Pueden creer que es posible lo que Él desea y hace, y que son merecedores de amor y amistad. Esto también les permite creer que su propuesta es vigente. Es alguien a quien seguir porque ya se ha encarnado en su corazón.

De los modelos estandarizados a pertenencias flexibles y orientadas al proceso

Ahora bien, como animadores y acompañantes de procesos juveniles nos toca desarrollar y diseñar las concreciones que hacen posible detonar auténticos dinamismos espirituales, personales y comunitarios que puedan ser significativos, y así transitar la etapa apasionante y compleja que es la juventud.

Significa que, mientras procuramos generar estas experiencias, tendremos que posponer nuestra «urgencia» por los números, así como renunciar a la tentación de pensar las propuestas como procesos lineales, casi ascendentes. Como nos refleja la exhortación apostólica Cristo Vive en el numeral 204: «Ellos nos hacen ver la necesidad de asumir nuevos estilos y nuevas estrategias. Por ejemplo, mientras los adultos suelen preocuparse por tener todo planificado, con reuniones periódicas y horarios fijos, hoy la mayoría de los jóvenes difícilmente se siente atraída por esos esquemas pastorales».

Hace tiempo parecían funcionar muy bien las actividades estandarizadas y las estructuras, que a muchos de nosotros nos hicieron bien —tal vez porque éramos generaciones con búsquedas más concertadas—, pero que no contemplaban que la vida se abría hacia otros espacios como la muerte, el sinsentido, la pérdida afectiva, la búsqueda de identidad, etc. Y nos puede pasar que, si ponemos en el centro las actividades o lo reducimos a etapas que cumplir, dejemos de lado a la persona sin acompañar el proceso que el Espíritu motiva en su caminar.

Así, nos encontramos con poca claridad sobre qué ofrecer porque proponemos ciertos pasos y descubrimos que el o la joven no quieren seguir esa ruta. No queremos forzar, pero tampoco sabemos qué ofrecer, y parece entonces que no tenemos nada. Es una realidad que no todos los jóvenes continúan el camino que trazamos, eso nos desgasta, nos frustra y nos hace cuestionarnos incluso el sentido de nuestros espacios pastorales. Pero, ¿qué sigue?

Desde hace varios años José María Rodríguez Olaizola, S.J., ha hablado de pertenencias flexibles, es decir, recorridos diferentes que den herramientas a las y los jóvenes para gestar procesos personales y comunitarios. Con ello vamos constatando lo que continúa diciendo la exhortación apostólica en el mismo número: «Cada tanto ofrezcan un lugar donde no sólo reciban una formación, sino que también les permita compartir la vida, celebrar, cantar, escuchar testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo».

Como ya dijimos, generar propuestas supone una tarea ardua, desértica y al mismo tiempo apasionante, pues implica diseñar itinerarios formativos a pertenencias flexibles que vayan ayudando a las y los jóvenes a transitar su propio camino de crecimiento, asumiendo que ellos son los protagonistas junto con el Espíritu. Es decir, convertirnos en meros puentes donde la mirada no esté en palomear actividades o terminar los programas, sino en capacitarles para que realicen sus propios recorridos, a leer lo que van viviendo y, con lucidez, mirar cómo Dios les mueve por dentro para así actuar en consecuencia.

Del adultocentrismo al protagonismo del joven en su propio proceso de crecimiento

El primer desafío está, pues, en la escucha permanente antes, durante y después de cada una de las actividades. Es decir, buscarlos donde ellos y ellas están.

Se trata de favorecer el protagonismo y la participación de las y los jóvenes en la planeación y dinamización de espacios de encuentro. En mi experiencia, la apropiación de algunos proyectos se ha dado cuando nos sentamos a la mesa a planear pacientemente junto con ellos y ellas. Valoran ser tomados en cuenta, que se les escuche y que su palabra y opinión se vea reflejada en la acción. También es verdad que su proceso interior se dinamiza de otra manera porque les toca apropiarse y salir de sí mismos para compartir.

Al final, no se trata de recetar, sino de sostener nuestra propia incertidumbre, nuestras preguntas, reflexionar y compartir las búsquedas Hoy nuestra consulta no puede ser más que con los destinatarios que tenemos enfrente. Así que ayudemos a que sus propuestas generen procesos, y entren en un dinamismo interior, aprendan a situarse y opten por aquello que les ayude a ir creciendo y madurando. Nuestra consigna también es sostener un elemento irrenunciable, que es la experiencia y relación con Dios como una levadura que acompaña todo proceso interior y lo hace crecer.

De la costumbre a vivir procesos espirituales como acompañantes

Con una mirada compasiva y crítica sería interesante apelar a nuestra experiencia: ¿Qué pasó en ese momento de nuestro camino cuando ya no hubo más rutas que seguir? Cuando la vida ya no nos ofreció la continuación de esas pautas establecidas. Quizá muchos ya no supimos qué hacer o, quizá, no aprendimos a trazar nuestro propio rumbo.

