María Antonia de Paz y Figueroa nació alrededor de 1730, en Santiago del Estero, que pertenecía a la Gobernación del Tucumán en el Virreinato del Perú. Provenía de familias patricias españolas y criollas, y se daba en ella la sencillez y la nobleza de la gente de provincia, con una muy buena educación y una honda fe cristiana.
A los 15 años decide seguir a Jesús entregando su vida a la misión y a la oración. Es acompañada por los jesuitas que se dedicaban a dar Ejercicios Espirituales y misiones populares en esas tierras santiagueñas. Los jesuitas pertenecen a la Compañía de Jesús, una orden religiosa fundada por san Ignacio de Loyola en el siglo XVI.
María Antonia empieza a usar el hábito de las «beatas jesuitas» como un signo de su nueva vida de consagrada a Dios. Ya no se llamará María Antonia de Paz y Figueroa, sino que elige el nombre de María Antonia de San José. Las «beatas» eran mujeres laicas que se consagraban a Dios por medio de los votos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia), vivían en medio de la sociedad civil, pero se dedicaban a la oración y al apostolado. María Antonia, siendo muy jovencita, ayudaba a los jesuitas a organizar las tandas de Ejercicios Espirituales, daba catecismo a los niños y a indígenas, ella quería hacer el bien y dedicarse por completo a Jesús, lo amaba con todo su corazón.
Cuando los jesuitas son expulsados de estas tierras, en el año 1767, María Antonia tenía 38 años, aproximadamente. Cuando ella ve que sus queridos padres jesuitas ya no están, que sus obras han quedado vacías, que ya no se daban los Ejercicios, en lugar de quedarse entristecida y con los brazos cruzados emprende una obra impresionante. Ella se hace cargo de los Ejercicios Espirituales para que se den según la forma que los daban los jesuitas.
Comenzando por su tierra natal, María Antonia recorre miles de leguas, descalza y a pie, visitando pueblos, ciudades, llamando a la gente para que hagan los Ejercicios, buscando una casa, encargándose de la comida, de los más ínfimos detalles, pidiendo permiso a los obispos para que permitan dar los Ejercicios, buscando a los sacerdotes más dignos y respetados para que dirijan las tandas. Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Córdoba, La Rioja, Montevideo, fueron ciudades donde la Beata organizaba y ofrecía los Ejercicios a miles de personas.
Y no estaba sola, otras mujeres la acompañaban, mujeres laicas consagradas que se dedicaron a que la obra de los Ejercicios no muriera… ¡y vaya que perduraron!
María Antonia, por su corazón de mujer y de madre, es conocida también como Mama Antula, Mama por ser tan buena madre espiritual, Antula por ser el sobrenombre de Antonia que se usaba en esas épocas del virreinato, el sobrenombre siempre es un signo de cariño y cercanía.
Mama Antula llega a Buenos Aires en 1779, a la edad de 49 años; una mujer madura, pero incansable. En esta ciudad quiere organizar los Ejercicios, pero el obispo no le da permiso sino después de varios meses. Mientras tanto ella camina por la ciudad y es vista como una loca: descalza, con una capa negra, sin ninguna pertenencia, casi una mujer de la calle; recibe insultos, le tiran piedras, se refugia en la Iglesia de la Piedad y allí encuentra refugio y paz. Por eso sus restos descansan en la Basílica de la Piedad, ella quiso que la enterraran allí, porque allí le abrieron las puertas en esos difíciles primeros meses.
Finalmente, el obispo le da permiso para dar los Ejercicios y comienza así una obra tan grande como el corazón de esta mujer.
Más de 40 mil ciudadanos de la antigua Buenos Aires hicieron los Ejercicios, nueve días de oración y conversión, para vivir la fe cristiana no sólo de nombre sino de corazón, de verdad. A los Ejercicios venían ricos y pobres, esclavos y libres, mujeres y varones, hombres del gobierno del virreinato; algunos fueron próceres de nuestra patria. Todos tenían su lugar, a todos se les invitaba a rezar.
En 1785 la «Beata de los Ejercicios», como era conocida, funda el «beaterio», una comunidad de mujeres laicas consagradas que se dedicaban a la obra de los Ejercicios. En 1788 le donan unos terrenos en el barrio de la Concepción y emprende la construcción de lo que es hoy la Santa Casa de Ejercicios Espirituales. Una obra maravillosa, diseñada y emprendida por esta santa mujer, una obra que hizo y hace tanto bien en el corazón de la urbe porteña. Mama Antula ayudaba a los pobres, especialmente a las mujeres esclavas y mulatas, o que vivían de la prostitución; ella las buscaba y les daba lugar y cobijo en la Santa Casa, una buena samaritana con un corazón lleno de misericordia y compasión.
En 1799 cae muy enferma, y el 7 de marzo de ese año entrega su alma al Señor, fallece en la «celda», así llamada la habitación que tenía en una esquina del patio de la Cruz, que hoy se puede visitar.
En las cartas por ella escritas a muchos jesuitas, sacerdotes y amigos, como en su Testamento escrito antes de morir, se ve a una mujer llena de fe y de espíritu sobrenatural, totalmente entregada a Dios y a su obra, una mujer evangelizadora, fuerte y tierna a la vez, emprendedora, compasiva con los pobres y con las mujeres despojadas de su dignidad.
Su obra se conoció en toda Europa, sus cartas fueron traducidas a varios idiomas, se hablaba de ella como una verdadera «apóstol», una laica consagrada en cuerpo y alma a la evangelización a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Bandera que supo tomar de los jesuitas y a la cual entregó su vida.
Siguiendo este ejemplo de mujer consagrada, a mediados del siglo XIX las mujeres «beatas» que vivían en la Santa Casa fundaron, con la aprobación del obispo de Buenos Aires, la Congregación Sociedad Hijas del Divino Salvador. El 27 de agosto de 2016 fue reconocida Beata de la Iglesia Católica por un decreto pontificio del papa Francisco; la ceremonia, en la ciudad de Santiago del Estero, tierra que la vio nacer, fue muy emotiva.
Hoy hay muy pocas Hermanas en la Congregación, pero el espíritu está vivo. Laicas y laicos llevan adelante la obra de los Ejercicios y la obra educativa en los Colegios. Quien conoce la vida de la beata Mama Antula no puede quedar indiferente, seguramente muchas mujeres y varones querrán seguir su ejemplo.
Hoy, que se está profundizando el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, el ejemplo de María Antonia es muy luminoso. Una mujer que supo «en todo amar y servir», que no se achicó ante las dificultades, cuya fe la impulsaba a caminar y convertir corazones para Cristo. El ejemplo de esta mujer perdura y estamos seguros de que prontamente la tendremos como Santa, la primera santa nacida en esta querida tierra argentina.
Beata Mama Antula, ruega por nosotros, amén.
Ícono de Mama Antula realizado por el P. Eduardo Pérez del Lago