Revista SIC: respuestas concretas desde la fe

SIC en su origen

En enero de 2025 la Revista SIC cumplió 87 años de existencia en Venezuela, y eso, en sí mismo, podría ya resultar un logro no menor, pues la convierte en la publicación con presencia editorial más longeva en la historia del país.

Esta revista se enmarca en la tradición de otras publicaciones destacadas e históricamente importantes de la Compañía de Jesús en el mundo, como lo son La Civiltà Cattolica, fundada en Italia en 1850; la Revue Études, creada en Francia en 1856; America Magazine, que surgió en Estados Unidos en 1909; CHRISTUS, nacida en México en 1935, y Mensaje, que opera en Chile desde 1950, por señalar algunas.

Ya el primer editorial de SIC en 1938 deja en claro —casi proféticamente— la necesidad y la misión de la revista para el país:

Una revista de orientación católica, palestra de discusión de temas actuales, compendio de criterios en cuestiones debatidas, síntesis de principios morales para la acción social y privada. Una hoja viva, palpitante de realismo y actualidad, como reclama la trascendencia de la hora crucial que vivimos, de la que ha de surgir ineludiblemente —buena o mala— una Nueva Venezuela.

La Revista SIC ha sabido a lo largo de su existencia acometer dos objetivos: realizar una lectura e interpretación del país que se convalida y compagina con los grandes momentos de nuestra historia contemporánea, y al mismo tiempo ofrecer una propuesta de sociedad civil justa, solidaria y democrática que dé respuestas a todos los venezolanos y con especial énfasis y foco en los más necesitados.

Pero esta propuesta de país no es sólo —no puede serlo— un ejercicio teórico académico sobre la concepción de la sociedad, ni mucho menos una oferta técnica de gestiones para soluciones públicas. No, SIC nace como una obra de la Compañía de Jesús y luego se inserta como medio de difusión del Centro Gumilla para cumplir una misión clara: «la misión de reconciliación» que trabaja para que las mujeres y los hombres puedan reconciliarse con Dios, consigo mismos, con los demás y con la creación.

La respuesta que da la Revista SIC proviene desde la fe, con los pies en la tierra, pero con la mirada puesta en Jesús de Nazaret, es Él nuestro compañero y nuestro camino.

«La respuesta que da la Revista SIC proviene desde la fe, con los pies en la tierra, pero con la mirada puesta en Jesús de Nazaret, es Él nuestro compañero y nuestro camino».

SIC en la Venezuela actual

Hoy Venezuela vuelve a atravesar una «hora crucial». Las preguntas son muchas: ¿cómo atendemos la situación de nuestra gente, los jóvenes, los ancianos? ¿Cómo abordamos la realidad de los que se van, los migrantes, la diáspora? ¿Cómo nos convertimos en un país de oportunidades, con cultura de trabajo y producción? ¿Cómo retomamos la senda de la democracia y la institucionalidad? ¿Cómo centramos todos los aspectos de la vida en la persona como sujeto digno y en el Bien Común?

Las respuestas no reposan en un manual ni en ningún oráculo. Están en todos nosotros, las mujeres y hombres de buena voluntad que, con fe en la Providencia, queremos hacer de Venezuela un país como Dios manda, o al menos, como Dios sugiere. Es ésa nuestra esperanza.

¿A cuál esperanza nos estamos refiriendo? Esperanza no es creer que las cosas saldrán bien, sino confiar en que lo que sucede tiene sentido y atiende a la trascendencia. Este enfoque cambia todo el juego, pues no se trata de esperar como la actitud resignada de aquél que se entrega a las circunstancias derrotado, impotente, abrumado o frustrado ante la incapacidad de hacer que las cosas sean distintas. Tampoco se trata de esperar como quien está sentado aguardando su turno mientras el tiempo sencillamente pasa.

Foto: © Revista SIC

La esperanza la entendemos como una virtud teologal, es decir, como un hábito que Dios nos concede y que infunde en nuestra voluntad e inteligencia para que ordenemos nuestras acciones hacia Él. Y si «Dios es Amor», se trata entonces de ordenar nuestras acciones hacia el Amor. De allí que la esperanza no puede ser una actitud pasiva, sino justamente lo contrario. Estar esperanzados, vivir con esperanza, no es —ni debemos confundirlo con— la pretensión ingenua (y acaso irresponsable) de pensar que todo va a estar bien.

«Hoy se nos presenta como desafío inexorable e imposter-gable la adaptación de nuestra comunicación a los nuevos tiempos, intereses, hábitos y realidades».

El papa Francisco nos lo afirmó: «La esperanza hace que uno entre en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La virtud de la esperanza es hermosa; nos da tanta fuerza para caminar en la vida». Un camino que tendrá subidas y bajadas, sol y sombra, soledad y compañía, avances y reveses, pero una caminata que podemos siempre acometer con ánimos y seguridad en la certeza de que «Dios sabe convertir todo en bien, porque incluso de la tumba saca la vida», como lo planteó aquel Sábado Santo de 2020.

Los desafíos que se nos presentan son muy serios, muy necesarios, atienden al fondo de la difícil situación que se vive en Venezuela, como quedó claro desde el primer día de la revista allá en 1938. Y suponen para nosotros continuar siendo una publicación que ofrece una guía desde las enseñanzas y el pensamiento social de la Iglesia, entendiéndolo como un modelo teológico que busca discernir la enseñanza cristiana sobre la vida social.

SIC ante los cambios

Pero la Revista SIC debe atender también un importante desafío —acaso interno— en cuanto a la forma. En estos últimos años hemos asumido la retadora meta de convertirnos en un medio acorde a las tendencias tecnológicas actuales y eso significa pasar de la versión impresa a la digital, utilizar las redes sociales y demás oportunidades de comunicación con las nuevas audiencias.

Ha sido todo un proceso bonito de aprendizaje dejar de ser un medio con periodicidad y dinámica de publicación propia de una revista estrictamente impresa, a ser una publicación multiplataforma que permite una edición con una línea de solidez, robustez, seriedad y tradición, al presentar, acceder y difundir su contenido mediante las diversas plataformas tecnológicas a las distintas audiencias de interés.

Cuando en 2022, en la reunión en Roma convocada por el papa Francisco con todos los directores de las revistas culturales de la Compañía de Jesús, le preguntaron cuál era el significado y la misión de éstas, respondió: «La misión de una revista cultural es comunicar. Sin embargo, yo añadiría comunicar de la manera más encarnada posible, personalmente, sin perder la relación con la realidad y las personas, el “cara a cara”».

Lo que realmente se nos presenta como reto a las revistas culturales es trabajar sobre las realidades. ¿Y eso qué significa? Pues que debemos implicarnos activamente en la comprensión de la realidad. Esto, por un lado, desde el ejercicio de analizar e interpretar la historia, la vida social, la política, la cultura, la ciencia y el arte desde la mirada de la fe cristiana, guiados por la enseñanza de la Iglesia. Y por otro, asumir con creatividad, apertura y perseverancia el esfuerzo de entablar un diálogo sincero y sostenido entre la fe y las expresiones del mundo contemporáneo.

Si bien todas nuestras revistas se remontan a los finales del siglo XIX y principios del XX, y por ello son las garantes de una tradición y un legado histórico, lo cierto es que hoy se nos presenta como desafío inexorable e impostergable la adaptación de nuestra comunicación a los nuevos tiempos, intereses, hábitos y realidades. ¡Vaya bonito desafío! Y al mismo tiempo, ¡vaya importante necesidad para seguir dialogando con el presente! 

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