Navidad, una celebración de nuestra salvación

Mil gracias derramando                

pasó por estos sotos con presura,

y, yéndolos mirando,                    

con sola su figura               

vestidos los dejó de hermosura.

San Juan de la Cruz

En Navidad recordamos el nacimiento de Jesús. En México esta temporada es ocasión de reunión familiar, de convivencia entre vecinos y amigos, y también de otro tipo de reuniones que de algún modo hacen referencia a las posadas, esa tradición mexicana que recuerda el peregrinar de María y José buscando un lugar donde pudiera nacer el Niño, y ni hablar de los regalos.

Todo eso que hacemos en Navidad, con todas sus ambigüedades (consumismo, fiestas que no celebran…), finalmente es encuentro y refleja algo de lo que celebramos, porque, en algún sentido, podemos decir que Navidad es el misterio del encuentro de Dios con la humanidad.

En realidad, Navidad es más que encuentro, es la celebración de nuestra salvación. Quizá para muchos de nuestros contemporáneos la salvación no sea un tema que les interese mucho, por sentirlo muy religioso, poco accesible, misterioso o referido a otro mundo y alejado de sus necesidades de la vida cotidiana; sin embargo, todos buscamos salvarnos. Basta que leamos varias de las acepciones que la palabra salvar tiene según el Diccionario de la Real Academia Española:

  • Librar de un riesgo o peligro, poner en seguro.
  • Evitar un inconveniente, impedimento, dificultad o riesgo.
  • Exceptuar, dejar aparte, excluir algo de lo que se dice o se hace de otra u otras cosas.
  • Exculpar, probar jurídicamente la inocencia o libertad de alguien o algo.
  • Vencer un obstáculo, pasando por encima o a través de él.

Creo que la salvación, según esas acepciones de la palabra, sí nos interesan a todos.

La Encarnación y el Nacimiento son la oferta de salvación de Dios para la humanidad y para cada persona, y esa salvación que se nos ofrece también tiene que ver con todos esos significados de la palabra salvar; ciertamente La Salvación no está referida a situaciones menores o demasiado particulares, sino que es más amplia; tiene que ver con el sentido de la vida de cada persona en particular y de toda la humanidad y la creación; pero precisamente por eso da luz a todas esas cosas de la vida en las que cotidianamente nos queremos salvar.

Todos buscamos salvarnos, y por lo general tratamos de hacerlo asegurándonos con poder, con medios, con barreras que nos defiendan o, peor, con violencia, con imposición, defendiéndonos de las personas diferentes a nosotros (racismo, etnocentrismo, sexismo…), y en muchos casos, tristemente, aniquilándolas.

La Trinidad ve la situación del mundo provocada por nuestra manera equivocada en que buscamos salvarnos. Ve cómo eso fractura nuestras relaciones, crea violencia e injusticia, y cómo la pretensión de asegurarnos mediante el dinero va pasando desde la aparentemente inocua insolidaridad hasta la corrupción o el crimen organizado… muestras de la deshumanización provocada por esa búsqueda de salvación individualista y autocentrada.

Y así, viendo nuestra situación, la Trinidad decide salvarnos; sin embargo, lo hace de una manera que nos sorprende y nos descoloca; no usa nuestros métodos (ya Yahvé había dicho «mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son mis caminos», Is 58,8), sino que las Tres Personas Divinas deciden que el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, se haga hombre, de manera que, como dice el Evangelio de Juan «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (1,14). ¡Dios salva yendo hacia abajo!

Para que todo esto suceda se necesita la participación humana y también ahí Dios empieza por abajo y con los de abajo. Invita a María, una jovencita, campesina, de una colonia marginal del imperio romano, ¡de Nazareth!, una aldea de mala fama entre los judíos. Ella siente el deseo de Dios y consiente con su deseo, pero también pregunta «¿Cómo será esto si no conozco varón?» y el ángel —presencia de Dios— la hace caer en cuenta de que «no hay nada imposible para Dios» (Lc 2, 34 y 37). María entiende que lo que Dios le pide sí es posible para ella: ser madre, pero serlo en el marco de lo imposible para ella y posible para Dios. Ella no puede salvar; sólo Dios salva, pero sí puede hacer aquello a lo que Dios la invita y que está a su alcance. ¡Él hará la diferencia!, ¡sólo Él salva!

En Navidad celebramos que Dios salva haciéndose uno de nosotros, amarrando su ‘destino’ al destino de la humanidad (el Hijo es uno de nosotros). Por eso podemos decir que la Navidad nos revela lo inmenso del amor de Dios por la humanidad, pero, además, nos revela la manera en que podemos en verdad ser salvados. Es el camino hacia abajo, es la solidaridad con la humanidad que más sufre, es el amor gratuito, es el regalo que no espera recompensa.

Con la Encarnación, Dios habita este mundo; ciertamente sigue habiendo injusticia, dolor, guerra, crimen organizado, inseguridad, pero este mundo está habitado por Dios; Dios sigue suscitando deseos de amar, hay madres que siguen amamantando a sus hijos, personas que se aman, manos solidarias, gente que busca la justicia y que construye la paz, cuidadoras y cuidadores de la creación, madres y familiares que buscan a sus familiares desaparecidos, personas que siguen interesados en el avance de la humanidad, pero no solamente de unos sino de todos, etc.

Decimos «¡Feliz Navidad!» porque podemos vivir en la confianza de que Dios sigue creyendo en la humanidad, que no la deja huérfana (su Hijo es uno de nosotros), que Él habita este mundo y que tiene la capacidad de iluminarlo, de embellecerlo; como dice san Juan de la Cruz al pasar por estos sotos: “vestidos los dejó de hermosura”.

También decimos «¡Feliz Navidad!», porque, al mismo tiempo que somos liberados de salvar al mundo por nuestras propias fuerzas, como a María, Dios nos pide nuestra colaboración: ¡con lo que tenemos basta!, sólo hay que ponerlo y Él hará la diferencia. ¡Él salva! Con la entrega humilde y total de nuestra vida, ¡Dios hace cosas grandes!

La Navidad nos recuerda lo que tantas veces ha dicho el papa Francisco: «Nadie se salva solo». Con la Encarnación, Dios se hace hombre y además pobre y nos recuerda, como decía el P. Kolvenbach, que «la opción por los pobres consiste en desechar la propuesta vigente que insiste en que cada quien tiene que hacerse a sí mismo y luchar por su cuenta sin mirar para abajo o alrededor»; por ese camino no hay salvación.

Por todo esto, sí tenemos mucho que celebrar y también tenemos un modo: en solidaridad, con entrega y apertura al mundo, especialmente a los que sufren. ¡Feliz Navidad!

Un comentario

  1. Soy religiosa me gusta artículos de S.j. el artículo publicado me motiva dentro de la Formación permanente, agradezco si me envían, se aprovecharan muchas personas.

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