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Antropocentrismos diversos y genuino espíritu de Jesús

Sebastián Mier, S.J.

En la primera parte de este texto, esclarezco que no hay un solo antropocentrismo, sino que tiene diferentes formas y apunto algunas consecuencias importantes teóricas y prácticas que de ahí derivan, para posteriormente mostrar que una adecuada comprensión del mensaje bíblico, en especial del de Jesús mismo, lejos de justificar la depredación ecológica economicista, exige una justicia entre los pueblos y también respecto a la naturaleza.

Imperialismo noratlántico

Ante los tremendos destrozos causados por el ser humano en todos los ámbitos de la naturaleza (tierra, agua, atmósfera, flora y fauna, etc., y los sectores más vulnerables de la misma humanidad), se han levantado múltiples voces de protesta que exigen un cambio. Muchas de esas voces lo concretan como la urgencia de abandonar un enfoque antropocéntrico. El cambio lo formulan de distintos modos, uno bastante difundido, postula llamarlo biocéntrico. 

Estando de acuerdo en la pretensión de fondo, creo importante advertir que ese modo de denuncia del «antropocentrismo» supone espontánea, pero equivocadamente, que existe un solo antropocentrismo, precisamente el que ha llevado a la depredación de los distintos ámbitos del medio ambiente. Sin embargo, si examinamos más detenidamente el modelo económico/tecnocrático/político/ cultural/mediático/bélico que nos ha conducido a esta situación, vemos que es un reducido sector humano el que lo ha diseñado y llevado adelante, y consecuentemente, es ese sector el que ha obtenido de manera privilegiada los beneficios que produce, mientras ha distribuido globalmente la devastación y las esclavitudes. Y entonces, caemos en la cuenta de que no todos los seres humanos somos, principalmente —aunque no exclusivamente—, ese sector del que hablo con anterioridad, la causa de ese desastre.

Han existido a lo largo de la historia, y están presentes también en la actualidad, otros modelos de sociedad humana, otras culturas que tienen una actitud y una actividad mucho más armónica con los distintos aspectos de la naturaleza. Pero los que conducen el modelo hegemónico eurocéntrico —dueños también, por supuesto, «del micrófono»—, piensan espontáneamente que ellos son los únicos antropoi dignos del nombre y tienen medios poderosos para difundir e imponer su manera de pensar, de modo que muchos otros lo asumen sin suficiente conciencia crítica. En la vida diaria y también en la académica tenemos innumerables ejemplos de ello.

Aprendimos a «celebrar» en el 12 de octubre el «descubrimiento de América», sin reparar que nuestros ancestros indígenas ya llevaban milenios en este continente. Repetimos que la europea es la cultura «occidental», porque así se autonombran por referencia a Asia, cuando evidentemente quedan al Oriente de nuestro continente, que ellos llamaron América. 

Las dos guerras «mundiales», sobre todo la primera, fueron guerras europeas pero como ellos se «autoconsideran» el mundo, nos enseñaron que así teníamos que nombrarlas en los estudios de historia que hemos desarrollado bajo su nomenclatura, impuesta con diversidad de medios. 

La final del campeonato de béisbol que se desarrolla en otoño en Estados Unidos (transplante europeo hacia este lado del Atlántico) también se denomina «Serie Mundial»; porque «ellos» son no todo el mundo, pero sí una especie de dueños de él.

Tras estos botones de muestra, vuelvo al asunto del antropocentrismo. Aunque insisto en que ha habido y aún existen en la actualidad muchos modelos de cultura humana en los diversos continentes, incluso en la misma Europa. Mis conocimientos de Europa al respecto no dan para una fundamentación detallada, pero pongo el ejemplo de España, un país que cuenta con diversas culturas y diversos idiomas (lo más notable en la actualidad son las pretensiones de Cataluña de independizarse), pero el idioma que se impuso como lengua oficial es el castellano, el del reino de Castilla, un reino que también se impuso militarmente.

Antropocentrismos respetuosos de la vida y de la naturaleza 

Sin embargo, como indiqué antes, existen varios modelos que tienen una relación mucho más armónica y respetuosa con la Madre Tierra. No tengo suficientes conocimientos de las culturas africanas y asiáticas, por eso me concentro en nuestro continente. 

Una anécdota bastante difundida es la de que cuando los Estados Unidos (independizados políticamente de Inglaterra, pero con su misma cultura) iban invadiendo las regiones de los pueblos indígenas, le propusieron al jefe Seattle que les vendiera una amplia parte de su territorio. El jefe se opuso tajantemente exclamando: ¿cómo voy a vender a mi madre? 

En torno al Quinto Centenario del comienzo de la colonización de América, se fortaleció el movimiento de la reivindicación de la conciencia y los derechos de nuestros pueblos indígenas a lo largo de todo el continente, de modo que ya los documentos de las reuniones del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Santo Domingo (1992) y de Aparecida (2007) pudieron enriquecerse con esos aportes. Aportes surgidos en diversos sectores sociales y también al interior de las iglesias. El enfoque de ambos documentos es integral y con una perspectiva de evangelización también integral y que dio un lugar relevante a la promoción humana, a los derechos de los indígenas, no sólo como individuos, sino también como pueblos. En estos textos se incluyen los aspectos culturales y ecológicos. 

