En la siguiente fábula, el autor ha procurado seguir el consejo de san Ignacio de Loyola, en la contemplación, de ocupar el papel de alguno de los personajes, para revivir con todos los sentidos la experiencia viva de cada pasaje. Por ello está escrita en primera persona y, a medida que se avanza, se irá identificando con facilidad al personaje central. A la vez, son Fábulas (es decir, aplicación de la imaginación ignaciana) que están incompletas, que el lector puede hacer crecer, aplicar y matizar con su propia vida. Es así como se puede resaltar que quien contempla está en silencio, envuelto y activo compenetrado por la Presencia.
«Entonces se les abrieron los ojos
y se dieron cuenta de que estaban
desnudos…» (Gen.3,7).
Un hombre:
Este es mi hogar y no es mi hogar. Esta es mi casa y no es mi casa. ¿Puede entonces tanto una creatura que una sola palabra ensucia todo el mundo? ¿Pueden mis labios envenenar el aire, amordazar la creación y emborronar el bosque? De pronto la naturaleza se ha callado: si me hablara con vida tal vez se cerraría un poco la herida de mi alma. Pero he aquí que también el silencio me persigue.
Sí, sí, sí, ya sé que he traicionado nuestro pacto, pero ¿acaso no lo hacen todos en el mundo? Y ellos siguen escuchando la vida. Al menos dicen que la oyen. Ellos dicen que viven felices, ellos pueden oír hablar de la muerte sin temblar, ellos se acuestan junto a sus traiciones y duermen, ellos siguen con sus almas vacías y tranquilas, ellos ven y no ven.
¿Y por qué yo no? ¿Por qué no tengo el coraje de los santos ni la felicidad de los pecadores? ¿Por qué cuando digo no, y me envuelvo en una traición, parece que todo se hubiera suicidado?
Quiero ser como todos. Miren, estoy vencido, ya soy uno de tantos. La locura de amar ha volado de mi cabeza, discurro, hago discursos, digo que estoy vivo pero me encuentro vacío. ¡Estoy desnudo! ¡Que cese este silencio!
Ahora entiendo: ¡Dios se ha ido! ¡Dios se ha ido del mundo! Al volver mi espalda me he quedado solo, y es como si Dios, de pronto, se hubiera quedado sin oficio. Ya no tiene nada que hacer, porque lo he negado, y es como si Dios hubiera muerto. Al negarlo he negado el prodigio de ser hombre, verdaderamente hombre, creado a su imagen y semejanza.
Entonces esto es decir no al amor: generar una letanía de llantos y tristezas, hacerme solidario con cualquiera que haya pecado…
Con los primeros pecados de los niños, los que se cometen con los ojos huídos, con una diminuta maldad pero que ya hiere el corazón de alguien, que ya abre heridas que sangran aunque se les llame con diminutivo.
Los turbios pecados de la adolescencia, los portales oscuros, los primeros robos, las iniciales zancadillas, lo que se llama amor y no es sino un fruto seco. La renuncia a los sueños de juventud, porque hay que ser prácticos; el abandono de los ideales, porque hay que vivir con los pies en la tierra…
Una voz:
Con amor eterno te he compadecido… Porque los montes se correrán, y las colinas se moverán, pero mi amor no se apartará de tu lado. Y mi alianza de paz no se moverá, dice Yahvé, que tiene compasión de ti.
Un hombre:
Los pecados maduros, los que ya no se cometen con un trozo de alma sino con toda ella entera: puertas cerradas a la entrega de uno mismo, a la esperanza, a la justicia. El descubrimiento de la violencia sutil, del odio acumulado, de los besos que son espadas.
Una voz:
Aunque tus pecados sean rojos como la grana, quedarán blancos como la nieve.
Un hombre:
Y la guerra diaria del hambre y la miseria. Un mundo sin esperanzas porque ya muchos saben que es inútil tenerlas, y otros tienen ya todo lo que podrían esperar. Un mundo de países buenos y de países malos, de trabajadores que merecen y de trabajadores que no merecen, de hombres y mujeres con derecho a un consuelo, y de hombres y mujeres sin derecho a ello, de casas con jardines y de caseríos espinados.
Una voz:
Busquen a Yavhé mientras se deja encontrar, llámenle mientras está cercano. Deje el malo su camino, el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Yahvé, que tendrá compasión de él, a nuestro Dios que será grande en perdonar.
Porque mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes.
Un hombre:
Y la perfección de los perfectos: los que ya son buenos y no tienen nada que cambiar, los que han acaparado la bondad como profesión, los que no soportan caminar entre pecadores.
Una voz:
Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Se revelará la Gloria de Yahvé y toda creatura lo verá.
Un hombre:
Y los tristes mercados de cambiar un minuto de carne por un kilo de pan. Y los ancianos encerrados en sus almas a cal y canto: los que ya terminaron de hacer, los que ya no necesitan amar para estar vivos.
