Al verlos a ustedes, he sentido el amor de Dios, he visto a Dios.
Dicho de Pablo, migrante cubano
Según el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, evangelizar significa «compartir las buenas noticias de Salvación», al respecto tenemos un mandato muy claro de Jesús en Mateo (28, 19-20): «Vayan por todas las naciones háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Cuando este Evangelio habla de «naciones», utiliza una palabra que viene del vocablo griego éthne, —un término despectivo usado en la época de Jesús para referirse a los extranjeros— y que se puede traducir como propio de las naciones gentiles o paganas. En algunas versiones de la Biblia el vocablo griego ethnos se traduce al español como «gentil». Todas estas acepciones son utilizadas siempre con la idea de hablarnos de quienes no son judíos, de quienes no cumplen la Ley (Torá), y que, por lo tanto, son personas impuras.
Los sujetos del envío (la gran comisión) en Mateo son concretamente los extranjeros, pues son los que deben conocer al Dios de la gracia y la misericordia, por lo que, visto así, evangelizar a las personas en migración resulta un mandamiento de Jesús.
Lamentablemente en nuestros días, la migración causada por la pobreza, el hambre, la violencia y la guerra es mal vista, ya que las personas llegan a los países llamados de Primer Mundo sin documentos —y evidentemente, sin la posibilidad de conseguirlos—, dispuestas a trabajar para obtener una mejor vida, pero son consideradas como una amenaza, como peligrosas por la xenofobia y el rechazo existentes.
Algunos textos bíblicos sobre la migración
La migración humana es algo tan antiguo como el mundo. A lo largo de la historia, las personas se han visto en la necesidad de cambiarse de un lugar a otro, en la mayoría de los casos por hambre, aunque también han influido otros factores: la guerra, la violencia, etcétera. Así, podemos ver cómo grandes grupos se han movilizado buscando paz, tranquilidad y el sustento de cada día. Sin embargo, la migración no es exclusiva de los seres humanos, también los animales se movilizan para poder cumplir sus ciclos de vida, siempre buscando un mejor espacio para sobrevivir.
Al ser algo tan antiguo, por supuesto que la migración es un tema que se aborda en el Antiguo Testamento, incluso se hace desde dos vertientes, por un lado, se acepta, como lo vemos en el libro de Levítico: «Cuando un forastero viva junto a ti, en tu tierra, no lo molestes. Al forastero que viva con ustedes lo mirarán como a uno de ustedes y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes también fueron forasteros en Egipto» (19, 33-34). Y, por otro lado, se rechaza: «Entonces el sacerdote Esdras se levantó y dijo: “Al casarse con mujeres extranjeras han sido rebeldes, aumentando así el delito de Israel. Ahora reconozcan su pecado ante Yavé, Dios de sus padres y, para cumplir su voluntad, sepárense de la gente de esta tierra y de las mujeres extranjeras”».
Pero a pesar de que encontremos muchos ejemplos ambivalentes dentro de los textos bíblicos, hay varios puntos para reflexionar sobre todo en relación con el pueblo de Israel en general. El inicio de esta nación proviene de Abraham, un arameo errante, procedente de Ur de los caldeos, que migró hacia otras tierras y que tiene que ver con el llamado que el Señor le hace: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar» (Gén 12, 1). Como veremos después, este llamado lleva a Abraham a migrar, para así formar una nación extranjera muy grande, que sería bendición para la humanidad.
Otro ejemplo es el del libro de Éxodo que nos narra cómo la descendencia de Jacob migró a Egipto por falta de comida, y cómo después, pasados los años, los hebreos salen de este país siguiendo el llamado de Dios para dejar la opresión y esclavitud a la que los egipcios los sometían (Ex 1, 12-14) para buscar la tierra prometida, en donde fluye leche y miel. Este texto también nos ofrece un punto de reflexión importante. Es una migración la que libera al pueblo de Israel de las cadenas de Egipto.
«Al reconocer a los extranjeros como nuestros prójimos estamos continuando con la enseñanza de Jesús que nos muestra que los extranjeros ya tienen la gracia y la misericordia de Dios y que, al igual que nosotros, son receptores de su amor y de su ayuda”.
Dando un salto en el tiempo, vayamos ahora al Nuevo Testamento, que nos ofrece algunos relatos para hacernos pensar más sobre la situación de muchos migrantes y extranjeros. Casi al comienzo del Evangelio de Mateo (2, 13-14), podemos ver que la misma familia de Jesús migró a Egipto ante las amenazas de Herodes, Jesús desde niño fue perseguido por la violencia de otros, como sucede en la actualidad con muchos niños y niñas migrantes. Él no supo dónde lo llevaron, ni por qué, pero se quedó en Egipto un tiempo para proteger su vida. Esta situación es hoy la de cientos de creaturas que son llevados por sus padres a otros países para que tengan resguardo y sus vidas no peligren.
Posteriormente, cuando Jesús regresa a Israel y comienza su misión, podemos encontrar en varios textos su aceptación e inclusión ante las personas extranjeras. La Buena Nueva que él predica no es solo para los judíos, sino para todas las personas que tienen fe en el Padre sobre quien tanto ha predicado, en ese sentido, la fe es la llave que abre todas las puertas para entrar en el Reino. Recordemos el ejemplo de la mujer cananea (Mt 15, 21-28) a quien en un principio Jesús rechaza diciéndole: «No se debe echar a los perrillos el pan de los hijos» («perrillos» era una palabra que los judíos usaban para referirse a los extranjeros que no adoraban a Dios). Al final, como sabemos, esta mujer recibe por su fe y sin importar su condición de extranjera, la curación de su hija.
A través del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 10) vemos como la primitiva Iglesia toma la decisión de predicar el Evangelio a los no judíos. En el texto, podemos apreciar cómo Pedro recibe una enseñanza muy grande, todos los seres humanos son creados por Dios en la misma condición, nadie es mejor que otro. Entonces, el apóstol acepta ir a la casa de Cornelio, un romano, para llevarle la Buena Nueva de Jesús.
Para Dios «no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer», nos dice Pablo (Gal 3, 28). Predicar el Evangelio a los no judíos, a los extranjeros y en nuestra realidad actual a los haitianos, a los hondureños, a los campesinos que migran buscando mejores horizontes es invitarlos a que conozcan el amor de Dios porque nosotros como cristianos, sea cual sea nuestra denominación, debemos tomar acciones con estas personas que les muestren ese amor, A los migrantes se les evangeliza con palabras y con hechos, sin esperar que vayan a una u otra Iglesia y engruesen sus membresías. Nos debe mover sólo el deseo de que descubran el gran amor de Jesús, la gracia y la bendición tan grande de conocer a Dios.
Al reconocer a los extranjeros como nuestros prójimos estamos continuando con la enseñanza de Jesús que nos muestra que los extranjeros también son dignos de la gracia y de la misericordia de Dios y que, al igual que nosotros, son receptores de su amor y de su ayuda.
Evangelizar a las personas en migración es ayudar a derribar las barreras que les impiden conocer y vivir en el Reino de Dios, la decisión de seguir a ese Dios y vivir con él, es de cada persona. El compromiso que tenemos como seguidores de Jesús es solamente mostrar a Dios en todo momento, con nuestro apoyo y nuestra compañía.
Las personas en migración, como todas las personas, son dignas de conocer las buenas noticias de salvación que Dios ofrece por igual a sus hijos e hijas sin importar de donde provienen.