Santo. Domingo, más en concreto, presenta claramente el tremendo contraste entre el modelo que califica como mercantilista y el indígena. A éste lo describe así:

La tierra, dentro del conjunto de elementos que forman la comunidad indígena, es vida, lugar sagrado, centro integrador de la vida de la comunidad. En ella viven y con ella conviven, a través de ella se sienten en comunión con sus antepasados y en armonía con Dios; por eso mismo la tierra, su tierra, forma parte sustancial de su experiencia religiosa y de su propio proyecto histórico. En los indígenas existe un sentido natural de respeto por la tierra; ella es la Madre Tierra, que alimenta a sus hijos, por eso hay que cuidarla, pedir permiso para sembrar y no maltratarla (172 a). 

En febrero del 2020, el papa Francisco lo aborda más expresamente en su Exhortación Querida Amazonia, con una referencia directa a los pueblos de esa amplia región; pero que análogamente vale para los otros pueblos originarios:

Si el cuidado de las personas y el cuidado de los ecosistemas son inseparables, esto se vuelve particularmente significativo allí donde «la selva no es un recurso para explotar, es un ser, o varios seres con quienes relacionarse». La sabiduría de los pueblos originarios de la Amazonia «inspira el cuidado y el respeto por la creación, con conciencia clara de sus límites, prohibiendo su abuso. Abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, hipotecando el futuro». Los indígenas, «cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan», siempre que no se dejen atrapar por los cantos de sirena y por las ofertas interesadas de grupos de poder. Los daños a la naturaleza los afectan de un modo muy directo y constatable, porque —dicen—: «Somos agua, aire, tierra y vida del medio ambiente creado por Dios. Por lo tanto, pedimos que cesen los maltratos y el exterminio de la Madre tierra. La tierra tiene sangre y se está desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra Madre tierra» (42). 

Creo que este fragmento basta para dejar patente que existen otras culturas que se relacionan con el medio ambiente de una manera muy distinta de la perspectiva mercantilista, neoliberal y globalizada. Considero entonces que a estas perspectivas podemos calificarlas como otros antropocentrismos. Sí hay en ellos una cierta prioridad del ser humano, pero muy distinta. El papa Francisco lo señala en Querida Amazonia y advierte contra los peligros de algunos ecologismos «conservacionistas». Al respecto, recuerdo, por ejemplo a la famosa actriz francesa Brigitte Bardot, muy preocupada por la conservación de las focas, aunque con expresiones y actitudes racistas contra los migrantes en Francia, pero volvamos al texto del papa:

Nuestro sueño es el de una Amazonia que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un «buen vivir». Pero hace falta un grito profético y una ardua tarea por los más pobres. Porque, si bien la Amazonia enfrenta un desastre ecológico, cabe destacar que «un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres». No nos sirve un conservacionismo «que se preocupa del bioma pero ignora a los pueblos amazónicos (2).

A partir de este punto central en nuestro tema, me parece muy importante tener una actitud sanamente crítica frente a filosofías europeas/ noratlánticas que desde tiempos de la Colonia se consideran superiores y en cuya trampa hemos caído muchos mestizos, menospreciando más o menos expresamente nuestras raíces indígenas. Así lo indica el reciente Directorio para la Catequesis (2020) que recuerda las palabras y acciones de san Toribio de Mogrovejo como obispo de Lima en el siglo XVI. 

«Cristo es verdad, no costumbre». Lo repetía sobre todo a los conquistadores que oprimían a los indígenas en nombre de una superioridad cultural, y a los sacerdotes que no tenían el coraje de defender a los más pobres. Misionero incansable, recorría los territorios de su diócesis, buscando sobre todo a los nativos para anunciarles la Palabra de Dios con un lenguaje sencillo y fácilmente comprensible. 

La historia muestra que hay una tremenda inercia para que, quien se ha impuesto en la guerra, la economía y la técnica, se autoconsidere una raza superior en todos los ámbitos y pretenda imponer también sus valores y cultura como si fueran de mayor humanidad. Por eso Jesús le aclara a Pilatos que sí es rey; pero que su Reino no es de este mundo.

¿Es inseparable la enseñanza bíblica de la actitud y cultura ecocida?

