Enfronterados, experiencias de fe y justicia. Capitulo 1, Fabiana

La ola de calor que azota a la ciudad trae por víctimas a seres que buscan desesperadamente un lugar donde sobrevivir: una esquina, una mirada, al menos una minúscula hendidura entre los sueños que cambien la vida amarga, por el alado verdor de los días felices.


La ansiedad tiñe de vértigo los rostros de quienes en sus actividades diarias procuran hallar algún sentido que oriente su paso por el mundo. Dudan, se quejan, ríen temblorosamente, presagian días difíciles en el tumultuoso caos de la desesperanza. —¿Se habrá olvidado Dios de nosotros? —pregunta para sí una mujer en la existencial duda de quieen ha reconocido el límite último donde se ha abandonado la fuerza y la fe.

Una mujer con evidentes signos esquizoides se desgarra en gritos frente a un restaurante de comida china. Tres policías la observan, riéndose de forma humillante. Uno de los policías es conocido. Me acerco y lo saludo.


—¿Qué más, chamo? ¿Cómo estás?

—Aquí chico, gozando el show de la loca.

—¿Te refieres a la joven?

—¡Obvio! Esa mujer está bien frita.

—¿Qué sucedió?

—Nada. La tipa entró a pedir comida en el restaurante de los chinos y nos pidieron que la sacáramos.

—¿A cambio de?

—Tres potes de arroz chino y una Coca Cola de dos litros para cada uno.

—¿Te lo comiste todo?

—¿Tienes hambre?

—Sí.
—Agarra ahí, pues.


Tomo el medio pote de arroz chino. Agradezco. Los policías se van. Me acerco a la joven, en un momento donde su delirio descansa. Me mira, entre el hambre y la desesperación. Nos miramos fijamente, cada uno en su propio dolor. Ella, en su vehemencia esquizoide. Yo, en mi oceánica tristeza. Le doy el pote de arroz chino. Ella duda, ríe, llora… llora y se lanza al suelo. Me agacho. Toco su hombro, apenas con un leve gesto de mi mano temblorosa. Ella voltea su rostro y pregunta.

—¿Dónde están los que se burlaban de mí?

—Se fueron.

—¿Tú también te vas a burlar de mí?

—No, yo no.

—Gracias.

Ella se apoya en mi brazo, nos levantamos. Toma el pote de arroz chino y pregunta.


—¿Cómo te llamas?

—Yorgenis, ¿y tú?

—No sé. El hambre hace que olvide quién soy.


Abre el pote de arroz chino. Come con las manos, desesperada de hambre. Me mira nuevamente y dice:


—Ponme un nombre, uno que te guste mucho.

—Fabiana. Es el nombre de mi madre.

—Me gusta.

—A mí también.

—Tienes que querer mucho a tu mamá para llamarme como ella.

—Sí. La amo.

—¿Y a mí?

— A ti también te amo, Fabiana.

—¿De verdad?

—Totalmente.
—Gracias. Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos… Chao… Yor.

—Chao, Fabiana.


Ella se va, iluminada por la contundente frase de Blanche Du Bois en Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, terminando los restos de arroz chino con sus manos acontecidas. ¿Alguna actriz, escritora, profesora de literatura o devota del teatro? No lo sé, lo real es la carne viva del dolor que sus ojos dibujaron en mi mente, en nuestro breve encuentro. Serena, se pierde entre la gente anonadada por el tedio citadino. Voltea y hace un último saludo con su mano izquierda alzada. Sonríe. Y recuerdo aquellas palabras del Evangelio: «Tuve hambre y me diste de comer». Y vuelvo a la vida menos triste, con más fortaleza, vivo, demasiado vivo.

5 respuestas

  1. Que belleza … aquí en Siria 🇸🇾 la vida cada día es más dura y los rostros reflejan desesperanza … en medio de todo las FMA tratamos de ser esa pequeña luz en medio de la oscuridad de muchos enfermos que vienen a nuestro hospital.

  2. Excelente narración, leer esta historia tan insignificante, es escuchar la voz de una experiencia real que muchas personas en situación de calle han pedido vivir, el no es lo que tengamos, es lo que podamos dar sin recibir nada a cambio 🙏🏻

  3. Interesante vivencia, poética historia llena de realidades que te traslada al momento del encuentro entre el imaginario y la realidad. Pero quién es la inmaginaria en esta historia. Interesante en realidad

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