Un diálogo abierto, fraterno y sinodal
El cable de un teléfono fijo llena la pantalla. En seguida vemos una mano que sostiene el auricular, escuchamos la voz de un hombre que habla con un agente de viajes y amablemente solicita un pasaje de Roma a Lampedusa. Cuando dice su nombre «Bergoglio. Jorge Bergoglio», del otro lado de la línea creen que es una broma y le cuelgan. Así comienza la película Los dos papas (2019) del reconocido director brasileño Fernando Meirelles, protagonizada por Jonathan Pryce como Jorge Bergoglio y Anthony Hopkins como el papa Benedicto XVI. Parece que este hecho de Jorge Bergoglio haciendo llamadas personales, recién electo papa, se dio en más de una ocasión, y quienes tomaban las llamadas, efectivamente, no daban crédito que era el mismo papa quien se comunicaba.
Esta película, disponible en Netflix, se presenta como basada en hechos reales y es una crónica del supuesto encuentro y diálogo que tienen el papa Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, en el Vaticano y en la residencia de verano de Castel Gandolfo. Mientras corre la película, reconocemos a los dos personajes tan bien interpretados por dos consagrados actores (ambos nominados a los Globos de Oro y al Oscar), lugares emblemáticos de Roma como la Capilla Sixtina y situaciones o hechos que son muy creíbles y, otros, por el contrario, que son realmente inverosímiles, pero nos resultan muy simpáticos. De principio a fin, con diálogos intensos y profundos (muchos tomados de sermones, entrevistas y libros de ambos papas) y otros llenos de humor y camaradería, nos preguntamos cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en esta historia que nos cuenta el también director de Ciudad de Dios (2002) y El jardinero fiel (2005).
Los dos papas presenta a dos pontífices muy diferentes entre sí y con dos maneras de entender algunos aspectos de la Iglesia y su misión en el mundo. La historia de uno de ellos (que será el papa Francisco) domina por encima de la del otro (el papa Benedicto XVI). Del primero, con unos flashbacks, se nos cuenta algo de su juventud y llamado a la Compañía de Jesús, su relación con la dictadura militar en Argentina (1976), su compromiso social y trabajo pastoral con los pobres. Del pasado del papa Benedicto XVI no se nos dice mucho y, ocasionalmente, es caricaturizado como un hombre terco. La película está llena de licencias creativas, como esas largas conversaciones en una sala, jardines y en la misma Capilla Sixtina, donde el papa Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio comen pizza como buenos amigos y toman Fanta (hay testimonios de que a Benedicto XVI sí le gustaba la Fanta), que abonan a la historia y a la evolución de los personajes. La escena en que el papa Benedicto XVI toca el piano (que bien sabemos tocaba el piano), después de un momento de tensión, es de lo mejor: a través de la música, del arte, de un recuerdo de los Beatles, estos dos hombres tan diferentes comienzan una buena relación de amistad.

«Los dos papas nos habla precisamente de estas relaciones interpersonales y de la posibilidad de caminar como Iglesia sinodal en un diálogo abierto y fraterno».
En el número 34 del documento final del Sínodo de la Sinodalidad (26 de octubre de 2024) podemos leer: «La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental» (CV 53). Una Iglesia sinodal se caracteriza por ser un espacio donde las relaciones pueden prosperar gracias al amor mutuo que constituye el mandamiento nuevo dejado por Jesús a sus discípulos (cf. Jn 13,34–35). Dentro de culturas y sociedades cada vez más individualistas, la Iglesia, «pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4), puede dar testimonio de la fuerza de las relaciones fundadas en la Trinidad. «Las diferencias de vocación, edad, sexo, profesión, condición y pertenencia social, presentes en toda comunidad cristiana, ofrecen a cada persona ese encuentro con la alteridad indispensable para la maduración personal». Los dos papas nos habla precisamente de estas relaciones interpersonales y de la posibilidad de caminar como Iglesia sinodal en un diálogo abierto y fraterno.
La escena del cardenal Bergoglio y del papa Benedicto XVI viendo en casa el partido del Mundial de Fútbol de Alemania contra Argentina, por supuesto, no ocurrió. Tampoco esa escena en que el futuro papa Francisco enseña al papa Benedicto a bailar tango. Ambas escenas son pura ficción que, sin embargo, nos evoca que, más allá de las diferencias, en la Iglesia es posible la comunión, la participación y tener una misión común; sentirse en casa, como leemos en el documento final del Sínodo: «La relación entre lugar y espacio sugiere también una reflexión sobre la Iglesia como “casa”. Cuando no se entiende como un espacio cerrado, inaccesible, que hay que defender a toda costa, la imagen de la casa evoca posibilidades de acogida, hospitalidad e inclusión» (n. 115).
Los dos papas es una película que hay que ver más de una vez y podría servir para hacer cineforos con los amigos, en la parroquia o en diferentes grupos eclesiales. Dos preguntas podrían ayudar: ¿Qué tipo de Iglesia vemos reflejada en la película? ¿Qué tipo de Iglesia quisiéramos después de este Sínodo de la Sinodalidad?