Los dinamismos orantes movilizan nuestro interior. San Ignacio con su propuesta en los Ejercicios, o Santa Teresa de Jesús en el libro de las Moradas, nos ofrecen itinerarios espirituales muy concretos. Son puntos de partida, referentes, que nos ayudan a trazar esta ruta orientativa.

Frente a esto los acompañantes nos encontramos con la tarea de mantenernos en curso. Apropiarnos, no sólo en la teoría sino por experiencia, de esas propuestas, porque si no vivimos conectados a la fuente, percibiendo los movimientos que el Espíritu hace en nosotros, difícilmente podremos acompañar a otra persona en su recorrido personal.

No vivamos de la renta, empeñemos la vida, como lo hizo Jesús, para ser hombres y mujeres que se dejan conducir por el Espíritu de Dios.

Retomando los básicos de siempre con mirada actualizada

Una tarea nos apremia: recordemos algunos básicos, generemos nuevas rutas y detonemos procesos desde la integralidad de la persona, que después hay que acompañar.

  • Conocimiento propio. Fomentar la responsabilidad del trabajo interior, la reconciliación y aceptación de la historia personal, para verla como historia de salvación.
  • Procesos orantes y espiritualidad. Capacitar para la escucha de lo que se mueve dentro: saber detenerse, reconocerse habitado, hace silencio, cultivar el discernimiento como estilo de vida y habituarse a estar en el interior. Como fruto, ser capaces de escuchar lo otro y al Otro que le habita.
  • Compromiso social. Desarrollar una conciencia crítica, promover la cercanía y el trabajo con realidades en contextos vulnerables, comprometerse con la incidencia social y la construcción del Reino. Cuidar de los últimos, no desde el asistencialismo, sino formando en la búsqueda de identificación con el modo de Jesús.
  • Del yo al nosotros. Facilitar procesos comunitarios, de convivencia informal, de recreación, reflexión y encuentro donde puedan vincularse compartir, autonarrarse y desarrollar un sentido de pertenencia.
  • Más allá del salón. Considerar experiencias y ambientes al aire libre, donde entren en contacto con la naturaleza, se vinculen y sean responsables con la tierra, como el senderismo y los campamentos, entre otras.

Al final del camino una constatación: propuesta integradora y de acompañamiento

El proceso se va dando en la itinerancia y no de forma lineal. Mientras las y los jóvenes viven una experiencia de voluntariado y miran la realidad de los demás, plantean el sentido de su existencia y experimentan cómo el corazón se mueve, invitándoles a continuar su propio camino de crecimiento espiritual.

Aseguremos que nuestras propuestas puedan desencadenar un dinamismo activo para que exploren su interior, conozcan y sostengan sus recursos, y luego salgan de sí mismos para actuar.

Habrá que capacitarles para contemplar su vida en constante búsqueda, con mudanzas y éxodos de las cuales se tienen que hacer cargo, así como experiencias que les planteen los contrastes de la vida buena y la vida en abundancia. Esto fomentará un estilo de vida en actitud de discernimiento, oración, acompañamiento personal y confrontación con sus pares.

Es importante cuidar el equilibrio en nuestras propuestas: evitar centrarse sólo en mirarse a sí mismas/os, manteniéndolos al margen de la realidad, ni en prácticas espirituales enajenantes e intimistas que a la larga infantilizan su fe y el compromiso histórico con su vocación. Tampoco debemos caer en un activismo sin sentido, sino tomar en cuenta la realidad del joven en toda su integralidad y continuar favoreciendo aquello que le plenifica y desarrolla.

Una vez que aceptamos que no nos dedicamosúnicamente a diseñar actividades, caemos en cuenta de que el acompañamiento es un ingrediente básico. No es suficiente la mercadotecnia y el reclutamiento, el desafío es cómo acompañar los procesos que se desencadenan en nuestras actividades. ¿Cuáles son las estrategias para dar continuidad a lo que se gesta dentro de ellos? ¿Cómo presentaremos la propuesta y la persona de Jesús?

Teresa de Jesús nos dice: «Si no conocemos lo que recibimos, no nos despertaremos a amar». Hay que entrar en contacto con la mirada de Jesús como estrategia para aprender a observar las cosas desde otro lugar, reconociendo nuestras intuiciones y validando los rasgos de este nuevo modo de acompañar como una irrupción del Espíritu. La persona de Jesús es más de lo que cabe en nuestras esquemas y estructuras.

Se trata de renovar nuestra esperanza para facilitar estos encuentros. Esto despertará nuestra creatividad y permitirá que sucedan cosas que transformen nuestro modo de acompañarles.

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