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¡Kejaritomene!

Hace dos meses más o menos decidí que para mayo escribiría sobre María, pensé que era cosa de sentarme y escribir. ¡Ingenua de mí! Me molestan y estorban mucho los términos de «virgen» y «madre», y no porque ella no lo sea, sino por lo estereotipado que tenemos esos conceptos en nuestro imaginario. Por lo terrible que es el que se nos imponga a las mujeres un modelo que, cargado de nuestros pesos culturales, es tremendo.

Aclaro que no se trata ni de la virginidad ni de la maternidad de María, sino de lo que representan para nosotros y para muchas otras culturas esos términos.

Hay culturas en las que ésos son los únicos estados que justifican la existencia de las mujeres: o son vírgenes o son madres, cualquier otra cosa es una culpa, una mancha, un impudor o un egoísmo. La virginidad es entendida desde el punto de vista puramente biológico y se identifica con la pureza, cuando en realidad son cosas muy distintas ¿Y las cargas con las que entendemos la maternidad? ¡Puff! Decir «madre» en muchas culturas es casi sinónimo de santidad, pero las madres somos humanas, podemos amar a nuestros hijos e hijas o destruirlos de muchas formas. El amor es gratuito, no es una imposición, y no hay título ninguno que nos haga amar en automático: ni madre, ni esposa, ni hija, ni hermana ¡ninguno! Así que me puse a pensar a María con muchas trabas en la cabeza, luego decidí orar, apoyarme en ella. Ahí se me impuso algo aplastante ¡María es un misterio!, y el misterio mariano encierra a su vez muchos misterios: la Santísima Trinidad se manifiesta por primera vez durante la Anunciación. En María se da la Encarnación y, gracias a eso, la Redención; ella es el Arca definitiva de la Alianza, ¡casi nada! Es un nudo de misterios y yo «queriendo vaciar el mar en un hueco en la arena».

María es mujer, eso es primario, pero no solemos resaltarlo porque nos gusta envolver lo femenino con capas y capas de conceptos que terminan por invisibilizar a la mujer en cuanto tal: «virgen», «madre», «esposa», «abnegada» o «puta», «intrigante», «voluble», «interesada». A la mujer casi nunca la representamos como eso, como mujer, mientras que el varón es el modelo de humanidad: se dice «el hombre», como si con eso se dijera todo lo humano.

Pues bien, María es mujer antes y después de la Anunciación, es mujer hasta el Apocalipsis. Cristo mismo la llamó así, «mujer», sin más: recuerdo al menos dos pasajes: durante las bodas de Caná y en la cruz casi a punto de morir. Y esta mujer, una jovencita creyente de Israel fue saludada como «kejaritomene», lo que significa «llena de gracia» por el Ángel, y luego el Ángel se puso redundante porque le dijo «el Señor es contigo», cuando la gracia es exactamente eso, que Dios está en el agraciado, así que la llena de gracia estaba llena de Dios. Y por esa mujer entró la salvación al mundo, íntegramente de la carne de su carne. La humanidad de Cristo en su aspecto, al menos biológico, es totalmente mariana.

María es mujer y era pobre, ese adjetivo no nos gusta tanto y lo usamos poco para referirnos a ella, pero sí, era pobre entre los pobres, ya que no sólo no tenía grandes bienes materiales, sino que era mujer en un pueblo de varones, donde su prometido podía haberla rechazado al saber de su embarazo, y eso la hubiese dejado en la más absoluta vergüenza e indefensión. Además, pertenecía a un pueblo oprimido, y era muy joven. Todo eso nos dice que María era como un pajarillo frágil al que hubiese sido muy fácil pisotear como lo son siempre los pobres ante los poderosos. También era humilde, y esto no es lo mismo que la pobreza material; hay quienes presumen de su pobreza o la fingen, y se ensorbecen en ella (como Antístenes, de quien nos cuenta Aristóteles que por los hoyos de su túnica raída relucía su soberbia).

María, en cambio, tenía la humildad de la gracia, que es un puro don para los demás, la humildad de quien no espera ser el centro de nada, de quien se concentra en los otros. Recordemos que, después de la Anunciación, la que sería madre del Mesías tan esperado por su pueblo, se puso en camino a auxiliar a su prima Isabel porque supo que ésta estaba encinta, ¡sororidad!, en el momento de la Anunciación María se preocupó por su prima ya de cierta edad y embarazada. Descentrarse para servir, eso es la humildad.

María es primariamente mujer, la mujer que se quedó a los pies de la cruz mientras la mayoría de los discípulos varones se escondían; la mujer que estuvo con los discípulos en Pentecostés cuando nació la Iglesia; la mujer que, vestida de sol, aplastará la cabeza de la serpiente. La mujer que es el modelo que seguir para los cristianos, porque ser cristiano significa dejar que Cristo encarne en nosotros.

Dice el Génesis que cuando Adán vio a Eva dijo que ella sí era carne de su carne, pues eso mismo puede decir María de Jesús. María es también la nueva «Adana», porque Adán es considerado el arquetipo de lo humano y su etimología viene de «Adamah», que significa «tierra». María es el arquetipo de lo humano que se dejó plenificar completamente por lo divino, tierra fecunda de Dios: ¡Kejaritomene!

Foto: Daniela Santiago-Cathopic

4 respuestas

  1. Muchas gracias!!! Por ayudarme a reubicar a la «llena de gracia»…en este mundo tan lleno de estereotipos, como tú bien señalas… Con tu reflexón podemos dar claridad de quién es la MUJER, LLENA DE GRACIA.
    Patricia Pontiggia Garcia
    Santiago – Chile

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