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No sé a dónde me mandas, pero haré lo que pueda

Esta es una entrevista realizada a Mauricio Rivera Romo, S.J.*, sacerdote que trabajó en la Tarahumara por muchos años y quien es, a la fecha, el jesuita más longevo de la Compañía de Jesús en México.

¿Cómo fueron los inicios de tu vocación en la Compañía?

Andaba buscando yo cómo seguir la vida sacerdotal en alguna congregación o seminario. Vi a varios, pero ninguno me peló. Los únicos que se interesaron fueron los jesuitas… pues con ellos me fui. Entré a una sala elegante y callada; salió el reverendo padre con su bonete, caminando despacito, y me dijo: «¿Cuáles son sus deseos?». «Pues yo deseo ser sacerdote, pero quiero probar primero mi vocación; todavía no sé claramente». «Ah, ¿quiere probar su vocación? Váyase entonces a la Apostólica». En ese entonces, teníamos nosotros esa escuela en la colonia Roma y dependía de la Iglesia de la Sagrada Familia. Después de poco tiempo (yo tenía 15 años); nos dijeron a un compañero y a mí: «Pues ya están listos para el Noviciado. Váyanse a Estados Unidos». Nos fuimos a Isleta College, en Nuevo México. Era un noviciado un poco rígido. La casa era un desierto, no había diversiones.

¿Cómo fue tu experiencia posterior de formación?

Mi magisterio lo hice en la Tarahumara. El provincial me dijo que allá hacía falta gente. Me fui con dos compañeros más. Al principio se me hizo horrible: todo lucía muy antiguo y había mucha pobreza. Tratábamos de estudiar también algo del idioma. Cuidábamos a los towizes (niños) y ayudábamos a los padres en las misas. A los dos años nos enviaron a todos los maestrillos (que éramos 15) a Colombia, pero pronto me devolvieron a mí; el provincial me pidió quedarme medio año más en la sierra, ya que después me enviarían a estudiar Teología a Europa. Como todos los maestrillos estaban lejos, me quedé entonces solo por allá perdido. Aguanté los seis meses; me ayudó empezar a escribir lo que vivía por allá. Llegado el tiempo salí en avión a Nueva York y de ahí a España por barco. Ahí hice una de cosas que ni te imaginas, pasé de ser tímido a ser muy guerroso. Pero eso me dijeron los superiores: que querían que se me quitara lo tímido, que de menos les hiciera travesuras a mis compañeros. No me hubieran dicho… hice muchas diabluras.

Foto: ©José Martín del Campo, S.J.

«En la sierra lo que más admiré fue la Providencia de Dios. Nunca nos faltó alimento, ni para nosotros ni para dar a la gente. Se veía clarísima ahí la Providencia, porque, aunque no tenías no te faltaba”.

¿En qué consistió tu vida de misionero en Tarahumara?

De España llegué ya ordenado a la Tarahumara. Ya sabía un poco la lengua y las costumbres de allá. No era tanto que tuviera vocación misionera, sino que fue por obediencia… aunque lo mandado por el superior también es vocación. En la sierra estuve desde que empezaron las escuelas de radio. Duré como 55 años allá en la sierra. Casi toda la vida.

Nuestro trabajo en Tarahumara no era de enseñarles el Padre Nuestro y el Ave María… no, era un trabajo social porque eran muy pobres. Les ayudamos a organizarse, a que se valieran mejor por ellos mismos y que impulsaran a la sierra para crecer también ellos. Y qué mejor forma para ello que la educación. Empezamos con las escuelas de radio, bueno empezaron los padres Carlos Díaz Infante y Carlos Arroyo. Cuando el primero terminó ya muy cansado, el provincial me pidió suplirlo. Me fui entonces a Sisoguichi. Trabajé con Tapia, con Benjamín Moreno, con Llaguno… con un montón que estuvieron de directores. Yo estaba de base ahí junto con Arroyo.

En la sierra lo que más admiré fue la providencia de Dios. Nunca nos faltó alimento, ni para nosotros ni para dar a la gente. Se veía clarísima ahí la providencia, porque, aunque no tenías no te faltaba. Llegaban también muchas voluntarias de Guadalajara y de Monterrey, iban por un año y después volvían casi para quedarse; eran abogadas, técnicas de educación, pedagogas y demás. Aguantaban más que muchos jesuitas. Marta, hermana de Juan Luis Orozco, estuvo 19 años. Muy lista ella. Ramón Mijares la había invitado para que ayudara un año en la Tarahumara; al principio lloraba y después ya no se quería ir. Hizo un apostolado tremendo y después de que salió de allá, se dedicó a conseguir muy buenos apoyos económicos para la sierra. ¿Qué tendrá la sierra, si no es Dios, que atrae tanto? Incluso cuando sales de ahí te dedicas a seguir apoyando desde lejos.

