Cuando estaba entre mis 30 y mis 40 años de edad tuve neumonía, la enfermedad fue difícil pero la recuperación lo fue aún más, quedé agotada, sin energías, caminaba muy despacio, sentía cierta neblina mental, tardé un buen tiempo en recuperarme, así que, cuando supe que el Papa Francisco tenía neumonía me puse en su lugar, pensé que lo más difícil sería la recuperación posterior porque la edad también cuenta en estas cosas, así que no fue una sorpresa el saber que había fallecido justo después de vivir un día tan agitado  como el domingo de Resurrección.

Lo que sí fue una sorpresa para mí, es toda la parafernalia de rumores, intrigas y búsquedas de protagonismo en el análisis de su papado y de sus sucesores. No sé si lo extraordinario de este papado ha generado más ruido del común, no lo sé.

El papado de Francisco fue fuera de lo ordinario por muchas razones, la primera de ellas es que fue elegido ante la renuncia del Papa anterior. Así que, después de 7 siglos los católicos volvíamos a tener dos Papas, aunque uno de ellos solo fuese emérito. Las circunstancias del s. XIV y las de Benedicto y Francisco fueron muy distintas.

Francisco fue el primer Papa latinoamericano, bailaba tango y –como buen argentino—gustaba del fútbol. Por otra parte, después de la primera encíclica de su pontificado que escribió junto con el papa emérito Benedicto, su segunda encíclica fue una brisa venturosa para el mundo, un Papa que dedica toda una encíclica al cuidado de la casa común, podríamos decir que fue una encíclica “ecologista”, un documento que nos recordaba nuestra hermandad con el todo y que “entre los pobres más abandonados y maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra”.

Francisco también cimbró a la Iglesia con su famosa respuesta en forma de pregunta cuando fue cuestionado sobre la homosexualidad: “¿Quién soy yo para juzgar?”, fue una respuesta profundamente cristiana, aunque escandalizara a las facciones más conservadoras de la Iglesia.

Al mismo tiempo y paradójicamente en las facciones menos conservadoras de la Iglesia se especulaba sobre ciertos grupúsculos conservadores de extrema derecha en la Argentina, con sus misas en latín, sus reuniones sectarias “secretas” y sus pretensiones políticas ¿tenía relación el Cardenal Bergoglio con estos grupos? Si la tenía ¿conocía la naturaleza de estos grupos o no?

En fin, el Papa Francisco fue extraordinario por muchos motivos, pero no quisiera detenerme más en esto. Ahora ya tenemos un nuevo Papa: León XIV, y vuelven las especulaciones de todo tipo, empezando por el nombre que eligió, y continuando con acusaciones y demás, pero habría que escuchar el consejo del Papa Francisco: “el Señor es nuestro juez y si te viene a la boca una palabra de opinión sobre uno u otro, cierra la boca”.

Un Papa es la cabeza de la Iglesia estructural y, desde luego, su papado le da una dirección a la misma nos guste o no. Las especulaciones sobre el nuevo Papa tienen mucho de apuesta, pero también de ideología ¿qué tipo de Iglesia queremos fomentar porque creemos que así debe ser y no de otra forma? En ese sentido queremos un Papa a modo y medida para que la Iglesia también lo sea, y sin tomar en cuenta que la medida de esta nos sobrepasa porque se trata de Dios mismo.

Parece olvidársenos que la cabeza de la IGLESIA (así con mayúsculas), es Cristo, que la Iglesia es en esencia el cuerpo místico de esa cabeza y este cuerpo está conformado por todos y cada uno y una de los bautizados (as). Somos nosotros y nosotras quienes, debido a la gracia de esa cabeza que neuronalmente nos mueve, trabajamos o no por el Reino. Somos nosotros y nosotras quienes taponeamos o permitimos que circule libremente esa gracia e, incluso, que se acreciente. Hay infinidad de movimientos católicos que han surgido al margen de la jerarquía eclesiástica y han funcionado muy bien porque “el espíritu sopla donde quiere” y no es exclusivo de nadie. Pensemos por ejemplo en la vivencia de Dios de las mujeres (recomiendo mucho el libro del mismo título de Luisa Muraro) en la Edad Media: su cuidado de los enfermos y sufrientes al margen de cualquier orden o jerarquía. Pensemos en los movimientos carismáticos contemporáneos que surgen desde las bases y no desde la jerarquía, aunque luego la jerarquía los haya ido incorporando, pensemos en la Teología de la liberación que ha surgido a pesar de la jerarquía y, muchas veces en contra de ella. 

La parte estructural de la Iglesia con sus jerarquías, gremios y capillitas es solo una manera (siempre mejorable) de organizar este universo de 1.406 millones de católicos. Se requiere esa estructura para comunicarnos, aclararnos, expresarnos, defendernos, etc. etc. Y esa estructura necesita además cierto orden que requiere de un líder visible en la tierra: el Papa.

Ha muerto un Papa extraordinario, a muchos eso nos duele. Tenemos un nuevo Papa, a muchos eso nos alegra, pero no olvidemos que la Iglesia nunca se queda sin cabeza y es esa cabeza la que evita que lo “católico” se reduzca a ideología sea cual sea el color, y es esa cabeza la que dirige la IGLESIA más allá de cualquier estructura.

Un comentario

  1. Muy bien colocado su comentario Dra. Eneyda. Realmente el Papa Francisco fue extraordinario, su muerte rasgó nuestros corazones de tanto dolor y claro que le extrañamos mucho.

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