Una mirada externa al Sínodo

¿Cómo se mira el ejercicio del Sínodo a la luz de lo que hoy pasa en el mundo? Esa fue la invitación que me hizo el padre Pedro Reyes, director de la revista CHRISTUS. Debo confesar, y así se lo dije, que tenía mis dudas de escribir sobre un tema como alguien que fue ajeno al proceso. No obstante, el padre me convenció de participar al explicarme que justamente ése era el sentido de su invitación: ofrecer una perspectiva desde la mirada distante, con la ventaja de tener —por mi ejercicio profesional— una visión del contexto en el que se desarrolló el encuentro. Es desde ese enfoque, y con profundo respeto por la revista y sus lectores, como propongo esta reflexión.

En principio debo decir que mi análisis del contexto pasa inevitablemente por mi formación como politólogo especializado en temas de comunicación. Creo que la forma en que hoy está estructurado el diálogo social en el mundo sólo se puede entender desde la manera en que actualmente circula la información y los efectos que eso ha tenido en la convivencia. Por eso, de inicio, propongo la conveniencia de entender cuáles son los rasgos que definen hoy la discusión pública.

I. Un mundo de espejos

Si hubiera un objeto que definiera el símbolo de los tiempos que hoy vivimos habría que señalar indudablemente al teléfono celular. Es el espacio —físico y simbólico— en el que pasamos más tiempo de nuestro día en vigilia. En México, por ejemplo, el promedio de uso diario supera las siete horas al día y no hay actividad que realicemos más veces que el desbloqueo y la mirada a la pantalla.

De ahí que habría que advertir que si bien en un principio —hace 20 años— las redes sociales se ofrecían como ventanas al mundo, posibilidades de mirar a otros distintos a nosotros, al paso del tiempo las redes se han convertido en el espacio de la autocomplacencia, el territorio en el que sólo encontramos aquello que refuerza nuestra percepción sobre nosotros mismos, sobre los demás y el mundo.

Las redes sociales dejaron de ser ventanas para convertirse en espejos. Son el campo en el que los algoritmos ofrecen un contenido que se apegue a los intereses de cada usuario para retener su mirada la mayor cantidad de tiempo posible.

Foto: © synod.va/Lagarica

II. Un mundo polarizado y radicalizado

Si la premisa anterior es cierta, como muestran múltiples estudios, vale la pena profundizar en los efectos de ese mundo de espejos. Y lo primero que habría que destacar es que la lógica de construir mundos a modo implica dejar fuera aquello que contraviene las creencias de quien mira. Exponer a una persona a perspectivas distintas, contradictorias o incluso hasta complementarias, es un riesgo que se puede pagar con la pérdida de la atención.

El modelo de conversación que impulsan esas redes no sólo evita lo diferente, sino, al contrario, refuerza lo preexistente. El resultado de ese fenómeno es la construcción de entornos cada vez más polarizados. Desde las sociedades europeas y norteamericanas hasta las latinoamericanas el mundo se encuentra cada vez más con una realidad en la que grupos sociales se organizan en torno a diversas identidades —nacionales, culturales, de estilos de vida, entre otras— que se encuentran en constante lucha con quienes no comparten su visión.

Lo anterior con un elemento adicional que no debe ser subestimado: la evidencia de que la dinámica de consumo de información no sólo mantiene a las personas encerradas en burbujas informativas, cámaras de eco y otros fenómenos similares que expulsan a la diferencia, sino que tienden a una radicalización bajo la premisa de que una persona consumirá más información en la medida en que sean más fuertes las emociones que lo vinculan con cierto relato, de ahí que quien empieza consumiendo contenido moderado sobre un tema —como los posibles riesgos de la llegada de migrantes a su comunidad— termina por consumir contenido mucho más fuerte, incluso de grupos antimigrantes que se ofrecen como solución ante los riesgos de la «invasión» de los diferentes. A la polarización le sigue la radicalización de los procesos sociales.

III. Un mundo sin confianza

Este ecosistema informativo tiene además un tercer efecto muy delicado: el deterioro de la confianza en las instituciones. Ya sea por una positiva exposición y vigilancia constante o por una cultura creciente de la rendición de cuentas, las instituciones de todo tipo hoy son sujetos de un escrutinio inédito. Todo se sabe, todo se transmite, y todo ocurre en todos lados. Los errores de una parte se convierten en la carga del todo, y la conversación es en tiempo real y no se limita por fronteras.

