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María Zingaro: “La vida religiosa es también un campo de flores que rompen el hielo”

Como equipo editorial de la revista Christus, nos complace presentar una serie de entrevistas realizadas a mujeres diversas, con contextos y creencias distintas.
Consideramos que es necesario amplificar su voz, especialmente de aquellas que han sido relegadas, para poner atención a su experiencia tal como la cuentan. Estas historias pueden ser disruptivas en algunos casos, pero es primordial enfatizar sus proyectos y militancias de vida, y recuperar relatos llenos de esperanza. Necesitamos escucharlas para conocer más profundamente el mundo en el que estamos y la misión que se nos llama a vivir como Iglesia de Jesús, quien se ha encarnado en cada uno de nosotros.

Las siguientes historias no necesariamente representan la opinión de la revista. A través de esta serie de textos, esperamos contribuir al diálogo sinodal propuesto por el papa Francisco y destacar la necesidad de incluir voces diversas en la reflexión y acción pastoral de la Iglesia.

Es febrero del año 2023 y en Italia se vive un invierno distinto. «Cálido», dicen los informes meteorológicos, comparando las cifras con las del año anterior, en el que gran parte del territorio del centro–norte del país se vio sometido a días y días de profundas heladas. Pero este año es diferente; las flores han roto el hielo, sus semillas ahora florecen y anuncian algo nuevo.

Algo similar ocurre dentro de la congregación de las Siervas de María Dolorosa de Nocera, dirigida por la Hermana Maria Zingaro desde Roma, quien comparte sus reflexiones con la revista Christus sobre los retos que enfrenta su congregación, el papel de la mujer en la Iglesia y cómo ha recolectado nociones de fe y esperanza incluso en los escenarios más adversos.

Existen dos pasiones que mueven la vida de la Hermana Maria Zingaro y que, en un mundo agitado como el que vivimos, representan una auténtica forma de resistencia: la contemplación y la misión. Estas herramientas son con las que la entrevistada lee y se enfrenta al mundo.

María tenía unos 20 años cuando tuvo que decidir entre llevar una vida como mujer laica, con responsabilidades laborales, de casa y familia, o seguir esa pasión, todavía sin nombre, que la llamaba desde muy adentro. Es posible que su infancia en los conventos de las Siervas de María Dolorosa haya influido en su forma de ver el mundo. María creció con ellas y otras tantas niñas huérfanas con las que compartió una forma de vida muy especial.

“No ha sido fácil para mí elegir este camino”, dice la entrevistada. “En la adolescencia uno se pierde (…) Las hermanas me regalaron la posibilidad de estudiar, y cuando terminé mis estudios, me fui y empecé a trabajar. Pero siempre estaba esa pregunta en mi búsqueda: ¿qué hacer? ¿Qué es lo que el Señor me pide? Casarme habría sido algo rico, algo interesante, algo que me habría llenado como mujer, como madre, como esposa. Pero sentía que era insuficiente para mí. El deseo de ser madre de tantos, no digo de la humanidad, me ayudó a decidir ser religiosa”.

Las rutas para lograrlo se bifurcaron: seguir el camino de las Siervas de María Dolorosa o enlistarse en ese ejército de misioneras de la Caridad dirigido por la Madre Teresa. “Decidí entrar en las misiones mientras la Madre Teresa todavía estaba viva”, recuerda María. “Pero esa semana fue una semana de cuestionamientos, porque al compartir la vida con las hermanas de Madre Teresa reviví a las hermanas que me habían criado. Y entonces mi gran pregunta era: ¿qué hacer? Me peleaba con Jesús y me confundía más”.

Al regresar a Italia María leyó allí: “Quien quiere ser misionero, se lo permite”. Esto la convenció de integrarse nuevamente en su congregación.

Su primera encomienda, fuera de Italia, la tuvo en Argentina, a principios del siglo XXI. En aquella época Argentina vivía una de sus peores crisis económicas y políticas; las calles ardían y las personas salían a reclamar con total furia las directrices gubernamentales y financieras que les impedían no sólo sacar su dinero del banco —conocido como el efecto corralito—, sino tener algo que comer.

En ese entorno de carencias María llevaba una dispensario de alimentos, allí conoció lo que Dios, presente en las personas, es capaz de hacer: “Era una hambre grande, yo me acuerdo que llegaba el martes para distribuir la despensa y yo tenía muy poca, y había una señora que trabajaba conmigo y me decía: ‘Hermana, ¿qué vas a hacer?’  Yo hacía entrar a la gente, y antes rezaba, y decía: ‘Señor, tú sabes lo que tenemos, y esta gente que está aquí te necesita’. Era impresionante tener de frente a gente hambrienta, y yo les decía:

—Miren, esto es todo lo que tenemos, pero vamos a hacer una cosa, qué les parece si esta semana lo distribuimos a la familia con más hijos y la semana que viene les voy a dar a ustedes. Y la gente aceptaba, eso para mí era un milagro, porque aceptaban y se iban con mi papelito que les daba y regresaban la semana siguiente.