Foto: ©Daniel Vargas

¿Quién es Dios para ti?

¡Pos! Está rete fácil. Es mi Padre, y le tengo un gran respeto. Es lo máximo. Por él entregas toda la vida y todo lo que él quiera. Su existencia no se debe tratar de probar, sólo ha de sentirse. Sólo así se acaban los problemas de querer entenderlo; porque nos supera por todo camino. Nuestro entendimiento no lo abarca. Por eso para mí Dios es todo. Y Dios es todo lo que dijo su Hijo de él en los Evangelios.

¿Quién es Mauricio para Dios?

¡Bah! Está rete fácil también… ¡pues su hijo! Aquel que hace y busca no su propia voluntad sino la de Dios que es su Padre. Lo he hecho toda la vida por él, y ahora me ha regalado el poder hacer todo lo que no pude hacer en la sierra: tengo tiempo para rezar, tengo tiempo para leer (siempre había querido leer a Boff y no había podido), puedo descansar.

¿Cuál es la experiencia más fuerte que has vivido en la Compañía?

La preparación para Teología. Yo me decía: ¿tendré las capacidades? Había estudiado filosofía, pero no sabía si era capaz. Al final, me di cuenta de que uno no es digno… pones algo de tu parte, pero en medio de la angustia uno se termina por abandonar a Dios. Lo mismo sentí en la salida al magisterio, a uno lo forman, pero aun así es difícil llegar siempre a una misión. Bueno, no, quizá la más fuerte sea la de haber muerto… [hace una pausa y se ríe]. No, de veras. Yo me morí hace un tiempo. Le estaba diciendo al superior: Me siento muy cansado y ¡zas! Me quedé dormido. Desperté en el hospital. Me había llevado de volada al hospital y llegué ya sin pulso ni nada; me tuvieron que reanimar allá. Eso quizá es lo más fuerte, aunque se sintió como quedarse dormido.

Foto: ©José Martín del Campo, S.J.

«Si eres llamado a la Compañía estás recibiendo de Dios un don muy grande, que trae consigo un esfuerzo muy grande que debes hacer tú para formarte. Pero sí, vale la pena, no de una, sino de tres vidas”.

¿Qué es lo que más agradeces a Dios?

Pues no es una sola cosa, sino, como diez o veinte. Si tengo que escoger una yo diría la ordenación, que en medio de esa angustia de si podría o no, pude decir: «Esto es obra tuya; en tu nombre envío la red». Eso y el magisterio: el salir al mundo sin fusil más que la confianza en Dios; decirle no sé a dónde me mandas, pero yo haré lo que pueda. Eso ha sido mi lema, y es la formación que me dio la Compañía: el adaptarme desde los aprendizajes de la filosofía y la teología. ¿Qué más queremos? Te hace pensar, discernir y confiar. Eso te hace ver más claro el camino en medio de la angustia; te ayuda a confiar en Dios y da la capacidad de estar a todo dar en donde uno sea enviado, porque se aprecia mejor la providencia de Dios en ello. Nos hace confiar en Dios y en nosotros. Ese es nuestro modo de vivir y Dios nunca nos falta, siempre nos da todo. Él se encarga de las obras porque son suyas y no nuestras.

¿Qué le dirías a un joven si te preguntara si esta vida vale la pena?

Yo le respondería que sí, sí vale la pena. Vale la pena, primero, para tu formación, pero después de eso, luego que veas (porque en un principio nadie lo sabe, vas todavía en oscuridad) tu vida parecida a la de Jesucristo, te vas poco a poco formando y cambiando tu modo para servir a los demás. Si eres llamado a la Compañía estás recibiendo de Dios un don muy grande, pero trae consigo un gran esfuerzo que debes hacer tú para formarte. Pero sí, vale la pena no de una sino de tres vidas. 

*El pasado 6 de enero de 2023 falleció el padre Mauricio Rivera Romo, S.J., en la Casa Canisio, SJ, en Guadalajara, México. Un jesuita incansable que trabajó en la Tarahumara. La Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús lo recuerda con mucho cariño. 

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