Me encanta tomar café. El hábito empezó cuando estudiaba arquitectura y, obviamente, bebía café para mantenerme despierto durante las noches de deberes. No es sólo para mantenerme despierto. Cuando alguien me dice «Vamos a tomar un café» entiendo que es el momento de escuchar y compartir nuestra vida: las alegrías y las penas que todos vivimos. Cuando entré a la Compañía de Jesús el café adquirió un nuevo sabor y una nueva sensación, no por el gusto de consumir café en sí, sino por el significado que esta bebida ha dado a mi vida espiritual.
Como novicio no era fácil hacer de la oración un hábito fundamental para mi vocación, porque me distraía fácilmente con pensamientos que desviaban mi atención del momento de oración en curso. Entonces, un jesuita nos dijo que «Hacer oración es como ir a tomar un café con Jesús: te sientas, lo miras y se escuchan con cariño». Desde entonces, tener una taza de café en las manos y sentarme mirando a Jesús se ha convertido en un hábito que me permite abrir un diálogo sincero con Jesús y me libera para escuchar lo que me pide, y fortalece mi amistad con Él. Experimento la misma emoción cuando salgo con mis amigos a tomar un café que cuando lo preparo por las mañanas antes de comenzar mi oración. Sé que el momento de sentarme en silencio, con el café en las manos y dialogar con Jesús, aunque sólo sea con unas palabras, llena mi corazón de fe, alegría y esperanza.
Hay días en los que es difícil mantener esta relación de amistad con Jesús, e incluso se hace difícil y complicado disfrutar de mi café matutino. Cuando comencé mi etapa como promotor vocacional pasaba semanas viajando, además de mucho tiempo en la oficina. No me sentía fresco debido al cansancio acumulado. Una mañana fui a la cocina a prepararme el café y me vinieron a la mente unos pensamientos muy incómodos: «¿Por qué te preparas el café? Es mejor que te quedes en la cama y descanses más». Otra voz interior me dijo: «No hagas tu oración sino aprovecha tu tiempo para seguir trabajando»; yo sabía que en esa voz no era Dios quien hablaba, sino el «mal espíritu». En aquel momento de cansancio, confusión, tristeza, y cuando me sentía muy lejos de la esperanza, tuve que reconocer con humildad que todo aquello eran signos de lo que san Ignacio llama una «desolación espiritual».
Estar en desolación espiritual es normal. Aun así, podemos alterarnos por sentimientos y emociones incómodos. Lo primero que tenemos que hacer es aceptar que estamos en desolación y así iniciar un camino hacia Dios, esperando que vuelva el consuelo espiritual.
San Ignacio experimentó la desolación espiritual y sabía lo difícil que es vivir con el corazón agitado y entristecido. Para ayudarnos, él mismo escribió algunas «reglas» que podemos seguir en tiempos de desolación. A mí me ayudan a mantener los ojos y la esperanza fijos en Dios, sabiendo que siempre me acompaña mi mejor amigo.
Aquí comparto con ustedes mi interpretación de las reglas de discernimiento espiritual de la primera semana de los Ejercicios Espirituales. Que invitan a prestar mucha atención a la mezcla de pensamientos y sentimientos que experimentamos y que se convierten en un camino de fe para volver a Dios.
San Ignacio nos dice que:
E.E. 314. Cuando estamos en desolación el «mal espíritu» hará que las acciones malas parezcan buenas para que nos gusten y nos acostumbremos a ellas. Por el contrario, el Espíritu Santo nos hará conscientes del mal que hacemos, haciendo evidente la dificultad de este tiempo.
E.E. 315. Cuando comencemos a discernir estos pensamientos y acciones, el mal espíritu tratará de impedirnos caminar hacia Dios, perturbando y agitando el corazón. En este momento el Espíritu Santo dará fuerza y ánimo en este proceso de caminar hacia Dios.
E.E. 318. En tiempo de desolación espiritual, san Ignacio nos invita a no tomar decisiones o cambios importantes, ya que en este momento no hay «claridad» en nuestro corazón y posiblemente podríamos equivocarnos.
