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«Los haches» o «trabajadores huéspedes», los nuevos braceros de Estados Unidos 

La Plataforma Puebla–Huayacocotla de la Provincia Jesuita de México dio un paso importante en la investigación sobre la experiencia de la gente del pueblo otomí de Texcatepec en los campos agrícolas de producción de fruta en «el otro lado», como comúnmente se le dice a los Estados Unidos de Norteamérica. 

Durante el mes de junio un grupo de investigación (12 personas en total), formado por profesores y alumnos de la Universidad Ibero de Puebla, de Seattle University y miembros del equipo de Huayacocotla, se reunió en el pueblo de Mattawa, al centro del estado de Washington, y profundizó en la experiencia de los jóvenes otomíes que participan en el trabajo temporal de la cosecha de cereza y manzana, al que accedieron con la visa temporal H2A. 

Resulta sorprendente que dos universidades jesuitas de dos países y un proyecto de acompañamiento directo a los pueblos en la Sierra Norte de Veracruz se vinculen y sistematicen la experiencia de los jóvenes indígenas otomíes en sus comunidades y en la región del noreste de Estados Unidos, donde ellos han trabajado desde hace seis años. El título de la investigación que se llevó a cabo es «Efectos de la Migración con la visa H2A en Trabajadores, Familias y Comunidades». 

El equipo de Huayacocotla estuvo en un albergue de trabajadores en Mattawa. Allí visitaron todas las casas instaladas por las empresas, donde los otomíes de Veracruz comparten cuarto y comedor con campesinos e indígenas de la Sierra Norte de Puebla, Tlaxcala, Michoacán y una docena más de otros estados de México. 

Quincy, Royal City, Arrow Bridge, Wenatchee, Othello y West Mattawa son algunos de los ranchos donde, por seis meses, se realiza el intenso trabajo de la cosecha de cereza y luego de las manzanas Red, Golden, Honey Crispi, Fuji, Pink Lady y Grany Smith. 

Como parte del equipo de investigación realizamos alrededor de 120 entrevistas a trabajadores, supervisores de ranchos, habitantes de Mattawa, empleados de hospitales y comerciantes, y logramos tener una visión general de la vida y la labor de los migrantes con visa H2A; también de las relaciones de ellos con los indocumentados y con la población local, y, finalmente, de la problemática de integración con los habitantes de la zona. Esta actividad nos abrió también al panorama de los trabajadores indocumentados que comparten vida y sudores con los suavemente llamados «trabajadores huéspedes» o con visa H2A. 

En esa región del centro del estado de Washington la agricultura industrial se expande exponencialmente. Los llanos semiáridos se van poblando de ranchos frutales en donde se producen manzanas de diez clases, cereza, uva, papa, cebolla, blueberry y pera, en tierras regadas por las nueve presas del río Columbia, que cruza el estado en diagonal desde Canadá hasta Oregón. 

Todo el trabajo en los campos lo realizan la comunidad latina. No hay un solo «americano»  que coseche manzanas. Más de 50 mil personas con la visa H2A son reclutados para las empresas Stemilt, Matson, Columbia Fruit, Hansen y una docena más. La reclutadora CIERTO, impulsada por la United Farm Workers, que fundó César Chávez, decidió entrar en la escena para incidir en la contratación transparente. Con ella se reclutaron los jóvenes otomíes que trabajan completando entre dos y seis temporadas de cultivo en el valle de Wenatchee. 

La visa H2A, una alternativa llena de tropiezos 

El reclutamiento en México para la visa H2A está impregnado de corrupción. Hay reclutadores que cobran entre 30 y 50 mil pesos por cada contrato anual. Otros más engañan a los campesinos cobrando anticipos y desapareciendo después. Unos más venden la visa H2A, pero sólo como puente seguro para saltar del contrato con un cobro semejante a los coyotes. El Servicio Nacional de Empleo cubre solamente una mínima porción de este reclutamiento. 