Algunos han afirmado que el comportamiento devastador de la naturaleza (fundamentalmente el de los poderosos europeos) tiene su origen en el relato bíblico del Génesis, en el que Dios Creador confiere al ser humano autoridad sobre los demás seres creados. Una interpretación literalista de ese texto podría dar pie a dicha afirmación. Tal modo de interpretar es equivocado, sobre ello volveré posteriormente, siguiendo básicamente la encíclica de Francisco Laudato Si’ (LS)

Sin embargo, otros siguen afirmando que sólo puede ser entendido en su versión devastadora. Considero que en la base de esa obstinación está la constatación de que son los europeos de uno y otro lado del Noratlántico los principales depredadores. Europa se autoconsideró durante siglos el paladín del cristianismo. Más precisamente en las centurias de su tremenda expansión colonial a partir del siglo XVI (de la «era cristiana») en donde los europeos junto con su motor fundamental de las riquezas económicas, se hicieron acompañar de su cultura. Lo que más les interesaba que era el poder económico y político, pero también impusieron su cultura en la que la religión ocupaba un lugar importante. A esa visión contribuyó la estrecha colaboración entre los monarcas y el poder eclesiástico antes de la Revolución Francesa. Debido a eso, en una inextricable mezcla de trigo y cizaña, se desarrolló una evangelización llena de luces y sombras.

Con esto toco una cuestión sumamente compleja que ha sido ampliamente abordada en diver-sos ámbitos; pero viniendo a nuestro punto, algunos ecologistas pueden tener la creencia (inconsciente, tal vez) de que un impulso central de la desbordada y múltiple ambición europeo «cristiana» está en el mandato bíblico del Génesis, y por eso lo juzgan del todo incompatible con los valores ecológicos. Sin embargo, un examen más profundo de las motivaciones de los colonialistas europeos por una parte, y por otra, una comprensión más genuina del mensaje de Jesús y también del Antiguo Testamento nos muestra sus profundas divergencias.

El contenido de los Evangelios de Jesús no aborda mucho directamente la cuestión que ahora llamamos ecológica; pero sí denuncia con toda claridad y fuerza lo perverso de las ambiciones que están en la raíz, tanto de la depredación del medio ambiente, como de la injusticia contra amplios sectores de la sociedad. 

Claramente Jesús nos advierte: que «no pueden servir al Dios» (del amor, la hermandad, la armonía) y al mismo tiempo al «dinero» (la avaricia insaciable de riqueza) (Lc, 16, 13). Igualmente apunta que «Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario el que quiera ser grande que se haga servidor de los demás» (Mt 20, 24-26). Estos son puntos centrales en las enseñanzas de Jesús, confirmados además con gran coherencia por toda su vida.

Al presentar su misión en la sinagoga de Nazaret, Jesús retoma a Isaías y proclama: «El Espíritu del Señor me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, liberación a los oprimidos… y realizar el año jubilar agradable a Dios». (Lc 4, 18) Ese año jubilar, símbolo de la esperanza del pueblo israelita, tenía tres dimensiones de reconciliación: económica (perdón de las deudas), política (liberación de los esclavos) y ecológica (descanso de las tierras). 

El papa Francisco en Laudato Si’, amplía este último aspecto del año jubilar con una detenida referencia a Levítico (25, 2-8) y los años sabáticos), y también aclara que la comprensión correcta del encargo del Creador al ser humano no es dominar a los demás seres, sino labrar y cuidar.

En su oración del Padrenuestro, Jesús nos enseña a anhelar ser rociados con el Espíritu que nos dé un corazón de carne que sepa amar y a luchar por el Reino de amor, hermandad y justicia, y en esa dinámica, también a pedir el pan, símbolo de todas las necesidades materiales; pero con dos adjetivos: «nuestro», es decir, compartido entre todos, y «de cada día», esto es sin ambiciones de acumular riquezas.

Con esto, considero que es completamente infundado atribuir como «obediencia» al mandato del Creador y al espíritu cristiano la terrible depredación actual de la naturaleza y sus habitantes más débiles. Como si quienes la han llevado adelante en estos últimos siglos, tuvieran algún interés en conocer y cumplir la enseñanza de la Biblia. En el siglo XVI, la complicidad entre monarcas y poderes eclesiásticos, pudo haber dado esa impresión. Aunque es evidente que el tremendo motor que llevó a los poderosos europeos, apoyados por sus adelantos técnicos y fuerza bélica, a invadir otros continentes fue la acumulación desaforada de riqueza y poder —verdadera idolatría— y no sólo una metáfora del «becerro de oro». 

La evangelización de los primeros siglos, cuando los cristianos eran perseguidos en el Imperio Romano, sí tuvo una motivación y estilo más cercanos a la enseñanza de Jesús, pero lo que fue llevado posteriormente con métodos colonialistas tiene las ambigüedades ya señaladas antes.

Ni un solo antropocentrismo, ni culpa de la enseñanza bíblica

No existe un solo antropocentrismo, ese devastador que Laudato Si’ llama «antropocentrismo moderno». Así como a lo largo de la historia y en la actualidad han existido diversas culturas humanas respetuosas del medio ambiente, de la Madre Tierra, así también hemos de reconocer diversos antropocentrismos en los que el ser humano, teniendo cierta prioridad relativa, tiene un comportamiento armónico y respetuoso de las demás creaturas. 

La enseñanza auténtica de Jesús, con sus genuinas raíces bíblicas, muy lejos de legitimar y promover la depredación ecológica, exige la vivencia de la justicia y un amor universal en el que todas las personas de todos los pueblos satisfagan suficientemente sus necesidades, rechazando todo tipo de avaricia de riqueza y poder. 

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