A la luz de las reflexiones de estos días sobre el compromiso de la Iglesia ante la cumbre de partes sobre cambio climático – COP27, quiero presentar algunas “paradojas y tentaciones” en el sentido de este compromiso eclesial sobre el cuidado de la casa común.
En 2015, el papa Francisco escribió Laudato Si’, una encíclica sobre la crisis ambiental dirigida a todas las personas del mundo. Unos años más tarde, cuatro voces que habían pasado desapercibidas en las conversaciones globales fueron invitadas a tener un diálogo sin precedentes con el papa y participaron en el documental «La Carta».
Un antecedente importante para el Sínodo de la Sinodalidad, inaugurado en 2021, fue sin duda, el Sínodo de la Amazonía de 2019, ya que fue un proceso de gran participación, muy amplio, que involucró a grupos de base, obispos, pastorales eclesiales y sociales y a otras organizaciones de este territorio.
Nuestra sociedad «occidental» está despertando —obligada un poco por las consecuencias devastadoras de nuestra explotación inconsciente de la naturaleza—, a la necesidad de repensar la manera como vivimos en este mundo.
Un estudiante en un curso me preguntó: «Porque necesitamos ecoteología, si el seguimiento a Jesús debería llevar automáticamente a un estilo de vida armoniosa con el planeta». Yo estaría de acuerdo con él, si no fuera por el hecho de que otros estudiantes me cuestionan frecuentemente: «¿ecología y teología… cómo establecer un vínculo?
El tiempo actual nos plantea una vez más diversos desafíos. Sin embargo, es posible pensar que en esta ocasión los problemas y las urgencias son distintas. Dicen que cada época posee sus propias batallas.
El ser humano, desde que ha habitado en este mundo, se ha maravillado de él y se ha preguntado sobre su origen, sobre cómo funciona y cuál es el lugar que en él debe ocupar. Muchos pueblos antiguos
México es una nación multicultural, como lo reconoce la Constitución en el artículo segundo. Una parte mayoritaria de sus habitantes se ha educado en el seno de la cultura llamada moderna, hegemonizada por el pensamiento científico y técnico.
No hay un solo antropocentrismo, sino diferentes formas y algunas consecuencias importantes teóricas y prácticas que de ahí derivan.
Se requiere de adecuada comprensión del mensaje bíblico, en especial del de Jesús mismo, lejos de justificar la depredación ecológica economicista, exige una justicia entre los pueblos y también respecto a la naturaleza.
Gracias a mi trabajo y a los pueblos indígenas y campesinos de nuestro país he aprendido a querer otras tierras, otros territorios, sobre todo, he aprendido lo que significa protegerlos, preservarlos ante el despojo que buscan empresarios y gobiernos para llevar a cabo proyectos mineros, de hidrocarburos, infraestructura, monocultivos, entre otros.