Recapitulación, la señal de Francisco

Néstor Borri

La muerte produce siempre un efecto de recapitulación. Es posible que la de Francisco genere una nueva mirada sobre su figura y su significado.Esa mirada, si la construimos o captamos, nos permitirá, quizás, seguir sorprendiéndonos y descubriendo cosas en el futuro. Más allá del Cónclave y del próximo papa, pase lo que pase en el mundo y en América Latina.

Dependiendo de cómo recapitulemos, leeremos la gran señal de Francisco. Lo que vimos estos días muestra que algo fue tocado. Algo de tacto y contacto funcionó en mucha gente y resuena como recuerdo, relato, conmoción y sonrisa. Al pensar cómo Francisco “tocó” a muchos, pienso también qué nos ha tocado en suerte y en virtud para que eso pase.

Es raro ya que, fuera de eso o mejor dicho con eso, somos un pueblo sufrido, una sociedad con problemas crecientes y fracturas tremendas. Pero proveemos sim-bolos, lo que junta.. pero muy dia-bolos estamos: separados. Es nuestro enigma, nuestro misterio. ( El mismo Francisco que aglutina en el mundo y como mundo nos conmueve, en cuanto argentino tensiona e incluso confronta. Ni hablar si agregamos a la ecuación el par Bergoglio/Francisco… puede ser que hasta a él le haya pasado lo mismo). Misterio, destino. síntoma.

Así y todo, tenemos la gran señal de Francisco que, a riesgo de exagerar tiene ribetes cósmicos, como la tuvo la del otro Francisco, el del Cántico de las Criaturas que este año cumple 800 años. La gran señal de Francisco sobre el mundo cada cual la plasmará con una imagen de él. Puede ser su figura solitaria en el viejo centro del imperio, en medio de la pandemia, en una Roma lluviosa y con los gemidos y la penumbra de la peste de fondo.

Puede ser Francisco en la llanura de Ur, en la tierra arrasada de Irak que también es el lugar del que salió el padre Abraham del que todos venimos. O en las Naciones Unidas citando el Martín Fierro. O pueden ser, como son, otras imágenes, a veces sin imágenes (más allá de los reels e infinitas fotografías). Son recuerdos de una palabra, un contacto, la detención de una mirada. Unos segundos esperando en la multitud de San Pedro para que alguien  le cebe un mate, para incordio de los custodios y de más de algún cardenal también. O puede ser una persona travesti a metros del altar, llevada por Genevieve, la “monjita”.

– te la encargo a la “monjita”.

– desde los arrabales orilleros del puerto de Ostia. O los cientos de cartas manuscritas, teledirigidas con esa letrita de hormiga. La multitud de los gestos y la constelación de los recuerdos tanto y más que las escenas magníficas y deslumbrantes y solemnes.

Algo reúne las dos escalas, las dos escenas, las dos dinámicas. Ambas suceden en un tiempo de oscuridad y de (falso) deslumbramiento. En una noche del mundo, pero más todavía en la noche de las almas. Larga noche oscura que tiene más ceguera que mística. Desierto nocturno de este tiempo, que ciega con luces y hambre con gula. En el atiborramiento del mundo, y en su tormenta.

Desconcierta Francisco. En el teatro de la geopolítica y la guerra -se siente fuerte en su ausencia de estos días- era el único no hostil. Habría que ponerlo con mayúscula, como un título de su figura: “El Único No Hostil”. Todos lo vimos en ausencia en ese meme que Trump y Zelenski produjeron para contarle al mundo su pacificación violenta. La figura de Francisco está tremendamente presente en su ausencia. Ahí y en lo que ese meme político e histórico teatraliza-viraliza, que es este tiempo atroz que vivimos.

Mejor amigo de la humanidad. En el ultimo tiempo me gustaba llamarlo así en los escritos, charlas y posteos. Pero “El Único No Hostil” dice más, quizás porque hay muchos más “sí” en un no, que viceversa.

¿Que hacía Francisco mientras se reparten de nuevo el mundo? Aceptaba un mate. Visitaba a los presos. Conversaba con enfermeros. Iba con su silla de ruedas, en camiseta. Chistes hacia. Yacía en la cama del hospital. Bendecía. Recordaba nombres. Mensajes directos a personas ignotas, mandaba. Eso hacía. Hizo, hace. Eso hace un Francisco. Desconcertante, la verdad. Demasiado verdadero, demasiado pequeño. Gestos imperceptibles y significativos. Una multitud de tomados uno por uno. Formato extraño de una astucia que vaya a saber de donde vino.

