¿Por qué no nos entendemos aun cuando hablemos el mismo idioma? Resulta que hablar sobre el diálogo está de moda, hay diálogos sobre el diálogo por todos lados, sin embargo ¿hay diálogo? Porque es muy distinto hablar o tratar sobre algo y hacer ese mismo algo de lo cual tal vez seamos teóricamente expertos y prácticamente infructuosos.

Foto: Cathopic
Hay muchísimas cosas que impiden el diálogo, desde el ruido externo más diverso hasta el ruido interno también multifacético, y como el ruido externo no depende necesariamente de nosotros, pues detengámonos en una de las facetas del ruido interno porque ese ruido sí está en nosotros.
El lugar privilegiado para el encuentro dialógico interhumano es la palabra. Las palabras nos permiten expresarnos, manifestarnos a los otros, decirnos y desdecirnos, con ellas revelamos lo que somos, lo que traemos, lo que pensamos y lo que queremos. ¡Hasta cuando mentimos nos revelamos a los demás! Porque tarde o temprano se devela nuestro ser mentiroso.
Vamos a suponer que, en un intento real de diálogo procuramos ser lo más honestos posible, aun así las palabras pueden ser paradójicas. Una palabra es la expresión de un concepto que es la idea pensada. Los conceptos son como cajitas en las que intentamos atrapar la realidad: cuando se dice «abeja» esta sola palabra en su sentido literal se refiere a cualquier abeja del mundo, del presente, del pasado o del futuro. Hay todo un universo de cosas en cada concepto pensado y, si a esto le agregamos los sentidos metafóricos, los juegos de palabras, las analogías, etc., pues hay una enorme riqueza en el lenguaje que puede expresar todo esto, tenemos universos dentro de universos en cada concepto y en su expresión.
Pero no solamente tenemos universos que tienen como referentes la realidad–cosa, Tenemos universos que suponen de alguna manera el referente a lo real–cosa, pero también el referente a nuestro entendimiento. La realidad–cosa es pensada por nosotros y eso no sólo significa conocida, representada y expresada, sino primariamente: conocida, digerida y reinventada. Como seres humanos tenemos la capacidad de ver en el árbol no sólo al árbol mismo, sino canoas, casas y papel, y de ver en los genes no solamente nuestra herencia biológica, sino también ADN recombinante y transplantes genéticos. Eso significa que tenemos no sólo la capacidad de conocer lo que está ahí, sino de imaginar y jugar con lo que está ahí para hacer ciencia, arte, tecnología y un montón de cosas más. Con lo dado en la creación nosotros re–creamos nuevos mundos. Es como si tuviéramos la capacidad de exponenciar las posibilidades de la creación.
En este sentido, el diálogo es un camino para el encuentro de esos universos que de la realidad nos formamos internamente, no es únicamente para compartir lo dado, sino para darnos nosotros mismos, para compartirnos a nosotros mismos, nuestras búsquedas, encuentros y recreaciones de mundo. A través del diálogo buscamos puentes para el encuentro, pero también para construir juntos, porque nadie recrea solo, todos estamos hechos de los demás que nos han ido construyendo desde su ser, desde sus mundos internos y dialógicamente, gracias a eso podemos pensar con conceptos y tener palabra.
La paradoja del concepto y de su expresión que es la palabra, es que éstos no sólo nos pueden compartir, sino también amurallar. Podemos estar tan llenos de conceptos y de discursos que ya no tenemos cabida para nada más. Entonces el diálogo se imposibilita, porque, o sólo dialogamos con los que piensan como una, y lo que tenemos ya no es re–creación sino únicamente ratificación, o cuando dialogamos no recibimos la palabra de los otros, sino que vamos etiquetando a los demás con nuestros propios conceptos; en este segundo caso tampoco hay encuentro sino descalificación, las palabras de los otros ya no se escuchan porque los hemos metido en el molde de nuestros prejuicios, y mientras los diferentes hablan, nosotros revisamos cuidadosamente lo que ya sabemos sobre las etiquetas que les hemos puesto; no vemos ni escuchamos a los demás, sino a nosotros mismos. En ninguno de los dos extremos hay lugar para el encuentro y la recreación de mundo, lo que hay es la ratificación de los yoes que se escuchan a sí mismos en los otros o la descalificación prejuiciosa, que es un modo de insultar y no reconocer como valiosas las diferencias.
Se dice en el Génesis que aquellos que hablaban un mismo idioma dejaron de edificar porque ya no se comprendían; se dice que Dios confundió su lenguaje. Los intérpretes de este pasaje señalan que esto se debió a la soberbia humana.
Si queremos diálogos fructíferos, diálogos que nos permitan recrear mundos, mundos más vivibles donde todos podamos crecer como seres humanos y edificar la creación, tenemos que empezar primero por limpiar la propia casa y revisar en oración humilde si sabemos escuchar no sólo nuestros propios egos reflejados en los espejos que son nuestros amigos, sino también a aquello que nos cuestiona, que resquebraja o pone en peligro nuestra propia imagen, pues «si el grano de trigo no muere queda solo, pero si muere dará mucho fruto». Y ya que estamos en diálogo ¿qué entendemos por «morir» en este pasaje?






