La «generación valiente»: buscadores de sentido

«Lo que más os despierte a amad, eso haced».
Santa Teresa de Jesús

En la encrucijada de la juventud los y las jóvenes se encuentran inmersos en un viaje hacia la comprensión del sentido de la vida, ¡y bueno!, no sólo pasa en la juventud, creo que es el principio de una búsqueda que nos acompaña toda la vida. Este camino está marcado por interrogantes y desafíos que reflejan la búsqueda universal de propósito y significado. En un mundo donde las expectativas y las presiones sociales son abundantes, la búsqueda de la autenticidad y la realización personal se convierte en una tarea de vital importancia. Además, siendo estos jóvenes la generación Z —los también conocidos como centennials—, con características generacionales como encontrar causas y sentido a las cosas, o no seguir un patrón ya estipulado y marcado por años de tradición, se vuelve todavía más complicado encontrarle un sentido a la vida.

En medio de esta exigencia es como la juventud se enfrenta a una multitud de influencias que moldean sus percepciones y aspiraciones. Desde el bombardeo constante de los medios de comunicación hasta las presiones académicas y laborales, la búsqueda de identidad y propósito puede parecer abrumadora. En este contexto, la pertenencia a un grupo adquiere un significado especial, ya sea a través de la familia, la amistad, la religión o la comunidad, pues ofrece un sentido de conexión y arraigo que proporciona apoyo emocional y una sensación de seguridad. Sin embargo, antes de hablar del meollo de este texto, que yo llamo «la generación valiente», ahondaremos un poco sobre algunos de los desafíos que veo en esta generación de jóvenes.

No creo que sea nuevo, pero sí considero que en estos tiempos se habla más del «estado emocional» en el que viven los y las jóvenes, además de que ha aumentado el índice de personas que tienen algún trastorno mental. Como profesora y acompañante de jóvenes ha sido un reto encontrarme con que, en cada generación, hay más estudiantes con alguna situación de obstáculo en su salud mental que antes no se conocía. El impacto en el acompañamiento ha sido profundo, tanto en el seguimiento que se le da a un estudiante de manera individual como en la dinámica grupal cuando hay tantos compañeros/as en un estado anímico de soledad, depresión o tristeza. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental se entiende como un «estado de bienestar en el cual las personas son conscientes de sus propias capacidades, pueden afrontar las tensiones de la vida, trabajar y contribuir con su comunidad», por tanto, la salud mental es el estado de bienestar emocional, psicológico y social.

Foto: © Tomás Fernández Blanco, Cathopic

Ante una realidad dolorosa, pero cierta, muchos profesores nos encontramos frente a aulas de jóvenescon ánimo de acompañarles en esta búsqueda de conocerse y encontrarse, pero se vuelve muy difícil cuando un estudiante tiene una adversidad que le impide ver horizontes de esperanza, o bien, tener tiempo de pensar en quién es y qué propósito tiene su vida. Por ejemplo, antes de la pandemia, era común ver estudiantes que, ante una ruptura amorosa, una situación difícil en casa o algún imprevisto de salud, tuvieran una actitud de ausencia o apatía en espacios de encuentro y reflexión, ya que mostraban poco ánimo de adentrarse en su ser y de conocerse más.

Un desafío actual es el de la «depresión» o el inicio de una, cuando el o la joven no identifican una situación específica que les tenga «aparentemente apáticos». Sin embargo, no tienen ánimo por la vida y muestran poco entusiasmo por encontrarle razones o sentido a su ser.

«A mi parecer, con el trabajo diario que comparto con ellos, esta generación no es de cristal. A esta generación yo la catalogaría como la generación valiente».

El suicidio, de acuerdo con la OMS, es la cuarta causa más común de mortalidad en jóvenes que ponderan entre los 15 a 29 años de edad. Por ello, considero que hablar de salud mental es esencial para entender la realidad actual de las juventudes de ahora. Me ha tocado leer en «tendencias en redes sociales» o escuchar a personas adultas referirse a estos jóvenes como la generación de cristal u otras formas despectivas. No obstante, los datos no mienten. De acuerdo con la OMS, posterior a la pandemia hubo un aumento del 25% de jóvenes con depresión. A mi parecer, con el trabajo diario que comparto con ellos, esta generación no es de cristal. A esta generación yo la catalogaría como la generación valiente.

