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La mochila de mi día a día

Tenía miedo y ansias de encontrarte, Señor; también desolación y un deseo de sentirme viva. Eso era todo lo que, según yo, quería cargar en mi mochila. Ese miedo a convivir con personas nuevas, ese miedo a estar sola en momentos de oración, ese miedo al cansancio físico, el miedo al frío y a pasarla mal.

La primera noche de mi experiencia en el mochilazo jesuita seguía preguntándome sí de verdad estaba bien que yo estuviera ahí, si no me había equivocado y tal vez no estaba lista para esas actividades. Que estaría mejor en casa; más cómoda con mi familia. Que podía haber ido solamente a rezar e ir a misa desde mi confort. ¿En qué momento había decidido que era una buena elección un mochilazo como regalo de cumpleaños?

Pero mis ansias de encontrarte, Jesús, de una forma nueva, de sentir un llamado diferente, eran lo que me sostenían la primera noche.

Yo quería conocerlo a Él en todas sus maneras, si estaba en el frío, si estaba en el cansancio, si estaba en las personas con las que me encontraba. Yo quería verle, sentirle y que me hiciera, a su vez, sentirme viva, que me enseñara una forma nueva de felicidad, de alegría, de diversión, en una consolación infinita.

En la mochila sólo llevaba dos pantalones y dos cobijas, pero, personalmente, yo me percibía con muchas carencias, sentía que me iban a faltar cosas durante los días y las jornadas de caminata, en comparación con mis compañeras, a las que veía más adaptadas, más equipadas, tal vez más llenas de fe.

Mis dudas, mis miedos, mi inferioridad, quedaron de lado cuando decidí que Jesús fuera el amigo que me hablara, la mochila aligerada, la sábana que me cobijara, el complejo menos presente. Todo se lo di, en espera de llenar de nuevas cosas mi mochila, con nuevos ojos para enfrentar la vida, con más  amor y con más servicio.

El mochilazo fue el reflejo de mi vida y no terminó el día que regresamos a casa, al contrario, ahí se inició un nuevo camino para mí, con diferentes compañeras y con un equipaje nuevo, lleno de amor y de consolación. Ahí comenzó mi nuevo peregrinar, pero con una diferente forma de amar.

Hoy, ese caminar de vida lo llevo de la mano de mi mejor amigo: Jesús, «con él todo y sin él nada». Me di cuenta de que sólo con su amor basta y así camino mi día a día.


Foto de portada: Amor Santo-Cathopic

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