Podemos afirmar que los pobres son verdaderos maestros de vida y de cristianismo, porque en ellos se revela de manera privilegiada el corazón de Dios. Tal como señaló recientemente el papa León XIV en su Exhortación Dilexi te siguiendo el magisterio del Episcopado Latinoamericano, Dios manifiesta una opción preferencial por los pobres; en su rostro se refleja el de Cristo, quien «siendo rico, se hizo pobre» para enriquecer a todos con su pobreza.
La invitación de León XIV en Dilexi te consiste en ver que la fe sencilla de los descartados de este mundo, su esperanza y su capacidad de compartir enseñan lo esencial del Evangelio: la confianza en Dios, la solidaridad y el amor gratuito. Así, los pobres no solamente son destinatarios de la evangelización, sino protagonistas, evangelizadores y maestros que recuerdan a la Iglesia que el Reino de Dios pertenece a los humildes y sencillos.

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Podemos hablar en los términos de santa Clara de Asís, la pobreza es «altísima pobreza» porque los necesitados, los débiles, los frágiles son maestros vida y de cristianismo. Jesús no sólo predicó a los pobres, Él mismo fue pobre. Nació en una familia humilde, vivió sin posesiones, fue rechazado y murió sin nada. «Jesús es la revelación de este privilegium pauperum. Él se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre sino como Mesías de los pobres y para los pobres» (n. 19).
En Dilexi te se afirma que Dios tiene una opción preferencial por los pobres, no por exclusivismo, sino porque en ellos se manifiesta de modo especial su misericordia. Dios se inclina hacia quien sufre y es débil, y esta compasión divina se convierte en modelo para los cristianos «Dios se muestra solícito hacia la necesidad de los pobres […] escuchando el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios» (n. 8–9).
Los pobres son maestros porque nos enseñan cómo ama Dios: con humildad, compasión y gratuidad. El documento recuerda las palabras de Jesús: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). Esto significa que el encuentro con los pobres es encuentro con Cristo mismo. No es sólo cuestión de beneficencia y filantropía, sino de revelación: en ellos Cristo sigue hablando y actuando porque en eso consiste la pobreza en ser privilegium pauperum (el privilegio de la pobreza, n. 19). Así, los pobres se convierten en maestros de fe, porque nos recuerdan constantemente dónde habita el Señor.
Juan Pablo II, en el discurso inaugural de III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano Puebla, afirma que la Iglesia debe evangelizar «desde los pobres» y «a partir de su fe viva y su religiosidad popular». «Desde esta fe en Cristo […] somos capaces de servir al hombre, a nuestros pueblos, de penetrar con el Evangelio su cultura, transformar los corazones, humanizar sistemas y estructuras» (Puebla, n. I.5).
Los últimos, los descartados, los marginados son maestros de vida porque viven lo esencial: la dependencia de Dios, la confianza, la esperanza, el valor de la comunidad y del compartir. León XIV nos invita en Dilexi te a descubrir que en lo esencial de nuestras aspiraciones debe de estar «El contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia» (n. 5).
A su vez, siguiendo a León XIV podemos hablar de una mística y una espiritualidad de la pobreza, una mística del encuentro con Dios en el despojo. En la pobreza se da la relación íntima con Cristo porque el ser humano, al quedar libre de seguridades y apegos, se abre totalmente a la gracia. En Dilexi te se afirma que Dios mismo se «hizo pobre» (2Co 8,9) y que en esa pobreza se revela su amor.
Por eso, el pobre no sólo necesita a Dios, sino que lo refleja, se hace su imagen: «Dios se hizo pobre para compartir nuestras fragilidades. Su pobreza revela el verdadero rostro del amor divino» (n. 18–19). La mística de la pobreza consiste, entonces, en descubrir a Dios en el límite, en la falta y en la dependencia, en el lugar donde el amor se hace puro don y gratuidad. Y a su vez, nos ayuda a tener cuidado con nuestras aspiraciones.
La espiritualidad y la mística de la pobreza es un modo de vivir como Cristo, que no se reduce a carecer de bienes, sino a vivir libre de ellos, reconociendo que todo es don de Dios y que nada del mundo y la sociedad puede absolutizarse. En esto
Jesús es el modelo porque el «Mesías pobre» «no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).
Los pobres son maestros de fe, ellos nos enseñan que es confianza pura, sin seguridades materiales, sin estrategias sofisticadas. La fe sencilla y perseverante de los descartados de este mundo es «un lugar teológico», donde el Espíritu actúa con fuerza. Por eso, se puede decir que los pobres viven una mística del abandono confiado y del amor concreto, que purifica y renueva a toda la Iglesia (n. 46, 108).
Es, por tanto, necesario volver la mirada hacia los humildes, los pequeños y los excluidos, porque «aparece claramente la necesidad de que “todos nos dejemos evangelizar” por los pobres, y que todos reconozcamos “la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”» (n. 102). «Aparece claramente la necesidad de que “todos nos dejemos evangelizar” por los pobres, y que todos reconozcamos “la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”» (n.102). Los pobres son nuestros maestros.