Esto ha generado un desgaste de la confianza en general en cualquier institución, lo que se ve agravado por un ecosistema marcado por la información equivocada (misinformation) y la información falsa (disinformation) que circula libremente, muchas veces motivada por agendas económicas o políticas que buscan debilitar a ciertos actores y favorecer otras narrativas que requieren del ataque de su credibilidad.

IV. Un mundo de individuos con prisa

Finalmente, estos procesos favorecen una dinámica en la que el individuo es el protagonista frente a una opción de comunidad. El consumo de lo digital siempre es individual. Ocurre entre el usuario y la pantalla. No hay cabida para nadie más. Incluso hay quien advierte que el término «usuario» se queda corto y que habría que hablar ya de «residentes» para describir a quien vive casi permanentemente en el espacio digital.

«La inmediatez es el signo de los tiempos. El problema es que el pensamiento requiere tiempo, justo lo opuesto a la gratificación instantánea».

Esto es importante porque la nueva realidad social está construida por individuos que sólo consumen contenido a modo, que refuerza su visión, que los aísla de su entorno y los retiene ahí bajo la premisa de recompensas inmediatas.

Este elemento es clave para entender que la persona de nuestro tiempo no tiene paciencia y requiere todo de inmediato, porque su cerebro está acostumbrado a recibir cada pocos segundos un estímulo que le gratifica.

La inmediatez es el signo de los tiempos. El problema es que el pensamiento requiere tiempo, justo lo opuesto a la gratificación instantánea. El desarrollo de una idea exige pausa para entender el contexto, para discutir las opciones, para valorar las implicaciones de cada posible acción.

Vivimos pues en un mundo en el que se privilegia la existencia de individuos cada vez más aislados, acelerados, polarizados y con una creciente dificultad para reconocer al otro, en especial si piensa distinto.

Es por ello que el Sínodo es un evento disruptivo frente a los tiempos que corren. Porque es, desde su concepción y diseño, un acto de resistencia frente a las pulsiones actuales.

Después de revisar diversos textos del Sínodo, entre ellos y de manera especial el documento final de la segunda sesión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, confirmo que el ejercicio construido tiene elementos que vale la pena apreciar.

Temporalidad

Frente a la lógica de la inmediatez, destaca la naturaleza de un proceso que inicia en 2021 y toma tres años para su realización. Incluso se extiende más allá del tiempo considerado inicialmente, prolongándose hasta 2024. Las diferentes etapas del proceso, el paso de la discusión por los diversos niveles, desde lo local hasta lo continental, para llegar a los espacios de deliberación colegiados, es en sí mismo un ejercicio relevante.

Y es importante porque el discernimiento —como señala de manera reiterada el documento mencionado— es una condición indispensable para la discusión. Y el discernimiento requiere como condición necesaria del tiempo.

Colectividad

Este proceso es, además, el resultado de una acción colectiva. Lo que contraviene la tendencia de mantener a cada persona encerrada en su propia esfera.

El Sínodo es —en su propia naturaleza— un evidente proceso contrario a la lógica del aislamiento pues presupone una construcción comunitaria. El Sínodo plantea ir más allá de la perspectiva individual, incluso desde la lógica de la autoridad, para avanzar en un modelo de la suma de muchos, lo que nos conduce naturalmente a la pregunta de quiénes forman parte de esa comunidad. Es decir, ¿quiénes pueden dialogar?

Resulta interesante que en los diversos documentos del Sínodo se hagan constantes referencias a grupos que debieron tener voz. No sólo, como es natural, a los integrantes de la Iglesia católica, sino también a delegados de otras tradiciones cristianas. «El camino de la sinodalidad que la Iglesia católica está siguiendo —dice el documento final de la segunda sesión de los Obispos— es y debe ser ecuménico, así como el camino ecuménico es sinodal».

Incluso se advierte en reiteradas ocasiones la necesidad de abrir el proceso hacia personas de otras religiones y de las propias comunidades con las que la Iglesia tiene interacción bajo la premisa, entre otras, de que la construcción de un mundo que reconoce la dignidad humana, el bien común, la justicia y la paz, no sólo abarca de manera natural a quienes están fuera de la Iglesia, sino que requiere como condición indispensable de la mayor cantidad de personas posibles.

Con esa misma lógica, destaca como elemento clave de la discusión la pluralidad de pueblos, lenguas y ritos con la intención de ver a la diversidad no como una amenaza sino como una fortaleza de la Iglesia.