Maria hace una suma de todas esas escenas en las que ha experimentado el misterio de Dios, aun en las cosas más pequeñas, pero hoy, como líder de su congregación, el reto se hace más grande. Maria lo nombra como un “tiempo de noche” en el que no se sabe hacia dónde ir ni cómo ir integrando los cambios profundos que enfrenta la Iglesia católica en lo general, y su congregación en lo particular.

En el año 2022 las Siervas de Maria Dolorosa cumplieron 150 años de vida, y gran parte de su labor ha sido el acompañamiento y la atención a niñas abandonadas o en situación de riesgo, sobre todo en Argentina, en México y en años recientes en Indonesia, de donde viene la gran mayoría de las novicias nuevas. La subsistencia de las Siervas depende, en gran medida, de esta nueva generación de chicas asiáticas cuya cultura de evangelización es muy joven, de apenas cien años, lo que hace a veces complicado el diálogo.

Maria Zingaro junto con otras Siervas de Maria Dolorosa. Foto: Cortesía María Zingaro.

“Yo siento que estamos intentando, pero necesitamos encontrar un camino. Porque, desde nuestra experiencia, las jóvenes que han entrado en la congregación vienen también de una cultura muy sumisa”, dice Maria; no obstante, también destaca en ellas el carácter contemplativo de su cultura y sus formas de oración que integran al cuerpo: “Por ejemplo, la música, el canto y la danza son parte de su expresión de alabanza, de oración y de vida, de expresión y de celebración de la vida”, explica.

Le pregunto a la Hermana María sobre el papel que desempeñan las mujeres religiosas en la Iglesia de Francisco, pensando en el mandato papal de la sinodalidad, de construir juntos, de hacer una Iglesia de frontera, en un tiempo en el que definitivamente se habla de un éxodo importante de creyentes hacia otras creencias.

—Yo creo que hay un tira y afloja en este camino. Por un lado, digamos, hay algunos avances, entre comillas (…). Hay una presencia de las mujeres en la Iglesia. Sin embargo, también, como que sí, pero no. Creo que en este sentido en la vida religiosa tenemos que ir caminando mucho. ¿Por qué? Porque veo que no nos la creemos todavía. Todavía hay una jerarquización; buscamos al padrecito y, si no está el padre, como que no nos la creemos. Hay caminos que se están haciendo y es interesante ver religiosas que hoy están metidas, por ejemplo, en dar ejercicios y en muchos otros ámbitos que antes sólo pertenecían a los sacerdotes. Sin embargo, hay todavía, creo yo, mucho camino por hacer.

Para la hermana Maria Zingaro mucho de ese andar tiene que ver con la formación de las mujeres en la Iglesia, y en ese sentido su postura es determinante: “No podemos seguir delegando y no nos podemos contentar con ser maestras, o sea, sin quitarle mérito a las maestras, pero también hay que tener una formación teológica y antropológica seria. Y también ser más visibles en dar nuestra opinión, en expresar lo que creemos y en defender aquellos caminos que creemos no son propiedad de nadie, sino de todos”.

En ese sentido, destaca las conversaciones que ha tenido con otras mujeres superioras de otras congregaciones en Roma, en las que han dejado de lado la defensa a ultranza de sus propias banderas identitarias y han tejido alianzas para sobrellevar la crisis de fe que se vive en su entorno, pero que, por otro lado, han propiciado vínculos fraternos, que buscan incidir en la formación de sus novicias y fortalecer su presencia dentro del entorno eclesial: “En un momento dijimos, son nuestros pequeños caminos con los que podemos hacer la diferencia; formarnos juntas, encontrarnos a compartir nuestra vida, buscar pequeños caminos de misiones juntas y sostenernos en nuestra vida fraterna. Esos signos son los que pueden dar vida y hasta, yo digo, un rostro diferente a la vida religiosa”.

Y así como las flores que rompen la nieve y son capaces de florecer aun en lo más frío y adverso, Maria asegura que lo que la sostiene en este “tiempo de noche”, en la vida religiosa, es la convicción de que éste es un “tiempo bonito”.

“Porque es un tiempo que no nos permite descansar, en el sentido de vivir aquella tentación de la omnipotencia, no somos más omnipotentes. (…) Yo pienso siempre en releer constantemente, en clave nueva, el mensaje del Evangelio, y eso a mí me apasiona, porque descubro un Jesús vivo, un Jesús presente, en medio de esta historia que a veces no entiendo.”


Foto portada: Cortesía-Maria Zingaro

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