Digo «generación valiente» por dos principales razones. La primera es que son una generación que, entendamos o no los adultos, enfrenta un aumento importante de trastornos que rodean su salud mental. A pesar de ello, han hecho todo por continuar en los esquemas tradicionales con los que entendemos la organización de una sociedad, aun sin encontrarle mucho sentido, como lo serían la escuela y el trabajo. ¡Claro! Deben impregnar su toque y su estilo, esto es, con una fidelidad a lo convencional que no pende del «deber ser» sino del «le encuentro sentido o no». Esto me parece mucho más valiente, ya que se atreven a salir de los esquemas preestablecidos décadas atrás y a imponer sus modas y modos de trabajo y estudio, nos parezcan buenos o no. Poco a poco, esta generación se inserta en el mundo laboral con sus propios mecanismos de trabajo y tendencias en la forma que hacen las cosas, lo que ha llevado a replantear algunos aspectos sobre el esfuerzo, la ganancia y la pertenencia.

La segunda razón por la que les llamo «la generación valiente» es porque, junto con los millennials, se han atrevido a cuestionar muchos estereotipos, conductas y roles sociales que discriminan o violentan a un grupo marginado o minoritario. Esto aun a pesar de lascríticas que los señalan como débiles por no «aguantar» esa «broma», que en sí sólo reproduce cánones que, además de obsoletos, no hacen más que agrandar la brecha de desigualdad en la que vivimos en términos de derechos y oportunidades.

Valientes porque se han atrevido a señalar conductas machistas, homofóbicas o de bullying que generaciones anteriores consideraban normales en la vida y la socialización. Aunque confiesan que esto no les gustaba a todos, éstas eran vistas como esenciales para hacerles más fuertes en su carácter y personalidad. Si entendemos o aceptamos que nuestra sociedad es violenta, estaremos más cerca de poder transformarla, de imaginar, proponer y encauzar un cambio hacia otras formas de relacionarnos.

La valentía no consiste en no tener dificultades y salir adelante, sino en aceptar el miedo ante ellas. A las generaciones anteriores nos enseñaron a callar muchas cosas, especialmente lo que pudiera parecerse a externar emociones como miedo, tristeza, enojo, soledad o molestia. Todo eso se percibía como debilidad. Esta generación es valiente porque no teme decir lo que siente, porque no se compró la idea de etiquetar negativamente emociones meramente humanas. Pero, sobre todo, porque se atreve a cuestionar lo preestablecido e imaginar otros modos de trabajar, estudiar y socializar.

Aun con toda la valentía que veo en ellos y ellas, en esas ganas, en ocasiones ocultas, de
buscar y encontrar sentido a su quehacer y a su vida, es de reconocer que esta generación nos confronta con nuestra labor como docentes y nos sacude como acompañantes de procesos formativos, al menos a mí y a otros cuantos colegas.

Los tiempos cambiaron y con ello las circunstancias de los jóvenes. No sirve de nada compararles con lo que a nosotros nos sirvió, nos motivó o con cualquier estímulo que nos haya sido útil en nuestras vidas, o por lo menos no hacerlo sin antes entender que su realidad es distinta a la que nos tocó vivir a nosotros. Los y las jóvenes sí son buscadores de sentido, no porque lo digan o estén predispuestos a espacios y contextos que les permitan conocerse más. En realidad no lo dicen, pero puedo afirmar que sí lo son por la experiencia que me ha tocado vivir con muchos de ellos y ellas en estos últimos años. No todos externan querer pertenecer a un grupo de amigos, sin embargo, cuando lo tienen, se dicen felices. No todos expresan ánimo por incluirse en espacios de reflexión y autoconocimiento, pero cuando están ahí lo disfrutan y ahondan en su vida como nunca antes lo habían hecho. Los jóvenes sí buscan encontrar sentido a la vida, aunque no siempre lo digan así.