Este reconocimiento de la realidad —plural, diversa, compleja— se extiende también al contexto social en el que se coloca hoy la propia Iglesia. El reconocimiento, por ejemplo, del clima de conflictos por el que atraviesa el mundo estuvo presente en la discusión. Y por eso resulta pertinente el llamado a reivindicar el diálogo como el mecanismo de resolución de los conflictos, como herramienta para resolver las diferencias frente la imposición de la fuerza.

Deudas históricas

En ese mismo espíritu se plantea una reivindicación de quienes históricamente no han tenido voz. «La disponibilidad de escuchar a todos, especialmente a los pobres, —dicen de nuevo los obispos— contrasta con un mundo en el que la concentración de poder deja fuera a los pobres, a los marginados, a las minorías y a la tierra, nuestra casa común». En particular, ese reconocimiento de los excluidos se refleja también en las referencias al papel que las mujeres han desempeñado —y deben desempeñar— dentro de la propia Iglesia.

Destaco el reiterado llamado a reivindicar su papel, tanto en el pasado como en el presente a partir del reconocimiento de las fallas. Así quedó de manifiesto cuando los obispos señalaron que «damos testimonio del Evangelio cuando intentamos vivir relaciones que respeten la igual dignidad y la reciprocidad entre hombres y mujeres. Las expresiones recurrentes de dolor y sufrimiento por parte de mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas, durante el proceso sinodal revelan con qué frecuencia no logramos hacerlo».

O cuando advierten que «las mujeres siguen encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia, en detrimento del servicio a la misión común».

Este ejercicio de autocrítica reconoce también el desgaste que la propia institución ha sufrido, cuando señala que «la crisis de los abusos, en sus diversas y trágicas manifestaciones, ha traído un sufrimiento indecible y a menudo duradero a las víctimas y supervivientes, y a sus comunidades. La Iglesia debe escuchar con particular atención y sensibilidad la voz de las víctimas y de los sobrevivientes de los abusos sexuales, espirituales, institucionales, de poder o de conciencia de parte de miembros del clero o de personas con cargos eclesiales».

Estos reconocimientos resultan indispensables como condición para fortalecer la confianza en la institución, en un momento en que los propios documentos del Sínodo hacen referencia a la pérdida de credibilidad en el conjunto de las instituciones, incluyendo a la propia Iglesia católica. De ahí la pertinencia de los llamados a incluir a diversos sectores como jóvenes, personas con alguna discapacidad, entre otros.

Nuevas formas de organización

El Sínodo, en ese sentido, se presenta como un ejercicio de autocrítica, inusual en estos tiempos, que conduce incluso a la revisión del diseño institucional y de los procesos de deliberación y de toma de decisiones que ha funcionado hasta ahora.

Desde la mirada externa resulta interesante observar los debates sobre nuevas formas de organización que atienden algunas de las preocupaciones expresadas en el proceso. La búsqueda, por ejemplo, de una mayor cercanía entre las autoridades y las propias comunidades; la necesidad de tener mayores espacios de participación en la toma de decisiones frente a posturas más verticales; la pertinencia de rendir cuentas y hacer un ejercicio transparente de la autoridad y de los recursos que maneja, no sólo ante los superiores sino ante las propias comunidades.

Todo en un marco que supone que no basta con una reflexión teórica de todos estos temas, sino que es indispensable su materialización en acciones concretas, en nuevas prácticas que se puedan poner en marcha desde el corto plazo. Ese discurso resulta llamativo viniendo de una institución con un sentido del tiempo distinto derivado de su presencia en la historia, que al mismo tiempo reconoce la necesidad de mostrar efectos inmediatos bajo la premisa, según el dicho de los propios obispos, de que «sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble».

Reflexión final

Estos apuntes sobre el Sínodo y algunas de sus conclusiones, a la luz del momento que vive la conversación pública global, buscan destacar la pertinencia de ejercicios como el realizado, que rompen con las inercias que se busca imponer y que reivindican la necesidad del tiempo, del diálogo, de la inclusión, de la reflexión y la autocrítica, para construir instituciones que respondan a las necesidades sociales.

Es claro que el reto sigue siendo mayor. Que, como los propios documentos consignan, es necesario avanzar en los siguientes pasos que materialicen lo aprendido; que reflejen en los hechos el resultado del diálogo; que encaucen las inquietudes, incluso aquéllas que no tienen una sola respuesta, y que seguramente seguirán debatiendo por mucho tiempo.

Sirva pues esta mirada como un reflejo desde afuera de quien observa que, aun cuando todo apunta a encerrarnos en nuestras propias burbujas, hay esfuerzos por seguir construyendo en comunidad. 

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