En el futuro vamos a invocar su sombra, como Hamlet la de su padre. O como Sarmiento a la Facundo, entre el interrogante por lo que sucede y el descubrimiento de nosotros mismos: ahí puede situarse, -y quizás debemos ubicar o encontrar- a Francisco. La fórmula del /(de su) fantasma: en la relación rara y urgente entre lo que somos divididos y lo que deseamos sin saber bien que sería. Vale para uno individual, vale para la humanidad. Una sombra cercana y luminosa, pero por eso mismo cuestionadora y a su modo atemorizante, porque desafía de una manera inesperada.

Esto está sucediendo. Es un proceso que hay que reconocer y acompañar, latente. De ubicación, compañía e integración. Que puede servirnos para posicionarnos. Para tomar posición. No se trata tanto de decir a o b, o c. No se trata de decir algo más de Francisco. Los adjetivos proliferan, faltan sustantivos, sustancia. Pero ni eso es, sino posición. Otra posición, la que surge de un pequeño pero fundamental desplazamiento. ¿Cuál? Esa es la cuestión. Los gestos de Francisco dan la indicación al respecto. La señal de Francisco es esa.

…En el papa argentino confluyen la generosidad y el cálculo. Más que concluir, se “distinguen”.

A Borges le gustaba el oxímoron (y casi parece de él); la espontaneidad estratégica de Francisco. La intuición inmediata, que rapta a toda medida y se desborda sin más en un planteo, un guiño, una sentencia, una orden, un viaje. Anticipa porque toma el tiempo al revés: sucede no desde lo que ya se hizo, sino desde lo que nunca iba a ocurrir. Del futuro, pero no exactamente, porque tampoco está ahí. Surge, no se sabe bien de donde, pero sorprende. Y para colmo organiza. Lo que alguna vez el mismo Francisco dijo del Mesías: “cuando entra en un lugar, en una casa, sorprende y organiza”. Cambia a todo el mundo de lugar, de posición, de expectativa. Entrando nomas, nada menos que eso: estando, entrando en presencia. Como han relatado grandes jefes de estado o mujeres y hombres anónimos: mientras estuve allí, él estuvo conmigo. Y con nada y con nadie más.

Excepción absoluta y provocación eventualmente imperdonable en tiempos de celulares y redes. Blasfemia brava: estar allí donde uno está, frente a quien se tiene enfrente. Imperdonable eso. 

Nos vamos a ir encontrando con la sorpresa y también nos daremos órganos -eso es organizarse- para procesar a Francisco. Metabolizar eso. Aunque tenga, eso es la gracia , algo digerible, que se escapa. Porque alimenta pero no da de comer. Se sustrae a la glotonería generalizada de palabras e imágenes. Pero con la sorpresa y la organización vamos a vernos. Con el modo de distribuir cuerpo en espacio y tiempo, de manera que se

cuaje la corazonada total y el cálculo absoluto y minucioso. En esa misma coincidencia está esto, adentro y afuera, antes, durante y después de Francisco: no se deja clasificar. En estos días lo vemos: como se los trata de poner en “series” tranquilizadoras. Teología del pueblo, latinoamericano, progresista, papas varios del siglo XX, activista de derechos humanos o de la diversidad, ecologista o lo que fuera. Todas etiquetas de mercado, multitud de adjetivos que buscan eso: tranquilizarnos respecto a eso que no se deja encasillar. ¡Pero si justamente ahí está la gracia del hombre!

Lo que haya de reserva de humanidad es también lo inclasificable que se resiste a la mercadotecnia de la palabra y las ideas. Es la era de eso, más allá de que -y justamente porque- Francisco sea el primer Papa del que podemos decir que es viral, en toda la historia. Alguna vez habrá que relacionar la lógica de la viralización con el “rumor” de Jesús,

que expandiéndose de una oscura aldea de Palestina se transformó en buena noticia e hizo

un mundo, rumor que yo mismo sigo extendiendo acá mientras escribo, y que es el que sostiene y vectoriza a Francisco y así, de una manera u otra, está llegado a quien lee, y sigue. Pero algo de la novedad sigue siendo novedad más allá de que se difunda y multiplique y dispersa y hasta distorsione. Ahí está la cosa que nos conmueve y nos mueve. También esa es la señal, el anti-algoritmo de Francisco. El plus de humanidad que se retira de toda manipulación al mismo tiempo que se deja tocar todo el tiempo. Lo original, lo básico y lo primero, eso que sentimos que perdimos y perdemos y nos quitan o abandonamos. Algo de eso vemos, fue visto en este porteño puesto en el corazón de la “romanitas”, que durante siglos fue sinónimo de la “humanitas”

.