E.E. 319. San Ignacio también nos pide que actuemos «contra» la desolación con un esfuerzo espiritual extra, aunque no tengamos ganas de esforzarnos. ¿Qué tipo de acciones? Sugiere rezar más, examinar nuestra conciencia y discernir con más frecuencia, todo ello sabiendo que es difícil hacerlo en tal estado espiritual.
E.E. 320. Como todo, absolutamente todo, viene de Dios y Él nos acompaña, san Ignacio nos invita a resistir este tiempo difícil experimentando y agradeciendo las pequeñas «señales» en que la gracia y el amor de Dios se hacen presentes en nuestras vidas.
E.E. 321. Por último, mientras dedicamos más tiempo a la oración, san Ignacio nos pide que seamos pacientes, muy pacientes, sabiendo que el consuelo llegará pronto con la gracia de Dios.
En los momentos de desolación es complicado intentar sentarse, mirar a Jesús y dialogar sinceramente con Él. De hecho, mi café también puede convertirse en una distracción que me impide acercarme a Dios. Al sentarme en mi escritorio, con una vela encendida y mirando el icono del Cristo Pantocrátor que escribió mi hermano Sebastián, lo único que me queda por hacer es recordar cómo me alejé de Dios y permití que el «mal espíritu» causara confusión y tristeza.
En los diferentes momentos en que he experimentado desolación espiritual he comprendido las palabras de san Ignacio sobre cómo el mal espíritu viene a nosotros. Hace que aquello que atesoramos y cuidamos pierda sentido y silencia los deseos más profundos del corazón. Por ejemplo, Ignacio dice que el espíritu malo tocará la parte más frágil y débil de nosotros: nuestra naturaleza humana (E.E. 325), jugando con nuestros afectos, sentimientos, aquello que valoramos más íntimamente. San Ignacio también nos dice que cuando nos reconocemos afectados por el daño que nos hace el mal espíritu tendemos a mantener en secreto lo que experimentamos, simplemente por la vergüenza y la pena de saber que nos alejamos de Dios.
Por el contrario, san Ignacio nos invita a abrir nuestro corazón y dejarnos ayudar en estos momentos de dificultad (E.E. 326), por esa razón me gusta pensar que mis hermanos jesuitas, confesores, guías espirituales y amigos cumplen el papel de «ángeles de Dios» en quienes puedo confiar para abrir mi corazón. Por último, el mal espíritu hará todo lo posible para quitarnos la paz (E.E. 327) sabiendo cuál es nuestro punto más débil: nuestras relaciones humanas, nuestra vida espiritual, el trabajo de nuestros sueños, las amistades que amamos, o incluso algo muy pequeño pero importante como disfrutar de una taza de café mientras hablamos con Dios.
Una taza de café nos recuerda la importancia de prestar atención a nuestra vida espiritual. En tiempos de desolación un café puede perder su sabor y su gusto. En tiempos de consolación la misma taza de café nos recuerda lo importante que es sentarnos a sentir el calor del Amigo que siempre está frente a nosotros para escucharnos en cualquier momento. Recemos cada día para que Dios sea nuestra esperanza en tiempos de Desolación, y para que nuestro amigo Jesús nos enseñe a ser agradecidos y a disfrutar de la consolación.
Este texto fue originalmente publicado en The Jesuit Post.
Foto de portada: Depositphotos.
7 respuestas
Me encantó gracias. Yo soy dispersa, impaciente, distraída en mi pretencion de oración contemplativa.
Así que invitaré a Jesús a tomar un cafecito conmigo
Gracias por aclarar lo de la desolación y consolación
Gracias por compartir, Estrellita! Tú has sido un referente para mis hijas y para muchos de nosotros. :>)
Gracias, tomaré así esa taza de café.
Humberto, que padre manera de compartir el Reino!!
Muchas gracias por estos tips y al mismo tiempo recordatorio de lo que decía San Ignacio, sin duda, muy claro todo; además escrito de forma amena e invitante a la oración en silencio.
Gracias ha sido es una experiencia que fortalece y nos da alegría en el corazón.
Gracias, muchas gracias por compartir