Con todo, la inmensa mayoría de los trabajadores de la fruta en el estado de Washington son indocumentados. Un buen porcentaje ya hicieron vida allá en Yakima, Mattawa y Tri Cities. Sus hijos nacidos en territorio estadounidense cuentan con papeles y pueden viajar a su comunidad, pero sus padres no. 

Platicamos con Nelvy Badillo, cuya familia llegó de la comunidad de Loma la Pareja en Hidalgo, México. Él terminó la carrera de Sistemas en la Universidad de Ellensburg, Washington, y trabaja como asistente administrativo en la clínica de Othello; nos contó que está aprendiendo el Himno Nacional mexicano y que le va a la selección de México. Habla español nítido, pero piensa en inglés. Está recién casado y vino a conocer su comunidad con su esposa mexicana. 

En Mattawa toda la gente habla español, con acento de Morelos o de Guatemala. Los sábados hay tianguis, le dicen «La Pulga». Es el lugar semanal de cita para comer birria de Michoacán, barbacoa de Hidalgo, tamales de Puebla o pozole de Guerrero y Jalisco; también para comprar ropa de segunda mano o botas auténticas de León, Guanajuato y para intercambiar chismes e información. 

Extendimos nuestra indagación a las pequeñas marketas como la michoacana Favela’s, la tortillería Rayito de Luz, el súper Estudillos y al más completo Harvest Foods. En realidad, para la gente de Mattawa, «los haches», como les llaman a los trabajadores temporales que cuentan con visa H2A, aparecen entre febrero y mayo, y todos son bienvenidos. 

Ellos son un factor importante para la economía de la región pues incrementan el consumo y agitan las tardes de los viernes en el banco y en las tiendas, para derramar parte de sus sueldos en comida, cerveza y envíos de dinero. Hasta les perdonan los errores en las costumbres de tránsito y cruce de las calles, como un toque pintoresco e inocente. Después de todo son los recién llegados de donde todos los habitantes provienen. El sábado desaparecen «los haches» y vuelven a sus albergues en medio de los manzanares, allí son de nuevo invisibles. 

Para las empresas estos campesinos e indígenas no son personas con una vida y un afecto, sino, ante todo, son un recurso. No se fijan, por ejemplo, en los efectos de disgregar a los jóvenes otomíes en alojamientos separados donde no pueden hablar su lengua materna con los otros trabajadores, ni en tenerlos aislados lejos de toda relación en medio de los ranchos. Por lo demás, la ley impide que puedan cambiar de trabajo a otra empresa que ofrezca mejores ventajas laborales. La costumbre de resistir hace que los trabajadores endurezcan su rostro sin darse tiempo para reclamar, con tal de ir sumando hora tras hora los 18 dólares de salario, diez veces superior al de los jornales en México. 

La visa H2A ha alcanzado la cifra de 400 mil personas, pero ellos conforman solamente una fracción de las decenas de millones de trabajadores sin residencia permanente autorizada. Son una manera de paliar la necesidad de mano de obra en tiempo de cultivo y cosecha con permisos temporales. Los indocumentados y los H2A son la inmensa mayoría de los trabajadores en los estratos de base como el carwhash, el dishwash, ayudantes de construcción y cosechadores de manzana. No pueden ser simplemente despedidos. Sin estos últimos, por ejemplo, el estado de Washington se derrumbaría. Pero «los haches» tampoco tienen acceso a la residencia, desde aquella amnistía abierta en el año 1986 y cerrada en 1989. 

La investigación que realizamos con la Plataforma Puebla–Huayacocotla en vinculación con la Universidad Jesuita de Seattle es un aporte al conocimiento de una forma de emigración cada vez más ambigua y relevante. Toda enmarcada dentro de la maraña de sufridos movimientos demandantes de refugio y asilo, de cruces indocumentados, de expulsiones bajo el látigo del hambre o de las dictaduras, de la huida de la violencia, de la lucha frente a la marginación. 

Precedió a este trabajo de campo la participación del equipo de investigación en el Congreso del Latin American Studies Asociation en Vancouver, Canadá, donde se presentaron las primicias de esta tarea conjunta de las tres obras de la Compañía de Jesús. 


Foto de portada: Schlyx-Depositphotos

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