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¡Tarde te amé!

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva ¡tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y fuera te buscaba, y sobre esas cosas hermosas que tú has hecho me precipitaba yo, carente de hermosura, estabas tú conmigo y no estaba yo contigo (…) y como al que tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo porque no estoy lleno de ti.»

Agustín de Hipona, Confesiones, Obra completa en BAC tomo II, Madrid, 2002

El desgarramiento interno de san Agustín es más claro en sus Confesiones a partir de los tres últimos libros: «y ningún lugar por ninguna parte, y ningún lugar por ninguna parte. Nos alejamos y nos acercamos, y ningún lugar por ninguna parte».

Lo sorprendente es que este hombre del siglo V resulte tan actual y resuene tanto en nosotras, personas del siglo XXI. ¿Cuántas veces nos arrojamos a todo en búsqueda de felicidad, de realización, de paz? Nos arrojamos a las cosas con el consumismo, a los otros con la dependencia, a la burbuja de nuestro ego con la soberbia, al imaginario de lo grande que seríamos si el otro no existiera, con la envidia.

Y nada de eso a lo que nos arrojamos es malo, «y sobre esas cosas hermosas que tú has hecho» la creación es bella, es buena. Las cosas con toda su variedad son: la naturaleza con toda su luminosidad, los entes culturales que son obra del ingenio humano y que son absolutamente sorprendentes. Los otros, nuestros hermanos y hermanas compañeros de camino y de vida, el «yo» que es parte de nuestra personalidad, las proyecciones de futuro que son el modo humano de vivir. ¡Nada de eso es malo!

Es necesario, es importante, es imprescindible para vivir humanamente. El problema es que a eso «me precipitaba yo, carente de hermosura», quien disloca todo y se pierde es uno, una misma. La creación es un signo que significa Dios, si nos queremos quedar en el signo, no entendemos nada, si queremos que el signo signifique lo que no significa, también erramos.

«Estabas tú conmigo y no estaba yo contigo.» Dios es el centro profundo de nuestra intimidad y, sin encontrar ese centro profundo y anclarnos a él, lo que sentimos es un vacío profundo que nada puede llenar, por eso destruimos la naturaleza, acaparamos las cosas, pisoteamos y envidiamos al hermano y no tenemos ni felicidad, ni realización, ni paz.

Lo que tenemos es afán de novedades porque nos consumen el hambre y la sed, pero tratamos de saciarnos con lo que no es ni alimento verdadero ni fuente de agua viva. Por eso la vida se nos hace pesada, difícil, sin sentido; tratamos de llenarla de ruido, de movimiento, de lo que sea porque nada nos sacia, pesamos demasiado «como al que tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo porque no estoy lleno de ti».

¡Silencio! Necesitamos entender que sólo podemos escuchar con claridad su llamado (que es a lo que intentamos responder sin saberlo) si nos volcamos dentro y lo dejamos hablar. Eso implica momentos al menos de soledad, de vida interior, de desconectarnos de tanto ruido externo, de tanto parloteo interno y de dejarnos simplemente estar.

Si dejamos de mover el reloj cucú de un lado a otro, y lo ponemos estable y en la posición correcta, el péndulo por sí mismo encontrará su centro y su ritmo. Si nosotros callamos, Él puede hablar. Eso también implica desacelerar, bajarle a esta carrera loca que no nos lleva a ninguna parte pero que creemos que tenemos que correr porque todos corren, pero sucede que «y ningún lugar por ninguna parte, nos alejamos y nos acercamos y ningún lugar por ninguna parte». No vamos a encontrar fuera lo que está dentro, la felicidad significa ser dueños o dueñas de nosotros mismos, ¿cómo lograrlo estando tan desperdigados?

La realización significa hacernos reales, plenos, construirnos, pero ¿cómo lograr eso si no hay un centro que ancle a ese yo burbuja tan fácil de reventar? La paz significa estabilidad interna, ¿cómo ser estables sin base, sin cimientos?

Para Dios no hay tiempo, el «tarde» es nuestro, podemos amar tarde, pero podemos amar mucho si nos dejamos tocar, si lo sentimos, si nos permitimos recibir su amor que nos quiso aun antes de que existiéramos, y «Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos», no hay que ir muy lejos, no hay que buscar mucho. De hecho, no hay que ir a ningún lado ni buscar nada, sólo hay que saber estar y dejarse amar.


Foto de portada: Lilia Macías_cathopic

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