Humanitas: o “Compruebe que no es un robot”.

Es la espiritualidad. El captcha-robot comprueba que no eres un robot por los temblores y titubeos de la mano que intenta hacer el click en el lugar correcto. Ese temblor, esos desvíos, son la espiritualidad. Porque el tema de Francisco no es lo social, ni el capitalismo, ni lo colectivo, ni esos cuatro principios, ni mucho menos la ecología o lo que fuere. Es lo sagrado. El espíritu mismo, la espiritualidad, eso es. Eso sopla y desvía. Por ahí es que vemos el aire fresco, y por eso y con eso es que

no solo ha abierto las ventanas y las puertas, o ha pedido que se haga, y esa fuerza es la que lo ha movido por 12 años de papado y sesenta y seis países y cada cual haga el cálculo de cuantos contactos y conversaciones, abrazos y discusiones seguramente también.

Espiritualidad. La cosa sagrada. Por ahí va. Todo lo demás es consecuencia.

Francisco, escribía mucho a mano. Mandaba notas a mano que llegaban escaneadas, no transcriptas. Muchísimas. Si yo, solo uno, tengo tres de ellas, ¡cuántas serán! Dos de las que tengo nos las mandó cuando nos invitó a verlo y conversar con él. En la primera nos decía que iba estar en África y que el tiempo nos jugaba en contra. La segunda es una línea hermosa y pícara que dice: “les queda bien encontrarnos tal día en Santa Marta”

.

Como para que le respondamos: “no, mejor otro día”. Manso como paloma pero zorro el hombre. La palabra precisa para el que escribe a mano es quirógrafo. (“quiros”, mano, como en ciru-jano). El papa quirógrafo (no ajeno al bisturí, tampoco, hay que decirlo). la singularidad

del contacto: eso conserva el manuscrito. La mani-pulacion. La presencia, la personalización. Nada de letras de molde. Sino la que conserva – es- el gesto, la fuerza corporal – suave o incisiva, eso es otra cosa- sobre el papel. la cali-grafia, la bella-letra, más que la tipo-grafia. La magia del manuscrito es esa. Su secreto. El gesto mágico, que hace aparecer cosas o, quién te dice, cura algo. Milagro casi.

Uno de esos manuscritos que tengo dice – me dice-

“la memoria no es un archivo”. Empieza diciendo “gracias por la cajita explosiva”, le habíamos hecho llegar, estando nosotros en Roma, una caja con material y un vino especial que hicimos con el INTA, al que pusimos Fratelli Tutti. La “cajita explosiva” tenía vino adentro y nuestros escritos, respuesta a lo que llamamos sus provocaciones. O “los centros que tira a los argentinos”. Nuestro “quiero retruco”.

Puede ser que la memoria sea algo que se expande como una explosión. O un vino que sirve para recordar o imaginar cosas nuevas con lo que uno recuerda, no un archivo. Convierte el agua incolora del archivo en bomba o borrachera. Eso pienso ahora.

Creo que vale para todas las memorias. También la del Papa. En Argentina la memoria es un tópico duro, central. Yo creo que Francisco lo cuestiona y lo desafía, según entiendo, lo enriquece. Lo puede hacer desbordar. Para el país y para cada cual. Memoria que transforma en otra cosa, más que congelar en el archivo. Dinámica, contacto, vitalidad, tomarla en nuestras manos a riesgo de “manipularla”

.

….Así estoy yo. Como muchos. Tomado espontáneamente por una estrategia muy pilla. Una astucia del encuentro. Viejo zorro que en silla de ruedas llegó tan lejos, desde Mongolia o Timor Oriental a este lejano suburbio de Roma que es Buenos Aires, al que no volvió pero de todos modos vino. Con ese vino brindo y sigo escribiendo.

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