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Plataformas virtuales: indicadoras de libertad

Quizá hemos experimentado el placer pasajero que nos dan Instagram, Snapchat, Facebook, Amazon, Uber y muchas otras plataformas que nos venden mundos ilusorios que terminan apagándose en la realidad y nos dejan un vacío difícil de llenar. Las ofertas exprés, el número de likes y seguidores, las selfies, las fotos de perfil y la facilidad de no necesitar construir relaciones «cara a cara» para tener la vida resuelta han generado un cambio acelerado en nuestra cultura. Pero ¿serán las plataformas las responsables del daño?, ¿o será que éstas se enganchan en un mecanismo más profundo que gestiona nuestros deseos en el corazón?

Antes de destruir las plataformas vale la pena utilizarlas como termómetro de nuestra libertad y poner más atención en el mecanismo interno del corazón, que gestiona nuestros deseos. Para esto nos puede ayudar una meditación propuesta por Ignacio de Loyola dentro de los Ejercicios Espirituales: las Dos Banderas. Ésta se encuentra planteada en el cuarto día de la segunda semana de los ejercicios (Ej 136–147) y viene inserta en medio de las contemplaciones de la infancia de Jesús, como antesala para la sana toma de decisiones. Tiene por objetivo ayudarnos a aumentar el grado de consciencia frente a nuestro modo de estar en la realidad, en particular desde la forma en la que nuestros deseos y dinamismos interiores articulan nuestras decisiones concretas.

El desarrollo de la meditación se presenta desde una dicotomía, dos banderas sobre las cuales militar; en otras palabras, dos modos de estar en la realidad desde los que normalmente tomamos decisiones. Ambos generan una tensión en nosotros y nos mueven a desear en diferentes direcciones desde nuestros afectos y emociones. Plásticamente se traducen en la composición de dos campamentos militares, imagen perteneciente a la época de Ignacio. Por un lado, la bandera de Cristo pobre y humilde, como sumo capitán de los buenos en la región de Jerusalén, que nos conduce al vaciamiento que posibilita que Dios sea el centro de nuestra vida. Por otro, la bandera de Lucifer como caudillo de los enemigos en Babilonia, que nos invita a asegurarnos la vida por nuestras propias manos. A continuación, la explicación del dinamismo de cada bandera.

La bandera de Lucifer

Lucifer es descrito dentro de la meditación como el enemigo de natura humana, lo que sin duda conlleva un paradigma teológico de fondo. Nuestra natura humana se creó a partir de Cristo, por lo que estamos configurados desde su imagen y nos realizamos en la medida en la que nos parecemos más a Él. Luzbel tratará de desviar esta natura, alejándonos de ella. Para lograrlo, enviará por todo el mundo a sus demonios para echar redes y cadenas, y atraparnos en una red compuesta de tres escalones progresivos: codicia de riquezas, vano honor del mundo y crecida soberbia.

Foto: © Joseph Hernández, Cathopic

Estos tres escalones, a través de engaños, generarán en nosotros un dinamismo de ascenso desde la autopercepción. A medida en que los subamos nos consideraremos, consciente o inconscientemente, más poderosos. La codicia de riquezas terminará en posesión, el vano honor derivará en la búsqueda del reconocimiento social a través de la construcción del prestigio, que culminará en considerarnos indispensables y superiores a los demás desde la crecida soberbia. De ahí nos vendrán todos los males, ya que, al encontrarnos obnubilados, creeremos no necesitar a nadie e iremos rompiendo, una a una, nuestras relaciones con el medio.

Los malos espíritus buscarán propagarse a través de la estafa, gracias a sus grandes capacidades camaleónicas, para presentarnos el mal disfrazado de bien. Por una parte, nos mostrarán la grandeza de la riqueza, por otra, nos esconderán las implicaciones para conseguirla o el miedo que nos detonará la posibilidad de su pérdida. Nos harán ver la idolatría y el amor aparente de los otros, sin revelarnos la superficialidad y fugacidad de la fama y las implicaciones por mantenerla.

Esta dinámica de ascenso aparente irá cobrándonos factura, dividiéndonos por dentro y alejándonos de nuestra verdad y capacidad de amar. Entonces nos creeremos merecedores de poseerlo todo (Amazon), de controlar nuestra imagen (Instagram) y de no necesitar a nadie para conseguir lo que nos proponemos (MasterCard). El precio por pagar en este último escalón nos hará pasar por encima de nosotros mismos y de los demás, endeudarnos y someternos ante una dinámica expansiva de crecimiento insaciable.

Poco a poco Lucifer nos hará sus esclavos valiéndose del deleite que experimentamos al creernos las verdades a medias que nos ha propuesto. La riqueza, la imagen y la autoafirmación irán adueñándose de nosotros, marchitándonos la libertad y haciéndonos pensar que las alternativas fáciles valen la pena, aunque se encuentren lejos de Dios. Irónicamente nos iremos deshumanizando al pensar que vamos ganando control sobre nuestro mundo (Mt 16, 25).

La bandera de Cristo

Cristo nos llama desde Jerusalén, un lugar humilde, hermoso y lleno de Gracia, porque desea enviarnos junto a sus apóstoles y discípulos a todos lugares y a todas las personas. Buscará conducirnos por un camino de verdad, caracterizado por la invitación a descender tres escalones: el primero, la pobreza contra la acumulación; el segundo, pasar oprobios y menosprecios contra la búsqueda del honor mundano; y el tercero, la humildad en contra de la soberbia. Después de estos tres escalones nos llegarán todas las virtudes.

El escalón de la pobreza nos recordará que todo es don, empezando por la vida misma. Nos ayudará a colocar nuestra confianza en Dios y a asumir que sólo Él basta, animándonos a reconocer su abrazo presente en nuestra carencia constitutiva de seres humanos, que a su vez nos salvará de pretender llenarla compulsivamente.

Los oprobios y menosprecios nos conducirán a entender que la vida no se puede medir únicamente con el criterio de agrado o desagrado, sino que la complejidad de la realidad en ocasiones nos hará pasar cruces y dificultades en la lucha por el amor a la manera de Jesús. El escalón de la humildad nos mostrará nuestra verdad de hijos amados, lo que nos permitirá liberarnos de los apegos desordenados y disponernos a la comunión con los demás, con Dios y con el mundo.

La lógica de estos escalones nos recuerda la Cristología paulina presente en los Ejercicios Espirituales centrada en el abajamiento de Jesús como camino de redención:

Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre [Fil 2, 5–9].

La kénosis, el vaciamiento o descenso, es el que nos conducirá a la comunión y a la gloria de Dios. En este sentido el proceso de la entrega amorosa de la vida purifica nuestra mirada y nos capacita a contemplar la Verdad, que no es teórica sino práctica. Desde la contemplación de esta Verdad, de Jesús, se ordenarán nuestras decisiones vitales, incluidas las que tienen que ver con las plataformas virtuales. 

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