Una de las pláticas más tediosas que me toca escuchar en mi profesión es aquélla en la que se reúnen algunos profesores o adultos a quejarse de los jóvenes como personas llenas de flojera, malicia e incluso como enemigos. Resulta que hacen todo mal, porque lo hacen distinto a ellos. Esas charlas me parecen fastidiosas por la carga emocional mal manejada de los adultos, en las que, por supuesto, se nos olvida lo revolucionaria que es esa edad y nos creamos historias con una juventud que no necesariamente experimentó, como nuestra mente lo recuerda, esa «energía» y buen ánimo que teníamos de jóvenes. Creo que estos prejuicios sólo nos alejan de la posibilidad de conectar con la parte humana de los chicosy las chicas y de ver su potencialidad, esa persona en la que pueden convertirse. En otro sentido, nos alejan de mirar con ojos de Jesús a los jóvenes que, además, sabemos que están en formación.

Uno de mis pasajes favoritos de la Biblia es el de la mujer adúltera, no solamente por el poderoso mensaje de «¿quién podría estar libre de pecado como para tirar la siguiente piedra?», sino por la «mirada» de Jesús hacia los otros y las otras. Esa «mirada» que Jesús tiene hacia aquella mujer no repara en sus caídas, sino en la potencialidad que tiene como persona, en aquello en lo que puede convertirse… La mirada de Jesús es compasiva y nos ve siempre como la mejor versión que podemos alcanzar de nosotros mismos.

Considero que los profesores somos un arma de doble filo: podemos ser aquella persona que incide y cambia por completo a un joven, tanto para bien como para mal. Por lo tanto, los que los acompañamos podríamos intentar tener esa mirada con los chicos y las chicas,verles en su potencialidad, en aquello que sueñan con ser, o incluso en aquello que todavía no se atreven a soñar.

Foto: © Vytautas Markūnas SDB, Cathopic

Aceptar que esta generación es valiente, pero a su vez retadora, nos desafía como docentes en nuestra labor de acompañarles. Entonces, ahora más que nunca, no nos rindamos. Si les perdemos la fe y los miramos como enemigos posiblemente la educación ya no sea la profesión que debiésemos seguir. Si somos fieles creyentes de que la sociedad necesita con urgencia un cambio hacia lo humano, pensar en el otro y la otra, con el cuidado de la Casa Común como una prioridad y una emergencia, donde el dolor del otro nos conmueva y nos invite a movilizarnos, entonces no podemos simplemente soltar y decidir ya no acompañar procesos.

Este ciclo escolar es el año que más he escuchado a profesores derrotistas repitiéndose que ya no harán las cosas con gusto. No escucho profesores decidiendo cambiar de entornos o dedicarse a un oficio u otra profesión distinta, escucho adultos decidiendo quedarse, pero sin sentirse felices. No hace falta irse muy lejos para encontrar estos comentarios, la red social de TikTok está plagada de videos de padres y madres de familia contra profesores. No sé en qué momento empezó esta guerra, pero ese tema es harina de otro costal.

Los y las jóvenes actuales, más que nunca, necesitan de acompañantes. No es verdad que «ya no creen en nada y que todo es relativo», al contrario, tienen fuertes convicciones y sueños enormes. La forma de acompañarles en sus búsquedas y en su encuentro ha cambiado, pero vale la pena escucharles y aprenderles. Como cada generación de jóvenes, todos sabemos que ellos son el futuro. ¿Y si los encauzáramos a ver otras realidades? Daniel Goleman habla de las estrategias para el desarrollo socioemocional y propone la conciencia social como la capacidad de percibir y comprender las emociones y necesidades de los demás, siendo el servicio social una herramienta muy útil, que permite a las personas salir de ellas para entrar a conocerse más. Una de las tareas más difíciles, pero más gratificantes, es la de acompañar a jóvenes para que encuentren su sentido de vida, que se sientan felices y con propósito. En definitiva, esa es una de las razones principales por las cuales me encuentro en este mundo de la educación. En mi historia personal he encontrado sentido al acompañarles en la búsqueda de su sentido de vida.

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