Por: Guilherme Kaique Guimaraes. SJ
El cine latinoamericano ha sido un espacio donde la memoria histórica se resiste a ser olvidada, una muestra de ello está en la película ganadora del Oscar de mejor película internacional de los últimos premios. En Aún estoy aquí (2024), del director brasileño Walter Salles, nos lleva a uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de Brasil: la dictadura militar (1964-1985). Basada en hechos reales, seguimos la historia de Eunice Paiva y su familia, la película reconstruye el sufrimiento silencioso, la lucha incansable y la resiliencia de quienes enfrentaron el exilio, la desaparición forzada y la impunidad institucional. Más que un relato sobre el pasado, Aún estoy aquí es una advertencia sobre los peligros del autoritarismo en el presente y una carta de esperanza para quienes, como Eunice, siguen desafiando la historia.
En la película, somos guiados por la protagonista (Fernanda Torres), madre y esposa de Rubens Paiva (Selton Mello), ex diputado brasileño secuestrado, torturado y desaparecido por el régimen militar en 1971. A diferencia de otros relatos que destacan la violencia explícita de la dictadura, Salles elige un enfoque más íntimo, explorando el impacto que la represión tuvo en la vida cotidiana de las familias que se convirtieron en víctimas colaterales de la represión. La madre que protege, la mujer que resiste, la ciudadana que no calla: Eunice es la representación de todas las madres que han aprendido a sobrevivir entre el dolor y la esperanza.
En esta misma línea, uno de los aspectos más conmovedores de la película es el papel de Eunice como pilar de su familia. Aunque el Estado le arrebató a su esposo, nunca permitió que la dictadura le robara su determinación. En una sociedad que invisibiliza el duelo femenino, Eunice no solo soporta su propio sufrimiento, sino que se convierte en guía y refugio para sus hijos. Sin embargo, Aún estoy aquí no la muestra como una mártir pasiva, sino como una mujer que transforma su dolor en acción, arriba de toda expectativa. Su dolor y sufrimiento se muestran en la actuación sublime de Fernanda Torres, sin caer en el cliché de desesperación o llanto, su dolor se ve en las miradas, en las lágrimas reprimidas, en segundos de respiración y un cambio de ruta para hacer lo que debe ser hecho. Esta resiliencia se ve también, después de todos los eventos de la dictadura, Eunice se forma como abogada, lucha por la justicia y, con el tiempo, se convierte en una figura clave en la defensa de los derechos humanos y los pueblos originarios en Brasil.
Por eso mismo, la fuerza de Eunice resuena con muchas historias contemporáneas. En México o en Colombia, cientos de madres continúan buscando a sus hijos desaparecidos, enfrentándose a la misma indiferencia estatal que enfrentó Eunice. Al verla en pantalla, no podemos evitar pensar en esas mujeres que, armadas con fotografías y pancartas, siguen exigiendo justicia en las calles de nuestras ciudades. Así, la película de Salles no solo reconstruye el pasado, sino que nos obliga a preguntarnos qué tanto hemos cambiado como sociedad. En una América Latina donde las sombras del autoritarismo parecen resurgir bajo nuevos nombres y discursos, Aún estoy aquí es un recordatorio de que la historia no es un ciclo cerrado, sino una herida abierta.
Como recordatorio, uno de los momentos más simbólicos del filme ocurre cuando la familia Paiva es fotografiada para una revista mientras denuncia la desaparición de Rubens. El fotógrafo les pide que mantengan una expresión seria, pero Eunice rompe el protocolo y pide a sus hijos que sonrían. Es un gesto simple, pero poderoso: una declaración de que la dictadura no les quitaría la dignidad ni la esperanza. Esta escena, casi documental, resuena con la idea central de la película: la resistencia no es solo lucha, sino también la capacidad de seguir adelante sin perder la humanidad.
En paralelo a ello, en el actual contexto político de América Latina, donde figuras como Trump, Bukele, Milei o lo que representa el bolsonarismo en Brasil, profundamente enraizados en discursos autoritarios, la película cobra aún más relevancia. Nos recuerda que el pasado no está tan lejos como creemos y que la democracia es un proceso en constante construcción. Brasil, como muchas otras naciones de la región, aún tiene deudas pendientes con la justicia histórica. Los responsables de la dictadura no terminan de ser juzgados, y la impunidad sigue siendo un recordatorio de que la memoria es un terreno de disputa.
Por eso, Aún estoy aquí no es solo una película sobre la dictadura brasileña, sino un retrato de la lucha por la memoria en América Latina. Es la historia de Eunice Paiva, pero también la de miles de madres que han buscado justicia en un continente marcado por la violencia estatal y el olvido institucional. Walter Salles construye una obra que no se limita a la denuncia, sino que ofrece un mensaje de esperanza y dignidad, mostrando que, incluso en los tiempos más oscuros, la resistencia es posible.
Finalmente, la importancia de esta historia ha sido reconocida a nivel mundial con diversos premios, Venecia, Goya, Globo de Oro. El reciente premio a «Mejor Película Internacional» en los Premios Oscar no solo celebra la maestría cinematográfica de Salles, sino que también es un mensaje de la Academia sobre la relevancia de la memoria histórica. En tiempos en los que el avance de discursos autoritarios y la negación del pasado amenazan con reescribir la historia, Aún estoy aquí se convierte en un recordatorio de que la justicia y la verdad son luchas que no han terminado. La película no solo nos habla de lo que fue, sino de lo que todavía es, y de lo que debemos evitar que vuelva a ser. Sea, en un momento en el que nuestra región sigue enfrentando crisis democráticas, películas como esta nos recuerdan que la memoria no es solo un acto de recordar, sino una forma de resistencia activa. En palabras de Eunice, sonrían. No como un acto de conformidad, sino como un gesto de desafío ante la adversidad.