Una voz:
La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre.
Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: «¡Ahí está su Dios!»
Un hombre:
Todos, todos aquí, cada uno con un trozo de llanto. Todos aquí para contar la verdad de nuestro cansancio. Para pedir que alguien recoja toda la tristeza del mundo, todos los llantos de todos.
Una voz:
Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado.
Estará el señorío sobre su hombro, y llevará por nombre: Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz.
Como pastor conduce su rebaño: recoge en brazos los corderitos, los lleva en el seno, y estrecha con cuidado a las que van a dar a luz. Alégrate y regocíjate de una vez por todas.
Un hombre:
Pero… entonces, ¿no se ha ido del todo? Porque sin Él no hay más que muertos vivos. ¡Cuánto tiempo he tardado en aprender todo esto! Eres un Dios que amas el juego limpio. Y hay que elegir.
Una voz:
No, no se ha ido del todo. No entierres todavía la esperanza. Él le ha ordenado a su sol salir sobre malos y buenos; y a su lluvia caer sobre la tierra, hacerla germinar con frutos para todos los hombres.
Un hombre:
Pero… ésa voz… ¡De nuevo los latidos de Dios! Discúlpenme todos: no he sabido mentir, ignorar que detrás de cada traición puede surgir un perdón. Yo hubiera preferido no crearles problemas: decirles que se puede vivir sin Dios, fuera de la hoguera, lejos del hogar, ausente en mi propia casa.
Pero no tengan miedo: en el fuego hay amor suficiente, de sobra. Lo he entendido muy bien ahora: en la voz de Dios arden todas nuestras voces. ¡Se ha ido el silencio!
Una voz:
Sí, se ha ido… hasta la plenitud de los tiempos. Hasta que las nubes se abran y brote el Salvador.
Las Fábulas fueron plurieditadas por Obra Nacional de la Buena Prensa, jesuitas. Editorial Alba SA de CV, Sociedad de San Pablo, Paulinos. Grupo Editorial Latinoamericano, Paulinas.
Imagen de portada: titimacielperez-cathopic
3 respuestas
A veces me pongo a pensar que la vida no tiene sentido porque en toda la realidad como que desaparece Dios. Recuerdo a Albert Camus y mal lo cito: «Toda la vida es absurda» Incluso esperar y creer en Dios.
Pero Sin Dios ¿Cuál es le sentido entonces? ¿Qué le da valor a la vida? En todo hay desesperanza.
Creo que lo que nos salva de este pensamiento es vernos en la mirada del otro. Es el otro el que me ve y en el me veo yo. Y puede ser que desde ahí, me tope de nuevo con Dios. Reconociéndolo en mis semejantes; quienes a que a pesar de las angustias del diario vivir , también lo buscan -como yo- en la mirada de otros…en mi mirada .
Y desde ahí en las miradas de los otros , y la mía , nos reencontramos con Dios.
Complejo y fácil a la vez.
Gracias por el texto Mario y seguimos reflexionando.
Muy querido Isaac:
Como alguna vez lo platicamos, a Dios se le conoce viviéndolo. Es persona y es comunidad de amor. Dejándonos amar por él vamos aprendiendo a compartirnos unidos a él. Es la maravilla de la promesa del Señor: «Seremos uno». Y, de ahí, como bien dices, a su encuentro en los demás, el Dios vivo en cada persona, en cada vida que podamos amar.
Te adjunto, Isaac, este magnífico texto de la entrevista el jesuita cubano Benjamín González B., publicada en este misma revista. Me parece magnífico porque el sacerdote-poeta-escritor precisa que encontrar a Dios es vivirlo también en los infiernos. Me recuerda mucho a un libro que marcó mi vida siendo yo todavía un adolescente: «Los santos van al infierno» de Albert Cesbron (vida de los sacerdotes franceses que vivían como obreros en las oscuras minas de carbón y en los miserables suburbios).
BGB: Es el Dios de la intimidad personal el que nos invita a salir a la realidad, no sólo para encontrarlo a Él en la belleza, sino también a bajar con Él a los «infiernos» humanos, como hizo Jesús, para descubrir la dignidad de las personas y para crear con ellos vida para todos sin discriminación ninguna, de raza, género, religión o cultura. La mística de los ojos cerrados y la de los ojos abiertos, son la misma realidad en dos momentos que se complementan y que son inseparables. No puede existir una sin la otra. No se trataría tanto de crear una burbuja cerrada, sino abierta al mundo donde también nos encontramos con el mismo Dios que encontramos en la intimidad. Desde este encuentro con Dios en la intimidad personal, estamos más sensibles para encontrar a Dios en la intimidad de toda persona, y de la vida en toda su sencillez cotidiana.