Hay una pregunta real y genuina desde el feminismo para las religiones o espiritualidades que conviene responder auténtica y genuinamente y no desde una postura políticamente correcta: ¿Hay alguien superior en términos de género? La respuesta, además, requiere una profunda revisión a las prácticas concretas y cotidianas en el espacio personal y público. Hay varias formas de silenciar a las mujeres, a los movimientos feministas y sus presupuestos: la violencia, el silencio y el cansancio.
La violencia puede tener muchos tipos, pero en este caso me referiré en concreto a la denostación de argumentos. El falogocentrismo, como lo plantea la filósofa María José Binetti, parte de la idea de que, si Dios fuera varón y perfecto, eterno e inmutable, la contraposición femenina sería imperfecta, efímera y cambiante (como en realidad es la materia) y tanto las religiones como la ciencia han intentado controlar esta «esencia»; por lo tanto, habría que controlar su naturaleza, su discurso a través de la universalización y la dualidad. «El dualismo característico de las religiones patriarcales supone el dualismo metafísico entre el ser infinito y el ser finito, el bien y el mal, el espíritu y la materia, lo eterno y lo temporal, etc., a través de la cual se opera la partición del mundo en dos polos excluyentes e irreconciliables», dice Binetti. El feminismo no propone una guerra entre sexos, muchas autoras lo han sostenido desde Simone de Beavouir hasta Donna Haraway, de hecho, proponen superar el esencialismo y el dualismo, el patriarcado sí.
Entonces, si controlo el discurso, controlo lo contingente. La otra forma de violencia es el silencio, si no hay espacios donde las mujeres puedan exponer sus ideas, no hay organización social; una idea que el feminismo desde hace más de medio siglo ha expuesto, que las mujeres rivalicemos entre nosotras se vuelve fundamental. Y no sólo eso, que no haya organización en sí misma, que no haya escritos en los que se expongan argumentos, que no haya espacios para hablar, para debatir. Usted haga siempre el ejercicio de observar cuánto tiempo habla una mujer en una reunión pública frente al tiempo que habla un varón, le sorprenderá el resultado (mansplaining), o las veces que se interrumpen sus ideas (manterrupting) o las veces en que se ignoran sus ideas (ghosting). En algunos actos religiosos ni siquiera existe la posibilidad de réplica, y sólo habla una persona, por lo general, varón.
Y la violencia más invisible para que una mujer no hable es la forma más sutil y consensuada: el cansancio. El sueño de creer que el servicio es el mejor lugar de una mujer (me lo han dicho muchas veces): el amor desinteresado, los cuidados sin pago, la maternidad a ultranza, el trabajo sin pago, cuidar de otras personas, atender al enfermo, cuidar al desamparado. Casi siempre es éste el lugar de las mujeres en la Iglesia y en muchos otros espacios, con jornadas laborales de más de 40 horas, en un país cuyo Producto Interno Bruto (PIB) por trabajo no remunerado alcanza el 26.5%, o sea, casi una tercera parte de lo que se produce, sin contar las condiciones laborales que existen; así, ¿quién va a salir a una marcha el #8M, ¿quién tiene el tiempo, el permiso laboral, las ganas, la energía? Como lo personal es político, no diré que no acudiré a la marcha, sino que si usted notó la ausencia de mis columnas no era por falta de ideas, era porque estaba cansada.
Para saber más:
Binetti, M. J. La espiritualidad feminista: en torno al arquetipo de la Diosa. Revista Brasileira de Filosofia da Religiao, Brasil 3(1), 2016, pp. 36–55.INEGI. Trabajo no remunerado en los hogares. Disponible en versión electrónica en: https://www.inegi.org.mx/temas/tnrh/